El jamonero iba de camino a su tienda cuando de pronto se topó con un enorme perro. El jamonero pensó que sería prudente levantar los brazos, pues de lo contrario el perro se avalanzaría contra las dos bolsas que llevaba y eso no sería nada bueno para él. De tal forma procedió y caminó hacia el perro. Éste lo miró y los cabellos del jamonero se erizaron y una lluvia de endorfiinas y de adrenalinas y de más hormonas que nos alistan para saltar al peligro corrieron por sus músculos. No pudo dar un paso más, pues el perro parecía mirarlo como si lo supiera todo... y así era.
FINAL 1
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. A tientas salió un cuerpo de entre la cama desaliñada, acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y con alegría mezcladas. El cuerpo hizo un ademán de que le pasar la bolsa. El perro lo hizo y el cuerpo extrajo una cabeza. Se la colocó y después colocó la otra cabeza en el cuerpo de su anciana esposa. "¿Y el jamonero?", preguntó entre estertores el anciano, quien aún no terminaba por colocar bien su cabeza. El perro señaló un rincón y ahí estaba el jamonero, hecho un giñapo, temeroso y verde del terror.
"¿Hasta cuándo vas a entender Gustavo? No tienes porqué matarnos a todos sólo porque tus puercos se comieron unos a otros", y entonces, el viejo sacó un cuchillo y un tenedor y se comió poco a poco a Gustavo, el jamonero, quien veía cómo su negocio se lo comía lentamente.
FINAL 2
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. Dos ancianos yacían en su cama, acurrucados para tratar de dar calor a sus cuerpos frugales. Los dos escucharon entrar al perro. "Ve a ver qué quiere", le dijo la vieja al viejo. Entonces el hombre se incorporó y empezó a tantear con los dedos el suelo. "¿Qué buscas?", inquirió la anciana, y en seguida se llevó las manos a la cara en señal de desaprobaicón. "Tus pantunflas seguramente. ¡No te digo, no pierdes la cabeza no más porque la traes pegada!. La obscuridad reinaba en la habitación. El cuerpo finalmente se dio por vencido y decidió andar sin pantuflas. Acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y alegría mezcladas.
Entonces abrió una de las bolsas y se asomó una cabeza que hizo un gesto de alegría. "¡Vaya, hasta que nos encontramos!". El hombre puso su cabeza sobre los hombros mientras un rayo de luna lo iluminaba para poder dar las puntadas necesarias. Entonces la vieja lo miró y dijo sorprendida mientras meneaba la cabeza: "¡No puede ser! Sólo eso te faltaba. Realmente perdiste tu cabeza. Ay, qué viejito este". "Sí, la perdí... pero encontré mis pantunflas" dijo el anciano mientras las sacaba de la otra bolsa.
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