Mientras calificaba, esta respuesta le dio otro significado a la incomprensión...
"la mayoría de las veces no encontramos sentido a las cosas por quedarnos en lo superficial y no buscar el por qué o qué está pasando bloqueando a la mente, causando que ya no entendamos nada"
clarísimo...
miércoles, 30 de mayo de 2007
¡YO tambien!
Desde que entré a esta excelsa y benemérita, tres veces h, magnánima y laudatoria Universidad, me pareció que eran necesario una especie de trenecito para ir de goya a campana de campana al 33 y del 33 al anexo. Eso ya fue hace casi cinco años y sigo pensando lo mismo, de hecho siempre seguí pensando lo mismo. Primero fue la idea de un trenecito, después me quise comprar una especie de cochecito de golf, más adelante fue un cochecito de hotchos y así me fui por la vida, ilusionándome y deseando un medio de transporte para poder caminar los enormes senderos de concreto y caca -hay q decir q estas calles de goya, rodin, donatello, etcétcera, siguen siendo peligrosas, sobre todo para el calzado, pues los guaguas de los vecinos pipiris no tienen la educación suficiente como para defecar en un lugar privado- sin miedo a que los árboles de semillas espinosas lancen oprobiosas blasfemas a través de su desaguisados cuescos -no el ruidoso, sino el que tiene espinitas-.
Fue entonces cuando en la tele, mientras estaba recostado insuflando un poco de vida del aire curativo del viaducto, apareció el producto del cual me enamoré perdidamente. No era una faja reductiva que además me marcaría los cuadritos del abdomen -a estas alturas dudo si alguna vez he tenido esta posibilidad-. Tampoco era un rayador mágico que podía cortar la leche y convertirla en queso, o al que sólo se le tiene que enseñar la receta y te fabrica una sabrosa ensalada a la uy uy uy. Era algo mejor, el invento más bárbaro que haya hecho alguna compañía trasnacional, y lo llamaron (entra coro de ángeles) SEGWAY. Desde entonces imploré a los dioses del asfalto y de las transmisiones automáticos por un SEGWAY. Llamé a un gurú para que entrara en contacto con los espíritus y me llevara por el sendero que me guiaría al SEGWAY. Pero nada.
Mis llamados fueron en vano. Adiós a mi idílica fantasía de verme recorrer las calles de México -y del mundo- a bordo de mi SEGWAY, cubierto por una túnica negra, con la capucha cubriendo mi rostro y mis manos dentro de las mangas largas. La gente me vería y pensaría que era un monje flotando lo que se aparecía ante sus ojos. Me reía y me veía recorriendo los montes y las carreteras, "flotando", todo sobre mi SEGWAY. Pero la fantasía se ha esfumado y ahora sólo me puedo conformar con caminar por goya y esperar a que un aguacero remoje una caca y que mis pasos herrados me lleven a ella -sorry, pero esa es una historia verídica, iba caminando por goya, tormenta de por medio, a eso de las nueve cuando no se ve absolutamente nada y entonces ¡caca!, por suerte había muchos charcos en donde limpiar mis cacles-.
Hoy me entero que la policía capitalina estrenará estos hermosos transportes del SEGWAY sobre Av. de la REforma. Sólo me quedan dos cosas por pedir: que se les compren túnicas para poder ver cómo me hubiera visto flotando por la ciudad, y ¡yo también quiero un SEGWAY! al fin que seguro les sobrarán muchos...
lunes, 28 de mayo de 2007
¿Cuando?
El jamonero iba de camino a su tienda cuando de pronto se topó con un enorme perro. El jamonero pensó que sería prudente levantar los brazos, pues de lo contrario el perro se avalanzaría contra las dos bolsas que llevaba y eso no sería nada bueno para él. De tal forma procedió y caminó hacia el perro. Éste lo miró y los cabellos del jamonero se erizaron y una lluvia de endorfiinas y de adrenalinas y de más hormonas que nos alistan para saltar al peligro corrieron por sus músculos. No pudo dar un paso más, pues el perro parecía mirarlo como si lo supiera todo... y así era.
FINAL 1
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. A tientas salió un cuerpo de entre la cama desaliñada, acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y con alegría mezcladas. El cuerpo hizo un ademán de que le pasar la bolsa. El perro lo hizo y el cuerpo extrajo una cabeza. Se la colocó y después colocó la otra cabeza en el cuerpo de su anciana esposa. "¿Y el jamonero?", preguntó entre estertores el anciano, quien aún no terminaba por colocar bien su cabeza. El perro señaló un rincón y ahí estaba el jamonero, hecho un giñapo, temeroso y verde del terror.
"¿Hasta cuándo vas a entender Gustavo? No tienes porqué matarnos a todos sólo porque tus puercos se comieron unos a otros", y entonces, el viejo sacó un cuchillo y un tenedor y se comió poco a poco a Gustavo, el jamonero, quien veía cómo su negocio se lo comía lentamente.
FINAL 2
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. Dos ancianos yacían en su cama, acurrucados para tratar de dar calor a sus cuerpos frugales. Los dos escucharon entrar al perro. "Ve a ver qué quiere", le dijo la vieja al viejo. Entonces el hombre se incorporó y empezó a tantear con los dedos el suelo. "¿Qué buscas?", inquirió la anciana, y en seguida se llevó las manos a la cara en señal de desaprobaicón. "Tus pantunflas seguramente. ¡No te digo, no pierdes la cabeza no más porque la traes pegada!. La obscuridad reinaba en la habitación. El cuerpo finalmente se dio por vencido y decidió andar sin pantuflas. Acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y alegría mezcladas.
