Estaba frente al cadalso y de tras de sí, una muchedumbre ardiente, furibunda, envalentonada, inconforme e ignorante le arrojaba obscenidades y lechugas podridas. No entendía porqué la gente reaccionaba así con él. Los había curado. Había procurado que el tullido volviera a caminar y el ciego volviera a ver. Hasta había resucitado al padre de uno de los villanos. Lo admiraban, lo adoraban, se sorprendían con sus milagros; lo tenían como a un ídolo, a un héroe, a un Dios. Y cuando estaba en lo más alto de la cumbre de su ego respondió a la pregunta de todos: “¿Cómo hacéis para curar?”. El respondió con franqueza y con sinceridad y ese fue su peor pecado: “La magia os cura”.
Entonces los que podían caminar se lanzaron piedras para quebrarse los fémures; los que podían ver se incendiaron los ojos y el padre regresó al sepulcro. Nadie quería nada que viniera de los espíritus malos, aún menos del demonio; porque aunque la magia oscura cure, nadie quiere comprobarlo.
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