lunes, 18 de junio de 2007

Dos truhanes

Mi jefecita se salió de la casa tempranito, tempranito. Todavía no estaba el sol afuera cuando sentí cómo se salía de la casa. No más oí como azotó la puerta y cómo le decía a doña Refugio: “doña Refugio, ahí le encargo al Camilo”. Después oí a doña Refugio decir a mi jefecita, con su voz rasposa de varios años de oficio: “sí comadre, no se apure, yo se lo cuido con favor de Dios”. La verdá es que no sé si dijeron eso, porque todavía estaba jetón como lirón enrollado en mí mismo, pero segurito lo dijeron porque siempre dice eso mi jefecita y doña Refugio siempre le contesta lo mismo.

La verdá no sé ni para qué me cuida tanto mi jefecita. Nunca está en las mañanas, que es cuando yo estoy, porque estoy todavía jetón reponiendo la cruda de la madrugada. Se va a vender tamales. Le salen re bien sabrosos. La neta, aquí entre nos, no hay nadien que se le parezca a mi jefecita para hacer los tamales. Cuando me paro, me encuentro en la mesa unos dos tamalitos. Los dos de rajas; o verdes con su carnita de puerco; o de dulce; o de lo que haiga. Pero mi jefecita siempre me deja dos tamalitos y un atolito pa que aguante todo el día.

Ayer, después de atragantarme, me puse la playera que tengo, los pantalones que le robé al “Mai”, y los tenis que me prestó mi difunto hermano. Entonces me salí de la casa. Doña Refugio no más me miró con unos ojos de diabla. “¡Chamaco condenado! ¡Ya te vas otra vez! ¡Qué no ves que tu madre no quiere que te salgas! ¡Es peligroso!”. Mientras me decía eso, trataba de salirse de la cama. Siempre hace lo mismo pero nunca puede porque está tullida.

Dice que cuando trabajaba en las esquinas un bravucón quiso subirla al coche a la fuerza. Ella no se dejó; le mentó la madre varias veces y le escupió en la jeta. El bravucón, dice, se subió a su coche y le dijo: “¿No quieres pinche puta? Pues ahorita vas a conocer a Ernesto Guevara”. Arrancó el coche y atropelló a doña Refugio y le pegó en las rodillas dejándole los cachitos no más. Desde entonces quedó tullida y ya no pudo talonear más. Pero a mí me valió madres que estuviera tullida o la chingada, cuando me soltó toda la letanía no más la miré y le dije: “No se agüite doñita que ahorita regreso… vieja pendeja”.

Ese día me quedé de ver con “el picos”. Como siempre no teníamos nada que hacer. “El picos” es el güey más cagado que hay en el barrio. Es re bien alburero. Eso sí, es también re bien pinche feo. Todas las viejas le huyen porque dicen que tiene cara de suela de zapato con cagada de perro. El otro día me estaba diciendo que unos batos le habían contado que “el Rufino”, el hijo de doña Lupe, se había metido de drogdiler. “¿Y qué es eso güey?”. “El picos” no más movió la cabezota y me dijo, “pues es un güey que gana montones de lana por repartir mota”.

Le habían contado que la mota del “Rufino” era la más chida que se podía encontrar por todo el barrio. Nosotros nos conformábamos con la pinche mota barata del “Mai”. Pero entonces a “el picos” se le ocurrió que podíamos bajarle la mota al pinche “Rufino”. Se puso a decirme un buen de cosas. Entonces que me dice “el picos”: “Tons que mi cocol, ¿le damos?”. “Pos le damos”, le contesté.

Entonces vimos al Rufino. Se veía que estaba bien cargadito. “Ya chingamos”, dijo “el picos” cuando el Rufino dio vuelta a la esquina. Entonces que “el picos” se le acerca al Rufino y se lo empezó a chorear. “No que tu jefecita, me la saludas; no que la Jenny, esta bien buenota; no que tu jefe”. Total que el Rufino ya estaba hasta la madre de “el picos” y de un madrazo lo sentó en el suelo.