Entonces abrió una de las bolsas y se asomó una cabeza que hizo un gesto de alegría. "¡Vaya, hasta que nos encontramos!". El hombre puso su cabeza sobre los hombros mientras un rayo de luna lo iluminaba para poder dar las puntadas necesarias. Entonces la vieja lo miró y dijo sorprendida mientras meneaba la cabeza: "¡No puede ser! Sólo eso te faltaba. Realmente perdiste tu cabeza. Ay, qué viejito este". "Sí, la perdí... pero encontré mis pantunflas" dijo el anciano mientras las sacaba de la otra bolsa.
FINAL 1
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. A tientas salió un cuerpo de entre la cama desaliñada, acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y con alegría mezcladas. El cuerpo hizo un ademán de que le pasar la bolsa. El perro lo hizo y el cuerpo extrajo una cabeza. Se la colocó y después colocó la otra cabeza en el cuerpo de su anciana esposa. "¿Y el jamonero?", preguntó entre estertores el anciano, quien aún no terminaba por colocar bien su cabeza. El perro señaló un rincón y ahí estaba el jamonero, hecho un giñapo, temeroso y verde del terror.
"¿Hasta cuándo vas a entender Gustavo? No tienes porqué matarnos a todos sólo porque tus puercos se comieron unos a otros", y entonces, el viejo sacó un cuchillo y un tenedor y se comió poco a poco a Gustavo, el jamonero, quien veía cómo su negocio se lo comía lentamente.
FINAL 2
Esa noche regresó el perro a una cabaña aledaña. Entró y arrojó el par de bolsones al suelo. Dos ancianos yacían en su cama, acurrucados para tratar de dar calor a sus cuerpos frugales. Los dos escucharon entrar al perro. "Ve a ver qué quiere", le dijo la vieja al viejo. Entonces el hombre se incorporó y empezó a tantear con los dedos el suelo. "¿Qué buscas?", inquirió la anciana, y en seguida se llevó las manos a la cara en señal de desaprobaicón. "Tus pantunflas seguramente. ¡No te digo, no pierdes la cabeza no más porque la traes pegada!. La obscuridad reinaba en la habitación. El cuerpo finalmente se dio por vencido y decidió andar sin pantuflas. Acarició la cabeza del perro mientras éste lo veía con tristeza y alegría mezcladas.
Entonces abrió una de las bolsas y se asomó una cabeza que hizo un gesto de alegría. "¡Vaya, hasta que nos encontramos!". El hombre puso su cabeza sobre los hombros mientras un rayo de luna lo iluminaba para poder dar las puntadas necesarias. Entonces la vieja lo miró y dijo sorprendida mientras meneaba la cabeza: "¡No puede ser! Sólo eso te faltaba. Realmente perdiste tu cabeza. Ay, qué viejito este". "Sí, la perdí... pero encontré mis pantunflas" dijo el anciano mientras las sacaba de la otra bolsa.
domingo, 27 de mayo de 2007
un top diez mas...
Mientras caminaba por la calle de Rodin buscaba retazos de las frutillas que tanto me gustan (frutillas, Mayo 13) y entonces no pude evitar escuchar un par de dados que chocaban contra la tabla en donde Vi-chente -un mozo que dedica su vida y quizás su muerte a la eterna lucha contra los espacios vacíos en las aceras. el terror vaccum que le produce lo obliga a traer unas sendas cubetotas para adornar los pedazos de banqueta que no están ocupados por algún automóvil- coloca una gran variedad de dulces rompe muelas. Cuando volteé para comprobar que efectivamente eran dos dados chocando contra la tabla que Vi-chente utiliza como mostrador de porciones taladrantes, pude darme cuenta de que habían dos tipos junto a Vi-chente engarzados en un tremendo duelo de juego de mesa. Los detalles no los daré, porque no sé que extraño juego jugaban -era una mezcla de damas chinas con cubilete, pero pa saber- sin embargo, lo que sí me llamó la antención era el atuendo de los jugadores.
Tenían toda la facha de un par de guaruras bien pagados y bien comidos, y por lo visto bien atorados también porque al parecer iban perdiendo. Entonces olvidé las frutillas y decidí que si había algo que jamás sería en la vida era ser guarura. Eso logró hacer que mi cerebro maquinara una idea estrafalaria y estúpida -cosa poco rara- y por lo tanto me gustó. Creo que es hora de hacer MI top ten de los empleos más tediosos y que jamás ocuaparía. Así que ahora me arranco, y como no creo completar los diez empleos, entonces se aceptan recomendaciones.
(también se aceptan reclamaciones, pero que sean sesudas, no salgan con que mi redacción es mala o con que les caigo mal porque soy un producto de la sociedad prefabricada por televisa. si no les gusta como escribo, les pido una disculpa por no estar haciendo un libro de texto; y si salen con lo otro, les recomiendo que lean bien... jo jo jo)
ahora sí, el top ten:
10. Taxista. Quizás sea entretenido platicar con gente nueva cada día o sentir el calor del camino; pero sinceramente a mí no me gustaría pasar más de cuatro horas seguidas sentado lidiando con el terrible tráfico de la ciudad de méxico. la verdad prefiero pasar cuatro horas sentado frente a una computadora escribiendo tonterías a hacerlo frente a un volante con el sol quemando mi brazo izquierdo. Además, eso de platicar con las personas, creo que muy pocas son las que se animan a entablar una charla sabrosona. Los demás van a lo que van y punto. Es tedioso manejar a huevo, y más a las horas pico que son todas en esta gran ciudad.
9. Mesero. No es por menospreciar este trabajo, pero a mí no se me da eso de andar equilibrando varios objetos en una charola teniendo como único punto base mi mano. La neta creo que no nací capacitado para esto y terminaría derramando la sopa en la cabeza de algún comensal. Además, luego hay cada cliente que se pasa, son muy latosos y piden agua caliente en una jarrita con una taza de agua tibia y no sirvo para satisfacer otras exentricidades más difíciles e indocumentadas.
