martes, 12 de junio de 2007

En busca de Atti

Atti salió una mañana de la choza y se lanzó al mar. Sólo recuerdo que un día antes me había dicho que quería saber de quién era una voz que todas las noches le rozaba el oído. "Ven, ven y sedúceme con esos ojos altivos". Atti se encolerizaba cuando me contaba esas cosas. "¡Por qué se burla de mi? ¿A caso es un pecado haber nacido sin ojos?" y su brutalidad se transformaba en destrozos dentro de la pequeña cabaña. Los niños lloraban y él se arrancaba los cabellos porque la voz lo atormentaba. Era el silbido del viento, pero Atti sentía una lengua entrando por sus oídos y husméandole los pensamientos.

Cada día lo veía más agobiado y yo no podía hacer nada. Yo, la mujer que había escogido de entre las doce de la tribus no podía aliviar su dolor y eso me dolía. En vano quise despertar los calores que la abuela Domen había enseñado a sus pequeñas nietas. De nada sirvieron las caricias aprendidas por la madre Aemeil. Nada. Atti seguía ensimismado por una voz que no existía y que sólo resonaba en las paredes de su corazón. Poco a poco dejó de hacer todo lo que el hombre debe hacer. Debí yo de sustituirlo, y no con pena, pero sí con preocupación. Ahora debía de enseñarle a la pequeña Dania sobre las caricias y a la vez decirle al joven Yos cómo atrapar a las criaturas del mar para que nos llenaran con sus nutrientes. Ahora me convertía en padre y madre y la vida se palidecía ante mí, porque Atti cada día se hacía cadavérico e inútil.

Por eso, cuando lo vi levantarse del lecho, mi corazón gritó de alegría. Las emociones ebulleron dentro de mí y sólo quise abrazarlo, pero él me detuvo. "Tengo que saber quién es", me dijo y entonces se lanzó al mar. La choza quedó más vacía y quedamos aislados del mundo, como un pequeño pedazo de madera flotando en Aghmé, el hombre mar. Durante muchas noches tuve que enfrentar los bullicios de la vida. Sola pescaba, sola enseñaba y sola sufría. Pronto Dania dejó de ser cachorro y se convirtió en una mujer, vino el joven Tanem y se la llevó, pues consideró que sería una buena compañera y Dania también lo pensó así.

Yos se quedó conmigo, pero su cuerpo exigió lo inevitable y un día me pidió permiso para ir a conocer a una compañera. Así me quedé sola, aunque desde siempre había estado así. Muchas noches más pensé en el viejo Atti. Jamás volví a saber de él. Entonces, en la locura de la soledad me invadió un miedo terrible y una curiosidad venenosa. Sentí una voz que susurró en mi oído "Atti me escogió a mí, porque yo soy eterna" y su carcajada me arrancaba cascadas de dolor de los ojos. Así me atormentó durante el infinito hasta que decidí enfrentar a aquella voz. Entonces me lancé al mar y nadé.

No pensaba encontrar nada más que mar. Lo único que nosotros conocíamos eran las chozas que se levantaban sobre Aghmé, de modo que una parte de mí pensaba que sólo lo recorrería por milenios. Pero otra parte de mí me impulsaba a seguir nadando. No pasó más tiempo cuando enfrente de mí se levantó una gran masa amarilla como la luz del sol. Llegué exhausta a la orilla. Eran sólo piedras calientes por el sol. A pesar de mi cansancio caminé por mucho tiempo, adentrándome en ese cuerpo tan extraño para mí, pero a la vez tan familiar. La voz que me había impelido a lanzarme al mar gritaba cada vez más fuerte "Así que has venido hasta acá. Nunca encontrarás a tu hombre aunque estuvieras caminando sobre él".

La soledad permeaba sobre ese laberinto de piedras, abierto y asfixiante. Los pies me dolían pero a la vez me sentía reconfortada, me sentía acompañada a pesar de lo desierto del lugar. A lo lejos ví un túmulo y una mano feroz se hizo una con el aire y me jaló de los cabellos arrastrándome hasta el sepulcro, negro y olvidado. La negrura se comió mis ojos y un olor a pestilencia y a hombres caducos impregnó mi cuerpo. La voz que me había arrancado a Atti ahora me conminaba a seguirla. "No tengas miedo, cualquiera que haya llegado hasta aquí no debe tener miedo" y mis pies surcaban con resistencia el limo putrefacto con el que se recubrían los suelos y mis uñas se desprendían mientras se clavaban en vano en las paredes hirsutas. Me rebelaba para no llegar hasta sus fauces, pero fue imposible.

Ahí estaba yo, de rodillas, con los muñones ensangrentados, el cabello desmadejado y rabiando y resoplando y colérica y blasfemando y gritando mientras mi vida se deshilvandaba en ese túnel proclive a lo mortuorio. "Tú eres Baemi" y yo le escupí. "Eras hermosa, pero el ardor de venir hasta aquí te hace irresitible. Yo soy Penélope y este es mi reino. Atti sucumbió ante mí. Tú sucumbirás también. Él no ha muerto como muchos otros que llegaron sin ser llamados. Él es mi fortaleza por la que atravezaste años, arrastrando tus zancadas e hiriéndome con tu respiración. Tú serás la encargada de mostrarles a esos seres simples y supersticiosos el tiempo que les queda en mis dominios. Tú les mostrarás su inicio y su final, los acompañarás en el inicio de su día y al final de su noche. Tú serás la carne de la muerte. Tú, Baemi, tendrás un castigo por buscar algo que no era tuyo. Caminarás al lado de Atti, pero jamás podrás tocarlo. Lo mirarás, pero jamás se unirán sus ojos. Lo amarás, pero jamás lo sabrá. Serás mi esclava y sufrirás por que Atti siempre me necesitará a mí".

En seguida mis carnes se desprendieron y me envolvió un pedazo de tela caliente como la desesperación y mis cabellos cayeron sobre mi cara y mis ojos se hundieron y Penélope sumergió su cetro dentro de mí y me iluminó. Después de un éxtasis anhelado e infinito, después de una explosión de vida dentro de mí, de electricidad recalcitrante y de olas de calidez desperté en un desierto helado. Y entonces comencé mi caminata.

¿Quién inventó el tiempo? ¿Los humanos al querer medir las distancias entre una luna y otra? ¿O fue un Dios que decidió darle movimiento a lo estático? El tiempo siempre ha existido, pero los hombres aprendieron a utilizarlo y a jugar con él, y no supieron que jugaban con fuego. El tiempo posibilitó a Dios para que creara y destruyera. El tiempo creó la vida. El tiempo es mi condena y yo lo guardo, yo lo procuro. Estoy encadenada al tiempo y no habrá nada que me aleje de él. Mi maldición es moverme a un ritmo isócrono, marcar con mis pasos lo que ustedes han llamado segundos. Mientras más camino, más almas nacen y otras tantas suben al Corvúnculo de Prahis, y ahí están, algunos creyendo que respiran en el paraíso y otros sufriendo tormentos que sólo ocurren en su mundo, pero todos grises e inmóviles, porque la verdadera muerte es la inmovilidada. Camino y camino y el tiempo de un segundo me parece eterno.

(Ver "Dulce Arena" de Perdiz, en tobbiesworld.wordpress.com/2007/03/01/dulce-arena/
Ver "¿Sigues Ahí y tan solo?" de Jorge Pablo, en jorgepablo.blogspot.com/2007/06/sigues-aqui-y-tan-solo.html)

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