martes, 8 de mayo de 2007

La maquina maldita (conclusion)

La sensación de estar frente a la máquina y presionar los grandes botones donde se dilucidaban la gran variedad de bebidas calóricas, hiperdulces y con chispitas que encantan a chicos, medianos, grandes, ancianos, perros, gatos, rocas, avestruces, pandillas negras del sur de Manhattan, fantasmas terribles y viejas locas que todavía esperan a sus ancianos y corroídos maridos que alguna vez se fueron con la bola y perecieron víctimas de un balazo de Carranza, o de una terrible sífilis mal curada. Nadie puede negar la hipnósis que sugieren estas dichosas bebidas, y por supuesto, yo, un ser mortal, común, corriente, del vulgo, tampoco lo pude evitar.

Me posé frente a la dichosa máquina. Saboreé una cocacola bien fría, y ya estaba dando el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" que es el vocablo mágico que termina con la sed y con la economía del bolsillo, porque la chingadera costa siete mugrosos pesos. "Ni hablar", me dije, "pues sí, a lo hecho, pecho", me respondí, "saca la moneda", me contesté, "ya voy, ya voy, es que creo q no tengo cambio", "vales madre, te dije que no compraras las pinches bolsitas esas con chilito", "uta, ya me vas a regañar", "pues sí, si no te digo yo lo güey que eres entonces ¿quién?", "bájale de buevos, porque si no, no respondo", "¿Ah sí? ¿y qué me vas a hacer? ¿Me vas a dar un puñetazo en la cara?", muy cierto, no podía golpearme a mí mismo, "ok, ok, tú ganas", "así me gusta, que amachinen, chingá"...

Mi mano sacó de mi roído bolsillo siete morlacos, siete piecesitas de un metal dudoso que en ese momento, tan pronto cayeran una a una en los intestinos de la dichosa máquina, se transformarían por arte del gran mago Kotler, en una cocacola bien fría, y nuevamente el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" se hizo presente, me enchinó la piel y me impeló a arrojar la séptima moneda con una especial veneración, como si estuviera arrojando monedas a un receptáculo de algún santo de alguna iglesia. La máquina se había convertido en mi adorado pedazo de metal y plástico con una luz que prendía y apagaba por un corto circuito.

La moneda cayó. Eschuché con claridad los pequeños golpecitos secos que emitía conforme caía y pegaba en el conducto de aluminio. La máquina, la diosa refrescante, la musa que saciaría mi sed y mis necesidades adquiridas, se comunicó conmigo. Éxtasis experimenté. Una pantallita negra se iluminó con abundantes letritas rojas que me invitaban a presionar cualquier botón. ¡Cualquiera! La reina de la variedad me bendecía con la opción de escoger mi bebida. ¡Qué mágico! ¡Qué místico! Esto sí es democracia, lo demás... lo demás son mamadas...

Mis ojos se desilusionaron momentáneamente al ver el botón de la cocacola bien fría estaba apagado. ¡Demonios! ¡No había pensado en el pequeño detalle! Pero la máquina no puede ser tan mala -qué ingenuo, qué tonto y qué ingenuo- y por supuesto me mostró que había otros tres botones con cocacola bien fría encendidos. La esperanza calentó mis venas de nuevo. Presioné el botón. Nada. Lo volví a presionar. . Una vez más. .

¡Qué ocurría! ¡Qué macabra broma era esa! Presioné con desesperación una y otra vez el desgraciado botón y nada se accionaba. Intenté con otro botón. No hubo respuesta. Probé con otro, y otro y otro y otro... la respuesta fue la misma. La máquina me traicionaba. ¡Maldita máquina! ¡En ti deposité mi confianza y ahora me das la espalda! Lo podría esperar de AMLO, de Felipe, incluso del incomprendido genio de Bush, pero ¿de ti? ¿de ti? ¿Qué hice mal? ¿A caso no seguí con demente fervor todas tus campañas comerciales? ¿A caso no celebré con júbilo y dicha la presentación de un nuevo producto? ¿No degusté con vehemencia tu sabor vainilla, y tu cocacola diet coke, que después cambiaste por cocacola light y finalmente me diste la dicha de poder ver el nacimiento de cocacola zero? ¿A caso no fui yo tu hijo más querido? ¿En qué fallé? ¿Qué salió mal?

Mis dedos agitados pulsaban una y otra vez los botones, pero la maldita máquina no cedía. Las luces del corredor que conectaba a la Universidad con el estacionamiento, comenzaron a apagarse, primero una, después otra. Lentamente la oscuridad iba ganando paso y mis nervios por encontrarme con alguna criatura descarnada me gritaron "¿Estás loco? ¡Deja esa maldita lata en paz!", "Todavía hay tiempo, todavía hay tiempo", contesté con desesperación, mientras el taca taca taca taca de los botones producía su eco fatal, inevitable. "¡Déjalo ya! ¿No los escuchas? ¿No los escuchas?", "No pasa nada, nada, nada. No me voy a ir sin llevarme mi lata" "Afuera podrás comprar más, miles, millones. Afuera podemos comprar un expendio de cocacolas, de todos tamaños, de todos colores. Afuera, aquí no, afuera" "¡Cállate! ¡Deja de decir estupideces! Mejor ayudame a sacar la maldita lata".