8. Limpiador de baños. Ha de ser muy tedioso estar limpiando y limpiando para que llegue un guey, no le atine al mingitorio (migitorio o mingitorio) y encima no le eche agua. Paso y sin ver.
7. Camarógrafo de boda/quinceaños/bautizos. Ya lo hice un par de veces y ya quedé curado.
6. Oficinista. Eso sí, siempre está bueno el chisme, pero la verdad me dan claustrofobia las oficinas, y eso que la que yo tengo parece un verdadero cuarto de locos!!!!
5. Contador. No podría estar viendo listas y listas de números.
4. Chico mostrador. No hablo de un prostituto o algún chippndale, sino de esos chavos que están en los mostradores de cualquier cadena de comida rápida.
3. Limpiador de baños de mala muerte.
2. Policía de entrada. Pobres cuates, nadie les dice hola como están -bueno sí, hay algunas personas, pero otros nada de nada- y se la pasan ahí no más viendo a todos salir y entrar. La verdad, mis respetos.
1. Sacador de fotocopias. Sin palabras. Esto es lo más tedioso entre lo tedioso.
Ustedes ¿Qué opinan?
Tenían toda la facha de un par de guaruras bien pagados y bien comidos, y por lo visto bien atorados también porque al parecer iban perdiendo. Entonces olvidé las frutillas y decidí que si había algo que jamás sería en la vida era ser guarura. Eso logró hacer que mi cerebro maquinara una idea estrafalaria y estúpida -cosa poco rara- y por lo tanto me gustó. Creo que es hora de hacer MI top ten de los empleos más tediosos y que jamás ocuaparía. Así que ahora me arranco, y como no creo completar los diez empleos, entonces se aceptan recomendaciones.
(también se aceptan reclamaciones, pero que sean sesudas, no salgan con que mi redacción es mala o con que les caigo mal porque soy un producto de la sociedad prefabricada por televisa. si no les gusta como escribo, les pido una disculpa por no estar haciendo un libro de texto; y si salen con lo otro, les recomiendo que lean bien... jo jo jo)
ahora sí, el top ten:
10. Taxista. Quizás sea entretenido platicar con gente nueva cada día o sentir el calor del camino; pero sinceramente a mí no me gustaría pasar más de cuatro horas seguidas sentado lidiando con el terrible tráfico de la ciudad de méxico. la verdad prefiero pasar cuatro horas sentado frente a una computadora escribiendo tonterías a hacerlo frente a un volante con el sol quemando mi brazo izquierdo. Además, eso de platicar con las personas, creo que muy pocas son las que se animan a entablar una charla sabrosona. Los demás van a lo que van y punto. Es tedioso manejar a huevo, y más a las horas pico que son todas en esta gran ciudad.
9. Mesero. No es por menospreciar este trabajo, pero a mí no se me da eso de andar equilibrando varios objetos en una charola teniendo como único punto base mi mano. La neta creo que no nací capacitado para esto y terminaría derramando la sopa en la cabeza de algún comensal. Además, luego hay cada cliente que se pasa, son muy latosos y piden agua caliente en una jarrita con una taza de agua tibia y no sirvo para satisfacer otras exentricidades más difíciles e indocumentadas.
8. Limpiador de baños. Ha de ser muy tedioso estar limpiando y limpiando para que llegue un guey, no le atine al mingitorio (migitorio o mingitorio) y encima no le eche agua. Paso y sin ver.
7. Camarógrafo de boda/quinceaños/bautizos. Ya lo hice un par de veces y ya quedé curado.
6. Oficinista. Eso sí, siempre está bueno el chisme, pero la verdad me dan claustrofobia las oficinas, y eso que la que yo tengo parece un verdadero cuarto de locos!!!!
5. Contador. No podría estar viendo listas y listas de números.
4. Chico mostrador. No hablo de un prostituto o algún chippndale, sino de esos chavos que están en los mostradores de cualquier cadena de comida rápida.
3. Limpiador de baños de mala muerte.
2. Policía de entrada. Pobres cuates, nadie les dice hola como están -bueno sí, hay algunas personas, pero otros nada de nada- y se la pasan ahí no más viendo a todos salir y entrar. La verdad, mis respetos.
1. Sacador de fotocopias. Sin palabras. Esto es lo más tedioso entre lo tedioso.
Ustedes ¿Qué opinan?
martes, 22 de mayo de 2007
Paseos por el pensamiento
Cuando uno camina, se activan los músculos de las piernas; el sentido del equilibrio entra en acción; los glóbulos intercambian y acarrean sustancias para nutrir a las células; los alveólos se llenan de oxígeno; los huesos resisten el impacto del paseo; las articulaciones se calientan con la constante fricción.
Los sentidos entran en acción. Los ojos perciben la luz de los objetos; los sonidos nos acompañan mientras se clavan en el yunque, el tambor y el estribillo; los olores se transforman en sabores y el viento entra en contacto con nuestra piel, enfriándola o calentándola, rozándola o sacudiéndola.
Entonces el cerebro también se activa; las neuronas exitan a las dentritas y en un baile sináptico también deciden pasear. El encuentro entre el presente y el pasado ocurre en los confines de nuestra cabeza, todo en un mismo momento: un globo flotando en el aire nos conecta irremediablemente con un puño de sal.
Las conjeturas empiezan a cobrar vida y una idea se une con otra y nacen seres, y nacen explicaciones, y nacen mundos y un universo entero se mueve mientras los músculos de las piernas empiezan a sentir el rigor de la fatiga.
Es interesante dar un paseo. Los músculos se mueven y se mueven las ideas. Pero, ¿qué sucedería si recorremos los pensamientos de otros? ¿Resultará interesante verlos a través de una imagen que captura un instante? ¿Qué pasó por su cabeza cuando traspusieron la cámaraa sus ojos? ¿Qué ideas coquetearon con la realidad que hizo elegir precisamente ese instante para congelarlo entre sus manos?
