Hace unos momentos que acabo de subir. La emoción me impele a escribir esto en el blog, pero pues al grano, o más bien, como dijo el gran filósofo Wong Wao Lee, "empezar desde el principio, sino nunca acabamos". Me disponía a dar los últimos esbozos al último capítulo de mi primer tesis. Por cierto, el tema me parece que me ha resultado particularmente interesante, y cómo no, después de convivir con ella por cerca de medio año, es justo que me haya sentido de alguno forma, sin parafilias en mente, atraído por ella. Estaba un poco embotado, las ideas giraban en mi cerebro, pero no querían volcarse al mundo de afuera. Me parece que a todos nos da un poco de miedo lanzarnos hacia la realidad, pues aunque la vemos todos los días, la desconocemos. Algo así le sucedió a mis pensamientos, por lo que decidí encender un cigarrillo -el último, por suerte- y abrí la ventana de mi cuarto.
Me recargué en un pequeño descanso de alumino, el cual enmarca un pedazo de vidrio. Ahí estaba, fumando, lanzando bocanadas de humo y mirando cómo se distribuían uniformemente con el diáfano viento que soplaba con cierta fuerza. De pronto, escuche un leve chirrido. "Debe ser mi hermano quien está acabando de dar forma a su última creación para sus proyectos de diseño industrial". Pero el chirrido continuó y continuó y continuó. Entonces, sentí cómo caía. Mi cuarto está en el quinto piso, por lo que la altura es considerable. Me caí. El pedazo de aluminio cedió ante mi peso y no hubo nada más que evitara mi próximo choque con la máxima creación de la ingeniería romana: el concreto.
No me dio tiempo para pensar nada, no pasó por mi mente nada de lo que había vivido, creo que a mis recuerdos les dio tanto miedo que mejor se ocultaron en algún lugar. Muy listos. Sólo sentí el pedazo de vidrio rozándome la cabeza, lo cual hubiera sido fútil, pensando que de todos modos iba a chocar contra el suelo y la muerte por vidrio hubiera sido tan dolorosa como la muerte aplastado por mi propio peso multiplicado por la velocidad adquirida y el factor de la gravedad -nunca hay que olvidar el factor de la gravedad, es indispensable si quieres vivir en este planeta-.
Mientras sentía el viento golpear mi frío rostro, alcancé a ver un par de cables que surcaban el espacio. ¡Benditos cables de la ciudad de México! Alguna vez los maldije, por afear las feas calles de esta ciudad esperanzada como su pueblo, pero en esta ocasión bendigo a todos los electricistas mal hechos que han dejado miles de cables eléctricos sueltos por todos lados. Alcancé a aferrarme a uno de los cables y, si bien no detuvo del todo mi caida, por lo menos la amortiguó lo bastante como para caer a una velocidad menor y no morir. Sólo resulté quemado de las manos por la tremenda fricción que se ocasionó. Además, una vez que estuve en el suelo, con un pequeño ranazo acomodado en todo el cuerpo -a pesar de caer de pie, todo el impacto corrió a través de mis huesos, mis músculos y mi cabeza- sólo dije, "ay güey", y vomité. Creo que no es nada de que avergonzarse, después de haber caido desde un quinto piso.
Más adelante me di cuenta que había fantaseado con mi muerte cayendo por un quinto piso. Tal vez no ocurrió en la realidad, pero fue lo suficientemente real -mi mente hace que las cosas que pasan dentro de ella me parezca tremendamente verosímiles, quizás a muchos les pase lo mismo- como para tener perleada la frente, y sentir un leve tambaleo de mis piernas. No vomité, por suerte. Me alejé de la ventana y me dije a mí mismo, "desde lejitos se ve mejor el cielo". Regresé a mi tesis y pude pulir un poco más. Creo que los pensamientos que no querían salir, se vieron escarmentados por una orden de mi subconsciente -¿o inconsciente? ¿cuál es cuál?-.
Por cierto, mientras caía en la imaginación que se tradujo de alguna forma a la realidad, recordé lo que le ocurrió hoy a mi pobrecito amigo Eke. Resulta que salimos a festejar a mamá, y mientras todos se alistaban para lanzarnos a algún restaurante famoso del sur de la ciudad de México, yo decidí limpiar el hábitat de mi hámster. Por cierto, ya le compré otra jaulilla, que uso mientras le damos mantenimiento a la residencia oficial. Total, pasé a Eke a su residencia de descanso, y ahí estuvo jugueteando en un laberinto de maderitas que le compré. Limpié, trapeé, dejé nueva comida y todo estuvo listo. Ya iba a cambiar a Eke a su residencia oficial, pero como vi que estaba muy entretenido subiendo y bajando escaleritas, dije "hay que dejarlo un ratito más aquí. Ahorita q regrese, lo cambio". Cerré una ventanita que está hasta arriba de la jaulilla y nos fuimos.
Cuando regresé, fui a ver al temido Eke. No escuché nada. Temí lo peor. Pensé que había muerto y mientras buscaba entre los pedazos de aserrín, esperaba ver su cadaver peludito y blanco, con las patas tiesas y la mirada perdida en el horizonte, y una mueca de tristeza por no poder haber salido jamás de ese pedazo de tierra al que yo, egoístamente lo había conferido sin permiso alguno. Pero no. No lo encontré dentro de su jaula.
Entonces me di cuenta de la realidad. Recordé al pequeño Eke cuando recién había llegado a mi, después de que un hada me lo había encargado, tratando de escapar de su prisión de cristal -de plástico pues, no le compraría algo de cristal a este pinche roedor- que le daba la impresión de poder salir, pero sin poder hacerlo. Recuerdo haber pensado "seguramente un día voy a encontrar una pequeña puerta y una nota". El malvado Eke lo había conseguido. Logró escapar. ¿Cómo lo hizo? Sigue siendo un misterio para mí, pero se había escapado.
La jaula está sobre un descanso del librero que está en la sala de mi casa. Como verán, hay muchos libros en un librero -por lo menos así debe ser ¿no?- y me imaginé que se habría metido entre los libros. "Vale madres, ahora pa' encontrar al pinche ratoncito". Ahora bien, cabe destacar que este descanso del librero, está a una altura de un metro de la alfombra de la sala. Este es un dato muy importante, porque mientras lo buscábamos Omar y yo, escuchamos unos ruiditos que venían detrás del librero. Mi hermano se asomó y encontró a Eke hecho bolita en un rinconcito. El muy sinvergüenza se había lanzado desde una altura de un metro hasta un rincón.
Eke logró escapar, y yo tuve la fantasía de haberlo hecho. Quizás los dos nos sentimos igual, yo vomitando y el hecho un ovillo. Supongo que le dio miedo, como a todos. Todos queremos salir a la realidad, pero cuando estamos ahí, es demasiado desconocida para nosotros, aunque todo el tiempo la veamos...
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