sábado, 29 de diciembre de 2007

Dime que no

Los azules vástagos del compás que forma los remolinos de la sinceridad, vuelven una y otra vez a la inmensidad de un océano concentrado en la gota del reflejo de unas cortinas que se desgastan y rompen sus hilos convirtiéndolos en demonios verdes y regordetes cansados de vivir en las lejanías de los desiertos blancos y helados donde las manchas siguen su visión lejana y defectuosa sin poder transgredir las letras que les impusieron guardar compostura en lo más anegado de su corazón y de su lengua que podría ocultarse bajo los rayos de la oscuridad mientras se llenan de juegos y de cávulas y de estiércoles perfumado que sube y baja engañando a los que moran en las praderas con comprimidos tan fuertes que sólo la vida es capaz de transportarlos a lo que piensan será la bebida que los embriagará hasta poder sentir los latidos que encierran al miedo y a la felicidad en un solo punto, callado y mortal, terrible y voluminoso, concentrado en las raíces de los árboles que están llenos de certezas y de ósculos amarillos silenciosos y contingentes, que al batir de las alas de las hadas se convierten en sepulcros y con las gotas pequeñas y sonoras se envuelven en un manto azul y gris y viajan disfrazadas de armonía y de rutina y caen una rueda que gira en la eternidad de las aguas que se llenan y se vacían sin saber porqué se les pregunta y sin saber que contestan sin ser escuchados.

Nunca te vacíes con las alfombras y los ácaros que se encienden con el calor de los cuerpos que reposan desde las tumbas más apostólicas e invertebradas llenas de granos y maleza, de espadas y diamantes que sólo pueden permitir poseer lo que para muchos no es más que una señal de divinidad. Coronas de espinas o de metales, que igual pesan e igual se convierten en serpientes que atrofian las conexiones sinápticas y las convierten en desahogos de imbéciles y de ciegos que encuentran en las nimiedades la gloria de los altares más profundos. Las risas se convierten en golpeteos de martillos y la seriedad del sudor se pierde en una corriente golosa llena de espasmos, como un espejo que nos devuelve la realidad modificada en códigos azules con flores y gladiolas olorosas cubriendo a las moscas que acaban de darse un festín con los venados cazados y con las mantarrayas que deshacen los sueños campesinos de la urbe que se amuralla en los tronos de la fantasía y de los papeles con más valor que una carcajada y en donde lo que cuenta es el número de pedazos con los que puedes formar la vida que jamás has tenido y que se llena de gangrena y de alveolos llenos de humo y nicotina. Pasan y se convulsionan con una facilidad pasmódica, hiriente y acabada, que se presenta en los ojos de los ascetas que terminan por devorar un pedazo de pan cubriendo la carne apestosa del payaso de McDonalds.

1 comentario:

patzarella dijo...

Vaya! sentí que la respiración me faltaba mientras leía..., y luego una angustia extraña se apoderó de mi, pero bien me libré de ella al ver -y recordar el tufo- del payaso de McDonalds...

un saludo y que gustazo verte !!!