Un mundo cruzó por su mirada antes de activar el obturador. Aventurémosnos a conjeturarlo. Al fin y al cabo, pasear es un placer...
Los sentidos entran en acción. Los ojos perciben la luz de los objetos; los sonidos nos acompañan mientras se clavan en el yunque, el tambor y el estribillo; los olores se transforman en sabores y el viento entra en contacto con nuestra piel, enfriándola o calentándola, rozándola o sacudiéndola.
Entonces el cerebro también se activa; las neuronas exitan a las dentritas y en un baile sináptico también deciden pasear. El encuentro entre el presente y el pasado ocurre en los confines de nuestra cabeza, todo en un mismo momento: un globo flotando en el aire nos conecta irremediablemente con un puño de sal.
Las conjeturas empiezan a cobrar vida y una idea se une con otra y nacen seres, y nacen explicaciones, y nacen mundos y un universo entero se mueve mientras los músculos de las piernas empiezan a sentir el rigor de la fatiga.
Es interesante dar un paseo. Los músculos se mueven y se mueven las ideas. Pero, ¿qué sucedería si recorremos los pensamientos de otros? ¿Resultará interesante verlos a través de una imagen que captura un instante? ¿Qué pasó por su cabeza cuando traspusieron la cámaraa sus ojos? ¿Qué ideas coquetearon con la realidad que hizo elegir precisamente ese instante para congelarlo entre sus manos?
Un mundo cruzó por su mirada antes de activar el obturador. Aventurémosnos a conjeturarlo. Al fin y al cabo, pasear es un placer...
miércoles, 16 de mayo de 2007
¿cereza yo...?
Iba una cereza caminando por la calle. De pronto, se encuentra frente a un edificio decorado con grandes vidrios que parecían enormes espejos -de hecho eran espejos-. La cereza se miró, giró sus caderas -o lo que tuviera en donde van las caderas- y se dijo "¿cereeza yo?". Este es un chiste malo, pero hay peores, los chistes melos... pero esto no tiene nada que ver con lo que voy a escribir a continuación.
Es muy común que muchas personas en todos lados den su teoría sobre qué diablos es un naco. Algunos dicen que proviene del vocablo que designaba a algún grupo indígena. Después, la gente que pensaba ser muy "pipiris nais", designaba a cualquiera que no tuviera una condición económica favorable como un indio, yope, patarrajada, o el famosísimo naco. Más adelante, la situación cambió.
El capitalismo entró en nuestras vidas y nos cambió -querámoslo o no-. Entonces, la gente comenzó a llamar naco a aquél que se comportaba como un bruto, como un orco -más o menos como estuvieron los perredistas cuando tomaron las tribunas, que pensaron que así sería una forma magistral de demostrar que la izquierda tiene una presencia abrumadora (eso que ni qué) y que están listos para dirigir un país (eso sí que no-, aquél chófer de pesero que se te cierra, aquella persona que no tiene buena educación. Es increíble, cómo de ser un vocablo indígena, pasó a ser un vocablo de jerga popular, muy distinto a lo que suponía ser.
Pero, más bien, yo creo que ser naco no tiene nada que ver con una falta de cultura ni por supuesto con un nivel económico bajo; ¡vamos!, ya ni siquiera aquellos que no tienen educación y que se la pasan agrediendo a cualquier persona pueden ser considerados nacos. Los que son irrespetuosos, simplemente son personas cuya civilidad no les da para reconocer que hay algo más allá de sus narices. Los que no saben comportarse en un lugar determinado, simplemente son ignorantes con respecto a las reglas que deben seguir. Pero los verdaderos nacos son una especie diferente. Son aquellos que buscan ser diferentes a través del dinero, o lo que pueda representar el dinero.
Es decir, este tipo de personas no están contentas con lo que son y buscan "levantar" su nivel comprándose trapitos "de marca", o trapitos "de marca pirata". Son los que se ponen lentes obscuros no para evitar que el sol les dañe la pupila, sino porque está de moda, y como la gente "rica" los usa, entonces ellos los usan porque quieren ser gente rica. Es decir, no escojen su ropa o sus zapatos o sus lentes o sus coches o sus casas -nótese que hablamos de qué tipo de cosas hablamos- por una decisión propia, sino que lo hacen para copiar a aquél que ven como un modelo aspiracional.
Podríamos hablar también de nacos "intelectuales" que son aquellos que responden al mismo mecanismo: no están contentos con lo que son y buscan ser alguien que no son a través de los artículos. Estas personas son las que compran libros de Marx porque todos los "intelectuales" leen a Marx, no porque a ellos les interese leer a Marx. Son los que utilizan gafas con armazón grueso y tienen una apariencia "intelectualoide", no porque se sientan cómodos con ella, sino porque simplemente copian los modelos de otros.
Los nacos son personas sin identidad que buscan forjarse una a través de los accesorios que otros utilizan, pues esos "accesorios" son los que hacen a la persona, y no toda la formación cognoscitiva y mental que los ha llevado a utilizar esos accesorios. No es lo mismo comprar ropa de marca porque así se está seguro que están pagando impuestos y no sé que tanto, a comprarla sólo porque una persona como JLo la usa, y entonces los vínculos se hacen: JLo es rica -en dineros, no en otra cosa- y usa tal ropa, por lo tanto, yo usaré esa ropa, porque eso significa que voy a ser rico.
