miércoles, 6 de agosto de 2008

Transfusión

Cuando el doctor me dijo que mi vida se acortaba y que sólo una transfusión de órganos me salvaría, no creí que fuera tan malo. Me hice a la idea de que con algo de ayuda volvería a correr y a ver a mis hijos y a mi hija y abrazar a mi esposa. Volvería a ver (cómo añoraba ver) los prados verdes de mi amada Escocia, ora agrestes ora llanos, como protuberancias de un Troll que había quedado sepultado por una nación gloriosa y orgullosa. El corazón me saltó cuando supe la noticia, finalmente el órgano que necesitaba llegó al hospital; meses de espera en esa silla tortuosa se iban al tiempo, agitando sus alas y muriendo con el pasado.

El médico habló y el corazón volvió a saltarme cuando me dijo que no sólo necesitaba córneas, necesitaba también una cirugía de puente del corazón. El hígado (los malditos análisis son unos bocones y no saben cuánto los odié en esos momentos) era un montoncito de tierra, estaba desecho y posiblemente era la causa de mi inflamado vientre, ¿solución?, otro transplante . Los riñones habían resentido la falta de agua. Al parecer el cigarro lejos de desestresarme sólo me provocó monstruos en los pulmones y que mis intestinos resintieran la falta de comida y un cáncer que lo acortó al parecer a tres cuartas partes de lo que era antes. Los huesos los tenía completamente horadados por el gusano de la osteoporosis y los tendones no me servían como antes... ja ja ja, es que de hecho no me servían en absoluto (eso explicaba que no pudiera caminar más). Por último, había detectado que se tendría que cambiar toda la red de vasos sanguíneos y unos cuantos pedazos de piel (al menos unos cuantos, eso me aliviaba bastante). ¿La buena noticia? Inexplicablemente tenían todos los órganos listos para ponérmelos. ¿La mala? Ustedes pueden imaginárselo...

(foto)

Fueron sentimientos encontrados. Dicha por poder ver un poco más a los míos, poder sentirlos un poco más, poder vivirlos un poco más. Miedo por que tendría que sufrir muchas operaciones, quizás años en recuperación, posibilidad a que algo saliera mal. Coraje por no tener un cuerpo sano, por no haberlo cuidado (ahora entiendo eso del templo (verdaderamente) sagrado), por no haberle dedicado un ápice de amor. Y finalmente asco, asco de pensar que tendría pedazos de muertos en mí, asco de que me transmitan porquerías (los pacientes que reciben transfusiones durante cirugía de puente del corazón tienen un riesgo más alto de desarrollar las infecciones potencialmente peligrosas, y morir después de su operación), asco de que pudieran inocularme vivencias extrañas, pensamientos psicóticos o experiencias indeseables, asco de sentir a otro dentro de mí, extranjero, xeno, alienado (inimaginable mi terror al pensar que los donantes fueran animales). Asco y repugnancia de que me volviera loco con tantos seres conviviendo en un cuerpo materialmente insignificante.

Les debe sorprender verme vivo (y tranquilo, en perfecta paz y armonía, sin las locuras que se predecían en mí por los seres indeseables), aquí, sentado y viendo la deliciosa pradera que se dibuja a lo lejos, sintiendo los golpecitos de calor en un frío estival. Les debe sorprender, porque deducirán que realizaron la operación y que, de alguna manera logré sobreponerme a los demonios que llevaría dentro de mí. Ja, pero debe sorprenderles más que mi inteligencia fue más allá. Si iba a tener a alguien ajeno dentro de mí, prefería que fuera alguien que me importara, alguien que significara algo, alguien que no fuera en absoluto un ajeno. Alguien que fuera parte de mí desde antes de serlo.

Ahora somos felices. Ahora somos realmente una familia unida. Puedo ver a través de los ojos de mi hijo, puedo sentir el calor de la sangre gracias a mi amada esposa, puedo caminar por mi hija y entre todos me reconstruyeron. No lo dudaron un segundo. Sabían que la experiencia sería maravillosa. ¡Ah todos juntos! Lo difícil fue oírlos llorar, pero las consecuencias son deliciosas. Ahora son realmente parte de mí. Somos una familia.

(foto)

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