martes, 31 de enero de 2012

Sueño

9

Topo Gigo se relamió los bigotes después de zamparse media lata de atún. Se veía entretenido por la plática que tenía con Beyoncé. Ahora era (éramos) papá de una niña muy triste. "Zenaida", llamé a mi nueva hija adoptiva, y ella corrió hacia un montón de papeles hechos bolita. Se tiró ahí y entre llantos hizo figuras de angelitos como si hubiera estado en la nieve.

Beyoncé me miró contenta, "pensé que todo había sido un sueño y al final, ahí está todavía Calumnia". No era cierto, pues Zenaida era todo lo contrario a Calumnia. La pequeña era, en primer lugar, una persona con la que se podía razonar. No levanta la voz nunca y sus canciones eran pegajosas. Calumnia era otra cosa y ahora ya no estaba en nuestras vidas. "Eso piensas, pero ya ves cómo regresó sin decir nada".

No lo sé. Quizás sea tiempo de regresar, "hay que regresar al principio, Beyoncé. Tú siempre fuiste mi adoración. Te amé desde que te vi, en aquella ventana. Te amé desde que pregunté por tus lágrimas. Te amé una y otra vez, entre la espuma y entre tu rabia, en tu alegría y en tu desconsuelo. Te amé y te amo y estoy seguro que te amaré, aunque es baladí mostrarlo en futuro porque para mí ya es el presente. Cásate conmigo". Dos lágrimas brotaron de sus grandes ojos y me abrazó.

Fue muy pronto. Dos días después estábamos siendo bendecidos por Dios. A los cuatro días nos fuimos a pasar la luna de miel a una montaña muy grande que está al norte del Imperio. Creo que se llama Cracón. Topo Gigo y Zoraida nos acompañaron, pero por supuesto, ellos durmieron en una habitación separada que compartieron. Visitamos estatuas, museos, y ahí estaba, el mar que había soñado cuando soñé a mi hijo. Ahí estaba. Antes había casas y eran colinas y entre las colinas ahora aparecía un mar cálido, un mar tranquilo. Sabía que era momento de que llegara.

Recuerdo que días después, quizás semanas tuve un sueño muy terrible. Estábamos Beyoncé y yo en una habitación. Nuestra habitación. La luz de piso le daba un tono rojo. Recuerdo, quizás, que dejamos encendida la luz por si Topo Gigo quería entrar o por si Zoraida tenía un súbito ataque de terror. Pero el terror sería mío. Recuerdo haber estado dormido. Recuerdo haber soñado y que en el sueño de pronto apareció nuestra habitación y recuerdo haber abierto ligeramente los ojos (no recuerdo si eso fue un sueño o no) y recuerdo haber visto hasta el fondo de la habitación, lleno de sombras y tonos rojizos una cara. La cara me miraba fijamente. Entré en pánico y no pude moverme. La cara se acercó a mí. El lugar entero empezó a temblar. Era un terremoto y la cara me dijo "Se acerca el día". Tuve la sensación de estar en el día del juicio final. Fue una sensación de pánico. De que todo se acabaría. Tuve una certeza en el corazón. "Se acerca el día" fueron sus palabras. Nada en la habitación me hacía pensar en el juicio final pero estar frente a esa cara me hizo recordar que estar frente a los ángeles causa temor (no temas, dicen cuando se presentan) y estuve seguro de haber estado frente a uno.

Al día siguiente, Beyoncé regresó del trabajo. Emoción se veía en su rostro. No lo podía creer. "Estamos embarazados", me dijo mientras me enseñaba un reporte médico. Me abrazó. La abracé. Fuimos felices por una eternidad. Entonces la cara del sueño me golpeó nuevamente. "Se acerca el día". Entonces lo comprendí todo y comencé a llorar. Beyoncé también lloró y ahora no sé si los dos llorábamos por lo mismo; creo que sí.

Foto: Tomada por Jorge Pablo Correa-González

lunes, 30 de enero de 2012

El nombre de Dios


Llevaba ya doce días en su laboratorio. Después de encontrar varios fragmentos ocultos de escritos de John Dee y de leer al revés (difícil fue encontrar este detalle) varios legajos de Aristóteles, Da Vinci, Leibniz, Newton y Einstein la luz parecía aproximarse a pasos agigantados. Los números son el lenguaje de Dios, estaba seguro, así que iba por el camino correcto.

Era un simple cálculo lo que lo alejaba de conocer el nombre de Dios. Ahí estuvo, siempre ante sus ojos y ahora, gracias a la supercomputadora, podría saber en cuestión de días cuál era ese dichoso nombre. Si aparecía, podría descansar finalmente y llamarlo para que curara todos sus males (¿los del mundo para qué?). Si no aparecía, descansaría también al saber que Dios no existe.

Los primeros días fueron muy emocionantes y fue fácil no dormir. Pero ya iban doce y el cerebro comenzaba a reclamar descanso. No quería dormir. Quería estar despierto para ver el nombre de Dios escrito en la ya kilométrica hoja. Miles de número aparecían y aparecían y aparecían. Por un momento (el día séptimo) creyó encontrar el patrón de pi. Fue sólo una ilusión, pues cuando quiso comprobarlo se dio cuenta que los números siempre eran diferentes (o no era así).

La máquina se detuvo por unos segundos. Parecía que había acabado. ¿Había acabado? Su cerebro se exalto. Todo indicaba que el nombre de Dios estaba frente a sus ojos. La felicidad le ahogó el cerebro y cayó fulminado.

