Desde hace una semana, decidí que ya era momento de cultivar al cuerpo. Por casi un mes lo había hecho con el cerebro, ya era tiempo de que las cosas se balancearan un poco. El primer día me dirigí hacia un parquecito que está cerca de Av. Coyoacán y Viaducto. Pequeño, pequeño y medio tristón, pero eso sí, vacío, por lo que pude realizar algunas faenas que antes no hubiera realizado por vergüenza. Me refiero a hacer las famosísimas barras. Hace algunos años intenté hacer una rutina en los Viveros de Coyoacán, pero he de confesar que, cuando llegaba al recinto donde se encontraban las barras y de más, había tantas personas haciendo doscientas o trescientas barras que yo me sentía ratón y me escabullía para no escuchar las carcajadas de mi conciencia, aunque siempre terminaba escuchando su cantaleta reprendiendo mi huida.
Ahora fue diferente. Estaba solo y pude darme el lujo de sólo hacer tres desplantes colgándome de la barra. Después, ya midiendo mis fuerzas, recordé las sabias palabras de un ninjutsu "primero fortalece, después viene lo demás". Entonces, permití que mi cuerpo se pendiera indefinidamente y recordé los días en que Borau, un profesor de la secundaria, nos enseñaba a utilizar visual basic a punta de sillas. ¿Y qué es eso se preguntarán sus mercedes? El castigo de la silla era el más terrible que pudiera ponerte el tal profesor Borau. Consistía en elegir a los sacrificados (pues todos eran un desmadre, pero no siempre se castigaba a todos, sino que se elegía a unas tres o cuatro víctimas para regocijo del profesor, y de nosotros también); éstos era colocados con la espalda recargada en la pared, acto seguido, tenían que hacer un movimiento de cuclillas, pegando los talones a la pared y bajando lo más posible. Así permanecían sentados por al menos un minuto. Las piernas se te ponían calientes y en el mejor de los casos, el calambre duraba algunos minutos.
Esta misma técnica la apliqué hacia mis movimientos para las barras. Dejé mi cuerpo suspendido, tratando de subir pero sin realizar el clásico movimiento hacia abajo. Creo que funcionó, pues mis brazos se calentaron y el calambre duró algunos minutos. Pero en fin, después de realizar mi rutina en ese parquecito pinchurriento, decidí irme a otro más grande. Ahí realicé la misma rutina y por una semana (con su espacio de un día de por medio, conste) he vencido la vergüenza.
Sin embargo, cuando regreso a mi casa, no puedo evitar ponerme a pensar. Mi madre habló sobre unas vacaciones a Costa Rica por sólo 5000 pesos por persona. Mi Cosqui platicó sobre un paquete a Cuernavaca por 2500. Quisiera ir a los rápidos por 2000 en Veracruz. Sin embargo, cuando miro mi cartera entonces viene el bajón. Tengo que ahorrar para una Maestría. ¡Oh terrible dilema! Cuando eres joven quieres hacer muchas cosas y entonces te das cuentas de que necesitas dinero para llevarlas a cabo. Te metes a trabajar y después de 10 años, cuando aún eres joven, has logrado reunir cantidades enormes de dinero... pero ahora lo que te falta es tiempo para disfrutarlo. Y entonces, te haces viejo y te jubilas y tienes todo el dinero y todo el tiempo pero ya no tienes la juventud para hacer lo que querías hacer... y es cuando te preguntas ¿a dónde se fue todo mi tiempo?
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