viernes, 21 de diciembre de 2007

FaVula 6: La bola de nieve

Se le veía abrumado, cansado y harto. Estaba sofocado y su desesperación rebozaba en cada centímetro de la cara y de las manos y de lo cabellos cada día eran más y más canosos. Siempre era lo mismo, decía. Todo es injusto, todo se mide por el implacable metro del dinero, ¡todo! ¿Y sus sueños? ¿Y los sueños de los demás? ¿Por qué no alzar la voz? ¿Por qué no ir en contra de lo que todos siguen como... borregos? ¡Borregos! Es un maldito rebaño el que sigue a tropel cada paso de la potencia. Cachorros del imperio, decía. Le dieron ganas de tomar a todos los mugrosos que se divertían y que lanzaban dinero a todos lados y compraban y bebían y se vestían... ¡me dan asco!, decía.

Entonces salió de su covacha burguesa y quiso hacer justicia, porque ya era hora de que se hiciera justicia. Se levantó en lo alto de un cerro y gritó al mundo "¡Aquí estoy! No teman, que ya vine a liberarlos". Se armó con una casaca verde, porque el verde le daba fuerza a sus energías y caminó hacia el bosque, seguro de que ahí encontraría al señor de la injusticia, al creador de una cultura despiadada y estúpida. Ahí estaría, modelando más artimañas para engañar a los hombres, sus amigos, sus hermanos, para engañarlos a todos y embaucarlos en un torbellino de frivolidades y hedonismo sin cuartel. Creador de fatalidades como los tratados comerciales, los bancos, las monedas, la ropa de alta costura, los automóviles, todo, todo lo que destrozaba su corazón (y el del mundo también, seguramente) venía del mismo desordenador. Por eso iba al bosque, para encontrar al diablo.

Así salió Juan Ramón Pereira a buscar al asesino de las convicciones y de las virtudes y aún más, de la libertad. Se internó en el bosque y esperó alguna señal, algún destello de verdad. Buscó bajo la hojarazca, bajo los nogales, bajo las ramas, bajo los tomates que nacían, bajo las ardillas que mordían, bajo la luna que lo seguía, pero no lo encontraba. Se sintió solo y desconsolado, pues ahora no sólo carecía de un enemigo, sino que no tenía la más mínima idea de dónde estaba. Fue cuando conoció a su sombra y después de muchos días intentando decifrar su lenguaje, terminaron por convertirse en amigos. Pero lo mejor de tener a su sombra como único amigo fue que, dependiendo de cómo cayera la luz, podía tener muchas sombras y por lo tanto, muchos amigos... muchos amigos que pensaban como él.

De esta forma y sin poder hallar nunca al señor de la injusticia, pudo entrenar a un ejército de sombras para que repitieran lo que él pensaba. Las sombras comenzaron a crearse una identidad y una manera de pensar que partía de los preceptos de su creador y amigo. Ahora podían platicar entre ellas mientras Él dormía; y podían discutir la forma en que debían hablar a sus seguidores mientras Él daba un paseo buscando al injusto; y podían pelear a gusto sin que el hombre que las parió pudiera hacer nada para evitarlo. Tenían vida propia, aunque seguían siendo sombras, sin ninguna característica que las hiciera diferentes ante los ojos de nadie más que de ellas mismas.

Y entonces, sin poder cumplir su cometido, Juan Ramón Pereira moría dejando solas y huérfanas a sus sombras. Les prometió que algún día regresaría para ver cómo habían logrado cumplir con su cometido y disfrutar de la libertad que jamás pudo tener (o supo vivir). Las sombras se entristecieron y sintieron cómo quedaban solas por completo en un bosque al que ahora sentían extraño. Fueron vagando sin rumbo fijo siempre buscando algo que les había dicho su maestro, pero nunca encontrando. Sin querer llegaron a una villa al pie del bosque y ahí encontraron a mucha gente que sentían algo familiar en ellas, pero que por alguna razón las sentía ajenas.

Ahí vivieron por muchos años, enseñando las palabras de su maestro Juan Ramón Pereira, y el pueblo llegó a creer que realmente estaban liberados. Todos bailaban y se agasajaban sintiendo el estupor de la libertad, todos creían tener las respuestas a lo que tanto se habían preguntado y las sombras sintieron que, si bien no habían encontrado nunca al Injusto, habían terminado la proeza de su Creador. Todos eran felices, pensaban las sombras, el Injusto debe ser una alegoría a nuestros miedos, se decían... pero todo pertenece a un equilibrio, y la balanza volvió a su nivel.

A lo lejos escucharon cómo caía una gran bola de nieva, que venía del bosque. Todos la vieron y todos sintieron que la bola de nieve no llegaba ahí de manera fortuita, más bien los había cazado. Todos los pobladores se armaron con más nieve pues sabían que esa bola quería arrancarles la libertad que habían creído alcanzar. Entonces las sombras vieron que el Injusto estaba frente a ellos. Armaron al pueblo de valor y entre todos intentaron detener la bola lanzándole más nieve, pero sólo consiguieron hacerla más poderosa. La bola pasó sobre ellos y los convirtió en parte de la misma masa heterogénea, las sombras desaparecieron y lo único que quedaron fueron sus ideas convertidas en bestsellers.

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