Ahora, no nos engañemos, hay muchos ricos -que tienen hartos dólares y cuentas en euros- que sufren de la misma falta de identidad y por lo tanto también serían catalogados dentro de MI clasificación de Naco. Como decía, muchos son los significados de la palabra naco, yo hice la mía, si no les gusta, invéntense la suya... jo jo jo
Es muy común que muchas personas en todos lados den su teoría sobre qué diablos es un naco. Algunos dicen que proviene del vocablo que designaba a algún grupo indígena. Después, la gente que pensaba ser muy "pipiris nais", designaba a cualquiera que no tuviera una condición económica favorable como un indio, yope, patarrajada, o el famosísimo naco. Más adelante, la situación cambió.
El capitalismo entró en nuestras vidas y nos cambió -querámoslo o no-. Entonces, la gente comenzó a llamar naco a aquél que se comportaba como un bruto, como un orco -más o menos como estuvieron los perredistas cuando tomaron las tribunas, que pensaron que así sería una forma magistral de demostrar que la izquierda tiene una presencia abrumadora (eso que ni qué) y que están listos para dirigir un país (eso sí que no-, aquél chófer de pesero que se te cierra, aquella persona que no tiene buena educación. Es increíble, cómo de ser un vocablo indígena, pasó a ser un vocablo de jerga popular, muy distinto a lo que suponía ser.
Pero, más bien, yo creo que ser naco no tiene nada que ver con una falta de cultura ni por supuesto con un nivel económico bajo; ¡vamos!, ya ni siquiera aquellos que no tienen educación y que se la pasan agrediendo a cualquier persona pueden ser considerados nacos. Los que son irrespetuosos, simplemente son personas cuya civilidad no les da para reconocer que hay algo más allá de sus narices. Los que no saben comportarse en un lugar determinado, simplemente son ignorantes con respecto a las reglas que deben seguir. Pero los verdaderos nacos son una especie diferente. Son aquellos que buscan ser diferentes a través del dinero, o lo que pueda representar el dinero.
Es decir, este tipo de personas no están contentas con lo que son y buscan "levantar" su nivel comprándose trapitos "de marca", o trapitos "de marca pirata". Son los que se ponen lentes obscuros no para evitar que el sol les dañe la pupila, sino porque está de moda, y como la gente "rica" los usa, entonces ellos los usan porque quieren ser gente rica. Es decir, no escojen su ropa o sus zapatos o sus lentes o sus coches o sus casas -nótese que hablamos de qué tipo de cosas hablamos- por una decisión propia, sino que lo hacen para copiar a aquél que ven como un modelo aspiracional.
Podríamos hablar también de nacos "intelectuales" que son aquellos que responden al mismo mecanismo: no están contentos con lo que son y buscan ser alguien que no son a través de los artículos. Estas personas son las que compran libros de Marx porque todos los "intelectuales" leen a Marx, no porque a ellos les interese leer a Marx. Son los que utilizan gafas con armazón grueso y tienen una apariencia "intelectualoide", no porque se sientan cómodos con ella, sino porque simplemente copian los modelos de otros.
Los nacos son personas sin identidad que buscan forjarse una a través de los accesorios que otros utilizan, pues esos "accesorios" son los que hacen a la persona, y no toda la formación cognoscitiva y mental que los ha llevado a utilizar esos accesorios. No es lo mismo comprar ropa de marca porque así se está seguro que están pagando impuestos y no sé que tanto, a comprarla sólo porque una persona como JLo la usa, y entonces los vínculos se hacen: JLo es rica -en dineros, no en otra cosa- y usa tal ropa, por lo tanto, yo usaré esa ropa, porque eso significa que voy a ser rico.
Ahora, no nos engañemos, hay muchos ricos -que tienen hartos dólares y cuentas en euros- que sufren de la misma falta de identidad y por lo tanto también serían catalogados dentro de MI clasificación de Naco. Como decía, muchos son los significados de la palabra naco, yo hice la mía, si no les gusta, invéntense la suya... jo jo jo
Dos mitades
Si nos fiamos bien, bien, bien, bien, todos tenemos una simetría imperfecta. Quizás suene absurdo, pero cuando me miro en el espejo, además de hacer muchos gestos raros, lo cual me entretiene por horas y horas y horas, noto que la mitad de mi cara representa claramente a mi lado bueno, y la otra al diablillo que vive dentro de mí. El lado derecho es el malo. De ese lado, tengo una ceja más "en forma de pico" que la otra, que aparece un poco más lineal, por decirlo de alguna forma. También, de mi lado malo, el pelo se me peina de una forma diferente, mis bigotes (ralos y casi lampiños si se quiere ver, ¡y qué! ¡y qué! ¡y qué!) salen en mayor proproción que del lado bueno, en fin...
Tengo muchas características que me hacen ver que bien pudiera haber dos jorge pablos, muy parecidos entre ellos, casi idénticos si no se les ve detalladamente, pero que un buen día, mientras estaban en la sala de cunas en el hospital donde nacieron, se miraron uno a otro, el primero viviendo en el mundo del revés, y el segundo viviendo en lo que sería para el primero el mundo del revés, y al verse dijeron "a chingá, tú te pareces a mí", "no, tú te pareces a mí", "no, disculpa pero perdóname, el que se parece a ti no soy yo, tú a mí te pareces más", y así se fue la discusión aparentemente bizantina y sin chiste.
Apagaron las luces y las enfermeras se fueron a sentar en un extraño sillón que utilizan y que se van pasando de generación de generación y de turno en turno. Dejaron que el par de bebés siguieran su extraña discusión. "Mira, si tú fueras yo, que más bien yo no soy tú, sino que tú eres yo, entonces, en el momento de darte un cabezazo, el que daría el cabezazo sería yo, porque a mí se me ocurrió darte el cabezazo, no a ti", "pues va a escucharse muy estúpido, pero eso, específicamente esas palabras son las que yo te iba a decir a ti", y sin dar tiempo a que desenfundaran las armas, los dos chamaquitos se dieron un cabezazo y entonces ocurrió lo que ya todos veníamos venir.
