domingo, 13 de enero de 2008

La cremallera

Los botones que cerraban la abertura frontal de los pantalones, ya no figuraban dentro de las perspectivas de la moda. Así que Juan Joaquín decidió someterse una vez más a las tendencias que suicidaban poco a poco la personalidad de este pobre sujeto. "Madre", dijo con aire imperioso y el azar lo llevó a una sala llena de sillas pegadas a la pared, y un sarcófago de ébano en el centro, escoltado por altos cirios que vertía sus palpitantes destellos sobre la cara mortuoria de la señora. "Madre", repitió Juan Joaquín, con ademanes extensos, virtuosos, apocalípticos, sardónicos, quiméricos, tántricos y un poco solemens, "vengo a decirte que ya no seguiré las tradiciones que ahora te vuelcan de un solo golpe seco sobre la tumba. Ahora seré libre de tus designios y de tus risibles observaciones, siempre llenas de una vacuidad inmensa. Ahora seré yo el que elija qué usar sobre este cuerpo mellado por tus costumbres ancianas y desgastadas. Diré adiós a tus consejos que sólo me alejaron de la felicidad y me clavaron a la cruz de la amargura". Entonces, Juan Joaquín tomó la cara de su madre entre las manos y de un solo tirón puso a la muerta en una posición más cómoda, sentada. "Mirad, vieja raquítica, cómo tu hijo se deshace de estos harapos", y conforme hablaba se despojaba de las ropas que llevaba encima, "de esta camisa de tela persa que heredé del tío abuelo de tu tío abuelo; de estos guantes de piel de dinosaurio que seguramente rescató algún pariente en la era mesozóica; de estos zapatines que han albergado numerosos pies y numerosos hongos; de estos calcetines que heredé de mi padre. Dile adiós a estos pantalones de botones, que ya no son sino el recuerdo de la infancia de los muertos. Mira, ¡mira! Mira cómo los lanzo sobre tu lecho, y dejo que se desintegren en pedacitos de olvido, junto con tu cuerpo decadente".

Ahora estaba desnudo y a manera de ritual, comenzó a desenvolver nuevas prendas que venían en un papel delicadísimo. Así extrajo una camisa de seda italiana, unos calzoncillos de algodón finísimo, unos calcetines que hacían sentir a la piel un nuevo significado para la palabra "terso". Se puso las ropas, extendió un pantalón con cremallera, ¡con cremallera! Ah, cómo brillaba ese artilugio tan innovador frente a sus ojos. Juan Joaquín sonreía hipnotizado por aquel accesorio que le daría el impulso a la modernidad que tanto quería. Se puso los pantalones lentamente, disfrutando ver a su madre cómo no podía hacer nada para impedir que su hijo se deshiciera de las estúpidas costumbres apiladas en los tejidos de su ropa. "Mira madre, mira, mira, mira, mira", y entonces subió la cremallera. Un gesto de dolor infinito transformó en el acto su cara. Los ojos produjeron un par de lagrimitas que reflejaban el terrible dolor que subía poco a poco desde su bajo vientre hasta la garganta. Su madre lo veía y Juan Joaquín no podía soportar el dolor que se mezclaba con la vergüenza y la ira y la desesperación y impotencia de ver cómo su madre regresaba de ultratumba con una sonrisa burlona para hacerle ver que jamás podría romper los cordones de las tradiciones.

2 comentarios:

patzarella dijo...

tristeza, paz, alegría, miedo...

¿te das cuenta de todos los sentimientos que puedes provocar con esto?

jajaja

primero me llené de horror pensando en esa clase de hijo mal agradecido y luego cuando vi sonreír a la madre....

¡casi apago la computadora de miedo!

jaja

¡qué loco!

me gusta !!!

EM dijo...

Weird & freak!