Entonces golpeé con furia a la máquina. Las luces se apagaban más y más, el corredor quedó aislado por la única luz que provenía del túnel del estacionamiento. Pateé por última vez a la máquina y entonces escuché que algo se deslizaba. ¡Era mi lata! No consiguió salir, pero claramente escuché que algo se había deslizado. "¿Lo escuchaste?", me pregunté. "Estás demente. Los nervios te traicionan. Alejate de aquí ahora que todavía es tiempo". Me ignoré. Estaba decidido a sacar esa lata a como de lugar. No por nada mi gesto más racional siempre ha sido mi taciturna testarudez.

Me inqué. "Corre. Corre. Corre. ¡CORRE! ¡YAAAAAAAA!", "No lo voy a hacer, casi lo logro". Había introducido mi mano por la avertura inferior, el portal del edén en donde aparecen como recién paridos los deliciosos brebajes que dan vida. Si el niño no quería salir, iba a obligarlo a abortar ahí mismo. "Yo me voy", "Pues vete, a ver si puedes vivir sin mí", me dije. Mis manos comenzaron a urgar en la abertura calida de la diosa desdichada, que no me permitía saborear la felicidad. Sentí un frío muy agradable. Logré tocar un par de engranes, o al menos eso parecía. El aceite de la máquina me permitía deslizarme con facilidad. Poco a poco me adentraba en ella. Finalmente la acaricié. Era una lata fría. La deliciosa presea era mía. ¡Mía!

Y entonces, la felicidad se convirtió en desconcierto. Mi mano seguía deslizándose hacia adentro. La máquina me absorbía. Cada vez veía cómo desaparecía más y más mi brazo. Quise sacarlo, pero era demasiado tarde. Entendí finalmente que desde el principio no era yo el que introducía la mano, era la máquina quien me invitaba a invadirla y ahora era suyo; ahora me devoraba. Mi cabeza entró con un poco de dificultad, pero como las ratas, una vez que entra la cabeza, entra lo demás. Mi pecho se succionó, mis extremidades se adecuaron al conducto traicionero que me arrastraban como el océano lo hace a quien lo reta. Pero yo no había retado a nadie, yo había lisonjeado a la máquina, a mi diosa.

Mi desconcierto se conviritió pronto en resignación. "¿Querías tu lata no? Ahí la tienes cabrón, ahora chíngatela", "¿Otra vez tú? ¿Pensé que te habías ido? ¿Qué te hizo cambiar de parecer?" Me pregunté. "¡No es gracioso!" Me contesté. "A mí me lo parece". Entonces, subí un poco mi cabeza y lo que miré me dejó perplejo. Una serie de cuerpos estaban arriba de mí, eran tres hasta lo que yo podía ver. "¿Hey, siguen con vida?" "Sí", me contestaron varias voces, algunas de mujer, otras de hombre, unas demasiado viejas, otras demasiado jóvenes. "¿También quisieron arrebatarle una coca?", "Yo sólo quería un refresco de manzana", "Yo quería una botella de agua", "Yo quería iri por mi hermano a la escuela, pero creo que no es por aquí".

Fantástico, no eran tres, eran como veinte las personas que estaban adentro atoradas. Ahora entiendo porqué diablos no salían las malditas latas. "¿Estarás contento?", me pregunté. "En parte", "¿Ah sí? ¿Cómo que en parte? Deberías estar consternado. Por tu culpa estaremos aquí encerrados para siempre". "Por una parte tengo mi coca en la mano. Eso me hace feliz. Pero no me la puedo tomar. Eso es una gran desdicha" "Bueno, por lo menos nos podemos divertir con los siguientes que quieran una lata de refresco. Por lo visto esta máquina está obstinada en traer a medio mundo aquí", "Mira, creo que alcanzo a ver a un mono por allá", "No seas imbécil, es sólo una bola de pelos", "a mi me parece un mono", "te voy a alucinar", "no, espera, es la cabellera de alguien..."

1 comentario:

EM dijo...

Así la primera parte me salté varios parrafos... jajajja en serio debrallas de tal forma ke me pierdo en la calle de los chistes locales... Pero la segunda y última parte me gusta mucho mucho...

Está muy divertida las discusiones que tienes tú mismo.

Y en cuanto a la máquina maldita, podríamos preguntarle que quiere a cambio.. Digo, todos tenemos un precio.

Quizá quiera a Huerta o a Sanchez para ser feliz.