Juan Malote cayó por la borda. Nadie lo echó de menos pues era una de esas personas tan fastidiosas, hipócritas y malvadas que deseas que les pase precisamente eso, o algo peor. Pero la suerte también estaba del lado de la tripulación, de hecho había tenido que aguantar algunos malos modos de Juan Malote, así que aprovechó que el descarado se había asomado de más en la proa del barco para soltarle una cuerda que a su vez hizo que un mástil se soltara que a su vez soltó una vela lo cual hizo que se soltara de donde estaba agarrado y cayó sin más. Aunque gritó para que lo ayudaran, en ese momento a todos los tripulantes los atacó una especie de sordera colectiva y no supieron más de Juan Malote.
El desgraciado estuvo flotando por algunas horas cuando de la nada apareció un barco pirata. Juan Malote ya no soportaba el sol ni la sal y pudo sacar fuerzas de flaquezas para gritar y suplicarles a los malditos que le acogieran en su barco. El capitán lo miró a lo lejos y, en vista de que acababan de despacharse al mozo que limpiaba la cubierta, decidió que sería bueno subirlo. Ordenó que lanzaran cuerdas. La suerte miró esta acción desesperada por rescatar a Juan Malote. Esto no podía ser así, pues la suerte ya había ordenado que pagara sus faltas, así que hizo soplar un viento fuerte. Los marineros intentaban acercar el cabo a las manos de Juan Malote, pero el viento se encargaba de mover las olas para que éste se alejara más y más hasta que se convirtió en un punto pequeñito. A toda la tripulación les pareció ver a una gaviota pasar por encima de Juan Malote y llevárselo. Dicha visión les dio tanto miedo y la superstición les corroyó tanto las venas que decidieron marcharse, pues sabían que el Diablo estaba detrás de todo eso.
Juan Malote siguió flotando por todo el día, hasta que la misma corriente lo arrojó a una bahía en un isla desierta. Ahí despertó y lo primero que hizo fue buscar algo para beber y después algo qué comer. Encontró ambas cosas y después quiso descansar. Durmió casi todo un día y al despertar quiso volver a comer y volver a beber y así lo hizo. Después se puso a investigar qué había en la isla y encontró que no era muy grande y que de hecho, por las noches, el mar se comía a la mitad de la tierra. Eso explicaba porqué sus ropas seguían húmedas. Así pasaron algunos meses, y la locura se apoderaba poco a poco de Juan Malote. Había suficiente comida, había suficiente bebida pero no había gente a quien destruir con sus comentarios pesados, ni había a quien insultar ni con quien pelear ni a quién agredir. Toda sus ganas por joder al prójimos se volcaron contra su Maldita suerte, y ésta se reía de él pues sabía que estaba sufriendo.
Juan Malote trató de conservar la calma. Entendía que no podría contra la suerte que lo había derrotado. Así que decidió pasar su vida tranquilo y así lo hizo... hasta que cayó en cuenta de algo terrible: no había ido a misa por varios domingos continuos. Eso era terrible. El padre de su parroquia, en España, le había perdonado todos sus pecados, todos agravios contra sus hermanos, contra su prójimo, había perdonado el adulterio que cometía, las violaciones, haber matado a varias personas, robar, había perdonado todos sus pecados... pero cuando le contó que había faltado un domingo a una misa, el padre se encolerizó y lo condenó a todos los infiernos si no rezaba todos los días. "Tienes que ir todos los domingos que te restan a misa. El señor, tú Dios, te lo demanda. De no obedecer caerás en los abismos del infierno... por siempre".
Ahora él estaba condenado. Vivía prisionero en una isla, sin poder lastimar a nadie y lo que era peor, no había ni un templo ni un sacerdote cerca. Estaba condenado. La suerte le había jugado por última vez. Lo había hecho magistralmente y se había cobrado todos los atropellos recibidos por Juan Malote. Ahora sólo falta esperar para que Juan Malote viviera para siempre atrapado en su propia isla.
1 comentario:
juanmalote gordooooooooooo
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