Entonces yo le llegué al Rufino y le encajé la puntota que “el picos” me había dado. Se la encajé debajo de la panza. No más oí un gritito del pinche Rufino y ahí quedó, tieso, tieso. “Pinche ‘picos’, te la mamaste con esta puntota… le a de haber dolido un buen”, le dije al pinche “picos”. “¡Hay no pinches mames güey! Mejor ayúdame a bajarle la mota”.


* * *
¡Me carga la tiznada! Ya no tengo dinero ni para un triste pedazo de bolillo. Todo por culpa de esta gente. ¡De qué sirve que uno ande cobrando sus rentitas sin nadien le paga a uno! ¡Puta gente! ¡Puto Ernesto Guevara! ¡Ay, jijo de tu rechingada madre! ¡Cómo te odio carajos! Lo que me saco por ser una mujer honrada. Por muy puta que hubiera yo sido, pero eso sí, siempre fui y he sido muy honrada. ¡Pero mira que perder mi trabajo por no tirarme al esposo de mi doña Séfora! Mejor me lo hubiera echado, digo era mi oficio. Total, los hombres sólo quieren coger. A doña Séfora la quería pero a mí me deseaba. Pero no, yo creo que hice bien. ¡Ay Ernesto Guevara no más me desgraciastes! A doña Séfora la quiero como a una hermana. ¿Cómo le iba yo a hacer eso, si era tu esposa? Aunque la muy jija tampoco se ha portado nada bien conmigo. Ahí me anda dejando al Camilo, que es un verdadero demonio. Ese chamaco va a perderlo todo y se va a chingar, como su padre. Y su madre... ja, “mi comadre”. Muy comadre, muy comadre, pero no está como pa’ echarle a uno la mano. Siempre está pide y pide la condenada. Pero eso sí no es como para siquiera ver por sus hijos. Bien se merece que el Ernesto le pusiera los cuernos con todas esas mujeres. ¡Ay Diosito, cómo terminó esa relación! Y tú lo sabes. Pinche vieja, con su carita de inocente que tiene. Lo peor es cuando me echa en cara la muerte de su otro hijo, el hermano del Camilo. No más me entripo el coraje. ¡Ay maldita vieja! Quesque yo lo envicié y lo inicié como hombre. Si esta cajita ya no funciona desde que el pinche Ernesto me dejó tullida. ¡Y ora me sale con que le preste para esto, le preste para aquello! Y aquí está su pendejita. Lo bueno es que todos tienen cola que le pisen y la comadre Séfora tiene una colota que no veas... Ahí viene Toñito echando el bofe. ¿Qué le pasará?

“¡Doña Refugio! ¡Doña Refugio”.
“¿Qué pasa Toñito, qué pasa?, ¿Por qué vienes tan agitado? A ver toma aire que te me vas a “ogar”.
“¡Ay, Doña Refugio! El Rufino, el hijo de doña Lupe...”.
“¡Qué pasa Toño, por favor!”.
“Se lo chingaron, colgó los tenis… Dicen que fue entre el Camilo y ‘el picos’”.
“¡Jesús! ¡Córrele a decirle a doña Lupe!”
“Ya sabe Doña Refugio, ella fue la que nos contó. Está bien encabronada. No lloró. No más rechinó los dientes y juró por Diosito que se iba a chingar al Camilo, a “el picos” y a todo el que se le pusiera enfrente”.
“¡Ay, Dios mío!”
“Ya me voy doña Refugio, tengo que contarle a los demás”.
“Anda vete hijo”.

Pero qué calamidad. No más eso me faltaba, que en mi casa se esconda un asesino. No, no, no. No lo voy a permitir. Doña Séfora no más sirvió para parir truhanes. Primero su hijo mayor que no más robaba. Ahora Camilo, bien decía yo que ese recabrón iba a terminar mal. Pero ahorita mismo me va a oír doña Séfora... Mira no más, hablando del rey… pero si ahí viene la pobrecita de doña Séfora. Ahorita me va a oír… no quiero asesinos en mi casa y menos unos que no paguen… se me sale ahorita mismo.

