lunes, 31 de diciembre de 2007
Feliz Año... ¿De nuevo?
En menos de una hora, el sistema benedictino nos dirá que ha transcurrido un año más de nuestra vida. ¡¡¡¡Un año más!!!! Así es, un año más que termina por hacernos ver que nuestras promesas se hacen añicos y que terminan por convertirse en más grasa en nuestras lonjas, más nicotina en nuestros pulmones, más deudas en nuestras tarjetas, etcétera.
El error es de los benedictinos. Ellos hicieron que la duración de un año no fuera suficienta para hacer nada. Yo propongo que mandemos este calendario muy lejos y hagamos que el año dure lo que necesitemos.
Mientras tanto, yo ya me voy a echar un coyotito... sólo espero no hacerme carnívoro.
sábado, 29 de diciembre de 2007
Mr. Envard el revoltoso
Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una taza de barro en su mano, resoplando y esperando a que el contenido se enfriara en una explosión de múltiples edecanes que se tergiversarían en sus ojos, cristales de caleidoscopio. Lo recuerdo (creo), con sus pequeñas caminatas al rededor de un cerco, lanzando espumarajos por los poros y sintiendo que a cada zancada el Qomolangma estaba cada vez más cerca. Recuerdo que hablaba con palabras completamente inteligibles pero con una sintaxis tan envuelta en vericuetos que fácilmente lograba doblar los sintagmas y conformar un mosaico deleitable (e irreal) con minúsculos pedacitos de recuerdos transformados en las trituradoras de su pensamiento. Recuerdo sus palabras, con un tono monótono y completamente fascinante; recuerdo sus discos replegados en el estante sobre su camastro y los miles de dibujos que mostraban los extraños mundos en los que había bailado. Más de tres veces no lo vi; la última, en... Realmente me hace sentir náuseas de algarabía poder incluir un relato sobre este viejo fantástico, y aunque mi relato será sinceramente el menos original y el más denso, seguramente no dejará de ser el más impreciso; arcaico, sin sabor y grabatodo, seguramente el Añaña no se hubiera dirigido hacia mí con esos adjetivos, pero indudablemente eso representaba yo para él. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que el Añaña era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Añañea, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo del Añaña es muy perspicuo. Alguna vez recorrí los senderos del sol con una rama en la mano, alejando todos los deseos que se acercaban hacía mí, como perros sin dueño. El tiempo era caluroso y fácilmente podría haber visto fantasmas y cosas irreales de no ser por Mr. Envard, el Añaña, quien se me acercó con una forma bovina y luego de preguntarme tres veces sobre la hora, terminó por darse cuenta que nadie la podría recordar mejor que ella. Finalmente se alejó y tuve que sentarme en una pequeña choza a esperar que una tisana con aguardiente cortara las llagas que se habían producido en las plantas de mis pies, gracias a los barbitúricos originales que lograron salvarme de una salmonela mal practicada y desecha con los incurables retozos de una boa constrictor. Una vieja salió a regañarme y no pude contestarle otra cosa que una pregunta, la cual resulto, juzgando sus ojos burlones y retadores, como una interrogante pasada de moda. "¿Quién es ese sujeto con forma de bovino? Señor, usted debe percatarse de que no era una vaca, era un ser humano, pero no es otra cosa más que un ser humano como usted y yo". La vieja, harta del sol y los mosquitos peludos pudo sostener un loro dentro de un barril y así salió victoriosa con un olivo sostenido entre sus inquebrantables dientes chimuelos.
Los años ... y ... veraneamos en la ciudad de Montevideo. El año de... volví a Añañea. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "común y corriente Añaña". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: un perfecto desconocido, quien me hubiera cautivado con un disfraz singularmente usual, ahora yacía postrado en lo que parecía la más común de las desdichas; sin embargo no me ofusqué y quise saber un poco más sobre el asunto, pero el olor de un pescalíes decidió que serían días más tarde cuando entraría en contacto con el famoso ser imaginario que alguna vez me había mostrado su ordinaria extrañeza. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina.
No sin un dejo de ironía, me ufanaba de haber leído a todos los cuentistas más réprobos que la madre tierra hubiera a bien tenido a liberar de sus entrañas. Mi mochila incluía El llamado de Ktulu, de Lovecraft, Los asesinatos de la calle Morgue, de Poe, algunas alucinaciones de un volumen impar incluidas en los Artificios y las Ficciones de Borges y uno que otro entremés del Hipotético Caos de Rodríguez. Todo se propala en un pueblo chico; Mr. Envard, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. En una carta verdaderamente florida y llena de textos inconexos y vituperios ditirámbicos, me pidió uno de los volúmenes que tuve a bien llevar, "con la petición inusual de incluir un diccionario que explicara las rarezas de las virtudes y los meollos de la exactitud de la realidad, todo para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Al principio, temí naturalmente una broma. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que la ardua realidad mítica encerrada en los cuentos que externaban las sinapsis de mis autores no requería más instrumento que un diccionario. Aún así, le envié el pesado volumen de las ficciones borgianas y un par de minificciones de Rodríguez. Seguramente con eso tendría el pobrecito Añaña.
Por alguna razón del pensamiento universal, tuve a bien ser encargado en un perentorio correo electrónico que debería regresar a la Universidad, pues habían finalmente aceptado la solicitud para iniciar una perorata bucólica llena de sandías y melones y en donde las cofradías podrían finalmente sentir el aquelarre bullir entre sus suspensiones. No podía esperar más y decidí hacer mi valija, pero en ese momento noté la falta de los dos volúmenes que me había pedido prestado el buen Añaña. Salí corriendo hacia su rancho, en donde me encontré a su madre, una bonachona señora que enseguida me ofreció un poco de pasticetas y algo de Coca Cola. Le dije que sólo venía por un par de libros y después de una carcajada me dejó pasar. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Mr. Envard. Esa voz hablaba como contando un relato, alguna narración supersticiosa y cínica, llena de meollos y de intrincadas soluciones que terminaban por confundir al escucha con una magnífica relación entre los datos y los hechos; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el octavo párrafo del cuento Fúnes el Memorios del libro Ficciones de Jorge Luis Borges. La materia de ese cuento es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
La voz monótona del Añaña me invitó a sentarme y como si fueran las notas del flautista mágico, terminó por envolverme en una ilusión llena de penurias y de bulla, una carretera en donde sus palabras sin sentido formaban un puente en donde todo embonaba entre sí en una perfecta simetría racional. Finalmente calló y aproveché la pequeña burbuja de aire para hacerle saber el porqué me retiraba de Añañea y le pedí mis libros. El Añaña se sonrió y me dio las gracias por haberle prestado esos anecdotarios pues le habían regalado las piezas que le faltaban a su relato para hacerlo vívido y real. No pude evitar hacer una mueca de consternación que parecía proferir de una inminente ironía, entonces me confesó que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable pues resultaba demasiado obvio, demasiado gris, demasiado lleno de realidad, donde todo lo que pasaba no lo conmovía ni un centímetro y donde las penas se convertían en una mezcla de agrio acre y las alegrías se transformaban en un montón de ilusiones que partían sin dejarle nada. Veía la realidad tal y como era, como una maqueta, como algo que sólo es, sin proferir ilusión, sin proferir ningún tipo de emoción, sin ninguna textura, sin ningún olor, sin ningún sentimiento. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa, llenas de vino y en seguido sentimos el deseo de beberlas o la repulsión hacia ellas; algunos podrán imaginar su contenido y otros podrán adivinar su material. Mr. Envard no; el añaña sólo veía tres copas en una mesa. Su percepción se resumía a lo más objetivo; ningún pedazo de su red cognoscitiva interfería con las señales que le enviaban a su cerebro las orejas, los ojos, la nariz, el tacto. Llegaban puros, inmaculados, tal y como habían caído del mundo de las ideas. Sabía que no hay nada detrás (metafóricamente hablando) de la cruz. Sabía que una caricia no es más que el contacto entre electrones que producían el placer, que no era más que una sensación de bienestar. Sabía que la risa de un bebé sólo era una acción de su cuerpo para evitar la atrofia muscular. Sabía que los perros no lamían a sus dueños por cariño, sino para buscar alimento; sabía que la muerte sólo era parte de un estado de oxidación perenne en las células corporales. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Mr. Envard con las aborrascadas crines de un potro, con un dejo de bondad en los ojos de un anciano, con el fuego cambiante, con la maldad de un corazón pétreo y con las muchas caras de un muerto en un largo velorio.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con el Añaña. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando... Me dijo que hacia 2006 había entendido que la única lógica que podía entender sin comprender que había perdido todo contacto con la humanidad eran las matemáticas. Diseñó un sistema en el que atribuía a cada número, a cada ecuación, a cada integral, y a cada abstracción matemática un nombre propio, para crear a un ser que pudiera convivir con él y sentirse no tan solo en medio de la civilización. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas (incluso los nombres generales se convertían en propios, pues sólo le pertenecían a un número en específico), la caldera, Napoleón, Agustín Vedia. Después, Mr. Envard quiso reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Un vocabulario infinito para serie natural de los números o un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo del Añaña.
Era desesperanzadora la situación de Mr. Envard. No podía generar un pensamiento, pues le era imposible hacer una abstracción que tuviera una parte de sí mismo y sólo podía ver las cosas tal y como eran. Sin más ni menos. Ante la desesperación, el Añaña había diseñado un sistema para acercarse más a la fantasía de la humanidad, para sentirse ser humano de nueva cuenta y no estar en el mundo que realmente aborrecen los mismísimos demonios: la soledad. Se dio cuenta de que, por alguna razón, podía conjugar el nombre de las cosas de tal forma que, al ser combinadas con otras cosas que por lo general no suelen estar ahí, se producían nuevos pedazos de realidad que no aparecían en la realidad. Como entendía todo sin mayor dejo de razón, supo que la sintaxis no era más que el acomodo de un par de núcleos verbales y sustantivales para que produjeran un significado. Nada del otro mundo. Lo terrible era que esa operación servía para comunicar a otros pensamientos y él no los tenía en absoluto. De este modo decidió ligar la palabra perro con reloj (por ejemplo) y después la conectó con morado y terminó por creer que había perros con patas de reloj que a cada segundo cataban el morado. Esta explosión daba un significado nuevo, algo completamente diferente a lo que había visto antes y eso le daba un poco de personalización a sus creaciones.
Ya no dependía de las reglas naturales e inquebrantables de la realidad. Ahora él podía establecer una lógica propia que lo acercaba más al mundo que para él se había convertido en algo más real que la realidad: la fantasía. Era más real porque podía sentir emoción al generar una idea, una imagen, una situación completamente nueva. Los libros que tenía, sólo aglutinaba un desesperante orden de datos que creían ser objetivos (Mr. Envard sólo tenía enciclopedias y diccionarios en su casa) que si bien daban una sistematización muy burda, se hallaban muy lejos de poder explicar la realidad tal y como era y como él la vivía todos los días. Cansado de eso, decidió pedirme los libros con fantasías.
Había conseguido destruir la imbatible muralla de la realidad objetiva, completamente árida en la que se encontraba prisionero y aislado, para conjugar un mundo de figuras, acciones y complementos que salían del cuadro pintado por las estrictas reglas naturales. Después de explicarme su terrible condición y la forma en que había conseguido evadirlo (debo confesar que resultó confuso al principio, pero después, como en un sueño, lo entendí todo) cambió invariablemente la conversación y me contó que alguna vez había subido una montaña muy alta llena de ramas y ombligones. Al caer el alba no pudo más que aullar y expresar que los cuentos surten efecto cuando la magnesia se adiestra de la inverosimilitud del rubalcaba. Su sueño me aletargo y terminó por hacerme sentir en un inmenso valle lleno de nubarrones de agua y de una recalcitrante lluvia ácida. Siguió hablando hasta que al parecer, el murmullo de su propia voz terminó por arrullarlo y ahí quedó, balbuceante y feliz (al parecer, nunca pudo conciliar el sueño).
La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Mr. Envard tenía diecinueve años; había nacido en...; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) desacomodarían de alguna forma esa lógica mágica que había creado para arrullarse y olvidarse de la terrible realidad; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
Mr. Envard, el Añaña, murió en..., de una congestión pulmonar.
Tributo a "Funes el memorioso" de Jorge Luis Borges
Mi primer recuerdo del Añaña es muy perspicuo. Alguna vez recorrí los senderos del sol con una rama en la mano, alejando todos los deseos que se acercaban hacía mí, como perros sin dueño. El tiempo era caluroso y fácilmente podría haber visto fantasmas y cosas irreales de no ser por Mr. Envard, el Añaña, quien se me acercó con una forma bovina y luego de preguntarme tres veces sobre la hora, terminó por darse cuenta que nadie la podría recordar mejor que ella. Finalmente se alejó y tuve que sentarme en una pequeña choza a esperar que una tisana con aguardiente cortara las llagas que se habían producido en las plantas de mis pies, gracias a los barbitúricos originales que lograron salvarme de una salmonela mal practicada y desecha con los incurables retozos de una boa constrictor. Una vieja salió a regañarme y no pude contestarle otra cosa que una pregunta, la cual resulto, juzgando sus ojos burlones y retadores, como una interrogante pasada de moda. "¿Quién es ese sujeto con forma de bovino? Señor, usted debe percatarse de que no era una vaca, era un ser humano, pero no es otra cosa más que un ser humano como usted y yo". La vieja, harta del sol y los mosquitos peludos pudo sostener un loro dentro de un barril y así salió victoriosa con un olivo sostenido entre sus inquebrantables dientes chimuelos.
Los años ... y ... veraneamos en la ciudad de Montevideo. El año de... volví a Añañea. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "común y corriente Añaña". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: un perfecto desconocido, quien me hubiera cautivado con un disfraz singularmente usual, ahora yacía postrado en lo que parecía la más común de las desdichas; sin embargo no me ofusqué y quise saber un poco más sobre el asunto, pero el olor de un pescalíes decidió que serían días más tarde cuando entraría en contacto con el famoso ser imaginario que alguna vez me había mostrado su ordinaria extrañeza. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina.
No sin un dejo de ironía, me ufanaba de haber leído a todos los cuentistas más réprobos que la madre tierra hubiera a bien tenido a liberar de sus entrañas. Mi mochila incluía El llamado de Ktulu, de Lovecraft, Los asesinatos de la calle Morgue, de Poe, algunas alucinaciones de un volumen impar incluidas en los Artificios y las Ficciones de Borges y uno que otro entremés del Hipotético Caos de Rodríguez. Todo se propala en un pueblo chico; Mr. Envard, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. En una carta verdaderamente florida y llena de textos inconexos y vituperios ditirámbicos, me pidió uno de los volúmenes que tuve a bien llevar, "con la petición inusual de incluir un diccionario que explicara las rarezas de las virtudes y los meollos de la exactitud de la realidad, todo para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Al principio, temí naturalmente una broma. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que la ardua realidad mítica encerrada en los cuentos que externaban las sinapsis de mis autores no requería más instrumento que un diccionario. Aún así, le envié el pesado volumen de las ficciones borgianas y un par de minificciones de Rodríguez. Seguramente con eso tendría el pobrecito Añaña.