Las dos caritas quedaron de alguna forma unidas. El lado izquierdo del de la derecha -q según como se mire, podemos estar hablando del lado derecho del de la izquierda- se mezcló con el lado derecho del de la izquierda -el comentario previo, también vale para este espacio delimitado por dos guiones- y entonces no se podían unir. "Vales madre", le dijo el de la izquierda al de la derecha, "¿y ahora, cómo" "demonios vamos a hacerle" "para que nos despegu" "emos", dijeron uno y otro al mismo tiempo. Hicieron algún movimiento poco ortodoxo y entonces, ¡changos! que la parte del cuerpo izquierdo del bebé de la derecha se queda pegado al lado derecho del bebé de la izquierda...
De este modo, por más que uno quería separarse del otro y volver a su estado natural, terminaron por convertirse en un mismo bebé, que, por cierto, también cabe señalar, quedó sin reflejo. Yo pienso que todos tenemos la mitad izquierda ligeramente diferente a la mitad derecha, sin embargo, me parece que no todos obtuvieron sus dos mitades como el bebé, o los bebés, que les mostré en las líneas previas. Todos llegamos a lo mismo, pero de forma diferente, o el que le haya pasado lo mismo que a los bebés antes mencionados, que hable ahora o que discuta con su otra mitad para siempre...
La foto la tomé de aquí.
martes, 15 de mayo de 2007
Frutillas
¿HAY a caso en este mundo alguna persona que no disfrute tronar las bolitas de aire que tienen los plásticos destinados a empacar y proteger los objetos? Muy pocas personas aceptarán que es casi imposible no sentir un impulso autómata hacia las dichosas bolitas de aire y comenzar a apretarlas como imbéciles -bueno, cada quien las aprieta como quiere- para sentir cómo truenan.
El otro día que fui con mi hermano a imprimir unos tabloides a FedEx Kinkos -es la competencia de HiperLumen, pero por cierto, muy lento el servicio, eso sí, muy amables los gorditos que nos atendieron, pero muy lentos, desesperadamente lentos, mal hechos, a veces terriblemente odiosos, pero muy amables, hay que reconocer lo que hay que reconocer- porque en estas épocas de entregas, el Hiperlumen está UP to the MOTHER, o sea, que las filas son más largas que para ver el estreno de STAR WARS o del HOMBRE ARAÑA -¿Ah sí? pues que se corte las uñas, o que no sea tan bestial, chicas, si su hombre araña, no se dejen, muérdanlo donde más le duele: en la cartera- o para ir a la Villa un doce de diciembre.
Por cierto, ¿se han dado cuenta de que México debería de hacer una nueva religión que se basara única y exclusivamente en la virgen de Guadalupe? Todos los pseudocatólicos mexicanos no van a misa, no comulgan, se portan mal, roban, pachanguean sin recato, no aman a su prójimo -o lo aman demasiado- no ponen la otra mejilla -aunque ponen otra cosa, aunque sea ponen unos cuantos pesos pa que cheleen a gusto, por cierto, ¿chelear está en el diccionario de modismos mexicanos?, perdón era una duda existencial- en fin, no hacen nada de lo que dice la iglesia que deben hacer. Reconózcanlo, incluso muchos prelados o ministros de la iglesia no lo hacen, ni miembros de las órdenes religiosos. Digo, debe haber muchos que sí lo hagan, pero también hay muchos que no lo hacen. En fin, el punto es que eso sí, cuando se trata de la "virgencita", no hay ni cómo ponerle un pero. Quizás si tomaramos la figura femenina como la guía de nuestros espíritus otra cosa sería. A lo mejor no.
Pero como les decía, fuimos al FedEx Kinkos, y ahí, en uno de los estantes, había un montón de paquetes que contenían rollos -¡rollos enteros! ¡rollos!- de plástico con burbujas de aire. Breve paréntesis (si alguien conoce el nombre de este hermoso invento del hombre, por favor, dígamelo, ya me cansé de llamarlo plástico con burbujitas de aire, aunque inevitablemente lo llamaré así el resto del texto, pues no me queda de otra, ni modos) Cierro el breve paréntesis. No pude evitar lanzarme contra ellos y empezar a apachurrar los botones mágicos. Claro, sólo logré desinflar dos, porque en seguida la prudencia regresó a mí y recordé que no los había pagado. De modo que dije, "pues si quiero apachurrar burbujas de aire, pues compremos un rollo -¡Un rollo!-", me fije en el precio y en seguida mi extraña parafilia -en un sentido nada cercano al sexo, conste- despareció por arte de magia.
No puedo decir que estoy curado, pero por lo menos me voy a esperar a que me llegue un paquete con este plastiquito, para no gastar en un vicio que no me llevará a ningún lado, a menos que me dedique a implantar récords consernientes a este deporte, que podría ser considerado en la olimpiada del conocimiento. Para mi buena suerte, no tengo que esperar a que alguien me mande nada, porque he encontrado una respuesta completamente natural y ecologista. En las hermosas -ahora son hermosas- calles de goya, y en sus alrededores, existe un arbolito al cual yo conozco por el nombre de ficus, ahora sólo me falta saber cuál de las 800 especies es. Pero algo es algo.
Les decía, este arbolito es mágico. En época de primavera tirándole a verano, o sea, por estas fechas, me imagino que el género femenino del ficus, empieza a dar unas pequeñas frutillas que caen al estéril suelo de concreto. Podríamos pensar que las frutillas se convertirán en un desecho más de la madre naturaleza, que al no encontrar la fertilidad de los campos para seguir reproduciéndose, sólo habrá arrojado una frutilla que se pudrirá sin hacer feliz a nadie. ¡Falso! ¿Falso? Sí, falso. Esas frutillas son la respuesta a mi plegaria por encontrar un sustituto al plástico con burbujitas de aire. ¡Y además es ecológico! ¡Qué mas puedo pedir!
