"Un avión bimotor de reacción, con matrícula de Estados Unidos y al parecer procedente de Colombia, se estrelló en una zona de breñales del municipio de Tixkokob, a 25 kilómetros al oriente de Mérida, y dejando regados 132 bultos que contenían 3.2 toneladas de cocaína". Unos minutos después del desplome de la aeronave llegaron al lugar efectivos del ejército y de la Agencia Federal de Investigación. Segundos después de éstos, arribaron agentes de la Drug Enforcement Administration y algunos militares encubiertos del ejército estadounidense. Entre dimes y diretes, lograron llevarse a un campesino que lo había visto todo a una nave que se encontraba cerca de las costas de Yucatán. Ahí lo encerraron y, después de hacerlo sufrir psicológicamente (nunca hubo tortura física según los registros, sólo la inmensidad de un cuarto gris, la indefensión con la que arropa la obscuridad y la sosobra de la impotencia), lo interrogaron sin obtener ninguna respuesta más que un rostro de piedra, enigmático, sarcástico, burlón, asustado, temeroso, feliz y terriblemente fuera de ese mundo. Así estuvieron por varias horas, y al ver que más cosas decía una lata de Coca Cola Light, decidieron someterlo nuevamente a la indomable solitud, dejando los micrófonos abiertos, pues sabían que en los inevitables delirios acabaría diciendo la verdad. Muestran los expedientes lo siguiente. Yo lo traduje del inglés, y ellos lo tradujeron (a medias y con mucha dificultad, según consta en los archivos) de una mezcla de maya con castellano y una terrible decepción (según yo) y ganas horribles de salir, no del cautiverio en el que estaba dentro de las cuatro paredes, salir de una tierra que sólo le había dado desdicha y cadenas.
"Padre Dios, tú que todo lo oyes y todo lo escuchas, háblame. Estoy metido en un tremendo hoyo. Tú me dijiste cómo meterme en esto, ahora dime cómo salir. Yo lo único que quería era que Ek Xib Chacc, encarnado en la figura de San Bartolo (tú lo conoces mejor que nadie, fue a quien enviaste para que con sus ojos de vidrio me dijera qué hacer) nos echara una mano. Pero todo se fue haciendo como un lodazal. Todo se fue cubriendo de espinas y después me vi envuelto en un torbellino. Yo te juro que sólo seguí tus señales. Yo te pedí el milagro del agua, porque aunque por todos lados hay, en mi comunidad es el único lugar al que le falta. Y entonces te prendí muchas velitas, como me dijo el cura que hiciera; y te recé muchas veces, a ti y a Hunab Ku, que son lo mismo pero no podemos entender cómo son tan diferentes siendo iguales. Te pedí varias noches y varios días, tú sabes bien que hice los ofrecimientos correctos, miraste la sangre de mis rodillas, escuchaste el vacío con que recibía cada desgarre de mis manos. Y entonces apareciste al señor ese, que me dijo "te he escuchado y sé lo que necesitas" y entonces me tiró un manojo de dinero y yo lo miré y supe que eso no era lo que necesitaba porque ya habíamos intentado beber esos papeles y fue imposible tragarlos. Pero sé que tú te apareces con señas y con apariciones y con muertos y con cosas que nos parecen confusas y por eso escuché a ese señor. "Para conseguir agua, necesitas muchos de estos" y volvió a lanzar una bocanada de billetes que se reproducían en sus bolsillos. "¿Y cómo le hago Hunab Ku?" y el me dijo que había un polvo sagrado que podía ser transformado en esos pedazos de papel y que con esos pedazos de papel yo podría llenar muchos cenotes y podríamos bañarnos todos los de mi pueblo y podríamos gozar con siglos de agua; y mis ojos se llenaron con ella y entonces supe que si mi cuerpo podía crear agua, entonces ese hombre (que en verdad eras tú) tenía razón...".
Los archivos se detienen un poco ahí. Afirman que empezó a convulsionarse y lanzó espumarajos amarillos mientras los ojos se volteaban y giraban uno hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Aquí suena confuso el reporte porque el Detective Monroe no estaba en la habitación pero infiere todo lo anterior debido a que los rastros de saliva iban del suelo a la boca del hombre (quien yacía desmayado) y con una dirección aleatoria, lo cual hace creíble las convulsiones. Por su parte, el Agente Robinson decía que los ojos se le encontraron volteados, ya que se vio a un hombre blanco entrando por la puerta. Todos pensaron que era el Detective Monroe, hasta que éste salió de otra puerta y miró, junto a todos, los monitores que dejaban ver a un hombre de blanco. Nadie estuvo tan cerca para ver lo que ocurría ni tan lejos como para inventarlo todo. El hombre blanco se acercó al prisionero y entonces éste último empezó a hablar nuevamente.
""¿Y cómo obtengo el dinero?" (POR LA CONGUJACIÓN DE LOS VERBOS EL HOMBRE PARECÍA RECORDAR AHORA) "Verás a un ave, más grande que todas las aves que has visto. Será de plumaje blanco, más blanco que la espuma del mar. Entonces tú utilizarás esto", "¿Es una gran honda?", "Así es. Verás al ave surcar los blancos cielos y tú esperarás a que esté justo en el cenit. Entonces mirarás al gran Kinich Ahau y él te dislumbrará y sabrás que será el momento de lanzar con fuerza la piedra". "Sí, sí, sí. Ahora sé que con esta arma podré tener al ave. ¿Pero dónde obtendré el polvo?". "El polvo está dentro de su panza. Ábrela y lo descubrirás"."
Está información fue determinante, pues al llegar las autoridades al lugar del choque, encontraron a este indio abriendo una avioneta, con una honda en el cinto. Lo más desconcertante fueron las últimas palabras del hombre quien regresó de su estado delirante a una nueva fase de locura y entre gritos y espumarajos que ensuciaban al hombre de blanco (presumiblemente un doctor). Dice el reporte "¡Destruí al ave, la abrí y encontré el polvo! ¡Qué es eso! ¡Qué es eso! ¡Yo sólo vi un polvo sagrado! ¡Tan sagrado que iba a darnos agua, lo más sagrado porque da vida! ¡Tú me dijiste que lo llevara a los hombres de la selva! ¡Ellos me darían el agua! ¡Pero nunca me dijiste que me encerrarían en una caja! ¡Nunca me dijiste! ¡Me abandonaste! ¡Me engañaste y me abandonaste! ¡Nos has abandonado! ¡Siempre nos escuchas! ¡Pero nunca nos hablas! ¡Cómo se supone que voy a conocerte si no me hablas! ¡Háblame! ¡Dime que existes! ¡Dímelo! ¡Quiero escucharte!".
El hombre se vio envuelto en líquidos que emanaron de su boca y del esfínter que retiene la orina, también dice el reporte que fácilmente se habían contabilizado 20 litros de agua de todo el sudor que sacó. El hombre literalmente se derritió y poco a poco dejó que la angustia se transformara en una sonrisa tranquila. El reporte afirma que el hombre murió ahogado en sus propias emanaciones. Yo creo que Dios finalmente le habló.
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