(foto)Un trueno cayó por la noche y terminó con la vida de Minerva. Nadie lo esperaba y como todas las muertes inesperadas, todos estuvieron en shock por varios días (hay quien dice que pasaron años antes de que su recién casado esposo pudiera salir de la perplejidad en la que cayó aquella noche y en la que vivió toda su vida). Pero había que velarla, esa era la tradición y era lo que Minerva hubiera hecho con cada uno de los que la visitó. Cuando escuché sobre su repentina desaparición no pude evitar pensar "me debe un café". Tomé mis cosas sin darme cuenta de lo que había sucedido realmente. Era como si Minerva me hubiera llamado por la mañana "¡Qué hay amiga, vamos por un café!" y yo estuviera preparándome para verla... como siempre.
Tomé la carretera, pues su casa (donde la velaban entre lúgubres pompas) estaba retirada de la mía. Atravesé innumerables parcelas que me recordaban su pasión por la agricultura. Nunca había conocido a una mujer que le gustara la agricultura ni mucho menos a una (creo que a nadie) que se interesara por el cultivo de las pitufresas. Cuando me contó sobre su proyecto no pude evitar reírme a carcajadas. Creo que al principio se sintió avergonzada por contarme una idea tan fantástica "¡Como se te ocurre semejante cosa Minerva! ¡Plantar pitufresas!". Después de varias horas de mi risa, Minerva se dio cuenta de que ahí estaba la clave para plantar la fantástica frutita: necesitaba las ondas (la frecuencia exacta) que desprendían las carcajadas para dar vida a las pitufresas. "Será un éxito... ya lo verás amiga... ya lo verás".
Nunca lo vi. Jamás pudo comenzar a preparar la tierra para sus fantasías. La muerte la tomó de sorpresa o quizás no quería que plantara esas vallas. Vayan ustedes a saber qué le pasó por la cabeza a la muerte que prefirió conjuntar a los electrones atmosféricos y precipitarlos sobre el cuerpo de Minerva. Mientras dejaba atrás los matorrales y a las aves que rodeaban el cadáver de algún perro muerto-de-hambre, la noche cayó y aplastando mi seguridad con su pesada lona de estrellas. Miré las luces de los autos que me parecieron ser luceros cayendo del cielo. Fue cuando me di cuenta de que algo no andaba bien. Fue cuando me di cuenta de que había muerto Minerva. Lloré por varios minutos, horas quizás pues cuando llegué a la dolorida casa (estoy seguro que la mansión en la que vivía la iba a extrañar igual que cualquiera, nadie olvida tan fácil a una niña tan completa como ella) y abrí la puerta de mi camioneta, salieron litros de agua salada.
Llegué a su casa y antes de entrar a la sala donde me esperaba Minerva, pasé a la cocina, tomé una taza y serví el café. El delicioso aroma me hizo recordarla y la vi, ahí junto a la puerta, como siempre se paraba.
"Me debes un café amiga".
"Lo sé, por qué no vamos a la sala y platicamos un rato".
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Entonces me abalancé sobre ella y la abracé como si se fuera a ir para siempre. Ella sonrió y me miró como me miraba cuando sabía que tenía que contarme algo muy terrible. Caminamos hacia la sala lentamente, ella me tomó del brazo, "Isaac está un poco confundido conmigo. Creo que vamos a cortar o algo así". "Minerva, te das cuenta de que eso pasó hace un año. Isaac no te cortó, de hecho están casados". "Hay... cómo serás. Gracias por darme ánimos, pero creo que esto se acabo. Creo que no habrá más y no sabes cómo me duele el corazón". Sus ojos se llenaron de lágrimas y se recostó en el sofá. "Minerva... ¿qué día es hoy?". "13 de septiembre". "¿De qué año?". "1947, ¿por qué me preguntas esto... te sientes bien?". "Te quiero Minerva. Sólo quiero que sepas que te quiero mucho y que vas a salir adelante con Isaac y que estoy segura de que tus pitufresas serán todo un éxito. Sé que vas a tener muchos hijos. Sé que vas a viajar a Europa como lo has querido siempre". "Gracias... pero me estás asustando un poco". "Tienes razón... mejor te contaré un chiste". "¡Sí! Un cuento. ¡Cuéntamelo! Quiero contarle algo a Isaac, tal vez así se dé cuenta de que soy una mujer que vale la pena". "Isaac sabe que eres una mujer que vale mucho, Minerva. Sólo que quizás esté un poco asustado por casarse contigo... vivir con alguien, responsabilizarse de algo, ceder tiempos... son cosas que no son fáciles". "Razón tienes y mucha. Pero... cuéntame el chiste".