Por alguna razón del pensamiento universal, tuve a bien ser encargado en un perentorio correo electrónico que debería regresar a la Universidad, pues habían finalmente aceptado la solicitud para iniciar una perorata bucólica llena de sandías y melones y en donde las cofradías podrían finalmente sentir el aquelarre bullir entre sus suspensiones. No podía esperar más y decidí hacer mi valija, pero en ese momento noté la falta de los dos volúmenes que me había pedido prestado el buen Añaña. Salí corriendo hacia su rancho, en donde me encontré a su madre, una bonachona señora que enseguida me ofreció un poco de pasticetas y algo de Coca Cola. Le dije que sólo venía por un par de libros y después de una carcajada me dejó pasar. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Mr. Envard. Esa voz hablaba como contando un relato, alguna narración supersticiosa y cínica, llena de meollos y de intrincadas soluciones que terminaban por confundir al escucha con una magnífica relación entre los datos y los hechos; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el octavo párrafo del cuento Fúnes el Memorios del libro Ficciones de Jorge Luis Borges. La materia de ese cuento es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
La voz monótona del Añaña me invitó a sentarme y como si fueran las notas del flautista mágico, terminó por envolverme en una ilusión llena de penurias y de bulla, una carretera en donde sus palabras sin sentido formaban un puente en donde todo embonaba entre sí en una perfecta simetría racional. Finalmente calló y aproveché la pequeña burbuja de aire para hacerle saber el porqué me retiraba de Añañea y le pedí mis libros. El Añaña se sonrió y me dio las gracias por haberle prestado esos anecdotarios pues le habían regalado las piezas que le faltaban a su relato para hacerlo vívido y real. No pude evitar hacer una mueca de consternación que parecía proferir de una inminente ironía, entonces me confesó que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable pues resultaba demasiado obvio, demasiado gris, demasiado lleno de realidad, donde todo lo que pasaba no lo conmovía ni un centímetro y donde las penas se convertían en una mezcla de agrio acre y las alegrías se transformaban en un montón de ilusiones que partían sin dejarle nada. Veía la realidad tal y como era, como una maqueta, como algo que sólo es, sin proferir ilusión, sin proferir ningún tipo de emoción, sin ninguna textura, sin ningún olor, sin ningún sentimiento. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa, llenas de vino y en seguido sentimos el deseo de beberlas o la repulsión hacia ellas; algunos podrán imaginar su contenido y otros podrán adivinar su material. Mr. Envard no; el añaña sólo veía tres copas en una mesa. Su percepción se resumía a lo más objetivo; ningún pedazo de su red cognoscitiva interfería con las señales que le enviaban a su cerebro las orejas, los ojos, la nariz, el tacto. Llegaban puros, inmaculados, tal y como habían caído del mundo de las ideas. Sabía que no hay nada detrás (metafóricamente hablando) de la cruz. Sabía que una caricia no es más que el contacto entre electrones que producían el placer, que no era más que una sensación de bienestar. Sabía que la risa de un bebé sólo era una acción de su cuerpo para evitar la atrofia muscular. Sabía que los perros no lamían a sus dueños por cariño, sino para buscar alimento; sabía que la muerte sólo era parte de un estado de oxidación perenne en las células corporales. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Mr. Envard con las aborrascadas crines de un potro, con un dejo de bondad en los ojos de un anciano, con el fuego cambiante, con la maldad de un corazón pétreo y con las muchas caras de un muerto en un largo velorio.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con el Añaña. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando... Me dijo que hacia 2006 había entendido que la única lógica que podía entender sin comprender que había perdido todo contacto con la humanidad eran las matemáticas. Diseñó un sistema en el que atribuía a cada número, a cada ecuación, a cada integral, y a cada abstracción matemática un nombre propio, para crear a un ser que pudiera convivir con él y sentirse no tan solo en medio de la civilización. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas (incluso los nombres generales se convertían en propios, pues sólo le pertenecían a un número en específico), la caldera, Napoleón, Agustín Vedia. Después, Mr. Envard quiso reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Un vocabulario infinito para serie natural de los números o un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo del Añaña.
Era desesperanzadora la situación de Mr. Envard. No podía generar un pensamiento, pues le era imposible hacer una abstracción que tuviera una parte de sí mismo y sólo podía ver las cosas tal y como eran. Sin más ni menos. Ante la desesperación, el Añaña había diseñado un sistema para acercarse más a la fantasía de la humanidad, para sentirse ser humano de nueva cuenta y no estar en el mundo que realmente aborrecen los mismísimos demonios: la soledad. Se dio cuenta de que, por alguna razón, podía conjugar el nombre de las cosas de tal forma que, al ser combinadas con otras cosas que por lo general no suelen estar ahí, se producían nuevos pedazos de realidad que no aparecían en la realidad. Como entendía todo sin mayor dejo de razón, supo que la sintaxis no era más que el acomodo de un par de núcleos verbales y sustantivales para que produjeran un significado. Nada del otro mundo. Lo terrible era que esa operación servía para comunicar a otros pensamientos y él no los tenía en absoluto. De este modo decidió ligar la palabra perro con reloj (por ejemplo) y después la conectó con morado y terminó por creer que había perros con patas de reloj que a cada segundo cataban el morado. Esta explosión daba un significado nuevo, algo completamente diferente a lo que había visto antes y eso le daba un poco de personalización a sus creaciones.
Ya no dependía de las reglas naturales e inquebrantables de la realidad. Ahora él podía establecer una lógica propia que lo acercaba más al mundo que para él se había convertido en algo más real que la realidad: la fantasía. Era más real porque podía sentir emoción al generar una idea, una imagen, una situación completamente nueva. Los libros que tenía, sólo aglutinaba un desesperante orden de datos que creían ser objetivos (Mr. Envard sólo tenía enciclopedias y diccionarios en su casa) que si bien daban una sistematización muy burda, se hallaban muy lejos de poder explicar la realidad tal y como era y como él la vivía todos los días. Cansado de eso, decidió pedirme los libros con fantasías.
Había conseguido destruir la imbatible muralla de la realidad objetiva, completamente árida en la que se encontraba prisionero y aislado, para conjugar un mundo de figuras, acciones y complementos que salían del cuadro pintado por las estrictas reglas naturales. Después de explicarme su terrible condición y la forma en que había conseguido evadirlo (debo confesar que resultó confuso al principio, pero después, como en un sueño, lo entendí todo) cambió invariablemente la conversación y me contó que alguna vez había subido una montaña muy alta llena de ramas y ombligones. Al caer el alba no pudo más que aullar y expresar que los cuentos surten efecto cuando la magnesia se adiestra de la inverosimilitud del rubalcaba. Su sueño me aletargo y terminó por hacerme sentir en un inmenso valle lleno de nubarrones de agua y de una recalcitrante lluvia ácida. Siguió hablando hasta que al parecer, el murmullo de su propia voz terminó por arrullarlo y ahí quedó, balbuceante y feliz (al parecer, nunca pudo conciliar el sueño).
La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Mr. Envard tenía diecinueve años; había nacido en...; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) desacomodarían de alguna forma esa lógica mágica que había creado para arrullarse y olvidarse de la terrible realidad; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
Mr. Envard, el Añaña, murió en..., de una congestión pulmonar.
Tributo a "Funes el memorioso" de Jorge Luis Borges
Recordando..
Y como es tiempo en que muchas personas se ponen a recordar y pensar y decir y hacer lo que no han hecho o han hecho o harían durante el año que se va poco a poco, hoy me puse a recordar a muchos profesores que han pasado por los años en los cuales estuve en la academia. Son pocos, tengo que reconocerlos, aquellos a quienes puedo dedicarles más de un minuto de memoria, y seguramente sumarán más de medio centenar a aquellos que apenas brillan momentáneamente en mis pensamientos y de forma difusa.
Los que más respeto y más admiro son realmente pocos, se resumen en algunos nombres y una visión que ha marcado mi forma de caminar en este mundo. La primera que se viene a la punta de los dedos es Miss Maru (ya sabemos que a todas les encantaba ser llamadas misses, quizás sería alguna forma de compensar unas cosas por otras), siempre enérgica, siempre dura, pero con un carácter muy amable. Determinada y determinante, pero con una sonrisa presta a cambiarte los ojos una vez que te había hecho sentir que eras un poquito menos que caca. Me enseñó a que todas las cosas del mundo se pueden desmenuzar y volver a tejer de tal forma que con ellas puedes jugar y todo eso es posible gracias al hermoso artefacto llamado pluma y papel, o en su tecnológico defecto (por llamarle de alguna forma) con una computadora y un espacio en el cual escribir.
Otra que recuerdo con especial énfasis es la famosísima Miss Elisa, también llamada en los bajos mundos como Miss Chelisa. Era una señora de Durango que amaba la historia y la geografía, y me pegó la manía de estar viendo los mapas y abrió las puertas a que me enterara de las cosas que han ocurrido a lo largo de la historia. Le gustaba dar puntos y más puntos a todos los que se portaban bien, y los que se portaban mal tenían que sufrir con sus malos chistes.
Más adelante llegaron otros profesores, entre ellos Capetillo, siempre burlón y con sus plumones color verde, rojo y uva, haciéndonos conocer a las derivadas y sabiendo que más de la mitad del salón olvidaría qué diablos enseñaba, o lo que no era peor ni mejor, pero que de todos modos ocurriría, olvidarían su cara estricta y seria, pero jamás olvidarían esa risa burlona, y seguramente eso es lo que le daría más gusto. Ahí también estaba Javier Noh, siempre socialista; siempre de izquierda; siempre dibujando a la perfección los mapas con los cuales enseñaría historia, las gráficas con las que representaría los manglares o los desiertos; siempre tirándole al gobierno y comprando taxis... Era profesor de izquierda, pero no tonto.
También recuerdo a Cubas, quien me enseñó que profundizar en la historia es conocer sus chismes más caprichosos, "porque de los chismes está hecho el mundo". Recuerdo al buen Dr. Ortiz, que de hecho vi hace unas semanas, por lo que no es difícil olvidarlo. Por ahí está el Fürer, PPLu, y... pues, este, muchos otros... En fin, a todos ellos un abrazo y ojalá sigan divirtiéndose con todos los niños a los cuales tendrán que enfrentar durante la eternidad, pues su profesión es lo más parecido al martirio de Prometeo, quien sufrió por querer dar la luz (y el fuego, y todo lo que con ello se hace) al mundo...
Los que más respeto y más admiro son realmente pocos, se resumen en algunos nombres y una visión que ha marcado mi forma de caminar en este mundo. La primera que se viene a la punta de los dedos es Miss Maru (ya sabemos que a todas les encantaba ser llamadas misses, quizás sería alguna forma de compensar unas cosas por otras), siempre enérgica, siempre dura, pero con un carácter muy amable. Determinada y determinante, pero con una sonrisa presta a cambiarte los ojos una vez que te había hecho sentir que eras un poquito menos que caca. Me enseñó a que todas las cosas del mundo se pueden desmenuzar y volver a tejer de tal forma que con ellas puedes jugar y todo eso es posible gracias al hermoso artefacto llamado pluma y papel, o en su tecnológico defecto (por llamarle de alguna forma) con una computadora y un espacio en el cual escribir.
Otra que recuerdo con especial énfasis es la famosísima Miss Elisa, también llamada en los bajos mundos como Miss Chelisa. Era una señora de Durango que amaba la historia y la geografía, y me pegó la manía de estar viendo los mapas y abrió las puertas a que me enterara de las cosas que han ocurrido a lo largo de la historia. Le gustaba dar puntos y más puntos a todos los que se portaban bien, y los que se portaban mal tenían que sufrir con sus malos chistes.
Más adelante llegaron otros profesores, entre ellos Capetillo, siempre burlón y con sus plumones color verde, rojo y uva, haciéndonos conocer a las derivadas y sabiendo que más de la mitad del salón olvidaría qué diablos enseñaba, o lo que no era peor ni mejor, pero que de todos modos ocurriría, olvidarían su cara estricta y seria, pero jamás olvidarían esa risa burlona, y seguramente eso es lo que le daría más gusto. Ahí también estaba Javier Noh, siempre socialista; siempre de izquierda; siempre dibujando a la perfección los mapas con los cuales enseñaría historia, las gráficas con las que representaría los manglares o los desiertos; siempre tirándole al gobierno y comprando taxis... Era profesor de izquierda, pero no tonto.
También recuerdo a Cubas, quien me enseñó que profundizar en la historia es conocer sus chismes más caprichosos, "porque de los chismes está hecho el mundo". Recuerdo al buen Dr. Ortiz, que de hecho vi hace unas semanas, por lo que no es difícil olvidarlo. Por ahí está el Fürer, PPLu, y... pues, este, muchos otros... En fin, a todos ellos un abrazo y ojalá sigan divirtiéndose con todos los niños a los cuales tendrán que enfrentar durante la eternidad, pues su profesión es lo más parecido al martirio de Prometeo, quien sufrió por querer dar la luz (y el fuego, y todo lo que con ello se hace) al mundo...
Sobre los nombres...
En alguna ocasión, el buen paquitE! escribió sobre el significado de los nombres y en especial sobre el suyo propio. Recuerdo que en esa ocasión, cavilé un par de ideas, que a mí parecer carecían de importancia en ese momento, pero conforme ha pasado el tiempo, caí en cuenta que ninguna cavilación puede llegar a ser inoportuna. La primera de ellas se refiere no al significado y procedencia de los nombres, sino al de los apodos; la segunda me puso a pensar sobre la importancia del significado de los nombres y la importancia de tener un nombre único y propio. Vamos por partes.
Se me hizo chistoso pensar que, por ejemplo y tomando como ejemplo al que me trajo la idea, es decir paquitE!, su apodo, Paco o Pancho, tiene muy poco que ver con Francisco. Del mismo modo, José tampoco tiene que ver con Pepe, ni Jorge con Coco. ¿De dónde salen el apodo? Sabemos que el de Pepe, procede (según una hipótesis) de la forma abreviada con el que llamaban en las pinturas religiosas a San José, por aquello de que sólo prestó su paternidad a Dios y en latín se le conoce como Pater Putatibus. La realidad sólo las tradiciones de la cultura la resguardan. Por otra parte, hay nombres a los cuales se les adivina fácilmente su raíz apodológica, véase el caso de Maria José: Marijo, o que tal Carolina, Caro o Gabriela, Gabi,o Antonio, Toño en fin. Hay otros nombres que no tiene apodo, por ejemplo, Pedro, o por lo menos yo no conozco el apodo para Pedro... pero y dónde quedan apodos como ¿Paco o Pancho o Coco?
