Las paredes se están cayendo, se hacen pequeñas, se contraen, se desvanecen en una implosión, caen al centro de la gravedad que, como un golpe en el estómago, las hace girar en un vórtice peligroso y frenético, fatal e imparable. La computadora se deshace en el torbellino de lo inevitable; los vidrios se hacen añicos y se derriten con el sol que calienta la habitación… el sol que congela la vida.
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