Entonces conté uno y después otro y después recordamos viejos tiempos y vimos cómo los chistes parecían arrancados de nuestras anécdotas y comenzó a carcajearse y me sentía en un sueño, con voces de ángeles acompañando la escena. Minerva se reía. Y entonces, entonces entró una mujer corriendo, supurando alegría por los poros, lanzando centellas de mariposas, impregnando la sala con aroma a flores silvestres y a ferormonas y a paz y cirios y a luz y gritaba incontenible "TE AMO", "TE AMO" y sus ojos irradiaban belleza y vida. Minerva se levantó en el acto. "¿Quién es?" y miró a la niña que corría y lanzaba destellos de "TE AMO" y contagiaba a todos. Y volteé a ver a Minerva. Estaba viva. Se llevó las manos a la garganta. Alguien gritó "¿Qué le pasa?". Otros más, "¡Está viva!", "Jesús, María y José ¡Resusitó!", "¡Un doctor! ¡Un doctor!". Corrieron y la auxiliaron. Le quitaron unos algodones que le habían puesto en la garganta y que no la dejaban respirar y la llevaron al hospital para que le pusieran sangre nueva. Todos salieron estupefactos, entre silenciosos cuchicheos, mientras el administrador quería detenerlos, pues ya habían contratado el servicio. "Señores, no pueden irse así como así". "¿Ustedes velan muertos?", preguntó el padre, "Sí, así es pero...", "Aquí ya no hay muertos, entonces ya no hay servicio... there you go!". Y salieron ante la impotencia del administrador.
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Fue cuando me di cuenta de que su madre me miraban con extrañeza y me di cuenta nuevamente de que no me miraba con extrañeza en ese momento. Desde que entré me miraba así. ¿Quién es? Decía sus caras. Pero yo no lo había notado. Yo había entrado con Minerva y ella se había recostado sobre... su cuerpo. Y sólo platiqué con ella. Sólo platiqué y reímos. "Hija", me dijo su madre, "hija, perdona que te lo pregunte... ¿Cuál es tu nombre?". "Señora, ¿no me recuerda? Soy amiga de su hija Minerva. ¿Recuerda? Me ha invitado a esta casa desde hace muchos años". Hubo un silencio. Sus ojos me miraron con alegría y con miedo, pero creo que ganó la primera. "No importa. Ayudaste a mi hija... ella se llamaba... se llama Nadia". "¿Nadia? Pero esta es la casa de Minerva. Minerva estaba ahí adentro". Estaba sumamente confundida. "Esta no es una casa chiquita. Es un velatorio. Pero no importa. Creo que has hecho suficiente para ganarte el cielo... ahora puedes irte".
Y cuando volteé estaba en el campo, sola otra vez y recordé de nuevo que Minerva se había ido sin darme ese café que me debía. ¿Dónde está Minerva? Fue cuando vi de nuevo al pequeño niño. "Minerva murió". "Minerva murió", me dije y no pude evitar pensar "Minerva, me debes un café".
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1 comentario:
wooo
me guto tu cuento
y no hay problema por utilisar la imagen ^^
de exo... gracias, me sisite leer algo ke psue ase mucho timepo... y que casi no recordaba, leer los comentarios de mis amigas que aun sigen aki apesar de las cosas que han apsado y el tiempo, me lleno de alegria, gracias por dejar salir recuerdos de cosas que habia olvidado
Dan~~<3
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