"Señora, estoy buscando a un joven. Han pasado treinta ricos años de búsqueda y siempre llegó al lugar donde él estuvo, retrasado por un instante. Cuando inicié mi travesía a la edad de treinta y tres, sentí que la vida me había encomendado guiar a alguien a algún lado. ¿Dónde? ¿Quién? No lo sé. Sólo fue un impulso que llenó mis piernas y mis brazos de una energía extraña y me impulsó fuera de mi casa y seguí los pasos de ese que sólo es sombra para mí. Así inicié un periplo rico en conocimientos, platicando con grandes hombres que habían dedicado sus días a contemplar la vida y charlar con otros grandes hombres que se habían dedicado a su vez a charlar con otros que habían pasado sus días pensando. Y todas las conjeturas que me expusieron me parecieron realmente asombrosas, no por las verdades que encerraban, sino por que yo las había pensado también.
Mis pies caminaron incesantes hasta que finalmente tuve noticias que me hicieron sentir un golpe en el corazón por dos razones. En primer lugar eran noticias que le daban rumbo a mis pies, hablaban de un par de nobles judíos que tendrían un hijo. Por alguna razón, supe que era a ese pequeño al que debía proteger. La segunda razón que hizo retumbar mi ser fue enterarme de que había ocurrido una conspiración en el seno de la nobleza y los habían expulsado de la corte y ahora huían a salto de mata, recorriendo varios poblados, ocultos y con la espada de Damocles sobre ellos todo el tiempo. Era presuroso que mis pies sintieran el apuro para que corrieran a su lado y protegerlos. Fue así como llegué a una pequeña aldea cercana a Belén. Tenía la intención de pasar sólo unas horas ahí, pero el viento me indicó que debía internarme a la campiña... y así lo hice. Caminé algún tiempo y la noche me alcanzó. No me detuve a dormir, pero no fue suficiente mi empeño, pues al llegar a un chiquero maltrecho, sólo se sentía el rumor de las sombras de personas que habían estado ahí. Una buena y una mala: la buena era que finalmente había llegado a mi destino, la mala, que no podía cruzarlo todavía.
Y así pasaron los años, buscándolo, siguiéndolo, escuchando el eco de sus pisadas, el rumor de sus palabras, y él se fue haciendo viejo y yo me fui haciendo niño. Por cada experiencia que él adquiría, yo me volvía más joven. Lo seguí por todos lados, por los montes, a la casa de los Zigurats, a las villas de los Brahamanes, a las tierras de Kǒngzǐ, y al mismísimo infierno lleno de tierra seca y de hectáreas llenas de arena y de ardor y de un escándalo en el alma que pide libertad con la saliva que se seca en la garganta que hierve. Finalmente pasaron treinta años, señor, treinta años en donde mis pies se allagaron y rompieron en múltiples pedazos que se esparcían por todo los caminos en los que seguí sus huellas, las cuales siempre iban acompañadas de un par más; y ante la sorpresa de saber que era uno al que seguía pero eran dos (o más) los que aparecían, decidí curiosear más en esas huellas alternas a las que marcaban mis pasos.
Señora, siguiendo a esas huellas, que en ocasiones mostraban una clara pelea, una discusión, un impulso violento, una desdicha, desesperación y confusión, fue que terminé por llegar a este monte, temeroso de encontrar a las huellas no deseadas pero ansioso de ver a aquél que llevo años persiguiendo. Usted tiene de frente a un niño, señor, pero le aseguro que estos ojos son más añejos de lo que todas sus canas pudieran representar. Llegué a este monte y sólo encontré lágrimas manchadas de sangre y un olor a miedo y a una mezcla extraña entre la esperanza y la desesperanza. Señora, ¿usted podría indicarme en dónde puedo encontrar a quien álgidamente sigo desde hace más de treinta y tres años?".
"Claro que sí pequeño, y disculpa mis lágrimas, pero creo que has llegado nuevamente tarde. Hoy, dentro de algunas horas lo sacrificarán para mostrar al mundo que nadie podrá cambiarlo".
"Por favor, señora, no se vaya, sólo dígame qué camino debo recorrer para llegar hasta a él. ¡Hágalo por un alma que pide reposo! Tal vez no pude proteger a este hombre, pero por favor, no me niega la dicha de verlo en el último momento. Verá, desde hace algunos días, las piernas han abandonado a las fuerzas que siguen en mi corazón. También me empieza a fallar la voz y temo que en cualquier momento la visión se convertirá en un hálito y me embriague de nuevo en el recuento de la felicidad que, incólume, renace cada día y muere a cada instante. Sólo le pido eso, una señal, una dirección, ¿hacía dónde debo arrastrarme?".
"Pequeño, realmente me parece increíble tu relato, y si no estuviera en mis cabales, pensaría que la desesperación por saber que mi hijo, ese hombre del que hablas, morirá precisamente hoy, me ha llevado a la locura. Pero tu presencia me tranquiliza sobrenaturalmente y me hace sentir una felicidad, una dicha increíble, como si no fuera a perder a un hijo, como si nunca fuera a perderlo. Te llevaré con él. Permíteme cargarte y llevarte conmigo, junto al corazón, para que la desdicha no me desgarre en su presencia".
La mujer cargo al pequeño, quien no soportó más y durmió todo el camino. Llegaron hasta el Kraniou Topos y la muchedumbre despertó al bebé. Sus ojos se detuvieron frente al hombre que se erigía frente a él.
"Por fin te veo, pensó el pequeño quien sólo podía gemir y balbucear, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras una muerte tan terrible!". Entonces el hombre en lo alto lo miró desfalleciente, y su corazón también se regocijó al verlo. "Por fin te veo, balbuceó el hombre quien ya no podía articular ninguna palabra, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras un destino... tan terrible!".
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