Pasando a la segunda cavilación, me parece interesante ver la relación entre el hecho de tener un nombre que medio millón (o muchisimos más) de personas tienen con respecto a la forma de ser de cada persona. Es una simple idea, pero creo que las cosas serían diferentes, por lo menos en cuanto a la concepción de la vida, si cada persona tuviera un nombre verdaderamente propio, que nadie más tuviera y que no se sintieran ni protegidos por ningún santo ni ensombrecidos por ningún padre; solamente serían ellos y su nombre y cada historia sería diferente. No lo sé, es sólo una cavilación como muchas otras que llego a hacer en este escurridizo blog. ¿O ustedes qué opinan?
Se me hizo chistoso pensar que, por ejemplo y tomando como ejemplo al que me trajo la idea, es decir paquitE!, su apodo, Paco o Pancho, tiene muy poco que ver con Francisco. Del mismo modo, José tampoco tiene que ver con Pepe, ni Jorge con Coco. ¿De dónde salen el apodo? Sabemos que el de Pepe, procede (según una hipótesis) de la forma abreviada con el que llamaban en las pinturas religiosas a San José, por aquello de que sólo prestó su paternidad a Dios y en latín se le conoce como Pater Putatibus. La realidad sólo las tradiciones de la cultura la resguardan. Por otra parte, hay nombres a los cuales se les adivina fácilmente su raíz apodológica, véase el caso de Maria José: Marijo, o que tal Carolina, Caro o Gabriela, Gabi,o Antonio, Toño en fin. Hay otros nombres que no tiene apodo, por ejemplo, Pedro, o por lo menos yo no conozco el apodo para Pedro... pero y dónde quedan apodos como ¿Paco o Pancho o Coco?
Pasando a la segunda cavilación, me parece interesante ver la relación entre el hecho de tener un nombre que medio millón (o muchisimos más) de personas tienen con respecto a la forma de ser de cada persona. Es una simple idea, pero creo que las cosas serían diferentes, por lo menos en cuanto a la concepción de la vida, si cada persona tuviera un nombre verdaderamente propio, que nadie más tuviera y que no se sintieran ni protegidos por ningún santo ni ensombrecidos por ningún padre; solamente serían ellos y su nombre y cada historia sería diferente. No lo sé, es sólo una cavilación como muchas otras que llego a hacer en este escurridizo blog. ¿O ustedes qué opinan?
Dime que no
Los azules vástagos del compás que forma los remolinos de la sinceridad, vuelven una y otra vez a la inmensidad de un océano concentrado en la gota del reflejo de unas cortinas que se desgastan y rompen sus hilos convirtiéndolos en demonios verdes y regordetes cansados de vivir en las lejanías de los desiertos blancos y helados donde las manchas siguen su visión lejana y defectuosa sin poder transgredir las letras que les impusieron guardar compostura en lo más anegado de su corazón y de su lengua que podría ocultarse bajo los rayos de la oscuridad mientras se llenan de juegos y de cávulas y de estiércoles perfumado que sube y baja engañando a los que moran en las praderas con comprimidos tan fuertes que sólo la vida es capaz de transportarlos a lo que piensan será la bebida que los embriagará hasta poder sentir los latidos que encierran al miedo y a la felicidad en un solo punto, callado y mortal, terrible y voluminoso, concentrado en las raíces de los árboles que están llenos de certezas y de ósculos amarillos silenciosos y contingentes, que al batir de las alas de las hadas se convierten en sepulcros y con las gotas pequeñas y sonoras se envuelven en un manto azul y gris y viajan disfrazadas de armonía y de rutina y caen una rueda que gira en la eternidad de las aguas que se llenan y se vacían sin saber porqué se les pregunta y sin saber que contestan sin ser escuchados.
Nunca te vacíes con las alfombras y los ácaros que se encienden con el calor de los cuerpos que reposan desde las tumbas más apostólicas e invertebradas llenas de granos y maleza, de espadas y diamantes que sólo pueden permitir poseer lo que para muchos no es más que una señal de divinidad. Coronas de espinas o de metales, que igual pesan e igual se convierten en serpientes que atrofian las conexiones sinápticas y las convierten en desahogos de imbéciles y de ciegos que encuentran en las nimiedades la gloria de los altares más profundos. Las risas se convierten en golpeteos de martillos y la seriedad del sudor se pierde en una corriente golosa llena de espasmos, como un espejo que nos devuelve la realidad modificada en códigos azules con flores y gladiolas olorosas cubriendo a las moscas que acaban de darse un festín con los venados cazados y con las mantarrayas que deshacen los sueños campesinos de la urbe que se amuralla en los tronos de la fantasía y de los papeles con más valor que una carcajada y en donde lo que cuenta es el número de pedazos con los que puedes formar la vida que jamás has tenido y que se llena de gangrena y de alveolos llenos de humo y nicotina. Pasan y se convulsionan con una facilidad pasmódica, hiriente y acabada, que se presenta en los ojos de los ascetas que terminan por devorar un pedazo de pan cubriendo la carne apestosa del payaso de McDonalds.
Nunca te vacíes con las alfombras y los ácaros que se encienden con el calor de los cuerpos que reposan desde las tumbas más apostólicas e invertebradas llenas de granos y maleza, de espadas y diamantes que sólo pueden permitir poseer lo que para muchos no es más que una señal de divinidad. Coronas de espinas o de metales, que igual pesan e igual se convierten en serpientes que atrofian las conexiones sinápticas y las convierten en desahogos de imbéciles y de ciegos que encuentran en las nimiedades la gloria de los altares más profundos. Las risas se convierten en golpeteos de martillos y la seriedad del sudor se pierde en una corriente golosa llena de espasmos, como un espejo que nos devuelve la realidad modificada en códigos azules con flores y gladiolas olorosas cubriendo a las moscas que acaban de darse un festín con los venados cazados y con las mantarrayas que deshacen los sueños campesinos de la urbe que se amuralla en los tronos de la fantasía y de los papeles con más valor que una carcajada y en donde lo que cuenta es el número de pedazos con los que puedes formar la vida que jamás has tenido y que se llena de gangrena y de alveolos llenos de humo y nicotina. Pasan y se convulsionan con una facilidad pasmódica, hiriente y acabada, que se presenta en los ojos de los ascetas que terminan por devorar un pedazo de pan cubriendo la carne apestosa del payaso de McDonalds.
La Isla de Juan Malote
Juan Malote cayó por la borda. Nadie lo echó de menos pues era una de esas personas tan fastidiosas, hipócritas y malvadas que deseas que les pase precisamente eso, o algo peor. Pero la suerte también estaba del lado de la tripulación, de hecho había tenido que aguantar algunos malos modos de Juan Malote, así que aprovechó que el descarado se había asomado de más en la proa del barco para soltarle una cuerda que a su vez hizo que un mástil se soltara que a su vez soltó una vela lo cual hizo que se soltara de donde estaba agarrado y cayó sin más. Aunque gritó para que lo ayudaran, en ese momento a todos los tripulantes los atacó una especie de sordera colectiva y no supieron más de Juan Malote.
El desgraciado estuvo flotando por algunas horas cuando de la nada apareció un barco pirata. Juan Malote ya no soportaba el sol ni la sal y pudo sacar fuerzas de flaquezas para gritar y suplicarles a los malditos que le acogieran en su barco. El capitán lo miró a lo lejos y, en vista de que acababan de despacharse al mozo que limpiaba la cubierta, decidió que sería bueno subirlo. Ordenó que lanzaran cuerdas. La suerte miró esta acción desesperada por rescatar a Juan Malote. Esto no podía ser así, pues la suerte ya había ordenado que pagara sus faltas, así que hizo soplar un viento fuerte. Los marineros intentaban acercar el cabo a las manos de Juan Malote, pero el viento se encargaba de mover las olas para que éste se alejara más y más hasta que se convirtió en un punto pequeñito. A toda la tripulación les pareció ver a una gaviota pasar por encima de Juan Malote y llevárselo. Dicha visión les dio tanto miedo y la superstición les corroyó tanto las venas que decidieron marcharse, pues sabían que el Diablo estaba detrás de todo eso.
Juan Malote siguió flotando por todo el día, hasta que la misma corriente lo arrojó a una bahía en un isla desierta. Ahí despertó y lo primero que hizo fue buscar algo para beber y después algo qué comer. Encontró ambas cosas y después quiso descansar. Durmió casi todo un día y al despertar quiso volver a comer y volver a beber y así lo hizo. Después se puso a investigar qué había en la isla y encontró que no era muy grande y que de hecho, por las noches, el mar se comía a la mitad de la tierra. Eso explicaba porqué sus ropas seguían húmedas. Así pasaron algunos meses, y la locura se apoderaba poco a poco de Juan Malote. Había suficiente comida, había suficiente bebida pero no había gente a quien destruir con sus comentarios pesados, ni había a quien insultar ni con quien pelear ni a quién agredir. Toda sus ganas por joder al prójimos se volcaron contra su Maldita suerte, y ésta se reía de él pues sabía que estaba sufriendo.
Juan Malote trató de conservar la calma. Entendía que no podría contra la suerte que lo había derrotado. Así que decidió pasar su vida tranquilo y así lo hizo... hasta que cayó en cuenta de algo terrible: no había ido a misa por varios domingos continuos. Eso era terrible. El padre de su parroquia, en España, le había perdonado todos sus pecados, todos agravios contra sus hermanos, contra su prójimo, había perdonado el adulterio que cometía, las violaciones, haber matado a varias personas, robar, había perdonado todos sus pecados... pero cuando le contó que había faltado un domingo a una misa, el padre se encolerizó y lo condenó a todos los infiernos si no rezaba todos los días. "Tienes que ir todos los domingos que te restan a misa. El señor, tú Dios, te lo demanda. De no obedecer caerás en los abismos del infierno... por siempre".
Ahora él estaba condenado. Vivía prisionero en una isla, sin poder lastimar a nadie y lo que era peor, no había ni un templo ni un sacerdote cerca. Estaba condenado. La suerte le había jugado por última vez. Lo había hecho magistralmente y se había cobrado todos los atropellos recibidos por Juan Malote. Ahora sólo falta esperar para que Juan Malote viviera para siempre atrapado en su propia isla.
El desgraciado estuvo flotando por algunas horas cuando de la nada apareció un barco pirata. Juan Malote ya no soportaba el sol ni la sal y pudo sacar fuerzas de flaquezas para gritar y suplicarles a los malditos que le acogieran en su barco. El capitán lo miró a lo lejos y, en vista de que acababan de despacharse al mozo que limpiaba la cubierta, decidió que sería bueno subirlo. Ordenó que lanzaran cuerdas. La suerte miró esta acción desesperada por rescatar a Juan Malote. Esto no podía ser así, pues la suerte ya había ordenado que pagara sus faltas, así que hizo soplar un viento fuerte. Los marineros intentaban acercar el cabo a las manos de Juan Malote, pero el viento se encargaba de mover las olas para que éste se alejara más y más hasta que se convirtió en un punto pequeñito. A toda la tripulación les pareció ver a una gaviota pasar por encima de Juan Malote y llevárselo. Dicha visión les dio tanto miedo y la superstición les corroyó tanto las venas que decidieron marcharse, pues sabían que el Diablo estaba detrás de todo eso.
Juan Malote siguió flotando por todo el día, hasta que la misma corriente lo arrojó a una bahía en un isla desierta. Ahí despertó y lo primero que hizo fue buscar algo para beber y después algo qué comer. Encontró ambas cosas y después quiso descansar. Durmió casi todo un día y al despertar quiso volver a comer y volver a beber y así lo hizo. Después se puso a investigar qué había en la isla y encontró que no era muy grande y que de hecho, por las noches, el mar se comía a la mitad de la tierra. Eso explicaba porqué sus ropas seguían húmedas. Así pasaron algunos meses, y la locura se apoderaba poco a poco de Juan Malote. Había suficiente comida, había suficiente bebida pero no había gente a quien destruir con sus comentarios pesados, ni había a quien insultar ni con quien pelear ni a quién agredir. Toda sus ganas por joder al prójimos se volcaron contra su Maldita suerte, y ésta se reía de él pues sabía que estaba sufriendo.
Juan Malote trató de conservar la calma. Entendía que no podría contra la suerte que lo había derrotado. Así que decidió pasar su vida tranquilo y así lo hizo... hasta que cayó en cuenta de algo terrible: no había ido a misa por varios domingos continuos. Eso era terrible. El padre de su parroquia, en España, le había perdonado todos sus pecados, todos agravios contra sus hermanos, contra su prójimo, había perdonado el adulterio que cometía, las violaciones, haber matado a varias personas, robar, había perdonado todos sus pecados... pero cuando le contó que había faltado un domingo a una misa, el padre se encolerizó y lo condenó a todos los infiernos si no rezaba todos los días. "Tienes que ir todos los domingos que te restan a misa. El señor, tú Dios, te lo demanda. De no obedecer caerás en los abismos del infierno... por siempre".
Ahora él estaba condenado. Vivía prisionero en una isla, sin poder lastimar a nadie y lo que era peor, no había ni un templo ni un sacerdote cerca. Estaba condenado. La suerte le había jugado por última vez. Lo había hecho magistralmente y se había cobrado todos los atropellos recibidos por Juan Malote. Ahora sólo falta esperar para que Juan Malote viviera para siempre atrapado en su propia isla.
Eke estaba enfermo
Así es señores, mi hámster se la ha pasado de huevón por mucho, mucho tiempo. Se me ocurrió juntarle un par de cajas de plástico, con su respectivo conducto hecho con base en (chequen cómo sí le puse atención al buen pplu y ya no dijo "a base de") un retazo de la parte superior de una botella de plástico. La caja azul (porque tiene una tapa azul) es donde "oficialmente" está su residencia, una caja de pañuelos desechables, ahí tiene su tapa con comida y con agua... la caja naranja se suponía que era su centro de ejercicio, pues le puse unas tablitas de modo que pudiera subir y bajar a su gusto, además utilicé un pedazo de camiseta para que se colgara de él... en fin, era un verdadero gym.
Pero el muy huevón decidió que las tablitas serían un buen techo y que el pedazo de camiseta un buen cobertor. Así que decidió mudarse de la residencia oficial al gym. Ahí durmió como indigente muchos días, sólo salía para comer y volvía a dormir. En fin, a veces veía más a Uki (otro hámster que tuve a bien adquirir, pues me pareció muy gracioso verlo con su línea al lomo y yendo en chinga de aquí para allá y de allá para acá y subiéndose a su ruedita; finalmente lo compré y le hice un espacio cerca de Eke, aunque están separados, pues el Uki es rebien bravo y en una de esas se chinga a mi huevón Eke) quien todo el día está dándole vueltas a una rueda que le había comprado inicialmente a Eke, pero como es bien huevón, nunca la uso. Uki, en cambio, la usa hasta el cansancio y no respeta límites ni horarios.
