jueves, 14 de agosto de 2008

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Cuando tenía 40 años empezó con esa idea estúpida. Gracias a Dios a un segundo aire (como dicen los astrólogos) olvidó por completo la aberración por la edad y el miedo (miedo que provoca aberración) por envejecer y aún más, miedo por dejar las delicias de una vida de don Juan rico. Sin embargo, no supo jugar sus cartas diez años más y ahora, a los 50 me vino con lo mismo de la otra vez. "Sabes Juan (sí yo también soy don Juan, pero si me conocieran se llevarían un gran chasco, pues demerito el arquetipo), creo que tengo miedo de perder mi memoria". Fue el inicio del acabose.

En su cumpleaños número 50, nosotros, sus verdaderos amigos, quisimos hacer que se lo pasara bien, que olvidara esas necedades de la edad y de la pérdida de memoria. Por eso le decoramos su cuarto con los pósteres favoritos, dejamos los tapices blancos (eran verdes, pero odio ese color), restauramos sus muebles de madera, reparamos las cornisas, limpiamos los vidrios, abrimos todas las ventanas para que el olor a muerto saliera (tengo la teoría de que cada día dejamos a un yo muerto que se arrastra por la eternidad, a menos de que el aire limpie sus impurezas, digo, es sólo una idea rara que tengo, pero ¿quién no tiene ideas raras?), sacamos brillo a sus pisos, rellenamos la despensa, sellamos las fugas de agua. En fin, el lugar quedó más ordenado que los ángulos de un cubo. Festejamos, comimos, bebimos, bailamos, nos divertimos, comimos pastel y llegó el final del día. Todo parecía normal, jamás mencionó palabra alguna de su obsesión, al contrario contó chistes muy buenos y bebió y rió mucho.

Al día siguiente llamó a mi casa muy temprano. Fui a su departamento pues tenía algo que decirme.

"Bien Juan, creo que es momento de evitar esta tragedia. Quiero recordar todo lo que he vivido, todos los días que han transcurrido, todos olores que me han impregnado, porque sino, lo voy a olvidar todo".
"Basta con tu obsesión de Funes. No me vengas con tarugadas, mejor me regreso, realmente estás loco".
"Juan, ¿recuerdas? Ayer me levanté como todos los días, eran las 5 de la madrugada. Me estiré con delicia, sabes lo delicioso que es estirarse por la mañana. Encendí la lamparilla de noche. Me quedé unos instantes a reposar el sueño. Después me levanté y verifiqué que tuviera suficientes condones en la gabeta del buró, sabes que no los usos, pero siempre hay que estar seguros. En adelante miré la pared, después el suelo, después el techo y tallé mi cara con las manos abiertas sintiendo la rugosidad de mis cada día más viejas manos. Me calcé con las babuchas y me dirigí al tocador. Doce pasos exactos y siempre esquivo la esquinilla que por décadas me sorprende y golpea mi pie. Enciendo la luz con tiento pues a veces me da miedo tocar con la mano a alguna cucaracha, pero después me armo de valor, pues sé que tan pronto vean luz se irán. Son como fantasmas. Después di uno, dos y tres pasos. Me paré justo frente al espejo y me miré. Ojeras cada vez más grande. Me veo a los ojos y siento que desaparezco con cada día que doy. No quiero desaparecer, me digo siempre y entonces me froto con la loción tonificante. Lavo mis dientes. Resoplo dos veces. Respiro y respiro. Miro mi bigote y lo arreglo, lo despunto. ¿Después? Calistenia. Levanto los dos brazos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez segundos. Sientes cómo los huesos de la espalda se expanden y truenan. Sientes cómo los músculos se estiran y liberan la presión en forma de un agradable calorcillo medio frío, tú sabes cómo es eso. Después va otro brazo, uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos. Ahora el brazo derecho, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, segundos. Las mismas sensaciones. Después irá la cadera, un giro a la derecha, largo y lento pero poderoso, otro a la izquierda igual de lento y largo y poderoso. Terminamos. Respiramos profundo. Vuelvo a verme en el espejo. El color rojo de la sangre funciona para darle a mi cara un aspecto más juvenil. Me hace recordar cualquier cosa. Ayer recordé cuando éramos pequeños y los labios se nos resecaban, lo recordé a propósito de tocarlos y sentir la misma resequedad que nos provocaba el invierno gélido. Recordé que tenías unas tirillas con las que te molestábamos a cada rato..."

