domingo, 6 de julio de 2008

Extraño

Ayer fue el día más empapado de mi vida. Quedamos de vernos en un café, conocidos por muchos como el café de la villa (VC por sus siglas en inglés). La tormenta nos sorprendió en el justo momento en que nos bajamos del coche. Cosqui y yo nos disponíamos a caminar un par de cuadritas, cuando de pronto ¡PRATANAN! que se suelan miles de pequeñas gotitas que al pegar sobre nuestras caras nos dejaban moretones entumidos. Corrimos a refugiarnos en un enclenque techito, y tuve a bien utilizar la sombrilla para protegernos del agua que emanaba, no ya de los cielos que se caían a estrepitosa velocidad, sino del pequeño refugio traidor que nos salpicaba de vez en cuando por mero juego.

Después de algunos minutos, el agua cambió su parecer. En lugar de simplemente mojarnos, decidió empaparnos porque arreció. Yo no más miraba cómo los charquitos del principio se hacían granDOTES, granDOTES. En fin, la Cosqui, cual brava guerrera que es, me sugirió que iniciáramos nuestro trayecto hacia el VC. Así lo hicimos, aunque el tonto de mí tomó el camino más largo. Caminamos cual muéganos, cubiertos tan sólo por un pequeño paraguas, rosa por cierto, que escurría los chorritos a todo nuestro cuerpo. Digamos que nos protegió muy bien la cabeza.

Caminamos lentamente, realmente nos concentramos en tratar de no pisar charcos, hasta que nos encontramos con uno que atravesaba toda la banqueta y parte del asfalto. "Camina de puntitas", me dijo la buena Cosqui, sólo que, para mi mala suerte, llevaba unas conocidas zapatillas tenis de tela, que por su harto uso, ya tenían sendos hoyos justamente a la altura de "las puntitas". Ni modo. Metí toda la patota en el charquísimo. ¿Resultado? Sentía que pisaba esponjas. A la Cosqui le fue peor, pues le entró agua hasta por las orejas. En fin, ya resignados, mojados y sin esperanzas de mantenernos secos, caminamos con más desenfado hasta el dichoso café. Pisé un poco de mezcla albañilezca (espero que haya sido mezcla albañilezca, y no... pues otra cosa, ¿verdad?). Nos ladró un perro. Un automovilista nos dio el paso, señal de que, o se le ablandó el corazón, o se le ablandó el sistema motriz de su automóvil y ya no pifaba.

Anyway, llegamos hasta nuestro destino. Nos sentamos, nos dieron las cartas, me quité los zapatos, pero me di cuenta de que debí haberme quitado hasta los calcetines, lo cuál hubiera sido demasiado. Y ahí, viendo caer la lluvia, esperamos a que llegaran Edgar y Gabriel (después nos enteraríamos de que Alicia y el Güeris estaban pasando las de Caín, pues su auto casi se queda varado en algún lugar del Distrito Federal). Conclusión: es bonito ver llover y no mojarse... sí y sólo sí, no te has mojado previamente, porque de lo contrario, los pantalones mojados son cosa harto molesta. He dicho.

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