El punto es que el buen Eke dejó de subir a la superficie por algunos días, hasta que decidí que era tiempo de cambiar su arena, pues estaba llena de cagarrutia de Eke. En fin, cuando lo saqué para cambiarlo a un pequeño apartamento en donde vive mientras limpio su casa original, noté con especial horror que tenía en la espalda un tremendo agujero. Sus pelitos blancos, blancos dejaron de existir en un área en donde ahora había un tremendo color rosado. ¡Dios mío! Me dije, pensé en sarna, pensé en lepra de hámster, pensé en hongos en muchas cosas que ahora tenía el pobrecito Eke y que por una extraña razón del destino ahora tendría en mi mano.
Por algún momento me imaginé con un agujero rosado en el dorso de la mano, creciendo más y más hasta que ese pequeño orificio desdentado se materializaría en el Coco que nos perseguía de niños (la verdad a mí nunca me dio miedo el Coco, de hecho, mi abuelito Jorge era también conocido como abuelito Coco) y me devoraría. Pero regresé a mis cabales e inspeccioné la herida de Eke. La toqué con valentía y comprobé que no le dolía. De haberle dolido hubiera saltado o hubiera hecho algo para que dejara de tocarlo. Después me di cuenta que no sangraba, por lo que no había motivos para pensar en escozor (de haber habido comezón, Eke se hubiera mordido hasta provocarse llagas). ¿Qué sería?
Decidí actuar de emergencia. Tiré el pequeño cobertor con el que se había cubierto el buen Eke. Cambié el arena (o la arena, ¿no es cacofónico? ¿no es como decir la agua?) e hice una limpieza hasta con cloro. En fin, el buen Eke volvió a su hábitat, pero ahora, en lugar de pedazo de camiseta, encontró un calcetín. Parece que ya no le pareció tan confortable su antigua habitación, así que se cambió de nueva cuenta a su casa oficial. Estuvo en un periodo de observación de por lo menos una semana y hoy compruebo con satisfacción que el orificio rosado se ha vuelto a cubrir, poco a poco con pelito. ¿Conclusión? Eke es un huevón y pasó tanto tiempo sentado dormitando que se le hizo un hoyo, así como les ocurre a los bebés que duermen mucho, a quienes les aparece una pelona en la parte anterior del cráneo. Por lo menos puedo estar tranquilo de tener un hámster dormilón y no uno enfermo con escorbuto de los roedores.
Pero el muy huevón decidió que las tablitas serían un buen techo y que el pedazo de camiseta un buen cobertor. Así que decidió mudarse de la residencia oficial al gym. Ahí durmió como indigente muchos días, sólo salía para comer y volvía a dormir. En fin, a veces veía más a Uki (otro hámster que tuve a bien adquirir, pues me pareció muy gracioso verlo con su línea al lomo y yendo en chinga de aquí para allá y de allá para acá y subiéndose a su ruedita; finalmente lo compré y le hice un espacio cerca de Eke, aunque están separados, pues el Uki es rebien bravo y en una de esas se chinga a mi huevón Eke) quien todo el día está dándole vueltas a una rueda que le había comprado inicialmente a Eke, pero como es bien huevón, nunca la uso. Uki, en cambio, la usa hasta el cansancio y no respeta límites ni horarios.
El punto es que el buen Eke dejó de subir a la superficie por algunos días, hasta que decidí que era tiempo de cambiar su arena, pues estaba llena de cagarrutia de Eke. En fin, cuando lo saqué para cambiarlo a un pequeño apartamento en donde vive mientras limpio su casa original, noté con especial horror que tenía en la espalda un tremendo agujero. Sus pelitos blancos, blancos dejaron de existir en un área en donde ahora había un tremendo color rosado. ¡Dios mío! Me dije, pensé en sarna, pensé en lepra de hámster, pensé en hongos en muchas cosas que ahora tenía el pobrecito Eke y que por una extraña razón del destino ahora tendría en mi mano.
Por algún momento me imaginé con un agujero rosado en el dorso de la mano, creciendo más y más hasta que ese pequeño orificio desdentado se materializaría en el Coco que nos perseguía de niños (la verdad a mí nunca me dio miedo el Coco, de hecho, mi abuelito Jorge era también conocido como abuelito Coco) y me devoraría. Pero regresé a mis cabales e inspeccioné la herida de Eke. La toqué con valentía y comprobé que no le dolía. De haberle dolido hubiera saltado o hubiera hecho algo para que dejara de tocarlo. Después me di cuenta que no sangraba, por lo que no había motivos para pensar en escozor (de haber habido comezón, Eke se hubiera mordido hasta provocarse llagas). ¿Qué sería?
Decidí actuar de emergencia. Tiré el pequeño cobertor con el que se había cubierto el buen Eke. Cambié el arena (o la arena, ¿no es cacofónico? ¿no es como decir la agua?) e hice una limpieza hasta con cloro. En fin, el buen Eke volvió a su hábitat, pero ahora, en lugar de pedazo de camiseta, encontró un calcetín. Parece que ya no le pareció tan confortable su antigua habitación, así que se cambió de nueva cuenta a su casa oficial. Estuvo en un periodo de observación de por lo menos una semana y hoy compruebo con satisfacción que el orificio rosado se ha vuelto a cubrir, poco a poco con pelito. ¿Conclusión? Eke es un huevón y pasó tanto tiempo sentado dormitando que se le hizo un hoyo, así como les ocurre a los bebés que duermen mucho, a quienes les aparece una pelona en la parte anterior del cráneo. Por lo menos puedo estar tranquilo de tener un hámster dormilón y no uno enfermo con escorbuto de los roedores.
viernes, 28 de diciembre de 2007
La muerte que inmortaliza
La pregunta con la que quiero iniciar este post es la siguiente: ¿Ustedes creen que en algún momento el cantante de Kpaz de la sierra pueda colarse entre los pocos ídolos a quienes la muerte (y la pericia de sus managers) les ha quitado la vida pero les ha regalado la inmortalidad? Estoy seguro de que entienden perfectamente bien el punto, pero de todos modos y siguiendo mi vena chorera, profundizaré un poco más.
El fenómeno de la inmortalización de un cantante, actor, músico o cualquier cosa que tenga que ver con la celebridad del mundo de los ídolos, yace principalmente en una constante, que como toda regla, puede tener excepciones. Esta constante se desarrolla cuando el ídolo en cuestión, ha logrado tener una efervescencia de fama. Es decir, ha logrado hacer que en un cierto periodo de tiempo, que por lo general no es menor a un año ni mayor a los tres, mucha gente fije sus ojos en las acciones que lleve a cabo.
Este es el primer paso, que todos te vean. El segundo es ser bueno, y que a la gente le guste. Hasta aquí, muchos ídolos han llegado con relativa facilidad, pues se convierten en lo que muchos expertos se regocijan en llamar moda. Tenemos, por ejemplo a una Shakira, a un Robbie Williams, o a los otrora famosos grupo Intocable. ¿Pero qué necesitan para no morir como cualquier moda muere y traspasar el tiempo y el espacio? Esto es el meollo del asunto, y por lo que la experiencia nos refiere, parece que hay varios caminos.
Sin embargo, el más utilizado es la muerte (dudo que se de forma completamente consciente y a propósito). ¿Qué sería de la cantante Selena si Yapor no hubiera acabado con su vida? ¿O del buen Pedrito Infante? ¿No es verdad que su imagen no sería igual, de no haber muerto de una forma trágica? Ahora bien, si nos ponemos un poco más exigentes, pensemos en Lennon. Si comparamos a John con Paul McCartney veremos algo semejante. El segundo es famoso, es muy respetado y querido por muchos. Pero el halo místico lo tiene John Lennon, quien lo fabricó en vida y le dio el toque con su trágica muerte. Tenemos un último ejemplo, Keith Richards. Este cantante se hizo mítico no por morir, sino por regresar de la muerte (entre otras muchas cosas).
Así que podemos ver que el halo místico, ese poder sobrenatural de trascender la muerte, puede ser fácilmente adquirido si mueres (paradójica e irónicamente) de una forma espectacular, tal y como se debería hacer si eres miembro del mundo del espectáculo... ¿o ustedes qué opinan?
jueves, 27 de diciembre de 2007
FáVula 10: Rinitis Crónica
Decía un pajarito, qué ironía: es el colmo del citadino, ser alérgico a la ciudad. Efectivamente, hace un años me dijeron los doctores: "Muchacho, tu mucosa nasal está devastada, de hecho no sabíamos si eras cocainómano o sólo habían inhalado napalm". "Ninguna de las dos cosas, doctores, sólo he vivido por 24 años al pie del Viaducto". "¡Válgame el señor sacrosanto de los dobles pisos! ¿Y cómo le has hecho para seguir vivo hasta ahorita?". "Me parece que lo podemos calificar como un milagro, podríamos llamarlo como el milagro defeño". "Caramba, pues realmente estás vivo por pura suerte". "No es tan malo, doctor, de hecho nunca te aburres al pie del Viaducto, hace unos días ví pasar en primera fila la marcha fúnebre del cantante de Kpaz de la sierra, dos días hace que sucedió el choque número 360 de este año y por lo general la publicidad de corsetería es cambiada a menudo". "Realmente son grandes las ventajas, pero no nos desviemos del punto, tenemos que examinar esa mucosa... es verdaderamente diferente a todo lo que hemos visto antes".
Tuve que someterme a algunos estudios que realmente me hicieron estremecerme, los de la nariz sólo me hicieron cosquillas. Después de angustiosos días de esperar mis resultados recluido en la torre de departamentos que flanquean el paso de miles de automovilistas, el doctor llamó y me citó. "Muchacho, me parece que tu mucosa no es normal. Ha mutado y se ha convertido en algo que no podemos describir... bueno, sí podemos describir. Verás, para nadie es una sorpresa saber que todos los habitantes del D.F. han logrado desarrollar cambios en su genética para poder soportar los altos índices de plomo y otros gases ultra tóxicos en el aire, poder vivir con sólo el 4% del total del oxígeno que debería ser, sobrellevar indices de estrés mayores a los de cualquier chino o japonés, aguantar la continua fricción con el prójimo en todos los sentidos que van desde la fruición inconfesable de los roces en el metro hasta las mentadas de madre que, por puro protocolo, se deben sojarrar un par de automovilistas o peatones (o sus híbridos derivados) sin importar de quién sea la culpa (ya sabes, la culpa nunca será mía), y resistir una dieta que hubiera matado a cualquier ser humano normal. Eso no es la sorpresa, de hecho debes saber también que fuimos encerrados en esta gran ciudad como parte de un experimento para crear humanos resistentes a las condiciones más extremosas, pues la NASA y la ESA quieren mandar humanos a Marte. En fin, nos volvemos a alejar del punto. Lo extraño en ti no es tener una mucosa anormal, lo extraño es que la mucosa tiene vida propia... Es más, nos dijo que se llamaba Fanny...".
"En ese momento supe que estaba perdiendo mi tiempo con ese doctorcito. Salí de su consultorio sin querer escuchar nada más".
"Hiciste bien, una cosa es que te digan que los del D. F. hemos mutado, eso se pasa; todavía puedes aguantar la mentira de querer mandarnos a Marte, pero que la mucosa de tu nariz se llame Fanny, eso ya es una locura que raya en la estupidez... Sabes bien que me llamo Grisel".
Tuve que someterme a algunos estudios que realmente me hicieron estremecerme, los de la nariz sólo me hicieron cosquillas. Después de angustiosos días de esperar mis resultados recluido en la torre de departamentos que flanquean el paso de miles de automovilistas, el doctor llamó y me citó. "Muchacho, me parece que tu mucosa no es normal. Ha mutado y se ha convertido en algo que no podemos describir... bueno, sí podemos describir. Verás, para nadie es una sorpresa saber que todos los habitantes del D.F. han logrado desarrollar cambios en su genética para poder soportar los altos índices de plomo y otros gases ultra tóxicos en el aire, poder vivir con sólo el 4% del total del oxígeno que debería ser, sobrellevar indices de estrés mayores a los de cualquier chino o japonés, aguantar la continua fricción con el prójimo en todos los sentidos que van desde la fruición inconfesable de los roces en el metro hasta las mentadas de madre que, por puro protocolo, se deben sojarrar un par de automovilistas o peatones (o sus híbridos derivados) sin importar de quién sea la culpa (ya sabes, la culpa nunca será mía), y resistir una dieta que hubiera matado a cualquier ser humano normal. Eso no es la sorpresa, de hecho debes saber también que fuimos encerrados en esta gran ciudad como parte de un experimento para crear humanos resistentes a las condiciones más extremosas, pues la NASA y la ESA quieren mandar humanos a Marte. En fin, nos volvemos a alejar del punto. Lo extraño en ti no es tener una mucosa anormal, lo extraño es que la mucosa tiene vida propia... Es más, nos dijo que se llamaba Fanny...".
"En ese momento supe que estaba perdiendo mi tiempo con ese doctorcito. Salí de su consultorio sin querer escuchar nada más".
"Hiciste bien, una cosa es que te digan que los del D. F. hemos mutado, eso se pasa; todavía puedes aguantar la mentira de querer mandarnos a Marte, pero que la mucosa de tu nariz se llame Fanny, eso ya es una locura que raya en la estupidez... Sabes bien que me llamo Grisel".
¡Mi apá!
El otro día, que realmente y para ser precisos fue el de ayer, me di a la tarea de echarla felizmente, pues me parece que este año ha estado lleno de mucho esfuerzo, algunos ya recompensados, otros que todavía faltan por ser recompensados y otros tantos que se les recompensó después de mucho tiempo. En fin, estaba viendo que no hay nada que ver y ya estaba por rendirme y regresar a la peligrosidad de esta realidad cibernética, cuando de pronto me llamó la atención algo: todos los canales de televisión abierta (mentí un poco, no fueron todos, pero para el caso, viene siendo lo mismo) tenían un género muy explotado en estos días en donde languidece el año viejo y amanece el nuevo año, los famosos y nunca bien ponderados recuentos.