Basta pisar una de esas frutillas, que no medirán más de un centímetro, para que el tronido suave y guayaboso que produce, me haga sentir la misma sensación que siento cuando trueno las burbujitas del plástico. Y lo más hermoso es que en estas fechas ¡hay millones de esferitas! Es una sensación mezclada entre tronar hojas secas -pero bien secas, porque, como dice Omar, hay unas que se ven secas, que te estás imaginando el crujir de las hojas y... oh decepción- comerte un pastel de queso con lo que sea, y el hecho de sentir un crujido.
Quizás ahí está la respuesta a todo: el crujido. No podemos negar nuestro origen animal, nuestros instintos más añejos siguen dentro de nuestro corazón, o quizás se encuentren en nuestro apéndice, ese órgano "inútil" puede encerrar la bestia que todos llevamos dentro. Quizás al tronar una burbujita de aire, o una hojita seca, o una frutilla, nos sea un paliativo para calmar al guerrero que llevamos dentro -y no, no hablo de francisco díaz, el guerrero del asfalto, chiste local, sorry- quien brama por sentir el contacto de la sangre caliente rodando por las fauces, que gime por volver a sentir los cráneos tronar bajo sus pies, que se retuerce de desesperación por no poder dejar salir -tres infinitivos al hilo, no cualquiera, eh- al legionario, al macho, a la testosterona materializada en hombre.
Por eso, las frutillas son tan importantes en el ecosistema ecológico. Cuidemos las frutillas del ficus, ahora sólo tengo que saber cuál de las 800 especies es...
El otro día que fui con mi hermano a imprimir unos tabloides a FedEx Kinkos -es la competencia de HiperLumen, pero por cierto, muy lento el servicio, eso sí, muy amables los gorditos que nos atendieron, pero muy lentos, desesperadamente lentos, mal hechos, a veces terriblemente odiosos, pero muy amables, hay que reconocer lo que hay que reconocer- porque en estas épocas de entregas, el Hiperlumen está UP to the MOTHER, o sea, que las filas son más largas que para ver el estreno de STAR WARS o del HOMBRE ARAÑA -¿Ah sí? pues que se corte las uñas, o que no sea tan bestial, chicas, si su hombre araña, no se dejen, muérdanlo donde más le duele: en la cartera- o para ir a la Villa un doce de diciembre.
Por cierto, ¿se han dado cuenta de que México debería de hacer una nueva religión que se basara única y exclusivamente en la virgen de Guadalupe? Todos los pseudocatólicos mexicanos no van a misa, no comulgan, se portan mal, roban, pachanguean sin recato, no aman a su prójimo -o lo aman demasiado- no ponen la otra mejilla -aunque ponen otra cosa, aunque sea ponen unos cuantos pesos pa que cheleen a gusto, por cierto, ¿chelear está en el diccionario de modismos mexicanos?, perdón era una duda existencial- en fin, no hacen nada de lo que dice la iglesia que deben hacer. Reconózcanlo, incluso muchos prelados o ministros de la iglesia no lo hacen, ni miembros de las órdenes religiosos. Digo, debe haber muchos que sí lo hagan, pero también hay muchos que no lo hacen. En fin, el punto es que eso sí, cuando se trata de la "virgencita", no hay ni cómo ponerle un pero. Quizás si tomaramos la figura femenina como la guía de nuestros espíritus otra cosa sería. A lo mejor no.
Pero como les decía, fuimos al FedEx Kinkos, y ahí, en uno de los estantes, había un montón de paquetes que contenían rollos -¡rollos enteros! ¡rollos!- de plástico con burbujas de aire. Breve paréntesis (si alguien conoce el nombre de este hermoso invento del hombre, por favor, dígamelo, ya me cansé de llamarlo plástico con burbujitas de aire, aunque inevitablemente lo llamaré así el resto del texto, pues no me queda de otra, ni modos) Cierro el breve paréntesis. No pude evitar lanzarme contra ellos y empezar a apachurrar los botones mágicos. Claro, sólo logré desinflar dos, porque en seguida la prudencia regresó a mí y recordé que no los había pagado. De modo que dije, "pues si quiero apachurrar burbujas de aire, pues compremos un rollo -¡Un rollo!-", me fije en el precio y en seguida mi extraña parafilia -en un sentido nada cercano al sexo, conste- despareció por arte de magia.
No puedo decir que estoy curado, pero por lo menos me voy a esperar a que me llegue un paquete con este plastiquito, para no gastar en un vicio que no me llevará a ningún lado, a menos que me dedique a implantar récords consernientes a este deporte, que podría ser considerado en la olimpiada del conocimiento. Para mi buena suerte, no tengo que esperar a que alguien me mande nada, porque he encontrado una respuesta completamente natural y ecologista. En las hermosas -ahora son hermosas- calles de goya, y en sus alrededores, existe un arbolito al cual yo conozco por el nombre de ficus, ahora sólo me falta saber cuál de las 800 especies es. Pero algo es algo.
Les decía, este arbolito es mágico. En época de primavera tirándole a verano, o sea, por estas fechas, me imagino que el género femenino del ficus, empieza a dar unas pequeñas frutillas que caen al estéril suelo de concreto. Podríamos pensar que las frutillas se convertirán en un desecho más de la madre naturaleza, que al no encontrar la fertilidad de los campos para seguir reproduciéndose, sólo habrá arrojado una frutilla que se pudrirá sin hacer feliz a nadie. ¡Falso! ¿Falso? Sí, falso. Esas frutillas son la respuesta a mi plegaria por encontrar un sustituto al plástico con burbujitas de aire. ¡Y además es ecológico! ¡Qué mas puedo pedir!
