jueves, 23 de agosto de 2007

Cronicas de las tierras goyinas: Parte VI El tronco

Sudor, sudor es lo que se necesita para sobrevivir en esta tierra. Aquí las idioteces de quienes se preocupan por el agua o los amigos se desvanecen en una confusión de horror y temor. Aquí lo único que cuenta es el sudor. El tronco así nos lo refirió. Las ardillas comenzaron su loca carrera hacia lo inevitable y mi cabeza, mordiendo la tierra y rodando como pudo, logró escapar. Así lo hicieron las piernas y los brazos. Pero el tronco no supo qué hacer. Trató de moverse pero no encontró nada para apoyarse. Sólo se movía pero no caminaba. Después de cierto esfuerzo, decidió que sería imposible salir de ahí, y estiro el pecho para que las pequeñas ratas se lo comieran. Pero no lo hicieron.

Pasó un gran rato para que el Tronco se perctara de que aún seguía con vida. Pero, ¿para qué le servía seguir con vida, si estaba seguro de que no volvería a ver la luz del sol? La desesperanza comenzó a taladrar su piel y pronto, hongos se habían instalado, consumiendo al pedazo de ser que lloraba sin lágrimas y gritaba sin llanto. Después de los hongos llegaron las hormigas. Entonces las sospechas del destino que seguiría el Tronco se confirmaban: jamás saldría de ahí. A menos que tu peor enemigo te juegue una treta con la cual la ruleta vuelva a girar y la suerte te vuelva a sonreír.

Eso mismo pasó. Las hormigas se dieron cuenta de que los hongos que habían crecido sobre el Tronco eran los mejores que habían comido jamás, las crías habían crecido tremendamente y la hormiga reina estaba dando y recibiendo con mayor frecuencia que antes. De modo que la hormiga más vieja, más fuerte y que se veía sería la última en morir en toda la colonia, decidió que sería buena idea llevar a todo el tronco a los almacenes de la colonia.

"Pero señor", le decían las otras hormigas, "no podríamos llevar un pedazo tan grande, y de todos modos, aunque lo pudieramos llevar, entonces todos tendríamos que dormir fuera de la colonia". Pero el general les dijo "la vida es un tubérculo, lo bueno está en la raíz". Y eso hacía siempre el viejito, a todos les daba el avión con alguna frase que sonara tremenamente razonable y sorprendente. De modo que millones de hormigas murieron intentanto llevar la colosal fuente de nutrición y cuando quisieron meterla en la colonia, el peso del Tronco destrozó los túneles, las galerías, los recovecos, y otros millones de hormigas perecieron.

Finalmente, el general hormiga estuvo satisfecho. "Ahora sí, amigas hormigas, tenemos comida para rato". Lo cual no era mentira, pues si el único sobreviviente era él, por supuesto que tanta comida iba a durar mucho tiempo. El general se puso de pie y miró desde las alturas del Tronco. Una tremenda sorpresa se llevó cuando se dio cuenta de que sólo había hormigas moribundas, clamando por la cabeza dura del viejo. El anciano se entristeció tanto que de pronto perdió la razón y empezó a saltar y a tratar de lanzar conjuros raros para revivir a la colonia de hormigas. Pero tanto aspaviento, sólo logró hacer que un pajarillo que volaba por ahí, se diera cuenta de que ahí, a través de un minúsculo hoyito en la tierra, había una hormiga.

El ave no había probado bocado por un largo rato, además de que estaba harta de que los ancianos de la plaza le lanzaran pan duro y viejo, como ellos. El pique fue de diez metros que parecieron once, y fue preciso, pues de un golpe, ¡zaz! se comió al último especímen de la legión de las hormigas. El ave estaba hambrienta, de modo que empezó a retirar más y más tierra, porque podía sentir el olor de cientos de hormiguitas. Y poco a poco, empezó a descubrir al Tronco, sin ponerle una pizca de atención, y más bien viéndolo como un estorbo, pues abajo de él había millones de hormigas esperando su entrada al estómago del pajarito.

Horas duró el ave devorando sin parar ni siquiera para respirar, de modo que en muy poco tiempo el pajarillo ya no estaba comiendo, sino vomitando pedazos de hormiguitas. "Empacho", pensó el tronco, recordando la misma senación de saciadez extrema que alguna vez sintiera cuando eramos un solo, único y hermoso cuerpo. Pero la hormona es más fuerte que la indigestión y el pajarillo observó a una hermosa y emplumada pájarilla que revoloteaba por ahí. "De aquí soy", se dijo a sí mismo el pajarillo y empezó a cortejarla.

Primero hizo un vuelvo increíblemente largo y cansado para permanecer en una sola posición. Después aumentó el pecho, lo cuál fue difícil, porque estaba tan gordo que era más fácil verle el abultado abdómen que otra cosa (cualquier cosa). Finalmente hizo que su plumaje, negro y asqueroso, se convirtiera, por arte de algunas lenguetadas bien plantadas y rapidísimas, en un negro brillante y cautivador. Pero la pajarita no le hizo caso. Al contrario, vio el tronco y como también tenía hambre, empezó a comer lo que quedaba de hormigas, que eran demasiadas todavía.