“¡Comadre, comadre. Tengo que hablar con usté.”
“¡Qué quiere doña Refugio? Ahorita no estoy pa’ chingaderas, así que si va usted a cobrarme mejor métase éste por donde le quepa”.

¡Hija de la chingada! Encima de todo azota mi puerta. Pero ahora sí conocerá a doña Refugio, a ver qué haces ahorita que cuente el chismezote que me he guardado durante tantos años. Pinche Séfora, ahora sí te cargó el payaso.


* * *
“¡Pinche picos! Esta mota está bien pegadora”. Ahí estábamos, con las bolsas llenas de hierba y carcajeándonos por todas las pendejadas que se nos ocurrían. La panza ya me dolía de tanto humo y tanta babosada que decía el pinche “picos”. Nos paramos y fue cuando nos dimos cuenta de que ya estábamos bien pinches motos. Chocamos contra un poste de luz y le pedimos perdón riéndonos como pendejos. Nos metimos por el callejón de la Vicky pa’ ver si estaba, pero cuando nos vio con los ojos rojos, rojos y que estabamos en la pendeja nos sacó a escobazos. Total que terminamos atrás de la iglesia, junto a las bolsas de basura.

Fue entonces cuando vimos al pulgoso del “manchas”. “El picos” me dijo: “mira, ahí está ese pinche perro… vamos a chingarlo”. Y entonces le empezamos a aventar unas pinches piedrotas bien pinches grandotas. El “manchas” le empezó a ladrar al “picos”. “El picos” empezó a torear al pinche “manchas” y entonces el “manchas” que se le avienta al “picos”. No más oí que “el picos” dijo: “¡Ay, güey!” y ya no pudo decir más, porque el “manchas” lo tenía agarrado por el hocico y lo empezó a zarandear y entonces no más vi como “el picos” cerraba los ojitos y se ponía morado, morado.

Yo le empecé a aventar de piedrazos al pinche “manchas” pero no más no soltaba al pinche “picos” que parecía un pinche trapiador mugroso. Pero entonces que el “manchas” se encabrona y que se me avienta y pues yo iba a correr pero no sé porqué no pude correr. El chiste es que ya me traía también del brazo y me lo empezó a zarandear bien fuerte. Yo gritaba y gritaba. Entonces que me suelta y cuando ya me iba a echar a correr que me pesca la cara. No más sentí como un calambre en el ojo y después ya no podía ver con el ojo derecho. El “manchas” me soltó y yo empecé a correr como loco.

Corrí lo más fuerte que pude hasta que pensé que el “manchas” ya no me seguía. Pero yo no sabía si me seguía o no me seguía porque cada vez que volteaba ya no veía al perro, pero oía sus pasos y sus ladridos. Yo corría más fuerte y más fuerte hasta que casi me tropiezo dos veces, pero las dos veces logré no caerme porque si me caía segurito me agarraba el pinche “manchas” y entonces iba a quedar como “el picos”. Total que volví a voltear para atrás y entonces me di cuenta de que el “manchas” ya no me seguía, pero seguía oyendo los ladridos del pinche perro.

De pronto que me agarran de la espalda. Voltie y vi que era “el picos” con toda la cara deformada y con el “manchas” comiéndole las tripas. No supe que hacer, no más le dije “quí hubo”. Entonces me di cuenta de que no era “el picos” vivo. Era “el picos” muerto y junto a él estaban varios perros tragándoselo. Yo estaba tumbado en el suelo y ni siquiera me di cuenta en qué momento me había caído. Moví la cabeza y vi al pinche “manchas” y la sangre se me subió a la cabeza. De un madrazo me puse de pie y empecé a correr otra vez, cada vez más lento porque el brazo me punzaba y el ojo ya no lo sentía.

Entonces pensé en ir a mi cantón. Pero pensé que mi jefecita ya estaría ahí, y pos no quería que me viera todo con sangre. Por eso me di vuelta a la derecha y después a la izquierda y después que no sé qué hice, pero caí en el panteón de la colonia. Empecé a correr entre las tumbas y pos la verdá ya no aguantaba ni el brazo ni el ojo. Sentía como si me estuvieran arrancando el brazo y el ojo. Me senté ahí en una banquetita. Con el ojo bueno vi a una mujer, que se parecía a mi jefecita, sacando cosas de una pinche tumba. “¡Ay, güey!”, pensé, “¡a poco que mi jefa hace los tamales con la carne de los difuntitos?”.

