Esta fue la segunda vez que la hizo en un solo día. De un día para otro se dio cuenta de que sus garritas servían para algo más que para afilarlas en los sillones. Miró el gran árbol que se le extendía infinito hasta el cielo y puso una patita arriba y luego otra y otra y mientras más subía más se daba cuenta de que el árbol nunca terminaba y seguía subiendo y subiendo y el árbol parecía emerger de cualquier lado, inventándose a cada paso, reproduciéndose explosivamente, pavimentando su paso hasta que los fríos vientos le hicieron sentir un helado sentimiento en sus orejas. Miró hacia abajo y lo inevitable sucedió. El pánico abrazó sus patas y las engarrotó. Sus bigotes buscaban con desesperación alguna señal de auxilio. No debió voltear, siempre ver para arriba, para arriba, le decía su instinto, sus ganas de flotar, pero tuvo que voltear, tuvo que recordar que era un ser vivo y que necesitaba sentir la seguridad del suelo. Lo hizo y la seguridad se esfumó. Ahora, abajo, había un gran Rotboiler (por cierto, gracias a las croquetas obesity de Royal Canin, ahora el Stan se ve acinturado y fornido, no más un tamal aunque siempre igual de brusco y túmbalo-todo), un Stan que lo miraba con ganas de juguetear un poco con su cadáver. ¿Qué hacer? Lo mejor que nos enseñó la naturaleza, grita.
Así lo hizo. Gritó y gritó hasta que alguien lo escuchó. Un par de muchachos intrépidos acudieron a su auxilio. "Estarás contento", dijo una, "que se baje solo, debe aprender; déjame encerrar al Stan". Pero era demasiado tarde para hacerlo solo. Cuando uno siente la cobija de los amigos, de los conocidos, de la amistad, entonces se deja caer y espera el apapacho que alivia (sí, igualito al de Vick). Esperamos minutos y el gato Genma no bajaba. Seguía maullando, queriendo acercarse a nosotros, pero no lo suficiente como para evitar que nos estiráramos por él. De las habitaciones salió uno más en su ayuda. ¡Caramba gato, de verdad que tienes amigos! Y los tres lo veían, conminándolo a bajar. El tercero se acercó más pero Genma no podía dominar el vértigo lo suficiente (Dios les mandó el chip para trepar, pero no para bajar de culo, que es la mejor forma de clavar las garras y bajar con poca elegancia pero mucha seguridad).
Finalmente el segundo se animó a buscar un "escalón" en el árbol. Ahí lo llamó. Genma acudió pero era lo suficientemente alto como para seguir renuente a bajar. Tuve que subir un poco más. "Espera amigo Genma, ya casi llego". No era lo suficientemente alto. Me impulsé improvisando unos cilindros de cemento en el suelo como escalones y usando mi espalda como tercer apoyo además de mis piernas. Poco a poco subí y sentí lo que sintió Genma ver que el árbol no se acaba. Finalmente alcancé su altura. Quise tomarlo y me di cuenta que no había nada de qué preocuparse pues sus garras estaban fundidas con el árbol de forma que ni un huracán lo hubieran alejado del vegetalote. Con hartas fuerzas lo arranqué de su seguridad flotante y finalmente bajamos juntos.
Bueno, Coschi quiso que aprendiera a bajar de culo, pero creo que no le gustó mucho, porque al día siguiente volvió a sentir el llamado de los árboles, se sintió pájaro y quiso volar. Ahora lo encontraron trepado en un pino. Caramba, cuándo vamos a entender que somos lo que somos y con lo que somos tenemos que hacer lo que queremos ser. No Genma, nunca serás un pájaro; pero seguro algún día llegarás a la copa más alta, eso sí, quien sabe si yo pueda llegar hasta allá para rescatarte, pero al final todos podemos bajarnos de nuestras propias nubes... je je je, pero eso es lo difícil.
El gato Genma
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