martes, 12 de agosto de 2008

La otra cara del potasio

(foto)

-¿Y según tú, cuándo se volvió tu jefe loco?

-Es difícil establecerlo. Si nos ponemos a analizar un poco, siempre estuvo loco. Pudo ser algo en su infancia, aunque lo dudo. El señor Marono siempre fue muy respetuoso con sus padres, y por difícil que pueda creerse sus padres jamás lo golpearon, siempre lo trataron con justicia, con firmeza pero nunca con violencia. De modo que su locura es un entramado de claroscuros y usted sabe, teniente, que cuando un muchacho es joven y recibe las mejores directrices educativas, resultará cada vez más susceptible a cambiar sus rumbos. Sobre todo durante los siete y los doce años, durante ese período el muchacho puede cambiar, sobre todo si ha tenido mucha atención y de pronto, por cualquier cosa, deja de tenerla. Es diferente con quienes son de una forma y no cambiarán nunca. Son malos desde el principio y así serán para siempre, o bien son buenos para siempre y serán buenos para siempre, aunque con remordimientos. Ahora, si me lo permite teniente, le pediré dos cosas...

-¿Qué cosas guiñapo?

-¿podría regalarme un cigarrillo y hablarme de usted?

-No abuses de tu suerte barbón. Ten un cigarro, pero olvídate del respeto, tú no lo tuviste con la sociedad, no lo tendremos contigo. Ahora no andes con teorías pedagógicas y dinos, cuándo se volvió loco tu jefe.

-Es difícil saberlo. Recogimos a la menor tal y como lo habíamos planeado. Nos habíamos confiado y seguramente ahí fue nuestro error, pues cuando le enseñamos al blanco, nos gritó varias estupideces incoherentes. Ja, ja, ja, habíamos recogido a la niña equivocada. No había tiempo de pedir disculpas y dejarla donde la habíamos encontrado así que pensamos en continuar el plan y seguir con el secuestro. Entonces vino el segundo error (uno es demasiado, dos, como lo comprobamos más tarde sería mortal). Este segundo error tiene su historia. Al jefe, cuya locura no puedo determinar, pues cuando lo conocí ya estaba loco, le gustaba jugar con las víctimas. Hacía que el viejo Bac colocara la mano de alguno de ellos sobre el teclado del teléfono y después con una navaja tecleaba los números, el chiste era digitar la clave telefónica correcta sin herir mucho al secuestrado, pero, como podrá usted esperarlo, no siempre ocurría así. Generalmente devolvíamos a la víctima con las manos bastante magulladas (la víctima, hasta ahora, siempre fue devuelta porque los interlocutores caían en un pánico normal y cooperaban con el proceso, he de afirmar mi sorpresa en este caso, pues la persona con la que hablamos nunca habló, lo cual contribuyó con la locura del jefe Marono).

En una ocasión, Marono decidió jugar y picoteó varias veces las teclas sin herir a la mujer en turno. Realmente se exasperó por su buena puntería y a pesar de que ya le habían contestado, colgó y volvió a intentarlo con el mismo resultado, parecía ser el día de suerte de la mujer y de Marono. Jugó una tercera vez con más violencia y en el último dígito uso una fuerza descomunal sin conseguir herir a la mujer. El cuchillo quedó clavado en una de las teclas. Marono se exasperó y con fuerza desclavó su arma pero la hoja quedó tan floja del mango que salió disparada hasta los ojos del viejo Bac. No tengo que decirlos lo ciego que quedó Bac y lo enojado que quedó Marono, al grado de despostillarle los dientes a la mujer con la cabeza.

Ahora bien, esta historia viene al cuento pues pues como ahora sabrá, teniente, difícilmente se podían leer los números en el teléfono. El día en que secuestramos a la joven equivocada, fue Bac el que telefoneó y seguramente marcó el número equivocado nuevamente. De esto no nos dimos cuenta hasta el final, cuando Marono se había vuelto loco y había matado a las tres cuartas partes de la banda, incluyendo a la víctima y yo, queriendo salvar algo de la banda y recuperar un poco del dinero, volví a marcar, esta vez al número correcto. Quien me contestó fue un padre afligido, habló conmigo y nos entregó parte del dinero por una hija ausente, seguramente por escaparse con un novio, pues como sabemos, no teníamos a la hija de aquél pobre hombre... quién sabe de quién sería la pobrecita.

-Lo que quieres decir es que Marono se volvió loco porque ¿Bac? telefoneó mal y porque ustedes recogieron a una mujer que no debían recoger.

-No, lo que realmente enloqueció a Marono fue la persona al otro lado del teléfono. Claro está que Marono ya estaba loco, pero tenía una estabilidad que le permitía llevar a cabo procesos cognoscitivos normales. Verá, la psicología del secuestro nos indica que la amenaza primera debe infundir un miedo reactivo. Es decir, la persona debe querer dejar de sentir ese miedo por lo cual accederá a cualquier petición, es probable que negocie los precios pactados, pero invariablemente cederá. En esta ocasión, nosotros fijamos la cantidad y no recibimos respuesta, pues supusimos que el otro estaría pasmado. Lo que enloqueció a Marono fue que el otro siempre contestara (signo inequívoco de que entablaba una comunicación con nosotros) pero que nunca preguntar por su hija o por el monto pactado. Pensamos que todo saldría miel sobre hojuelas. No fue así. Siempre contestaba, parecía que disfrutaba oír la tortura, primero psicológica y después física, a la que sometimos a la criatura. Cuando comenzamos a destazar a la pobre, y el sujeto seguía contestando, enfureció a Marono. Lo hizo sentir humillado. Lo hizo sentir confundido y sobre todo sintió el sometimiento hacia alguien superior, con menos escrúpulos que él, con una resistencia voraz al sufrimiento, con una capacidad por convertir en placer el dolor ajeno. Marono definitivamente se asustó, pues el suponía que era el padre el que contestaba y que no sólo no estaba dispuesto a cederle un centavo de su dinero sino que se divertía en el juego macabro de la tortura hacia su hija. Marono se volvió loco por estar frente a un ser más loco que él mismo... o bien se pudo volver loco por falta de potasio.
(foto)

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