Yo me estaba secando el ojo malo con mi manga porque me chorreaba y me chorreaba. De pronto ya no vi a la señora que quitaba los huesos. Pero vi a toda una bola de personas que estaban enterrando a alguien. Me acordé de cuando enterramos a mi jefe. El ojo se me llenó de lágrimas y entonces fue cuando oí cerquita de mí: “¡Ay, jijo! ¡Pero qué hicistes recabrón?”. Voltié y esperé ver a mi jefe junto a mí, porque la voz que oí me pareció ser la de mi jefe. Ahí estaba mi jefe, todo con su bigote bien cortado, como lo había visto antes de que cerraran su caja y le echaran montones de tierra. “¿Pero qué hicistes Camilo?”. La voz me volvió a sorprender pues ahora era la de mi jefecita. Entonces me limpié los ojos y vi a mi jefecita enfrentito de mí. Le dije que había sido culpa del “pinche” manchas. “Lo peor jefecita”, le dije a mi jefecita mientras jalaba los mocos con la nariz, “fue que ese pinche perro no era el ‘manchas’. El ‘manchas’ es re mancito. Además este pinche perro no tenía los puntitos blancos del ‘manchas’”. Mi jefecita puso en el piso los dos huesos que traía en las manos y empezó a secarme la sangre.

“¿Y esos huesos?”, le pregunté a mi jefecita. “Son los pinches huesos de tu papá. El cabrón ni muerto me deja tranquila. Lo maté hace ocho años pa’ que me dejara en paz; pa’ que dejara de ponerme los cuernos; pa’ ya no mantenerlo. Hoy cayó la chota en la casa quesque porque les habían dicho que yo guardaba los huesos del cabrón éste y me dijieron que habías matado al Rufino. Pinche doña Refugio, le contó mi secreto a la Lupe y ya nos quieren atorar…” Mientras mi jefa seguía hablando de los huesos de mi jefe, me acordaba de él y no más sentía que de mi ojo malo y de mi ojo bueno salían chorros y chorros de lágrimas y de las narices me caían los mocos.

De pronto dejé de oír qué más dijo mi jefecita, porque entonces me morí. No más sentí como el cuerpo se me puso frío, frío; y cómo me aflojaba todito, todito. Lo último que vi, antes de ver negro, fueron gotitas de sangre y agua cayendo junto a los huesos de mi jefe, y alcanzaba a oír el zumbido de las quejas de mi jefecita, que seguía limpiándome la cara y me tenía bien agarrado. Dios la guarde.

EPÍLOGO

Doña Séfora se seguía lamentando con su hijo y desquitando todas sus penas. Ella sabía que hacía tiempo Camilo ya se había ido. Pero no le importaba. Seguía acariciándole el pelo ralo lleno de coágulos sanguinolentos y le ponía los pedazos de ojo en su lugar, los cuales al poco rato se le volvían a escurrir de la cavidad. Sus lágrimas se habían mezclado con las del muerto y todo caía junto a los huesos de Ernesto Guevara que estaban en el piso, matizándolos de un sagrado carmín. El fin de toda una familia se acercaba. De pronto oyó las sirenas. Miró en los mausoleos de mosaico los reflejos de las torretas. La rodearon tres patrullas con sus tripulantes ajenos a su pena y con aliento a tacos de suadero. No le importó que le dijeran que la iban a llevar al ministerio público. Pero gritó y manoteó como loca encolerizada cuando quisieron quitarle los huesos y al hijo de sus brazos. Uno de los policías con poco tacto le dijo a uno de sus compañeros: “Qué tragedia, no más falta que la vieja se suicide”. Doña Séfora lo escuchó y le dijo con la voz serena y los ojos hinchados: “No hace falta joven, yo me empecé a suicidar desde hace ocho años… tal vez desde que nací”.

No hay comentarios: