martes, 25 de diciembre de 2007

Un 26...



Y si la muerte que entierra con su constancia y su maniqueísmo la misma verdad que pudiera sobresalir de los inhertes suspiros de quienes refulgen bajo la consecusión de la aristocracia que se regodea ante la vida que renace de entre los escombros y como la mitología que encierra las verdades y se oculta en lo imposible pude saltar en un mar de sales y en un repertorio áglido y benevolente y lleno de cloro y mucha música con melómanos engentados y soltando la coyuntura que procede de bocanadas de fumarolas y de artríticos sesudos que sólo pueden ver sus ojos sin ver lo que se refleja en la músita acción de quien emprende y se revuelca en la mediocridad para renacer de lo que siempre fue y que en la eternidad se limita a transmitir la única y fe que la muerte es vida y la vida es muerte.

Y si los suspiros de la benevolencia se mezclara con la depresión de que quien sube una colina sin mirar hacia dónde se dirigen los pies y sólo tiende a dejar que los poros platiquen con la visión de los objetos animados y llenos de rémulos pardos y lobos con luces que se estropean entre el polvo añejo que se esconde en las palabras y en la sangre de los artilugios pensados para portar las verdades de los cerebros que sólo pueden reptar como serpientes sin rumbo pues el cabo que los ataba a todos fue desmembrado por la saliva rabiosa del portador y por la furia envidiosa de los que salvaban y pensaban que podían sobrevivir por el simple hecho de ser y de lanzar sus pensamientos en bocanadas venenosas que sólo se encontraron con el eco de la miseria y del perdón.

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