miércoles, 13 de junio de 2007

Un Grinch contraataca...




PAN DE MUERTO: cuentos necrofílicos

Hoy tenía mucho que hacer. Para empezar tenía que digitalizar unos cassettes que el buen doctor Ortiz tuvo a bien pedirme. También tenía que buscar bibliografía para armar bien un taller de conceptualización en la Universidad. Dentro de las posibilidades que este mundo da, cumplí con lo que me tocaba. Por lo tanto, mientras esperaba a que las palabras de Ortiz quedaran encerradas en un receptáculo de plástico, conocido por muchos como CD, decidí terminar un libro que hacía mucho tiempo había empezado.

Ese "hacía mucho tiempo" se remonta a un par de meses. Salí de trabajar a eso de las siete y Cosqui necesitaba ir a un reconocido lugar en donde las mujeres van a comprar muchas cosas y después se acuerdan que no compraron lo que necesitaban. Estando en ese lugar, mientras Cosqui se perdía entre telas confeccionadas para procurar calor y envidia en las que no pueden adquirir tal prenda, me paseé y vislumbre un enorme montón de libros apilados a manera de pirámide precolombina. Entre las decenas de títulos de libros de albercazo, figuró uno que en especial me llamó la atención.

"Pan de Muerto: cuentos necrofílicos" decía la portada, mientras una calaca pintada con carboncillo y obra de famosa Pilar Bañuelos acompañaba al título. A decir verdad, el nombre me pareció enormemente atractivo, no por la aberración de la parafilia, sino por lo romántico de la condición necrofílica: amante de la muerte, y no amante de la muerta. Estuve a punto de sucumbir ante mi terrible vicio de comprar libros, pero un hoyo en el fondo de mi cartera logró controlarme y por esa ocasión no lo hice. Regresamos un par de semanas después y ahí estaba nuevamente la calaquita con sus ojitos negros y entonces sí no hubo hoyo alguno que me detuviera: chachán, que me lo compro.

Y entonces me pasó lo que casi siempre me pasa: arrumbé el libro en la espesura de mi oficina. Pasó "mucho tiempo" y entonces finalmente me dije "tengo que leerlo". Lo abrí y la dedicatoria "A Pablo" me dió ánimos para pasar la hoja, pero entonces, el prólogo "clichéstico" de Germán Robles me hizo sentir un escalofrío que me decía "no continúes". Sin embargo, logré atravésar los lugares comunes de Robles "el mexicano, por genética, se ríe de la muerte", "una situación fuera de lo común es lo que nos relata la autora" o "haciendo que no se borre [...] la sonrisa que apareció cuando iniciamos la lectura" y llegué al primer capítulo de cuatro.

Hay que ser sinceros, quizás si la hubiera ido a ver como debió haber sido, en el teatro y no en su "adaptación" al cuento, seguramente hubiera sido fantástica. Pero la transliteración de las acciones al verbo y sujeto no es el fuerte de Ana María Vázquez. Su prosa es simple y sin chiste --casi, casi como la que yo escribo, pero no llega a ser tan mala, conste-- y la descripción del personaje y de la situación fue predecible. Obviamente el sujetillo, quien misteriosamente trabajaba en una funeraria maquillando muertos, se tiraba a las muertas.

Parecía que el hastío terminaba y la montaña rusa imprimiría acción cuando la muerta se despierta pero el capítulo tercero resultó agotador y muy insistente en el "beso del príncipe azul", y entre "por qué me besaste" y "ya chale dejame tranquilo" se te va media hora esperando algo y obteniendo nada. El final es absurdo, por la forma en que se desarrollaron los hechos y por la psicología de los personajes. La mujer bondadosa se convierte en una zorra. El hombre la envenena y la vuelve a matar y así, muerta, se la echa al plato --o al plátano, según si en vez de necrófilos somos fructófilos--. Fin. No mames...

La historia es buena, pero no estuvo bien explotada. Repito (!!!burrrp!!!) quizás verla en una puesta en escena, en su entorno natural, hubiera sido lo propio --de hecho se supone que ganó el premio nacional en 1991 EN SU VERSIóN TEATRAL, pero como cuento está pal perro. !!!!Chale!!!!

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