martes, 19 de febrero de 2008

rarezas del lenguaje 4: Pura sangre

Era necesario que Augusto pasara la prueba, pues de lo contrario, jamás podría vivir con su terroncito por siempre (siempre había soñado vivir por siempre con alguien y ese alguien había llegado, se había convertido en lo que él llamaba un ángel de amor (en su clasificación muy recóndita, podíamos encontrar tres tipos de ángeles, los ángeles de sangre, los ángeles melódicos y los ángeles de amor (sin embargo, si escarbamos bien en sus entrañas y nos damos cuenta de que los gregorismos se disuaden unos con otros, tenemos que los tres tipos de ángeles terminan atados entre sí por una cuerda que a la postre sería la fantástica actitud que mucho bien le hacen al humano (y que por lo visto ahora, más que antes y más que en mucho tiempo se ha agotado, ahogándose en un alud de razonamientos absurdos e ilógicos que sólo pueden existir como los átomos que muchos científicos se empeñan en traer a la realidad por breves microinstantes y que con ello se ufanan en descubrir nuevos elementos irreales e incapaces de soportar un segundo (una vida, una tormenta, un deseo, una lágrima, un torrente de risas y de escalofríos, una aguja, un jabón resbalando en los aires y surcando mares de inconsistencia y de llamas, un laúd que grita sus años al sol y que se congela con el gorgorismo de un santiamén, una serendipia que invade los seres más escondidos tallados en piedra pómez y requebrajados en un silbato de alegría e inconsistencias talmúdicas (porque quién nunca se ha preguntado si en los cielos pueden recorrer felices los caballos por horas, pensando que su naturaleza les fue dada para correr y surcar la libertad y que Dios quiere que sus criaturas le adoren por siempre y no se desvíen de sus modos preconcebidos, y que les resultaría imposible apreciar por siempre y en un instante al Señor y correr como lo manda su divina gracia (una gracia en la cual todos los seres quieren vivir ad eternitas y que la encuentran en los detalles más imprecisos y más individuales y más llenos de Dios y más celestiales (porque así le ocurrió a Augusto, quien finalmente había dado con ese arrocito mágico que todos tardan siglos en hallar y con el que se había topado casi sin querer (y ahora era menester pasar la prueba (el padre le diría que sólo tenía que hacerle un favor muy pequeño (realmente las dimensiones suelen ser completamente perceptivas, pues como lo dijo alguna vez Kant y lo rectificó Einstein, el espacio se encuentra en algún lugar intrincado dentro del cerebro, y en esta ocasión, el padre le pidió un favor muy pequeño del tamaño de un caballo (los caballos pura sangre eran los favoritos del padre quien, a cambio de su pequeña hija, sólo pedía que le trajeran uno de estos (Augusto no tenía idea de que sería realmente difícil hallar un caballo pura sangre (eso le trajo a la cabeza el recuerdo de una ocasión en que su padre le había enseñado a distinguirlos, no sin un poco de angustia (cuando un hombre se haya frente a una situación angustiante, tiende a sudar sangre (Jesucristo terminó con la frente perleada en carmesí después de orar en el monte de los olivos (este tipo de árbol se da muy cerca de los pastizales en donde recorren felices y libres los caballos en la magna contemplación de Dios (Augusto sabía que su único boleto para la contemplación de Dios se encontraba encerrado en el cuerpo de su ángel de amor así que sería preciso encontrar al caballo (nunca se imaginó que no sería más difícil encontrarlo que domarlo (domar siempre resulta de una imposición y la imposición se cobra con la sangre (como aquella vez cuando un hombre pidió a su futuro yerno un caballo pura sangre a cambio de su hija y el yerno le trajo pura sangre de caballo)))))))))))))))))))).