Así que pensé hacia mis adentros, como generalmente suelo hacer, y me dije: "si todo mundo hace un recuento, ¿porqué yo no he de hacer uno para mí solito?". De modo que si usted tiene a bien leer este mellado y abollado blog, pues le cuento cuales fueron las cinco acciones que marcaron el rumbo de mi vida en este 2007. Y arrancamos con la posición número cinco:
MOMENTO CINCO
Finalmente comencé a romper los lazos que me ataban con la academia y de una vez por todas y bajo cualquier pretexto, decidí salirme del trabajo en la Universidad Panamericana. Fueron años buenos (5) en donde pasé casi el 75 por ciento de mi tiempo encerrado en una de las universidad consideradas por mucho como de las instalaciones más bellas. Pero sabemos que en gustos se rompen géneros y cuando tiendes a pasar por los mismos pasillos por mucho tiempo, así te la vivas en los jardines de Versalles, terminas vomitando algunas cositas. Pero por suerte puedo respirar tranquilo (realmente no puedo hacerlo tan bien, pues tengo un problema de rinitis crónica que en esta temporada arreció, pero metafóricamente respiro tranquilo) y sentir que aún no he desperdiciado del todo mi vida... eso espero.
MOMENTO CUATRO
Este año me ha reafirmado que la amistad es una de esas cosas raras y medio engañosas. Es como si un citadino que no abre ni por error un libro y se la pasa prendiéndole ciros pascuales a San Temo se lanzara a las inmediaciones de algún lugar campirano y encontrara en su camino muchos hongos... así es la amistad para los humanos, nunca sabremos cuándo encontrarás hongos buenos o malos. En fin, el punto es que la vida te da sorpresas y en este año reafirmé algunos amigos que ya había arrastrado por la vida y encontré verdaderas sorpresas con los cuales jamás imaginé cruzar ni siquiera un salud al estornudar. Merecido homenaje merecen los amigos que siempre han estado ahí (los anoto en orden de aparición en mi vida: Omar, Moctezuma, Luc, Howser, Paulina y Velia, Carolina, Gaby, Melanicita que no Milanecita, Dr. Ortiz, Edgar y Brown) y también los que aparecieron de repente y sin decir agua va (PaquitE!, Don Marianone, Swed...). Y si olvidé a alguno, pues no se esponjen, recuerden que estoy medicado y ahorita se me perdona todo.
MOMENTO TRES
Retomando el desprendimiento con la Alma Mater, viene al caso el momento tres más esperado por todos los que inician una carrera: En este año me titulé. Conseguí eliminar el yugo UPeino que pendía sobre mí. Les dije adiós a los demonios de Lord Sancho Dilunda y sus ecuaces. Se desvaneció la sombra que te persigue por siempre y puede llegar a ser más angustiante que Hacienda (aunque todavía no me he metido en líos que estos señores, pero me han contado). Señores, crucé finalmente el río que separa al muchacho imberbe del muchacho imberbe sin chamba, pero algo es algo. Gracias a los que estuvieron ahí (creo que ya había dedicado algunos posts de este desgastado blog para hablar sobre el asunto, pero qué quieren, uno NO se titula todos los días... bueno sí, hay quienes sí lo hacen y son conocidos como genios o nerds, o en su caso gente que trata de titularse todos los días y no lo consigue, pero este no es el caso) y a los que no, no importa, ya necesitarán algo... jajajajjajaja
MOMENTO DOS
Puede sonar muy cursi, pero no me interesa, el momento dos lo reservo para la relación amorosa, sentimental, alegre y que se podría describir como un vórtice de emociones cruzadas con una buena pizza y una chela bien fría... bueno, el chiste es que me da mucha emoción decir que en este año también me hice novio de (o convertí en mi novia a) Carolina aka Cosqui. Han sido ya casi un año (11 meses y cacho) en donde ha pasado de todo, pero como los cadáveres en el río, lo bueno siempre sale a flote. Muchas gracias por todos estos momentos juntos Cosqui.
MOMENTO UNO
El momento más esperado y principal en esta cuenta no me ocurrió a mí directamente, pero nos pegó a todos los miembros de la familia Correa González. Mi padre inició su carrera profesional en el alejado y nublado año de1963, y por 44 laaaaaaaaaaaarguísimos años, se dedicó a reparar vacas, pollos, cerdos, murciélagos y cualquier animal, humano o inhumano, que se dejara. Y después de haber hecho eso y haber logrado desarrollar una vacuna que protegió a miles de cerdos que se acaban de escabechar esta navidad y en general todos los días convertidos en ricas carnitas, finalmente le dieron un reconocimiento por parte de la Reunión Anual de Investigadores en su área.
Para tal ocasión nos tuvimos que dirigir una semanita a las tierras del mismísimo Pedro Infante, Chapo Guzmán y Julio César Chávez (según nos contó un taxista, él mismito, con sus dos ojitos chinguiñosos y esas dos manos que se han de tragar los gusanos sinaloenses (que han de estar de por sí en engorda con tanto levantón y ajusticiamiento) vió como el Chapo Guzmán se convirtió de ser un niño latoso en un hombre también muy latoso, y él vio cómo Chávez le voleaba las chanclas y no sólo eso, él vio cómo Pedrito se elevaba por los aires para no bajar jamás) y ahí estuvimos, disfrutando de un clima terriblemente seco y de una vista bastante agradable, sobre todo a la sombra.
En fin, estos son los cinco momentos que marcaron mi vida en el año de 2007 y espero que el que viene traiga buenos momentos y que los malos estén ahí para darle sabor a todo.
miércoles, 26 de diciembre de 2007
FáVula 9: Mi mano izquierda...
Un día Dios se dio cuenta del porqué las cosas en su creación iban tan mal y le dijo a su pensamiento, quien es el único que realmente le escucha y entiende: "La mano derecha que tengo, es una miedosa, es interesada y sólo puede ver dos centímetros más allá de lo que la razón le permite. La mano izquierda es ventajosa, es abusiva y altanera, le encanta pelear y cuando deja de existir cualquier ocasión para el conflicto, gruñe y muerde para provocarla. Las dos manos mías ya no hacen nada bueno por sí mismas; pero, ¿qué tal si las reúno para que puedan componer mi creación?".
Instantes después regresaba con su pensamiento: "Fue terrible, mi mano derecha no hizo gran cosa. Sólo terminó por esconderse en ella misma. Olvidó que existían pequeñas criaturas a las cuales debía responder. Sólo pensó en ella y al ver que la izquierda le gruñía incesantemente, decidió preocuparse por su existencia y corrió a esconderse donde mejor pudo. Y cuando sintió que la izquierda ya no la seguía, entonces dijo cosas imbéciles y completamente fuera de lugar. Se sintió bravucona. Sintió que podía ponerse al tú por el tú incluso conmigo mismo, pero tan pronto vio la sombra de la izquierda cubriéndola por completo, corrió hecha un guiñapo y sudó un líquido frío y repugnante, tan repugnante como, como... como la cobardía.
La izquierda finalmente encontró a la derecha y se lanzó violentamente sobre ella, la despedazó en alguno segundos y con odio le gritó que toda la maldad, la pobreza, la injusticia, la desdicha y los vicios eran su culpa. La derecha protestó fríamente, con un odio entripado y, una vez más cobarde, pero no pudo hacer nada contra la fuerza de la izquierda, quien se alzaba triunfante sobre la derecha. Pero el gusto le duró muy poco, pues pronto sintió nuevamente ganas de pelear y no encontró con quién hacerlo".
"¿Y qué has decidido entonces?", le preguntó el pensamiento a Dios.
"Creo que mis dos manos jamás podrán volver a unirse para reparar los daños. Pero para evitar que mi mano izquierda siga devorando los pequeños pedazos de esto que yo cree alguna vez, le daré la dicha de que la derecha siga existiendo...".
"Pero debes castigarlos, de lo contrario seguirán cometiendo sus estupideces ad eternitas".
"Pensamiento, tú, mejor que nadie, debe sabe que yo inventé la genialidad y cada cosa que se me ocurre es una genialidad. Cada cosa está ahí por algo. Verás, la izquierda jamás podrá vivir sin la derecha y viceversa... su castigo será que la izquierda jamás podrá derrotar a la derecha, lo cual le producirá un sufrimiento terrible, y la derecha sufrirá por siempre los embates de la izquierda...".
"En verdad eres tú el verdadero Dios... pero, ¿y las criaturas de este pequeño mundo que tú inventaste?".
"Me parece que cosa extraña ocurre con ellas, porque les place ver cómo se pelean mis dos manos...".
FáVula 8: Recalentado...
"Los rústicos parajes son los mejores lugares para que la vida se mofe de sus moradores. Eso me pasó a mí. Pensé que la libraría, pensé que no volverían a tragar nada más. ¿Cómo iban a hacerlo si casi la mitad de los corrales quedaron vacíos? Mataron a dos cerdos y quince lechones, los oí gemir sus últimas súplicas entre gorgoteos de una sangre caliente, humeante, los oí decir que se privarían de las delicias que los habían colmado las últimas semanas. En fin, ellos merecían morir, porque son parecidos al hombre y a su mujer, y a sus cinco hijos y a la comadre que anda haciéndole ojitos al compadre y a la abuela y a todos los que irían a cenar. Todos son insaciables, igual que los cerdos. Por eso me parece que se ganaron a pulso la muerte; dando y dando, diría mi tío Jonás.
Después se despacharon a tres patos, quienes sin saber ni cuando ni donde aparecieron de pronto patas pa'rriba, viendo cómo volaban pedacitos de plumas. Ya después, entre tanto zangoloteo, sólo escuché unos quince huesecillos tronar y después, sus ojos se fueron para atrás y quedaron sus cabecitas colgando. Yo estaba completamente asustado, pues, que yo supiera, los patos no habían hecho nada como los cerdos. Ellos estaban felices, comiendo mosquitos y de pronto, zaz, que se los llevan a las ollas llenas de agua hirviendo, con unos pedazotes de cebolla y unos manojos de hierbas. Pero algo debieron haber hecho, pensé en ese momento, la vida es justa y sólo le da cran al que se porta mal. Yo me he portado muy bien y por eso me parece que la vida me dejará aquí hasta que me porte mal. Bueno, eso creía.
Después se llevaron al tío Jonás y dejaron a mis primos aturdidos, porque el tío Jonás no se dejó tan fácil. Fue difícil, pero creo que la vida también le pasó a cobrar algo que se tenía muy guardadito. En fin, de no ser por una vaca que mugió por última vez, yo podría decir que la mitad de los animales del corral se habían portado muy mal. Esta fecha del 25 es temida por todos nosotros, es el apocalipsis cada año y yo me había salvado por muchos. De hecho, pensé que este año no sería diferente. Entre las probabilidades de que los hombres y mujeres estarían saciados y que yo no he hecho nada malo, sabía que era imposible colgar las plumas el día de hoy. Pero olvidaba un pequeño detalle: el recalentado.
¡No sé quién diablos lo inventó! Pero sólo sé que, no obstante la cantidad terrible de comida que aún yace en los resquicios de los intestinos y que se lamenta porque no puede bien morir, los hombres y mujeres tienen la absurda y terrible idea de meter más comida. ¡Es absurdo! ¡Irónico y absurdo! Yo creo que fue un complot, porque yo nunca antes había oído de el mentado recalentado. Seguro la vida se cansó de ver cómo yo no moría y me jugó rudo. Sólo creo que no es justo. Estas, señora con cuchillo, son mis últimas palabras..."
* * *
La cocinera no sabía que había ocurrido, sólo se despertaba del suelo. Todos dentro de la casa estaban un poco asustados, porque vieron a la vieja señora desvanecerse justo antes de sacrificar al último pavo. Éste salió corriendo despavorido, burlando a varios mozos y logró escapar de la casa, pero su huida no fue muy fructífera, pues metros más adelante fue aplastada por el auto del Señor de la Casa.
Después se despacharon a tres patos, quienes sin saber ni cuando ni donde aparecieron de pronto patas pa'rriba, viendo cómo volaban pedacitos de plumas. Ya después, entre tanto zangoloteo, sólo escuché unos quince huesecillos tronar y después, sus ojos se fueron para atrás y quedaron sus cabecitas colgando. Yo estaba completamente asustado, pues, que yo supiera, los patos no habían hecho nada como los cerdos. Ellos estaban felices, comiendo mosquitos y de pronto, zaz, que se los llevan a las ollas llenas de agua hirviendo, con unos pedazotes de cebolla y unos manojos de hierbas. Pero algo debieron haber hecho, pensé en ese momento, la vida es justa y sólo le da cran al que se porta mal. Yo me he portado muy bien y por eso me parece que la vida me dejará aquí hasta que me porte mal. Bueno, eso creía.
Después se llevaron al tío Jonás y dejaron a mis primos aturdidos, porque el tío Jonás no se dejó tan fácil. Fue difícil, pero creo que la vida también le pasó a cobrar algo que se tenía muy guardadito. En fin, de no ser por una vaca que mugió por última vez, yo podría decir que la mitad de los animales del corral se habían portado muy mal. Esta fecha del 25 es temida por todos nosotros, es el apocalipsis cada año y yo me había salvado por muchos. De hecho, pensé que este año no sería diferente. Entre las probabilidades de que los hombres y mujeres estarían saciados y que yo no he hecho nada malo, sabía que era imposible colgar las plumas el día de hoy. Pero olvidaba un pequeño detalle: el recalentado.
¡No sé quién diablos lo inventó! Pero sólo sé que, no obstante la cantidad terrible de comida que aún yace en los resquicios de los intestinos y que se lamenta porque no puede bien morir, los hombres y mujeres tienen la absurda y terrible idea de meter más comida. ¡Es absurdo! ¡Irónico y absurdo! Yo creo que fue un complot, porque yo nunca antes había oído de el mentado recalentado. Seguro la vida se cansó de ver cómo yo no moría y me jugó rudo. Sólo creo que no es justo. Estas, señora con cuchillo, son mis últimas palabras..."
* * *
La cocinera no sabía que había ocurrido, sólo se despertaba del suelo. Todos dentro de la casa estaban un poco asustados, porque vieron a la vieja señora desvanecerse justo antes de sacrificar al último pavo. Éste salió corriendo despavorido, burlando a varios mozos y logró escapar de la casa, pero su huida no fue muy fructífera, pues metros más adelante fue aplastada por el auto del Señor de la Casa.
martes, 25 de diciembre de 2007
Mis héroes...
"Estamos hechos con los héroes que vivimos"
Después de ver la película Rocky II, hice un breve análisis. La película es buena. La trama se divide en dos: la parte pesada, que es la primera, y la parte que a todos les gusta, que es la segunda (el entrenamiento y la pelea final). En todos los sentidos, Rocky es una de las sagas que más describen una de las funciones primordiales de los medios de comunicación, yendo de la más sencilla charla hasta la más sofisticada creación artística: la generación de héroes.
Sin los héroes no somos nada y es por eso que la importancia de tenerlos es de primordial interés para cualquier pueblo. Debe tener en alguien puestas sus esperanzas, porque el mundo es demasiado grande para vivirlo en la soledad del egoísmo. Los héroes son los que marcan los destinos de los pueblos y los héroes son lo que dan a la gente los bríos para seguir luchando en sus propias vidas, comunes y corrientes, pero siempre buscando la casta de sus héroes.