El pajarillo pensó que la había convencido y en eso intentó un lanze peligroso: quiso pisar a la pajarita. El pajarito empezó a moverse con velocidad extrema y la hembra (irónicamente) intentaba pararlo, pues no la dejaba comer a gusto. Finalmente el pajarito se deshuansó y la pajarita quedó satisfecha. "A ver pajarito, ¿tú porqué quieres que tengamos un coito?". El pajarito se puso de mil colores, quizás por la vergüenza o por la exitación, pero no supo qué contestar. "Vamos a hacer una cosa", le dijo la pajarita, "si tú me regalas ese tronco, del cual veo nacen las hormigas, yo te regalo esta estación conmigo". "Ya estás", dijo el pajarito y entre los dos intentaron sacar al Tronco.

Fue muy difícil. De hecho a penas pudieron acarrearlo un par de varas, pues de pronto, el peso les ganó y cayó al suelo, justo junto a una pendiente. El Tronco decidió que era tiempo de salvar el pellejo por su cuenta y quiso trepar la pendiente (él no sabía que eso era una pendiente, por supuesto), y ahí fue donde nos encontramos todos. La moraleja es que lo importante para salir adelante es el sudor y si es el sudor de los demás, mejor.

viernes, 17 de agosto de 2007

Por la mañana...



No hay mejor lugar que mi casa para despertar un viernes por la mañana. Para empezar, he de decirles que estoy al pie de una de las avenidas más, ¿cómo decirlo?, más funcionalistas de esta cada día más estropeada ciudad: el Viaducto Miguel Alemán. Esto se traduce en que todos los días hay un constante flujo de vehículos que se dirigen a sus trabajos o a sus casas o a sus casas-trabajo si hablamos de las amas de casa. Todos los días escucho el vaivén de los coches que parece, con un poco de imaginación, como el golpear de las olas en la bahía; como quien dice: vivo al pie de una playa urbana.

Pero bueno, vivir al pie del Viaducto me ha dejado varias enseñanzas. La primera es que no hay que conducir tan rápido, sobre todo cuando sales de una arteria sin semáforos (porque eso de vía rápida es muy relativo, a veces la lateral va más despejado). Varias veces han sido las que nos hemos encontrado con tremebundos choques. Una vez un auto guinda quiso salir, pero no se dio cuenta que metro más adelante había una barda que señala con colores invisibles que ahí empieza la entrada al Viaducto. ¿Resultado? El auto se subió a la pequeña banqueta, pero como iba tan rápido, se volcó y se arrastró varios metros, casi llega al semáforo, eso sí, llegó más rápido que nadie al rojo.

En otra ocasión, mi madre iba llegando al edificio, y se encontraba en plena operación de abrir el enrejado verde que guarda la entrada a mi morada, cuando una camioneta (¡malditas camionetas! ver: http://jorgepablo.blogspot.com/2007/08/movimiento-en-contra-de-las-camionetas.html) manejada por una señora, salió echa la madre del viaducto, quiso rebasar y madres, que se sube a la banqueta, dió un giro en 90 grados y ¡prákatelas! que se estrella en la accesoria que está a unos 130 cm del enrejado verde; por supuesto mi madre presenció todo desde el mejor lugar de todos. Total que esta arteria está llena de anécdotas y seguramente de fantasmas que todavía deambulan por aquí, buscando alguna extremidad perdida en el percance que les arrebató del mundo de los que vemos con los ojos.

La segunda cosa que me ha enseñado vivir al pie del Viaducto (además de saber que es posible vivir en la ciudad más contaminada del mundo y ser alérgico a la contaminación, con el tabique nasal desviado y con sólo menos del 10% de oxígeno en la sangre) es que hay otra forma de contestarle a los truhanes que te mientan la madre. Eran las siete de la mañana y me desperté por que, por la mañana, una patrulla cerró el acceso a carriles centrales de Viaducto. Repetía con su voz rasposa y gangosa "Avance, avance, acelérele, acelérele, avance, avance" y entonces un coche se animó a descargar la furia contenida en semanas contra el pobrecito agente de tránsito. "Ta-ta-ta-ta-ta", pitó fúrico el hombre. Un segundo después (dicen que si uno responde cinco segundos después ya es ardor) el buen polí decía por el megáfono: "No te preocupes, en la noche la veo". ¡Caray, qué hermoso es vivir al pie del Viaducto!

jueves, 16 de agosto de 2007

Jueguito...

