
Ya hace algunos meses publiqué algo sobre uno de mis héroes cinematográficos, ahora toca el turno al que se lleva, por mucho, las palmas. En aquella ocasión, Coschi quiso darme una sorpresa y vaya que me la dio. Nos dirigimos a una plaza que se encuentra en una colina (tomando en cuenta que ella vive en una, y esta es más alta, imaginemos primero el frío y después el nivel de deforestación que esa zona de Atizapán tiene, cada vez construyen más y más, y construyen a lo bruto sin ninguna planificación, sólo incrementando la gran verruga en la que se ha convertido la ciudad de México y muchas más en el país y en el mundo). Eso sí, la plaza está re chula, utilizando lo que han denominado arquitectura orgánica basada en la tensión de plataformas de tela.
Ahí estuvimos, rápidamente caminamos hasta las taquillas porque había apartado los boletos y había que reclamar nuestros lugares. Me dijo que, mientras ella iba por los tiquetes, yo fuera por una crepa. Lo hice y vi que se había metido a la sala VIP, lo cual era muy raro, porque la Coschi y yo no solemos ir a ese lugar tan exclusivo. Total, llegué y la esperé, pensando, ilusamente, que por alguna razón meramente de sistemas, la habían llevado ahí. De hecho me recuerda la vez en que mi mamá nos compró unas palomitas de maíz hechas en microondas, cuando eran nuevas y casi no había en México; mi madre, para mantenernos alejados de las palomitas el tiempo necesario para que estuvieran lo suficientemente frías como para evitar quemaduras, nos dijo que en la bolsa había virus de mi papá. Así, cual niño inocente esperé a la Coschi a que terminara de adquirir los boletos. No hace falta decirles que mi sorpresa fue mayúscula cuando entramos a la famosa sala VIP.
No podía perder la oportunidad de ver cómo eran los baños donde gente tan conspicua entra, así que entré. No hay mucho que contar, así que os lo dejo a vuestra imaginación. Esperamos a que diera la hora y finalmente, cuando dio, entramos a la sala. Ahora, tenemos que acotar el hecho de que Coschi sólo pudo conseguir boletos en la primera fila y hasta el fondo, así que se podrán imaginar el pantallón sobre nuestras narices. Para colmo, cuando entramos y nos situamos en los reposets bellísimos, nos dimos cuenta de que, incultos en el arte del VIP, no sabíamos cómo reclinar el jodido asiento para no tener el cuello tan torcido. Encendí la lamparita que hace aparecer a un mozo después de algunos momentos. Así pasó, película y media después de que encendí la dichosa lamparita, cual Genio de la lámpara perezoso, apareció el mozuelo. "¿Qué van a ordenar?", "Nada, sólo quiero saber cómo se reclina esto". Cara de asombro, perplejidad y sorna. "Se jala de por aquí... ¿es todo?", "Así es". Se va el mozuelo pensando en que no recibió propina. Ni modo, no traía mi American Express. Pero para saber más sobre nuestra aventura les recomiendo la siguiente lectura: dar click en estas palabras.

En fin, me la pasé muy bien y doy gracias a la Coschi, quien me dio esta buena sorpresa. Les recomiendo la película, y si se van al VIP, también les recomiendo una buena sesión de masajes postfunción.

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