Los mexicanos, tristemente, carecemos de héroes. Héroes como Rocky, que pueden parecer hechos de cartón y celuloide, pero que tienen más vida que cualquier héroe de pacotilla que se nos ha inculcado. ¿Qué diferencia tan grande hay entre héroes y héroes? Los de los romanos eran semidioses, paridos por el mismo Júpiter. Los griegos hacían que sus héroes pelearan contra los mismísimos designios del Olimpo. Los estadounidenses tienen por héroes a George Washington y Rocky, los dos ganadores.
Rocky es victorioso. Es un ser humano que se sobrepone a todos los límites: desde los enemigos más arrogantes y ansiosos por la victoria, hasta su propia forma de ser. Es un hombre honesto, es un hombre trabajador, y ganador. Pero no es un ganador fortuito, como un Huicho Domínguez, no. Es un ganador que forja su camino y a cada pedazo de película nos va invitando a querer ser como un Rocky, en cualquier forma en que nos ganemos la vida. Esa es la gran virtud de esta película, sabe explotar de una manera tremenda a un personaje que se ha convertido en un ícono de la cultura popular, y ha forjado un héroe mundial.
¿Y Los mexicanos? Los mexicanos tenemos por héroe a víctimas, a mártires, a gente que cae "con la frente en alto", pero siempre son derribados, siempre pierden, siempre sueñan. Tenemos bonches, tenemos a Hidalgo, el padre de la patria, decapitado y humillado, a Morelos quien murió en vano, a Zapata, derrotado, o al Chapulín Colorado, un héroe estúpido. En eso radica parte de nuestra ideología derrotista, ahí estriba parte de nuestro mundo tan gris y sombrío. No tenemos héroes.
No tenemos a quien seguir, no hay un ejemplo a seguir. Todos los que nos rodean no son más que humanos y humanos de la peor calaña son los mexicanos más famosos: el gober precioso, Madrazo, el peje... ¿Será posible que en algún momento pueda erigirse frente a nuestros ojos terragosos un ser humano nacido en el territorio nacional que sea capaz de congregarnos a todos en una sola dirección, en un solo futuro, en un solo respirar, en un solo latir del corazón, y derribar las murallas de nuestro propio egoísmo?
Me gustaría pensar que el cine nacional podría intentar poner sus ojos en erigir alguna figura y así apoyar a México, y no creando películas verdaderamente lamentables por el simple hecho de buscar algo comercial en donde no lo hay. Me gustaría pensar que así será... por lo pronto seguiré pensando que Rocky era mexicano.
Mi cerebro
"CUANDO EL CEREBRO NO SOPORTA TANTO TRABAJO, TANTAS IDEAS, TANTAS IMÁGENES, TANTAS DISCUSIONES, TANTAS POSIBLES SOLUCIONES, TANTOS DESASFÍOS, TANTA IMPRODUCTIVIDAD, TANTA REBELDÍA, TANTO HERMETISMO, TANTA AMBIGÜEDAD, TANTA PASIVIDAD, TANTA ENERGÍA POR DENTRO, TANTAS CONEXIONES SINÁPTICAS, TANTO DESENFRENO, TANTAS EXPERIENCIAS, TANTAS EMOCIONES, TANTOS DETALLES, TANTAS INTENSIONES, TANTA DESTRUCCIÓN, TANTA IMPOTENCIA, TANTO DESENFRENO, TANTAS SEÑALES DE CAOS, TANTA INACTIVIDAD, TANTOS DÍAS SIN HORAS, TANTAS ATADURAS, TANTA TORPEZA, TANTA MIERDA EN EL MUNDO, TANTOS BUENOS DESEOS QUE SE QUEDAN EN EL TINTERO, TANTA VIDA, TANTA VEJEZ, TANTA ESTUPIDEZ, TANTAS PERSONAS QUE SÓLO EXISTEN PARA SEGUIR EL CAMINO, TANTAS INCONSISTENCIAS, TANTO DORMIR, TANTAS PALOMAS MUERTAS, TANTA CONTAMINACIÓN, TANTA CLARIVDENCIA EN LA BASURA, TANTO ESTIÉRCOL SIN USO, TANTA GENTE, TANTA AMBICIÓN, TANTA MIOPÍA, TANTOS SUEÑOS ROTOS, ENTONCES NO LE QUEDA MÁS REMEDIO QUE ADMITIR QUE NO SIRVE PARA NADA..."
Un 26...
Y si la muerte que entierra con su constancia y su maniqueísmo la misma verdad que pudiera sobresalir de los inhertes suspiros de quienes refulgen bajo la consecusión de la aristocracia que se regodea ante la vida que renace de entre los escombros y como la mitología que encierra las verdades y se oculta en lo imposible pude saltar en un mar de sales y en un repertorio áglido y benevolente y lleno de cloro y mucha música con melómanos engentados y soltando la coyuntura que procede de bocanadas de fumarolas y de artríticos sesudos que sólo pueden ver sus ojos sin ver lo que se refleja en la músita acción de quien emprende y se revuelca en la mediocridad para renacer de lo que siempre fue y que en la eternidad se limita a transmitir la única y fe que la muerte es vida y la vida es muerte.
Y si los suspiros de la benevolencia se mezclara con la depresión de que quien sube una colina sin mirar hacia dónde se dirigen los pies y sólo tiende a dejar que los poros platiquen con la visión de los objetos animados y llenos de rémulos pardos y lobos con luces que se estropean entre el polvo añejo que se esconde en las palabras y en la sangre de los artilugios pensados para portar las verdades de los cerebros que sólo pueden reptar como serpientes sin rumbo pues el cabo que los ataba a todos fue desmembrado por la saliva rabiosa del portador y por la furia envidiosa de los que salvaban y pensaban que podían sobrevivir por el simple hecho de ser y de lanzar sus pensamientos en bocanadas venenosas que sólo se encontraron con el eco de la miseria y del perdón.
FaVula 7: ¿A dónde van?
"Señora, estoy buscando a un joven. Han pasado treinta ricos años de búsqueda y siempre llegó al lugar donde él estuvo, retrasado por un instante. Cuando inicié mi travesía a la edad de treinta y tres, sentí que la vida me había encomendado guiar a alguien a algún lado. ¿Dónde? ¿Quién? No lo sé. Sólo fue un impulso que llenó mis piernas y mis brazos de una energía extraña y me impulsó fuera de mi casa y seguí los pasos de ese que sólo es sombra para mí. Así inicié un periplo rico en conocimientos, platicando con grandes hombres que habían dedicado sus días a contemplar la vida y charlar con otros grandes hombres que se habían dedicado a su vez a charlar con otros que habían pasado sus días pensando. Y todas las conjeturas que me expusieron me parecieron realmente asombrosas, no por las verdades que encerraban, sino por que yo las había pensado también.
Mis pies caminaron incesantes hasta que finalmente tuve noticias que me hicieron sentir un golpe en el corazón por dos razones. En primer lugar eran noticias que le daban rumbo a mis pies, hablaban de un par de nobles judíos que tendrían un hijo. Por alguna razón, supe que era a ese pequeño al que debía proteger. La segunda razón que hizo retumbar mi ser fue enterarme de que había ocurrido una conspiración en el seno de la nobleza y los habían expulsado de la corte y ahora huían a salto de mata, recorriendo varios poblados, ocultos y con la espada de Damocles sobre ellos todo el tiempo. Era presuroso que mis pies sintieran el apuro para que corrieran a su lado y protegerlos. Fue así como llegué a una pequeña aldea cercana a Belén. Tenía la intención de pasar sólo unas horas ahí, pero el viento me indicó que debía internarme a la campiña... y así lo hice. Caminé algún tiempo y la noche me alcanzó. No me detuve a dormir, pero no fue suficiente mi empeño, pues al llegar a un chiquero maltrecho, sólo se sentía el rumor de las sombras de personas que habían estado ahí. Una buena y una mala: la buena era que finalmente había llegado a mi destino, la mala, que no podía cruzarlo todavía.
Y así pasaron los años, buscándolo, siguiéndolo, escuchando el eco de sus pisadas, el rumor de sus palabras, y él se fue haciendo viejo y yo me fui haciendo niño. Por cada experiencia que él adquiría, yo me volvía más joven. Lo seguí por todos lados, por los montes, a la casa de los Zigurats, a las villas de los Brahamanes, a las tierras de Kǒngzǐ, y al mismísimo infierno lleno de tierra seca y de hectáreas llenas de arena y de ardor y de un escándalo en el alma que pide libertad con la saliva que se seca en la garganta que hierve. Finalmente pasaron treinta años, señor, treinta años en donde mis pies se allagaron y rompieron en múltiples pedazos que se esparcían por todo los caminos en los que seguí sus huellas, las cuales siempre iban acompañadas de un par más; y ante la sorpresa de saber que era uno al que seguía pero eran dos (o más) los que aparecían, decidí curiosear más en esas huellas alternas a las que marcaban mis pasos.
Señora, siguiendo a esas huellas, que en ocasiones mostraban una clara pelea, una discusión, un impulso violento, una desdicha, desesperación y confusión, fue que terminé por llegar a este monte, temeroso de encontrar a las huellas no deseadas pero ansioso de ver a aquél que llevo años persiguiendo. Usted tiene de frente a un niño, señor, pero le aseguro que estos ojos son más añejos de lo que todas sus canas pudieran representar. Llegué a este monte y sólo encontré lágrimas manchadas de sangre y un olor a miedo y a una mezcla extraña entre la esperanza y la desesperanza. Señora, ¿usted podría indicarme en dónde puedo encontrar a quien álgidamente sigo desde hace más de treinta y tres años?".
"Claro que sí pequeño, y disculpa mis lágrimas, pero creo que has llegado nuevamente tarde. Hoy, dentro de algunas horas lo sacrificarán para mostrar al mundo que nadie podrá cambiarlo".
"Por favor, señora, no se vaya, sólo dígame qué camino debo recorrer para llegar hasta a él. ¡Hágalo por un alma que pide reposo! Tal vez no pude proteger a este hombre, pero por favor, no me niega la dicha de verlo en el último momento. Verá, desde hace algunos días, las piernas han abandonado a las fuerzas que siguen en mi corazón. También me empieza a fallar la voz y temo que en cualquier momento la visión se convertirá en un hálito y me embriague de nuevo en el recuento de la felicidad que, incólume, renace cada día y muere a cada instante. Sólo le pido eso, una señal, una dirección, ¿hacía dónde debo arrastrarme?".
"Pequeño, realmente me parece increíble tu relato, y si no estuviera en mis cabales, pensaría que la desesperación por saber que mi hijo, ese hombre del que hablas, morirá precisamente hoy, me ha llevado a la locura. Pero tu presencia me tranquiliza sobrenaturalmente y me hace sentir una felicidad, una dicha increíble, como si no fuera a perder a un hijo, como si nunca fuera a perderlo. Te llevaré con él. Permíteme cargarte y llevarte conmigo, junto al corazón, para que la desdicha no me desgarre en su presencia".
La mujer cargo al pequeño, quien no soportó más y durmió todo el camino. Llegaron hasta el Kraniou Topos y la muchedumbre despertó al bebé. Sus ojos se detuvieron frente al hombre que se erigía frente a él.
"Por fin te veo, pensó el pequeño quien sólo podía gemir y balbucear, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras una muerte tan terrible!". Entonces el hombre en lo alto lo miró desfalleciente, y su corazón también se regocijó al verlo. "Por fin te veo, balbuceó el hombre quien ya no podía articular ninguna palabra, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras un destino... tan terrible!".
Mis pies caminaron incesantes hasta que finalmente tuve noticias que me hicieron sentir un golpe en el corazón por dos razones. En primer lugar eran noticias que le daban rumbo a mis pies, hablaban de un par de nobles judíos que tendrían un hijo. Por alguna razón, supe que era a ese pequeño al que debía proteger. La segunda razón que hizo retumbar mi ser fue enterarme de que había ocurrido una conspiración en el seno de la nobleza y los habían expulsado de la corte y ahora huían a salto de mata, recorriendo varios poblados, ocultos y con la espada de Damocles sobre ellos todo el tiempo. Era presuroso que mis pies sintieran el apuro para que corrieran a su lado y protegerlos. Fue así como llegué a una pequeña aldea cercana a Belén. Tenía la intención de pasar sólo unas horas ahí, pero el viento me indicó que debía internarme a la campiña... y así lo hice. Caminé algún tiempo y la noche me alcanzó. No me detuve a dormir, pero no fue suficiente mi empeño, pues al llegar a un chiquero maltrecho, sólo se sentía el rumor de las sombras de personas que habían estado ahí. Una buena y una mala: la buena era que finalmente había llegado a mi destino, la mala, que no podía cruzarlo todavía.
Y así pasaron los años, buscándolo, siguiéndolo, escuchando el eco de sus pisadas, el rumor de sus palabras, y él se fue haciendo viejo y yo me fui haciendo niño. Por cada experiencia que él adquiría, yo me volvía más joven. Lo seguí por todos lados, por los montes, a la casa de los Zigurats, a las villas de los Brahamanes, a las tierras de Kǒngzǐ, y al mismísimo infierno lleno de tierra seca y de hectáreas llenas de arena y de ardor y de un escándalo en el alma que pide libertad con la saliva que se seca en la garganta que hierve. Finalmente pasaron treinta años, señor, treinta años en donde mis pies se allagaron y rompieron en múltiples pedazos que se esparcían por todo los caminos en los que seguí sus huellas, las cuales siempre iban acompañadas de un par más; y ante la sorpresa de saber que era uno al que seguía pero eran dos (o más) los que aparecían, decidí curiosear más en esas huellas alternas a las que marcaban mis pasos.
Señora, siguiendo a esas huellas, que en ocasiones mostraban una clara pelea, una discusión, un impulso violento, una desdicha, desesperación y confusión, fue que terminé por llegar a este monte, temeroso de encontrar a las huellas no deseadas pero ansioso de ver a aquél que llevo años persiguiendo. Usted tiene de frente a un niño, señor, pero le aseguro que estos ojos son más añejos de lo que todas sus canas pudieran representar. Llegué a este monte y sólo encontré lágrimas manchadas de sangre y un olor a miedo y a una mezcla extraña entre la esperanza y la desesperanza. Señora, ¿usted podría indicarme en dónde puedo encontrar a quien álgidamente sigo desde hace más de treinta y tres años?".
"Claro que sí pequeño, y disculpa mis lágrimas, pero creo que has llegado nuevamente tarde. Hoy, dentro de algunas horas lo sacrificarán para mostrar al mundo que nadie podrá cambiarlo".
