domingo, 6 de enero de 2008

La rosca

El 6 de enero tenemos la costumbre en mi casa -como supongo, será en casa de muchos mexicanos- partir la rosca de reyes. Este 6 no fue la excepción. Llegamos a una panadería y compramos una pequeña rosca que, a decir de los vendedores, contenía nada más y nada menos que 3 muñequitos. ¡Ah los muñequitos! Tan temidos por muchos mexicanos, que huyen a su encanto de poliuretano, a sus ojitos que no se ven por culpa de los moldes mal hechos. Además, cuenta mi abuelo, que ya no son tan buenos como eran antes (a veces me pregunto qué tan cierto será ese dicho de todos los más viejos, ¿a caso sus abuelos no decían lo mismo? ¿y si esto resultara verdadero, no quiere decir entonces que las cosas nunca han sido buenas?). "Antes, dice mi abuelo, eran muñequitos de porcelana, o de alguna madera. Eran bonitos, les pintaban sus ojitos, y tenía su pelito". Supongo que esa es la razón por la que dejaron de ser utilizados: eran de manufactura muy cara y resultaban una potencial arma mortífera.

En fin, con todo y el terror que produce sacar uno de esos monitos, decidimos comprar esa rosca y llevarla a la casa. Al llegar, no pudimos dejar de darnos un buen manotazo en la cabeza, pues habíamos olvidado la esencia del pan: el chocolate. Un pedazo de rosca sin su chocolatito es una especie de blasfemia. Lo sé, lo sé, una lechita o un cafecito puede ser un buen sustituto; ¡pero eso es para los mediocres! Así que decidimos ir a buscar una tabletita de chocolate abuelita. Fuimos a la tienda de la esquina, y el cubano, hombre dueño del local, nos dijo con una mirada compasiva que acababa de vender la última tableta a unos niños que acababan de pasar. Con las fauces del fracaso ciñéndose sobre nosotros, decidimos darle la vuelta a la cuadra. En eso andábamos cuando sentimos un golpe en la ventana trasera del automóvil.

Parecía que alguien nos había lanzado una piedra, y eso corroboró mi hermano. "Unos chamacos nos dispararon con una bala de plástico". Volví a dar la vuelta a la cuadra y nos los topamos. Bajé el vidrió y grité a dos mozalbetes que presumían las armas regaladas por los tarados Reyes (bueyes) Magos. "Ven acá ¡cabrón!", los niños se quedaron pasmados, no sabían hacia donde correr y no pudieron hacer otra cosa que acelerar el paso hacia la dirección contraria de nuestro sentido. "¡Perdón!", alcanzaron a murmurar, con el rabo entre las patas. Decidí dejarlos, pues era preciso ir por el chocolate.

Llegamos a un expendio de abarrotes, casi tan grande como una cuadra entera -los que lo conocen bien lo llaman "Sumesa", pero eso es algo que sólo lo sabe el viento-. Entramos y buscamos, tal y como lo hiciera Terminator en sus películas, "seek and destroy" o bien podría ser "seek and buy" en nuestro caso. Finalmente llegamos al área de leche en polvo, cafés y chocolate. Buscamos afanosamente las pastillas del chocolate abuelita, o de perdida el Ibarra... pero encontramos sólo Chocomilk, Hershey's Cocoa y Cal-C-tose. ¡A caso el sino se burlaría de nosotros? ¡A caso no podríamos probar chocolate con rosca de reyes este 6 de diciembre? Y cuando las nubes cerraban los rayos del sol, vimos entre los escombros un sobre de Chocolate "Morelia, en polvo". Peor es nada. Esa es la presentación más sesuda para cualquier chocolate de tableta, pues todos sabemos que tarde o temprano terminará hecho añicos y polvo. Por lo tanto, estábamos salvados. Los Reyes Magos sí existen.

Llegamos a la casa y extendimos el chocolate a mi madre, quien delicadamente preparó un chocolate de agua sabrosísimo. Nos reunimos los cuatro a la mesa (padre, madre y hermanos) y mi padre empuñó el cuchillo y realizó una incisión con mesura. Sacó el pedazo de rosca y... nada. No se encontró al muñequito. Tocó el turno a mi madre y en dos tasajos encontró al muñequito. Felicidad en sus ojos. La suerte la acompañaría por todo el año (a ella no le importa "tener" que ofrecer una tamaliza el 2 de febrero, pues sacar el muñequito significa tener tanta suerte que incluso te darás el lujo de regalar tamales). Tocó mi turno y enseguida eché ojo a un pedazo de rosca con azúcar. Hice los cortes adecuados y... nada tampoco. Sería en otra oportunidad cuando la suerte tocara a mi puerta. Mi hermano sacó su trozo de rosca y la rebanó a la mitad, pero no se asomó nadie. Así transcurrió la primera ronda: sólo un muñequito, de tres, descubierto.

Yo necesitaba encontrar a ese muñequito, no podía irme sin uno, pues era mi talismán, un amuleto que invariablemente he obtenido desde hace un poco más de 10 años. Este año no podía, no debía ser diferente. Me preparé para dar mi segundo corte y lo realicé. Nada. Mi hermano de pronto mostró una cara adolorida y en seguida sacó un muñequito de la boca. "Maldito monito, ¡lo mordí! Casi me deja sin dientes el desgraciado...". Felicidad en sus ojos. Incredulidad en los míos. Cortó otro pedazo y por fortuna no encontró ningún otro monito. Tenía todavía esperanzas yo. Mi padre cortó otro pedazo y nada. Las esperanzas me inundaron y quedé sólo frente a cuatro pedazos sin cortar. Tomé el cuchillo y seccioné la mitad de un trozo de rosca. Nada. La desesperación se apoderó de mí... la locura subió a mis manos. No podía irme sin muñequito. ¡No, no y no!

Entonces, volvía a cortar un segundo pedazo y un tercero un cuarto. No había monito. Los de la panadería me habían mentido. Destazaba el pan a diestra y siniestra y las borlas saltaban y las entrañas de la rosca se mostraban pero no aparecía el muñequito. Sentí cómo la suerte me jugaba una mala pasada. No quería sentir que la perdía. Y en eso estaba, cuando, de pronto, el cuchillo topó finalmente con el tercer monito. Ahí estaba, acurrucado entre migajas azucaradas. La sangre volvió a mí, la suerte se quedaba conmigo un año más. Después me puse a pensar que tendría que ser más precavido para la próxima vez: "aseguraré que el muñequito no me abandone nunca más... compraré una rosca para mí solito... ¡Ja ja ja ja ja ja ja!".

1 comentario:

Melanie Forey dijo...

Osadías de epifanía... Swed y yo compramos una rosca súper grande, apenas la cortamos hoy y ya casi llevamos la mitad, y pensamos que era un antojo excesivo...A él le tocó el muñequito y a mí pu´s los tamales, ja ja ja.
TQM Un abrazo.