Esta semana, como lo habrán notado por anteriores entradas, la he dedicado al cultivo (o por lo menos al intento) de mi sacrosanto cuerpo. Y además, me di a la tarea de ayudar a mi hermano a que utilice el automóvil. Digo, no es que no sepa, simplemente que, como todo en la vida, es necesario un poco de apoyo al principio. De hecho, no es malo manejando. No se apaga el motor en primera, no jalonea el automóvil, sabe medir las distancias (al respecto hay dos puntos, o sabes o no sabes, si sabes, sólo tienes que pulirte, si no sabes serás un tronco en ruedas de por vida) y, aunque todavía no se ha enfrentado con las pistas de alta velocidad, ya se enfrentó a los capitalinos un día por la mañana antes de ir a trabajar, ustedes saben lo que es eso.
En fin, en eso hemos estado y, después de darme cuenta que las vueltas no son su fuerte y que todavía debe aprender a cruzar las manos para girar el volante (condición que, por lo pronto, ya controla bastante bien), me percaté que uno de sus más feroces miedos es (o era, por lo que vi el martes pasado, cuando ingresó al Viaducto) espejear; ustedes saben lo que esto quiere decir, utilizar los espejos para cambiar de carril. Es un movimiento completamente natural para aquellos que han manejado un automóvil por más de tres meses. Simplemente lo haces, parece como si la visión extra que te dan los reflejantes vidrios te permitiera tener, de un solo vistazo todos los lados de tu auto, por lo que, casi instintivamente cambias de carril.
Estoy de acuerdo con que hay gente que es muy bruta para manejar y que eso de la espejeada no más no se les da. Pero procuremos revisar la anotación dada más adelante: cuando sabes sólo tienes que pulirte, cuando no sabes, serás un tronco sobre ruedas de por vida. Pero este no es el punto de esta anécdota. El punto esencial es que, para poder enseñarle a mi hermano cómo diablos espejear, tuve que fijarme cómo es que yo espejeo. Parece sencillo, sólo tienes que ver cómo haces tus movimientos mientras manejas, pero, al ser tan automáticos (y este es el secreto para brincar de ser un simple técnico al siguiente nivel, un nivel más artístico, pues tus movimientos deben ser realizados por meros reflejos, lo cual te permite razonar cómo hacer que estos movimientos produzcan algo directamente de tu imaginación) es difícil concentrarse en ellos.
Lo increíble es que en esta ocasión el tráfico no cooperó conmigo, y mientras quería ver en qué posición aparecía el automóvil para poder estar seguro de que tenía un lugar lo suficientemente amplio para cambiar de carril, sucedía que no había automóviles lo suficientemente estorbosos como para poder darme cuenta de esta dimensionalidad. Finalmente, me dije a mí mismo "seguramente es parte de la Ley de Murphy, en un sentido más bien relativista, pues ahora que quiero que haya coches lo suficientemente cerca para que yo pueda saber cómo diablos cambiar de carril, no los hay". Después me vino a la mente otro pensamiento, quizás tratando de nivelar mi disonancia cognoscitiva: "es probable que siempre que quiero cambiar de carril, no haya coches estorbando, no es que en este momento no los haya". La verdad es que no lo podré saber a ciencia cierta, pues siempre que estoy en el tráfico traigo un chip de automático.
Lo que sí sé con seguridad es cómo cambiar de carril. Es un método sencillo que requiere de conocer por separado los pasos, y utilizarlos en una perfecta combinación, en un perfecto compás y en una perfecta armonía para que no resulte en un choque o mentada de madre. 1) Primero hay que definir dos puntos base, llamémosles A y B, los cuales representan los límites del espacio elegido para cambiar de carril. 2) Después hay que señalizar el movimiento con la direccional. 3) En un ambiente ideal, se debe calcular la velocidad a la que vamos, con la velocidad que van el auto del límite delantero A de nuestro espacio, y el del auto del límite B trasero de nuestro espacio. Hay que coordinar su velocidad, que puede ser más alta o más baja, con la nuestra, en seguida, 4) se debe hacer un leve giro de cabeza para verificar que no exista un automóvil en nuestro punto ciego. 5) Al comprobar que la existencia es negativa se gira el volante hacia la dirección del espacio, acelerando un "poco", en tanto que este "poco" es directamente proporcional con la velocidad previamente coordinada.
Ahora bien, decíamos que esto es un ambiente ideal, si estamos hablando de un ambiente como el de la capital en movimiento, la ciudad de la esperanza, hay que hacer una pequeña variante. Dados los puntos 1 y 2, se deberá observar que al señalizar el movimento, es probable que el auto del punto B incremente su velocidad acortando intempestivamente las dimensiones del espacio deseado. Por ende, regresando al punto 1, se ubicarán cuatro puntos más, el A y B que tomaremos como referencia y el C y D, que serán los puntos reales. El punto C y D serán, los límites delantero y anterior nuevo, siendo el delantero el auto del punto B y el trasero o anterior el del auto que esté detrás del auto B, aunque bien puede ser el auto que venga detrás de éste, dependiendo de la velocidad y la pericia del automovilista. Tan pronto como el auto del punto B incremente su velocidad, nosotros giraremos el volante hacia el lado deseado, casi empalmando al auto del punto B, sin acelerar demasiado, sólo esperando a que este pase, para ocupar el lugar que está detrás. Es una operación sencilla, pero como dije al principio debe ser echa con cautela siempre teniendo información de los límites C y D.
Debo señalar que existe un pequeño secreto. Teniendo en cuenta que el espejo es un cuadrado, dividámoslo en tres franjas horizontales. La franja inferior será nuestro guía para saber si el punto D o B están lo suficientemente alejados como para asegurar un espacio libre de riesgos. Cuando el automóvil que marca el límite trasero o anterior se mantenga en las dos franjas superiores, el espacio es lo suficientemente grande como para entrar sin problemas. Sin embargo, tan pronto como el automóvil empiece a entrar al espacio inferior del espejo, las dimensiones se harán mucho más estrechas, aumentando el riesgo de colisión.
En fin, después de este descubrimiento, creo que podemos saber que existe un método más bien eficaz para cambiar de carril. Es probable que ni siquiera sientan este movimiento o que apliquen algún otro truquillo, pero a mí me funciona, y, demonios, mi hermano ya conduce mucho mejor. Para más información, vayan a este blog, de donde tomé prestada esta fotografía:
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