"Por favor, señora, no se vaya, sólo dígame qué camino debo recorrer para llegar hasta a él. ¡Hágalo por un alma que pide reposo! Tal vez no pude proteger a este hombre, pero por favor, no me niega la dicha de verlo en el último momento. Verá, desde hace algunos días, las piernas han abandonado a las fuerzas que siguen en mi corazón. También me empieza a fallar la voz y temo que en cualquier momento la visión se convertirá en un hálito y me embriague de nuevo en el recuento de la felicidad que, incólume, renace cada día y muere a cada instante. Sólo le pido eso, una señal, una dirección, ¿hacía dónde debo arrastrarme?".
"Pequeño, realmente me parece increíble tu relato, y si no estuviera en mis cabales, pensaría que la desesperación por saber que mi hijo, ese hombre del que hablas, morirá precisamente hoy, me ha llevado a la locura. Pero tu presencia me tranquiliza sobrenaturalmente y me hace sentir una felicidad, una dicha increíble, como si no fuera a perder a un hijo, como si nunca fuera a perderlo. Te llevaré con él. Permíteme cargarte y llevarte conmigo, junto al corazón, para que la desdicha no me desgarre en su presencia".
La mujer cargo al pequeño, quien no soportó más y durmió todo el camino. Llegaron hasta el Kraniou Topos y la muchedumbre despertó al bebé. Sus ojos se detuvieron frente al hombre que se erigía frente a él.
"Por fin te veo, pensó el pequeño quien sólo podía gemir y balbucear, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras una muerte tan terrible!". Entonces el hombre en lo alto lo miró desfalleciente, y su corazón también se regocijó al verlo. "Por fin te veo, balbuceó el hombre quien ya no podía articular ninguna palabra, por fin mi corazón descansa. ¡Perdóname por no llegar antes y evitar que tuvieras un destino... tan terrible!".
lunes, 24 de diciembre de 2007
Feliz Navidad
A muchos les puede resultar una fecha hermosa, a otros les parece una vulgar bacanal burguesa, pero me parece que a todos nos afecta de alguna manera la Navidad. Hay quien se deprime y se mete un bonche de pastillas y duerme por mucho, mucho tiempo. A otros les entra un furor inexplicable por comprar cualquier madre, bajo el anatema de "la intención es lo que cuenta". Hoy fui al super a comprar algo para la cena que todos vamos a llevar a cabo esta noche, y no precisamente porque todos celebremos lo mismo, sino porque irremediablemente hoy todos comen. Fue espantoso ver cómo el super parecía una sucursal de Zara en barata. Pero fue todavía más espantoso ver kilos y kilos de comida apilada y que quien sabe si se vaya a comer todos. En fin, eso ya no me incumbe a mí.
A lo que voy es que a todos nos pega esta fecha por la tradición. Es una tradición festejar el 24 y el 25 recalentar lo que hubo el día anterior. Es una tradición que realmente olvida lo más importante de todo: la unidad. Es verdad, todos nos vamos a regalar cosillas y entre nuestros hermanos, primos, padres, abuelos, compadres, nietos (los que tengan) etcétera, etcétera, sentirán un extraño halo por compartir aunque sea una pinchurrienta lata de cacahuates. Pero eso sí, se chutaron largas filas haciendo coraje, mentaron madres a granel por toda la pinche ciudad que está caótica, el estrés los vuelve hipersensibles (ojo, no es la navidad, es el pinche estrés que provoca la navidad lo que vuelve a la gente histérica (sí, incluso a los hombres nos da histeria, porque por alguna razón, tanto estrés nos crea una matriz fantasma, aunque haya muchos machines que no lo quieran reconocer)).
¿Es eso la navidad? ¿Una sonrisa de dientes para afuera? Pues sí, eso es la navidad. El Grinch tenía razón. Es preferible ser un odioso y amargado, pero coherente, a ser un piadoso que gasta millones de pesos para la felicidad de todos, cuando la verdadera felicidad estaría en que no usaran su puto automóvil para contaminar el jodido planeta. En fin, todos podemos echarle la culpa a la mercadotecnia y a la verdadera genial idea de Coca Cola de apoderarse sutilmente de Santa; es más podemos irnos a momentos más alejado y echarle la culpa a la Santa Iglesia Católica y Apostólica, ah, y Romana. Pero de qué sirve quejarnos y quejarnos y convertirnos en unos cuasi líderes del CGH y similares; convertirnos en gente que convierte "el estar en contra" en su modus vivendi; convertirnos en piojosos que creen que por irle al PRD y tener monitos del Peje en su casa ya están buscando el espejismo de la justicia social. ¿Para qué gastar tiempo a lo bruto?
Nel, mejor empecemos por uno mismo y tratemos de vivir todos los días como si fueran Navidad (no la que vivimos, llena de tráfico invivible y sonrisas hipócritas, la otra la que te da tranquilidad) y vivir todos los días como si fueran día de las madres y vivir todos los días como si fuera día del mundo y día de la mujer y día del niño y día del hombre (porque nosotros también tenemos nuestro día) y tratar de agredirnos menos y abrir un poco más el sentido común y rescatar esa palabra RESPETO y revivirla con su significado y exigir que los padrecitos pederastas recuerden el RESPETO y que los violadores recuerden el RESPETO y que las mujeres con camionetas recuerden el RESPETO y que los hombres con automóviles (asesinos en potencia) recuerden el RESPETO y que los niños que se burlan de los demás y creen que por ser niños se les pasa todo recuerden el RESPETO y que los profesores amargados y traumados porque no pudieron tener una vida como la que hubieran querido recuerden el RESPETO y que los políticos recuerden el RESPETO (y se den un balazo todos).
Concluyo esta diatriba con una simple petición: recuerden que la Navidad es, entre muchas cosas, RESPETO.
A lo que voy es que a todos nos pega esta fecha por la tradición. Es una tradición festejar el 24 y el 25 recalentar lo que hubo el día anterior. Es una tradición que realmente olvida lo más importante de todo: la unidad. Es verdad, todos nos vamos a regalar cosillas y entre nuestros hermanos, primos, padres, abuelos, compadres, nietos (los que tengan) etcétera, etcétera, sentirán un extraño halo por compartir aunque sea una pinchurrienta lata de cacahuates. Pero eso sí, se chutaron largas filas haciendo coraje, mentaron madres a granel por toda la pinche ciudad que está caótica, el estrés los vuelve hipersensibles (ojo, no es la navidad, es el pinche estrés que provoca la navidad lo que vuelve a la gente histérica (sí, incluso a los hombres nos da histeria, porque por alguna razón, tanto estrés nos crea una matriz fantasma, aunque haya muchos machines que no lo quieran reconocer)).
¿Es eso la navidad? ¿Una sonrisa de dientes para afuera? Pues sí, eso es la navidad. El Grinch tenía razón. Es preferible ser un odioso y amargado, pero coherente, a ser un piadoso que gasta millones de pesos para la felicidad de todos, cuando la verdadera felicidad estaría en que no usaran su puto automóvil para contaminar el jodido planeta. En fin, todos podemos echarle la culpa a la mercadotecnia y a la verdadera genial idea de Coca Cola de apoderarse sutilmente de Santa; es más podemos irnos a momentos más alejado y echarle la culpa a la Santa Iglesia Católica y Apostólica, ah, y Romana. Pero de qué sirve quejarnos y quejarnos y convertirnos en unos cuasi líderes del CGH y similares; convertirnos en gente que convierte "el estar en contra" en su modus vivendi; convertirnos en piojosos que creen que por irle al PRD y tener monitos del Peje en su casa ya están buscando el espejismo de la justicia social. ¿Para qué gastar tiempo a lo bruto?
Nel, mejor empecemos por uno mismo y tratemos de vivir todos los días como si fueran Navidad (no la que vivimos, llena de tráfico invivible y sonrisas hipócritas, la otra la que te da tranquilidad) y vivir todos los días como si fueran día de las madres y vivir todos los días como si fuera día del mundo y día de la mujer y día del niño y día del hombre (porque nosotros también tenemos nuestro día) y tratar de agredirnos menos y abrir un poco más el sentido común y rescatar esa palabra RESPETO y revivirla con su significado y exigir que los padrecitos pederastas recuerden el RESPETO y que los violadores recuerden el RESPETO y que las mujeres con camionetas recuerden el RESPETO y que los hombres con automóviles (asesinos en potencia) recuerden el RESPETO y que los niños que se burlan de los demás y creen que por ser niños se les pasa todo recuerden el RESPETO y que los profesores amargados y traumados porque no pudieron tener una vida como la que hubieran querido recuerden el RESPETO y que los políticos recuerden el RESPETO (y se den un balazo todos).
Concluyo esta diatriba con una simple petición: recuerden que la Navidad es, entre muchas cosas, RESPETO.
viernes, 21 de diciembre de 2007
FaVula 6: La bola de nieve
Se le veía abrumado, cansado y harto. Estaba sofocado y su desesperación rebozaba en cada centímetro de la cara y de las manos y de lo cabellos cada día eran más y más canosos. Siempre era lo mismo, decía. Todo es injusto, todo se mide por el implacable metro del dinero, ¡todo! ¿Y sus sueños? ¿Y los sueños de los demás? ¿Por qué no alzar la voz? ¿Por qué no ir en contra de lo que todos siguen como... borregos? ¡Borregos! Es un maldito rebaño el que sigue a tropel cada paso de la potencia. Cachorros del imperio, decía. Le dieron ganas de tomar a todos los mugrosos que se divertían y que lanzaban dinero a todos lados y compraban y bebían y se vestían... ¡me dan asco!, decía.
Entonces salió de su covacha burguesa y quiso hacer justicia, porque ya era hora de que se hiciera justicia. Se levantó en lo alto de un cerro y gritó al mundo "¡Aquí estoy! No teman, que ya vine a liberarlos". Se armó con una casaca verde, porque el verde le daba fuerza a sus energías y caminó hacia el bosque, seguro de que ahí encontraría al señor de la injusticia, al creador de una cultura despiadada y estúpida. Ahí estaría, modelando más artimañas para engañar a los hombres, sus amigos, sus hermanos, para engañarlos a todos y embaucarlos en un torbellino de frivolidades y hedonismo sin cuartel. Creador de fatalidades como los tratados comerciales, los bancos, las monedas, la ropa de alta costura, los automóviles, todo, todo lo que destrozaba su corazón (y el del mundo también, seguramente) venía del mismo desordenador. Por eso iba al bosque, para encontrar al diablo.
Así salió Juan Ramón Pereira a buscar al asesino de las convicciones y de las virtudes y aún más, de la libertad. Se internó en el bosque y esperó alguna señal, algún destello de verdad. Buscó bajo la hojarazca, bajo los nogales, bajo las ramas, bajo los tomates que nacían, bajo las ardillas que mordían, bajo la luna que lo seguía, pero no lo encontraba. Se sintió solo y desconsolado, pues ahora no sólo carecía de un enemigo, sino que no tenía la más mínima idea de dónde estaba. Fue cuando conoció a su sombra y después de muchos días intentando decifrar su lenguaje, terminaron por convertirse en amigos. Pero lo mejor de tener a su sombra como único amigo fue que, dependiendo de cómo cayera la luz, podía tener muchas sombras y por lo tanto, muchos amigos... muchos amigos que pensaban como él.
De esta forma y sin poder hallar nunca al señor de la injusticia, pudo entrenar a un ejército de sombras para que repitieran lo que él pensaba. Las sombras comenzaron a crearse una identidad y una manera de pensar que partía de los preceptos de su creador y amigo. Ahora podían platicar entre ellas mientras Él dormía; y podían discutir la forma en que debían hablar a sus seguidores mientras Él daba un paseo buscando al injusto; y podían pelear a gusto sin que el hombre que las parió pudiera hacer nada para evitarlo. Tenían vida propia, aunque seguían siendo sombras, sin ninguna característica que las hiciera diferentes ante los ojos de nadie más que de ellas mismas.
Y entonces, sin poder cumplir su cometido, Juan Ramón Pereira moría dejando solas y huérfanas a sus sombras. Les prometió que algún día regresaría para ver cómo habían logrado cumplir con su cometido y disfrutar de la libertad que jamás pudo tener (o supo vivir). Las sombras se entristecieron y sintieron cómo quedaban solas por completo en un bosque al que ahora sentían extraño. Fueron vagando sin rumbo fijo siempre buscando algo que les había dicho su maestro, pero nunca encontrando. Sin querer llegaron a una villa al pie del bosque y ahí encontraron a mucha gente que sentían algo familiar en ellas, pero que por alguna razón las sentía ajenas.
Ahí vivieron por muchos años, enseñando las palabras de su maestro Juan Ramón Pereira, y el pueblo llegó a creer que realmente estaban liberados. Todos bailaban y se agasajaban sintiendo el estupor de la libertad, todos creían tener las respuestas a lo que tanto se habían preguntado y las sombras sintieron que, si bien no habían encontrado nunca al Injusto, habían terminado la proeza de su Creador. Todos eran felices, pensaban las sombras, el Injusto debe ser una alegoría a nuestros miedos, se decían... pero todo pertenece a un equilibrio, y la balanza volvió a su nivel.
A lo lejos escucharon cómo caía una gran bola de nieva, que venía del bosque. Todos la vieron y todos sintieron que la bola de nieve no llegaba ahí de manera fortuita, más bien los había cazado. Todos los pobladores se armaron con más nieve pues sabían que esa bola quería arrancarles la libertad que habían creído alcanzar. Entonces las sombras vieron que el Injusto estaba frente a ellos. Armaron al pueblo de valor y entre todos intentaron detener la bola lanzándole más nieve, pero sólo consiguieron hacerla más poderosa. La bola pasó sobre ellos y los convirtió en parte de la misma masa heterogénea, las sombras desaparecieron y lo único que quedaron fueron sus ideas convertidas en bestsellers.
Entonces salió de su covacha burguesa y quiso hacer justicia, porque ya era hora de que se hiciera justicia. Se levantó en lo alto de un cerro y gritó al mundo "¡Aquí estoy! No teman, que ya vine a liberarlos". Se armó con una casaca verde, porque el verde le daba fuerza a sus energías y caminó hacia el bosque, seguro de que ahí encontraría al señor de la injusticia, al creador de una cultura despiadada y estúpida. Ahí estaría, modelando más artimañas para engañar a los hombres, sus amigos, sus hermanos, para engañarlos a todos y embaucarlos en un torbellino de frivolidades y hedonismo sin cuartel. Creador de fatalidades como los tratados comerciales, los bancos, las monedas, la ropa de alta costura, los automóviles, todo, todo lo que destrozaba su corazón (y el del mundo también, seguramente) venía del mismo desordenador. Por eso iba al bosque, para encontrar al diablo.