"Espera, ¿porqué me dices todo esto? ¿A caso te sientes mal? ¿A caso te... vas a morir?". No me escuchó. Siguió con su letanía y me contó cada acontecimiento con asombrosa precisión, aunque no descarto que algunas hayan sido rellenadas con un poco de invención muy real. Habló mucho, casi todo el día y cuando me di cuenta, me había relatado el día entero en 24 horas. Salí de su habitación, pero el siguió platicando, envuelto en un trance eterno. De vez en cuando, está bien, todos los días pasaba a visitarlo y le ofrecía un poco de comida, y él la aceptaba, pero sin parar de hablar, y así, sin parar de hablar o de recordar comía, a veces soltando toda la comida por todos lados y a veces tragándosela de verdad. A veces daba miedo pues te veía de tal manera que te atrapaba en su vórtice de hoyo negro y te ibas con él caminando por praderas de memorias insospechadas de apenas unos meses atrás, y corríamos el peligro de caer con él en ese túnel sin fondo de sus recuerdos, pues entonces ya no habría ancla que nos atara a la realidad.

Pasaron veinte años y me daba risa verlo, mientras lo duchaba, pues hablaba de sus músculos y de cómo las mujeres lo acariciaban y yo veía sus pellejos arrugados y llenos de miles de manchas y era imposible imaginar que aquél anciano hubiera tenido tantas queridas. A veces jugaba con él ajedrez y él seguía contándome cosas, aunque no dejaba de mover las piezas, claro, siempre con un poco de ayuda. Llegó un momento en que ya no podía yo ayudarlo más y entonces llegaba con otra persona para que nos atendiera a los dos, mientras su monótona cantaleta de miles de imágenes corrían a borbotones relajantes (al escucharlo me di cuenta las veces que repetíamos las cosas, pues había días enteros en que repetía exactamente las mismas cosas, aunque, debo confesarlo, cada cosa, por muy igual era diferente).

Llegó a la edad de 99 años, (yo tenía 92) con 364 días, justo un día antes de que se cumplieran cincuenta años de que había comenzado con su esquizofrénico recorrido por su vida. Debo decirles que hubo momentos en que ya no entendía bien lo que refería, no sé si por mi sordera progresiva, por los dientes que se le habían caído o porque balbuceaba como cuando tenía pocos años de nacido.

"Los colores del mundo me sorprendieron ese día. Eran blancos, completamente blancos y había figurillas opacas" continuaba, y me di cuenta de que se refería a su alumbramiento, "sentí que me empujaron de aquella cobija, y el frío me hizo gritar. ¡Qué feo es vivir!". Y me contó con detalle aquél primer día. Entonces, comenzó con la parte más inefable de su relato, se quedó mudo. Cumplía exactamente 50 años en ese momento. Sus ojos miraron a un punto inexistente y su sonrisa se hizo cada vez más grande y más grande y sus músculos viejos se relajaron, su piel anciana se volvió elástica de nuevo, (por Dios) vi cómo los cabellos viejos e inútiles se le erizaban y las canas se le cubrían por un vellón negro. Sus ojos se extasiaron y comprendí que recordaba aquel calambre mágico con el cuál había sido formado (tengo la teoría, después de haberlo visto, de que el momento de la procreación es un momento verdaderamente familiar, pues es el único en el que compartimos el placer del orgasmo con nuestros padres). Después murió.

Después de ver la tranquilidad en la que estaba mi amigo me di cuenta de que no había vivido 50 años más, los había revivido, sintió de nuevo sus mejores años y terminó con una explosión fugaz. Y también me di cuenta que yo viví a través de él. Al final me pongo a pensar dos cosas: a partir de los cincuenta qué más pudo haber sentido mi amigo sino toda la sintomatología de un cuerpo decrépito, y en cambió volvió a repetir los sabores de la vida; y que así es como me gustaría morir a mí, sintiendo ese calambre mágico... creo que no podré recordar ningún momento parecido... jajajaja creo que es momento de buscarme a una puta jajajajajajajajajajajajaja.
(foto)

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