sábado, 10 de noviembre de 2007

El monje



Cuando era niño, siempre soñaba con un monje. Era tormentoso verlo, siempre con sus ojos que pareceían una raya, porque la frente le caía encima, y con su gorrito echado, tapándole una calva, pues decía "me han quitado cada pelo por cada vez que dije 'Dios existe'". Yo buscaba una salida, quería huír de su presencia, pero siempre me tocaba unas escaleras sin fin, o tal vez olas que me cerraban el paso, y el monje, ahí estaba, mirándome. Pensé que el monje, de alguna forma, era una parte de mí que me quería decir algo. Un día abrí los ojos, después de haberlo soñado, y cuál fue mi terror cuando lo vi ahí, en las sombras de las cortinas que se iluminaban con los destellos del sol que despuntaba. Ahí estaba, con su ceño arrugado, con su cara impertérrita, y yo ahí estaba, despierto y frente a una imagen que no me dejaba en paz por la noche, y ahora parecía que tampoco lo haría por la mañana. Decidí taparme con las cobijas y después de unos minutos volví a salir y la terrible imagen se había desvanecido. Y así dejó de aparecerse en mis sueños para hacerlo cada mañana, y yo sólo podía hacer que se fuera escondiendome. Pero eso no podía ser. Un día me llené de valor, y, con la sapiencia de que estaba en mis dominios (ya no estaba en el aleatorio mundo del sueño), me puse de pie. Lo vi y él me vio, me lanzó una sonrisa despiadada. No lo dudé más: corrí hasta las cortinas y las moví con ira, con nerviosismo, exitado, matando una imagen que me atormentaba cada mañana y así, el monje se desvaneció para siempre... de las cortinas, porque saltó para refugiarse eternamente en mis dedos y mirarme por siempre con sus ojos alineados. Ahora sé que el monje es una parte de mí, literalmente, aunque todavía dudo qué es lo que me quiere decir...

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