Así salió Juan Ramón Pereira a buscar al asesino de las convicciones y de las virtudes y aún más, de la libertad. Se internó en el bosque y esperó alguna señal, algún destello de verdad. Buscó bajo la hojarazca, bajo los nogales, bajo las ramas, bajo los tomates que nacían, bajo las ardillas que mordían, bajo la luna que lo seguía, pero no lo encontraba. Se sintió solo y desconsolado, pues ahora no sólo carecía de un enemigo, sino que no tenía la más mínima idea de dónde estaba. Fue cuando conoció a su sombra y después de muchos días intentando decifrar su lenguaje, terminaron por convertirse en amigos. Pero lo mejor de tener a su sombra como único amigo fue que, dependiendo de cómo cayera la luz, podía tener muchas sombras y por lo tanto, muchos amigos... muchos amigos que pensaban como él.
De esta forma y sin poder hallar nunca al señor de la injusticia, pudo entrenar a un ejército de sombras para que repitieran lo que él pensaba. Las sombras comenzaron a crearse una identidad y una manera de pensar que partía de los preceptos de su creador y amigo. Ahora podían platicar entre ellas mientras Él dormía; y podían discutir la forma en que debían hablar a sus seguidores mientras Él daba un paseo buscando al injusto; y podían pelear a gusto sin que el hombre que las parió pudiera hacer nada para evitarlo. Tenían vida propia, aunque seguían siendo sombras, sin ninguna característica que las hiciera diferentes ante los ojos de nadie más que de ellas mismas.
Y entonces, sin poder cumplir su cometido, Juan Ramón Pereira moría dejando solas y huérfanas a sus sombras. Les prometió que algún día regresaría para ver cómo habían logrado cumplir con su cometido y disfrutar de la libertad que jamás pudo tener (o supo vivir). Las sombras se entristecieron y sintieron cómo quedaban solas por completo en un bosque al que ahora sentían extraño. Fueron vagando sin rumbo fijo siempre buscando algo que les había dicho su maestro, pero nunca encontrando. Sin querer llegaron a una villa al pie del bosque y ahí encontraron a mucha gente que sentían algo familiar en ellas, pero que por alguna razón las sentía ajenas.
Ahí vivieron por muchos años, enseñando las palabras de su maestro Juan Ramón Pereira, y el pueblo llegó a creer que realmente estaban liberados. Todos bailaban y se agasajaban sintiendo el estupor de la libertad, todos creían tener las respuestas a lo que tanto se habían preguntado y las sombras sintieron que, si bien no habían encontrado nunca al Injusto, habían terminado la proeza de su Creador. Todos eran felices, pensaban las sombras, el Injusto debe ser una alegoría a nuestros miedos, se decían... pero todo pertenece a un equilibrio, y la balanza volvió a su nivel.
A lo lejos escucharon cómo caía una gran bola de nieva, que venía del bosque. Todos la vieron y todos sintieron que la bola de nieve no llegaba ahí de manera fortuita, más bien los había cazado. Todos los pobladores se armaron con más nieve pues sabían que esa bola quería arrancarles la libertad que habían creído alcanzar. Entonces las sombras vieron que el Injusto estaba frente a ellos. Armaron al pueblo de valor y entre todos intentaron detener la bola lanzándole más nieve, pero sólo consiguieron hacerla más poderosa. La bola pasó sobre ellos y los convirtió en parte de la misma masa heterogénea, las sombras desaparecieron y lo único que quedaron fueron sus ideas convertidas en bestsellers.
jueves, 20 de diciembre de 2007
"Dígame licenciado... Licenciado..."
Finalmente cumplí con lo que me había propuesto desde hace poco más de 20 años: acabar los menesteres de educación. Ahora sí, podríamos decir, soy libre de seguir con una carrera académica que culmine en el doctorado honoris causa o bien puedo dedicarme al desarrollo meramente profesional o bien, puedo quedarme en mi casa esperando que la suerte me sonría y me den el premio máximo del "Melate", pero sólo una cosa es segura, el camino que tome de hoy en adelante, no tiene porque ser uno solo y tiene que ser logrado de la mejor manera posible.
Ayer Gabilonda me pedía que dijera unas palabras como "licenciado". Realmente no sé cuáles son las palabras que debe tener un licenciado, y creo que se debe a mi falta de experiencia como eso (digo, a penas llevo un día siéndolo), pero el párrafo anterior resume de alguna forma lo que pienso: ser licenciado no es más que un papel... pero es de esos papeles que se siente chido tener. Sobre todo si pensamos que han sido años de esfuerzo y tolerancia y paciencia y constancia y muchos otros ingredientes que se mezclan para construir un pequeño puente que nos va llevando sobre el mar de la vida... y la licenciatura no es el cúlmen de dicho puente, pero sí es una parte que sobresale.
Ahora bien, pienso que debe sobresalir gracias a los siguientes pedazos que formen el puente del que hablé anteriormente. Debe sobresalir con los nuevos esfuerzos completamente personales que te propongas y de los cuales debes salir victorioso. La sociedad en la que vivimos te pide que te titules con una licenciatura. Eso es lo que todos están esperando ver. Y hasta ahorita ya cumplí. Pero lo quiero decir es que lo que sigue es completamente dependiente de uno mismo. Ya no hay que cumplir con los estándares de una sociedad. Ahora viene lo bueno. Los requisitos para llegar como un ente "exitoso" fueron alcanzados, ahora sí me toca construir un barco propio (o muchos barcos o una lanchita o un avión o un caballo o lo que sea) y buscar nuevos horizontes.
Habrá personas que decidan irse por la ruta segura. Habrá personas que busquen un nicho en alguna empresa y ahí se formarán unas raíces que los alimentarán por algunos años hasta que la sombra de la jubilación los cubra por completo. Por mí que se caigan todas las empresas y emporios, de todas formas no pensaba unirme a ellos en la forma en que lo harían los empleados. Yo quiero ver qué hay más allá... tengo, por alguna extraña razón, una curiosidad que romanticamente asocio con la de los aventureros de los siglos XIV y XV. Tengo ganas de romper líneas. Tengo ganas de formar caminos. Tengo ganas de tallar en la piedra de la vida.
Tengo tantas ganas... y ahora que ya cumplí con la meta más larga de lo que llevo de vida, me parece que tengo una especie de combustión interna que me permitirá llegar a donde quiera... a menos que cometa alguna tarugada y esa energía termine por explotar dentro de mí y explote como un cacharro viejo... y aún así me sentiré reconfortado, porque habrá sido una decisión propia. Llegué a la línea que divide a los Hombres de los hombres y ya dirá el destino qué clase de criatura fui: ¿un Hombre o un hombre?
De todas formas y por mientras, sólo hay una cosa segura: hoy ante la sociedad ya soy alguien... ¡Soy un licenciado, así que respeto por favor!
Ayer Gabilonda me pedía que dijera unas palabras como "licenciado". Realmente no sé cuáles son las palabras que debe tener un licenciado, y creo que se debe a mi falta de experiencia como eso (digo, a penas llevo un día siéndolo), pero el párrafo anterior resume de alguna forma lo que pienso: ser licenciado no es más que un papel... pero es de esos papeles que se siente chido tener. Sobre todo si pensamos que han sido años de esfuerzo y tolerancia y paciencia y constancia y muchos otros ingredientes que se mezclan para construir un pequeño puente que nos va llevando sobre el mar de la vida... y la licenciatura no es el cúlmen de dicho puente, pero sí es una parte que sobresale.
Ahora bien, pienso que debe sobresalir gracias a los siguientes pedazos que formen el puente del que hablé anteriormente. Debe sobresalir con los nuevos esfuerzos completamente personales que te propongas y de los cuales debes salir victorioso. La sociedad en la que vivimos te pide que te titules con una licenciatura. Eso es lo que todos están esperando ver. Y hasta ahorita ya cumplí. Pero lo quiero decir es que lo que sigue es completamente dependiente de uno mismo. Ya no hay que cumplir con los estándares de una sociedad. Ahora viene lo bueno. Los requisitos para llegar como un ente "exitoso" fueron alcanzados, ahora sí me toca construir un barco propio (o muchos barcos o una lanchita o un avión o un caballo o lo que sea) y buscar nuevos horizontes.
Habrá personas que decidan irse por la ruta segura. Habrá personas que busquen un nicho en alguna empresa y ahí se formarán unas raíces que los alimentarán por algunos años hasta que la sombra de la jubilación los cubra por completo. Por mí que se caigan todas las empresas y emporios, de todas formas no pensaba unirme a ellos en la forma en que lo harían los empleados. Yo quiero ver qué hay más allá... tengo, por alguna extraña razón, una curiosidad que romanticamente asocio con la de los aventureros de los siglos XIV y XV. Tengo ganas de romper líneas. Tengo ganas de formar caminos. Tengo ganas de tallar en la piedra de la vida.
Tengo tantas ganas... y ahora que ya cumplí con la meta más larga de lo que llevo de vida, me parece que tengo una especie de combustión interna que me permitirá llegar a donde quiera... a menos que cometa alguna tarugada y esa energía termine por explotar dentro de mí y explote como un cacharro viejo... y aún así me sentiré reconfortado, porque habrá sido una decisión propia. Llegué a la línea que divide a los Hombres de los hombres y ya dirá el destino qué clase de criatura fui: ¿un Hombre o un hombre?
De todas formas y por mientras, sólo hay una cosa segura: hoy ante la sociedad ya soy alguien... ¡Soy un licenciado, así que respeto por favor!
miércoles, 19 de diciembre de 2007
No andaba muerto...
...pero tampoco estaba de parranda... ¡Nel! Estaba haciendo un video para presentar mi tesis en el examen profesional que tendré este miércoles. Así es muchachos y muchachas, ya seré licenciado "di a ley" y qué mejor forma de presentar una tesis de teoría cinematográfica que haciéndole un videito. Quize atachearlo a este post, pero me parece que estaba o muy pesado o simplemente aún no entiendo cómo hacerle. Pero no hay problema, tan pronto como se me prenda el foco, yo les hago ver lo que hice.
Un grinch vio "Hombres de honor"
De hecho, este post es el que debió aparecer desde el domingo, día en que comúnmente hablo de cine. En esta ocasión hablaré de una película que vimos, Cosqui y yo, se llama "Hombres de honor". La historia, es una verídica llevada a la pantallota por productores de Hollywood, así que seguramente se podrán imaginar que está repleta de escenas cursis y una musiquita que exalta a las virtudes con una corneta cuyo silbido se extingue en el aire. Pero en fin, el punto de esta película (que no es más que para pasar el rato, y en algunos casos, como el mío, también te invita a pensar) fue la amistad. Así es, señoras y señores, señoritas y mozalbetes, una película también puede hacerte pensar un poquito, y en particular, estas son las películas que a mí me gustan.
Últimamente he estado leyendo algunos blogs (el de Caro, el de Mel, el de Edgar) en donde continuamente aparece la figura de la amistad, ya sea para alabarla o para añorarla.
¿Qué diablos es una amigo? Yo no soy muy amiguero, de eso estoy seguro... Tengo amigos contados, uno desde la primaria, cuatro de la prepa, y unos siete en la universidad. Si hacemos las cuentas son muy pocos si lo comparamos con lo que muchos tienen. Pero no importa, para mí son mis amigos, son las personas con las que me siento bien, en confianza, con las que puedo exponer mi personalidad tan extraña y que de todas formas siguen con las ganas (y el nervio suficiente) para continuar a mi lado. ¿Eso es un amigo? Porque para muchos, un amigo es aquél al que le puedes contar confidencias, con el que te diviertes, con el que te puedes desahogar... y yo, como bien lo dijo Mel, no suelo desahogarme ni contar confidencias con nadie... (salvo con casos muy particulares).
¿Quiere decir que no son mis amigos? ¿El hecho de no embriagarme con ellos diarios los aleja del concepto de amistad? ¿No compartir dolores y angustias los desacredita como amigos y sólo los convierte en camaradas, o peor aún en conocidos? Yo no sé qué es un amigo... sólo sé que con estas personas especiales uno puede hacer cualquier cosa y, aunque tienen unos defectotes del tamaño de los míos, y generalmente no soporto que sean de alguna u otra forma, siempre termino sintiéndome como en una ducha caliente después de estar con ellos...
A todos mis amigos, les dedico el día de hoy, 19 de diciembre del año del señor 2007, en el que me pararé frente a mis sinodales y defenderé la tesis que traje en la cabeza por un año aproximadamente. A ustedes, amigos, les dedico lo que pase hoy... muchas gracias por estar aquí conmigo...
Un grinch vio "Hombres de honor"
De hecho, este post es el que debió aparecer desde el domingo, día en que comúnmente hablo de cine. En esta ocasión hablaré de una película que vimos, Cosqui y yo, se llama "Hombres de honor". La historia, es una verídica llevada a la pantallota por productores de Hollywood, así que seguramente se podrán imaginar que está repleta de escenas cursis y una musiquita que exalta a las virtudes con una corneta cuyo silbido se extingue en el aire. Pero en fin, el punto de esta película (que no es más que para pasar el rato, y en algunos casos, como el mío, también te invita a pensar) fue la amistad. Así es, señoras y señores, señoritas y mozalbetes, una película también puede hacerte pensar un poquito, y en particular, estas son las películas que a mí me gustan.
Últimamente he estado leyendo algunos blogs (el de Caro, el de Mel, el de Edgar) en donde continuamente aparece la figura de la amistad, ya sea para alabarla o para añorarla.
¿Qué diablos es una amigo? Yo no soy muy amiguero, de eso estoy seguro... Tengo amigos contados, uno desde la primaria, cuatro de la prepa, y unos siete en la universidad. Si hacemos las cuentas son muy pocos si lo comparamos con lo que muchos tienen. Pero no importa, para mí son mis amigos, son las personas con las que me siento bien, en confianza, con las que puedo exponer mi personalidad tan extraña y que de todas formas siguen con las ganas (y el nervio suficiente) para continuar a mi lado. ¿Eso es un amigo? Porque para muchos, un amigo es aquél al que le puedes contar confidencias, con el que te diviertes, con el que te puedes desahogar... y yo, como bien lo dijo Mel, no suelo desahogarme ni contar confidencias con nadie... (salvo con casos muy particulares).
¿Quiere decir que no son mis amigos? ¿El hecho de no embriagarme con ellos diarios los aleja del concepto de amistad? ¿No compartir dolores y angustias los desacredita como amigos y sólo los convierte en camaradas, o peor aún en conocidos? Yo no sé qué es un amigo... sólo sé que con estas personas especiales uno puede hacer cualquier cosa y, aunque tienen unos defectotes del tamaño de los míos, y generalmente no soporto que sean de alguna u otra forma, siempre termino sintiéndome como en una ducha caliente después de estar con ellos...
A todos mis amigos, les dedico el día de hoy, 19 de diciembre del año del señor 2007, en el que me pararé frente a mis sinodales y defenderé la tesis que traje en la cabeza por un año aproximadamente. A ustedes, amigos, les dedico lo que pase hoy... muchas gracias por estar aquí conmigo...
sábado, 8 de diciembre de 2007
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