No tuvo tiempo ni cabeza de saber que el papel se había acabado, que la máquina seguía produciendo números y que efectivamente, todo ese tiempo había estado viendo el nombre de Dios que se pronuncia en una palabra eterna.





miércoles, 18 de enero de 2012

El sillón


Todo empezó por un anuncio en un craiglist.org. Thomas Argentina deseaba desde hacía años deshacerse de un sucio sillón que había sido utilizado primero por su hermano Tom cuando perdió todo su dinero por culpa de Madoff (¡maldito sea!, gritaba su hermano mientras consumía las tres millones de cajas de vodka que compró con el dinero que le quedó de la terrible estafa) y después por su perro Butcher que un día llegó, se comió a Tom y quedó tan empachado que no pudo más que dormitar por varios años sobre el sofá, acompañando a Thomas Argentina mientra veían todo tipo de programas en su laptop. Así que el sillón quedó vacante una vez que Butcher decidió moverse un poco y sufrió un infarto legendario.

¿Qué hacer con el sillón? El problema no era tanto el olor como los recuerdos, que hedían más. Fue entonces cuando a Thomas Argentina se le ocurrió la buenísima idea (en ese momento, como casi todas las ideas, le pareció excelente) de sacar el sillón, dejarlo en la acera, justo enfrente de su casa y anunciar en craiglist.org que regalaba su sillón a cualquier persona que lo quisiera. Más tarde pensó que no hubiera sido baladí incluir una nota pidiendo que se lo llevaran, pero en ese momento, parecía estar de más sugerir dicha acción. Así como así, subió en el sitio web la dichosa oferta y esperó pacientemente que alguien quisiera un sillón destrozado por la vida y gratuito.

Sucedió que un buen día (o uno malo, según como se vea) pasó por ahí un joven. Miró el sillón y pensó "es este". Thomas Argentina lo miró desde la ventana. Llevaba varios días mirando a escondidas y finalmente alguien se iba a llevar el sillón. Finalmente los hediondos recuerdos se irían. El tipo se sentó en él y se quedó ahí, observando la solitaria calle. "Quizás esté cansado y está tomando su tiempo para llevárselo", pensó preocupado Thomas Argentina. Decidió que sus pesadillas acababan y que ya era tiempo de ducharse (quizás era él y no sus recuerdos los que hedían, pues muchas veces la cuna de nuestros problemas somos nosotros, pero eso no lo sabía Thomas Argentina).

Estaba preparándose para salir por algo de comer cuando escuchó el sonido de alguien clavando afuera de su casa. No le dio mucha importancia. Tomó sus llaves y la sorpresa fue mayúscula cuando abrió la puerta de su casa para salir. El tipo no sólo no se había llevado el sillón; ahora construía con especial furor una pequeña cabaña alrededor del sillón. Thomas Argentina corrió hacia el tipo y le gritó que qué estaba haciendo. Aquel pareció no darse cuenta (o no quiso darse cuenta) de lo iracundo de Thomas Argentina. "¿Qué hacés, pelotudo? ¡La reconcha madre! Largáte con el sillón. No tenés derecho de construir. ¡Largate ya mismo!".

Al ver que no había reacción, corrió a su casa y llamó a la policía. La línea estaba muerta. Se asomó por la ventana y miró con incredulidad, estupor e ira que el tipo desconectaba su línea y la reconectaba a un teléfono que acababa de sacar de un sucio bolsón. "¡Esto es inaudito!" y corrió a la puerta. Cuando la abrió la escena le pareció terrible. No sólo ya había una casa de madera de por lo menos tres pisos; ahora el tipo (que ya ocupaba el frente de la casa de Thomas Argentina y parte de la solitaria calle) entraba con un perro. Thomas Argentina corrió hacia él pero éste alcanzó a cerrarle la puerta en las narices. "¡Hijo de la gran puta!" pensó y rodeó la casa para buscar alguna forma de entrar. Llegó a una ventana amplia desde donde miró al tipo con el perro en el sillón mirando televisión vía satélite (por supuesto, la antena era de la casa de Thomas Argentina).

Golpeó con vehemencia la ventana y el tipo sólo volteó para cerrar las cortinas. No pudo ver su cara, pero la del perro sí y su mirada burlona lo hizo ponerse rojo por la sangre que se le galopaba por toda su cabeza. Eso fue lo que le hizo perder toda proporción. "¡Sólo llévate el puto sillón de mierda! ¡El sillón! ¡Largáte con él hijo de mil putas!" y cosas por el estilo bramó y escupió sin ningún empacho. Poco a poco los vecinos comenzaron a salir de sus casas para ver el escándalo. A nadie sorprendía la pequeña cabaña en medio de la calle, pero a todos les parecía sumamente extraño que este tipo gritara con tanta rabia. Ese no podía ser Thomas Argentina, no. Él era un vecino decente que saludaba poco y siempre era muy considerado con todos. No, a este loco había que encerrarlo, ¡mira que estar gritoneándole a Thomas Argentina en su propia choza de madera!

Thomas Argentina no pudo convencer a los loqueros de que él era Thomas Argentina y que al que debían llevarse era al sillón. Después de mucho tiempo, mientras pensó todo lo que había pasado ese día (lo pensaba todos los días desde ese día), llegó a dos conclusiones: 1) nunca regalar nada y 2) bañarse más seguido (el alma, por supuesto), pues se dio cuenta que era él y no el sillón el que olía mal y no sólo eso, sino que no era su cuerpo el que apestaba sino su espíritu y su conciencia.

NOTA: la foto la encontré aquí.