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Jaime Revueltas solía soñar cosas ilógica e irreales. La cadencia de sus sueños habría dado envidia a Breton, pues cada uno tenía su propia personalidad, tenía su propia línea para hilvanar los hechos y tenía sus propias reglas. Nunca un sueño fue igual al otro, hasta en ese mundo donde las reglas del hombre y la naturaleza se deshacen en ilusiones fantasmagóricas de recuerdos y memorias, cada sueño había logrado ser un único y especial ser que nacía cuando las ondas Alfa de Jaime brotaban, crecía en lo más profundo de la inactividad corporal y moría cuando el despertador timbraba exhausto por más de diez minutos. Entonces Jaime abría los ojos y se daba cuenta de que la vigilia había llegado y era momento de dejar descansar a sus fantasías, pues toda la noche habían parrandeado en un baile concupiscente lleno de estertores y moralinas pendientes de regocijos y electrones atómicos bailando sin cesar, creando figuras y situaciones que serían aberrantes para cualquier Descartesiano.
Quizás este continuo ejercicio creativo, donde su mente descomponía y recomponía la realidad a su antojo lo preparó para su carrera, y para su vida... mientras duró. (Jaime podía recordar entre telarañas y nubes negras alguna vez haber soñado con un color que nunca antes había visto y desde entonces tenía la certeza de haber creado algo completamente nuevo para el mundo, aunque con cada día que pasaba, se alejaba más y más aquella imagen nítida que jamás pudo plasmar en ningún lugar, pues no supo con qué colores formar un nuevo color, tal parecía que su mente era el lugar más adecuado para vivir).
Ahora era un creativo en un despacho para publicidad, y le encantaba su trabajo, pues sólo tenía que escribir un par de tonterías (para él eran tonterías) en un papel y pasarlo a sus compañeros y ya estaba la nueva campaña. Pero lo que más le gustaba es que le pagaban y le daban espacio para pensar y crear verdaderas cosas (una campaña no valía la pena su cerebro, pero todo lo que estaba planeando sí). Fue así como decidió llevar una pequeña libreta en donde empezó a construir un mundo que sólo él podía entender, y aunque sabía que nadie más podría jamás acceder a él, no importaba, cada día que pasaba y cada sueño que se lo permitía, le hacía despegarse del común de todos. Ahora era él el único que había descubierto la fórmula para crear algo. Era Dios. Y sin darse cuenta dejaba de ser Humano. Poco faltaba para terminar su creación, quizás unos pincelazos por aquí (porque no escribía con letras, escribía en una forma que no puedo explicar) y unos suspiros por allá, pero en sí, aquel pedazo de mundo empezaba a respirar y abrir los ojos, a balbucear... a vivir.
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Pero (siempre esta maldita palabra que existe en la literatura para enfatizar lo que no existe en la realidad) un buen día (un mal día para él, un buen día para sus sueños, quién puede decirlo, creo que será prudente dejarlo sólo en un día, sin adjetivo alguno) algo pasó en su cabeza (qué peor lugar para acontecer una desgracia. Pudo haber perdido un ojo, un pie, el habla pero su cerebro se enfermó... quizás Dios se daba cuenta de que alguien quería jugar a ser él y Él jugó a que nadie podía ser Él). Sucedió algo completamente extraño: soñó con la normalidad de la vigilia. Las cosas que se sucedía en su sueño eran completamente verosímiles. Los olores correspondían a sus cuerpos. No había fluctuaciones en el tiempo ni paredes de olas gigantes ni autos que se movían con alas y patas y veían por todas partes ni muertos que saludaban ni atrios que se convertían en aeropuertos. Eran simplemente él y un viejito tomando el te. Algo común ¡algo común!
Y entonces el terror verdadero cobró vida. Ya no era creativo. Sus ideas increíbles se hicieron verdaderos patés comunes sin chiste ni sabor. No era sólo perder el trabajo, pues dinero había ahorrado en demasía. Lo peor estaba ocurriendo. Su mundo, su mundo se caía a pedazos. Se desgañitaba en un grito de aborto. Caía y no entendía que pasaba. No entendía que había plasmado. Entró en su mundo y era un lugar ajeno, era un Xeno en su propio nido. Sus aves (que es lo que más aparenta ser, pues recordemos que lo plasmado ahí jamás había visto la luz del sol) dejaban de volar. Sus quimeras no lo reconocieron y comenzaron a morderlo a ladrarle a enjuiciarlo a decirle cosas que no entendía pero que sabía no eran agradables. Su mundo se colapsaba poco a poco y con ese poco a poco, él lo iba perdiendo más y más.
La vigilia era el peor lugar de todos. Dejó de ser lo que era. Dejó de crear lo que creaba. Y moría por dentro. Entonces cerró los ojos y los abrió al sueño. Todo perfectamente normal. El café sabía a café. La vida sabía a vida. Y entonces, como por arte de magia, encontró que una idea se colaba. Sintió lo que sentía en la vigilia. Sintió ese pellizco de creatividad. Sintió flotar sin flotar (en el sueño bien pudo estar en agua, pues era un sueño, pero no, como dejó de ser sueño, ahora era realidad y estaba sentado). Sintió que la idea subía por sus poros y se colaba en las narices y finalmente llegaba a sus manos y abría el cuaderno y volvía a empezar lo que en la realidad se había vuelto espantoso y temible.
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Afuera, la carpeta se había secado, dejando miles de voraces gérmenes a lápices petrificados en un gesto de miedo absoluto. Los compañeros de Jaime lo fueron a visitar y se llevaron una gran sorpresa al entrar al departamento y encontrarlo en un completo absurdo, y fue mayor su sorpresa al verlo dormido, con la barba crecida, signo de que había permanecido, por lo menos en una situación depresiva por mucho tiempo. También el olor era repugnante, pues había hecho del cuerpo por varias semanas (quizás meses, quizás años) y las ratas y las cucarachas empezaban a anidar en su cuerpo. Lo rescataron y lo enviaron a un nosocomio especial para rehabilitarlo.
Los médicos le diagnosticaron un coma inducido. Así que había que esperar a que regresara y abriera los ojos por sí mismo, o desconectarlo para siempre. Cuarenta años pasaron. Mientras, durante mucho tiempo más (en el sueño, por más realidad que parezca, los años se alargan enormemente) Jaime disfrutó de la ilusión que le había negado la realidad (¿Dios?) y se había escudado en lo que realmente le pertenecía. Inventó un mundo completamente para él que no tenía que vivir en el papel pues podía olerlo y saborearlo a cada instante. Su creatividad no encontró límites y fue el hombre más feliz de todo el universo (su universo). Cerró los ojos al mundo. Murió en el mundo. Vivió en el mundo. Jaime Revueltas murió un 15 de noviembre, por falta de pago de luz.
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