Ni modos, ya van varios que lo piden y pues ya qué!!!! Saludos

REGLAS
1. Cada jugador (a) comienza con un listado de 8 cosas sobre sí mismo.
2. Tiene que escribir en su blog esas ocho cosas, junto con las reglas del juego.
3. Tiene que seleccionar a 8 personas más para invitar a jugar, y anotar sus blogs/nombres.
4. No olvides dejarles un comentario en sus blogs respectivos de que han sido invitadas a participar, refiriendo al post de tu blog: "El Juego".

SOBRE mí

1. Odio las camionetas (me parece una inútil concepción pseudoburguesa y cuasiproletaria tirándole al neofacismo del imperio de los energéticos).
2. Yo si le voy le voy al Toluca (y al Arsenal, de la liga española la neta todos dan asco (jo jo jo))
3. Me cae gordo que me pongan comentarios anónimos.
4. Tengo un par de proyectos en mente.
5. Tengo un hermano gemelo que tuvimos que empeñar para que yo me pudiera lanzar a Londres.
6. Me gusta la cerveza.
7. No puedo resistirme a una pizza (como las tortugas ninja)
8. Mi abuelo me heredó un mapa de un tesoro.

Orale!!!

Elijo a:

a nadie, todos ya contestaron el méndigo jueguito pa su!!!!

martes, 14 de agosto de 2007

MOVIMIENTO EN CONTRA DE LAS CAMIONETAS




Fue suficiente, después de 6 años de manejar por las laberínticas y completamente extremosas calles de la ciudad de México (en un solo tramo de periférico un topólogo o geólogo puede encontrar más de 5 diferentes tipos de superficies que van desde el árido desierto hasta el fangoso pantano, pasando por sus diferentes innuendos) he llegado a la conclusión de que las camionetas son un invento completamente estúpido.

Daré dos razones pero seguramente encontraremos más si le escarbamos (ahorita que está de moda eso de las excavaciones para encontrar gente sepultada y que supuestamente sigue viva). La primera es que convierte a las personas en la prepotencia sobre ruedas. Los hombres, de por sí medios bueyes para eso de la manejada, se vuelven más toscos y creen que por el hecho de traer media tonelada más de aluminio, que igual sirve para maldita la cosa, tienen el deber de meterse por todos lados sin pedir ningún permiso. La señoras no se quedan atrás, no por nada el viejo y conocido refrán: "mujer al volante, peligro constante" cobra caracter de ciertísimo cuando una mujer posee una camioneta. La mujer o el hombre, cual chamuco, poseen al pedazo de metal y les vale sorbete la vida; se sienten ultraprotegidos y van dando putazos sin darse cuenta a quién.

En segundo lugar, son estorbosísimas. ¿En dónde chingaos van a estacionar semejante mamut? Los carriles de las diferentes arterías se ven literalmente taponeadas por los cacharros estos. Si de por sí nos quejamos que un cochecito compacto con lugar para cuatro personas sólo trae a una sola (si no me creen, nada más chequen a todos los sujetillos que no les queda de otra más que dirigirse a sus lugares de trabajo por las mañanas en coche, y cada carro tendrá a lo más dos personas, y eso en casos contados), imagínense cuando vemos un tremendo pedazo de metal con capacidad hasta para 7 o 9 persona y sólo trae a una señora media histerizada porque no sabe qué carne comprar en el super, o a un señor con andropausia buscando lugar para dejar la pinche camioneta.

Todo es culpa de las personas que creen que traer camioneta es cuestión de estatus. Podrán decir que es para llevar a la familia, pero, en primer lugar, eso de la familia cada vez suena más a cliché que a realidad, ¿por qué? Imaginemos que una familia tiene el dinero para comprar una camioneta. Si lo tiene, seguramente preferirá comprar un par de compactos para mamá y papá o bien decidirán comprar coches para cada miembro de la familia. Si no lo tiene, pues nos olvidamos de la camioneta y nos avenimos a lo que bien tenga el señorito Marcelo a darnos. En segundo, cuando las personas salen a carretera no sacan la camioneta "porque gasta mucha gasolina" ¡Pa la madre! Por lo tanto, la razón de comprar camioneta para llevar a la familia no es una razón: la razón es el estatus.

La gente compra un escalón más en la morbosa escala social. ¿Si no es así, entonces porqué las camionetas están en la línea de lujo de todas las marcas? Pero la pregunta más importante ¿para qué les sirve tanto estatus? ¿Para qué quieren salir de lo común si a eso van a llegar tarde o temprano? No hay estatus antes de la muerte y hoy en día, gracias a la globalización, ni siquiera durante la muerte, eso ya es cosa del pasado (por algo decían que la gota era la enfermedad de los ricos). Hoy la muerte de los ricos sería morir de un infarto al corazón por ver que sus acciones van realmente muy bien en la bolsa.

Total y para no hacerlo más largo, me parece que es tiempo de decirles a todos esos changos que tienen camionetas no más para compensar algun espacio vacío dentro de su dañada autoestima: ¡no mamen! Uníos al Movimiento contra Camionetas.

¡He dicho!