Basta pisar una de esas frutillas, que no medirán más de un centímetro, para que el tronido suave y guayaboso que produce, me haga sentir la misma sensación que siento cuando trueno las burbujitas del plástico. Y lo más hermoso es que en estas fechas ¡hay millones de esferitas! Es una sensación mezclada entre tronar hojas secas -pero bien secas, porque, como dice Omar, hay unas que se ven secas, que te estás imaginando el crujir de las hojas y... oh decepción- comerte un pastel de queso con lo que sea, y el hecho de sentir un crujido.
Quizás ahí está la respuesta a todo: el crujido. No podemos negar nuestro origen animal, nuestros instintos más añejos siguen dentro de nuestro corazón, o quizás se encuentren en nuestro apéndice, ese órgano "inútil" puede encerrar la bestia que todos llevamos dentro. Quizás al tronar una burbujita de aire, o una hojita seca, o una frutilla, nos sea un paliativo para calmar al guerrero que llevamos dentro -y no, no hablo de francisco díaz, el guerrero del asfalto, chiste local, sorry- quien brama por sentir el contacto de la sangre caliente rodando por las fauces, que gime por volver a sentir los cráneos tronar bajo sus pies, que se retuerce de desesperación por no poder dejar salir -tres infinitivos al hilo, no cualquiera, eh- al legionario, al macho, a la testosterona materializada en hombre.
Por eso, las frutillas son tan importantes en el ecosistema ecológico. Cuidemos las frutillas del ficus, ahora sólo tengo que saber cuál de las 800 especies es...
Patrañas
Siempre, invariablemente, cuando quiero colocar mi celular sobre la repisa que está en mi librero, cae al vacío y choca con la alfombra. Esta vez corrió peor suerte, pues la pantalla se impactó contra el mueble de la computadora. ¡Pardiez! Hasta pareciera que cada vez que lo voy a poner en ESE lugar, el celular sintiera pánico y escapara de mis manos, como salmón de las garras de un oso. Pero claro, como el celular no tiene patas, ni alas, ni ningún mecanismo para moverse -salvo su motorcito que lo hace vibrar- porque es SOLAMENTE un PINCHE celular, pues asiduamente cae en el avismo de mi recámara. Creo que me pondré a investigar qué es lo que hace a mi pobrecito celular tener tanto miedo y saltar despavorido, porque me imagino que lo que ve estando en la repisa debe ser mucho peor que caer al suelo.
Ahora bien, también puede ser que al celular le gusten las emociones fuertes y tenga el síndrome de clavadista de la quebrada. Tal vez cuando siente que está cerca de estar sobre la repisa, una punzada en el estómago -claro, el celular no tiene estómago- hace que sus cables tiemblen y se le inyecta un poco de endorfinas digitales que lo hacen querer arriesgarse. Puede ser que no se sienta conforme consigo mismo, y le parezca que tener una imagen de teléfono celular serio, modocito, elegante, pero nada atrevido, no va con lo que le revolotea dentro de los chips. Tal vez le gustaría rapelear, o lanzarse en paracaidas en el sótano de las golondrinas, incluso disfrutaría nadar con tiburones y capitanear una misión espacial para evitar que el Sol se enfríe -este es el tema de una película muy mala, no la vean, es más, quise buscar el título del filme, pero creo que ya la quitaron, uff, de la que se salvaron- pero como no tiene extremidades, entonces no puede más que aventarse a la alfombra de mi recámara.
Una tercera hipótesis es que ya no soporta su vida como celular y detesta vivir conmigo -lo confieso, no lo cuido, pero tampoco lo maltrato- quizás porque siente que nuestra relación es demasiado pragmática: "tú eres un celular, tú sirves para hacer llamadas y mandar mensajitos" -por cierto, eso de los mensajitos es una chinga, y me está llevando a la ruina, deberíamos hacer algo como consumidores, y no, no hablo de hacer "el día de no usar el celular", se supone que tenemos cerebro, usémoslo para buscar una solución; si EKE pudo escaparse de la jaula quimérica una vez, porqué nosotros no podemos hacer algo. por lo pronto intentaré mandar menos mensajes- quizás mi celular desea una relación más fraterna, quizás le gustaría que yo le preguntar cómo le fue en el día, que nos sacaramos fotos utilizando la cámara de otro celular, que vieramos una película, que nos tomáramos un café, que fueramos una familia, y no sólo dejarlo encerrado en su sarcófago de piel sintética, al lado de mi cinturón, el cual, por cierto, ya debo de cambiar, si no, va a empezar a rayar coches.
No lo sé, puede ser cualquier cosa, pero lo cierto es que cada vez que quiero poner a mi celular sobre la repisa del librero de mi recámara, salta invariablemente al vacío. Si ustedes saben porqué lo hace, ¡diganmelo!
Ahora bien, también puede ser que al celular le gusten las emociones fuertes y tenga el síndrome de clavadista de la quebrada. Tal vez cuando siente que está cerca de estar sobre la repisa, una punzada en el estómago -claro, el celular no tiene estómago- hace que sus cables tiemblen y se le inyecta un poco de endorfinas digitales que lo hacen querer arriesgarse. Puede ser que no se sienta conforme consigo mismo, y le parezca que tener una imagen de teléfono celular serio, modocito, elegante, pero nada atrevido, no va con lo que le revolotea dentro de los chips. Tal vez le gustaría rapelear, o lanzarse en paracaidas en el sótano de las golondrinas, incluso disfrutaría nadar con tiburones y capitanear una misión espacial para evitar que el Sol se enfríe -este es el tema de una película muy mala, no la vean, es más, quise buscar el título del filme, pero creo que ya la quitaron, uff, de la que se salvaron- pero como no tiene extremidades, entonces no puede más que aventarse a la alfombra de mi recámara.
Una tercera hipótesis es que ya no soporta su vida como celular y detesta vivir conmigo -lo confieso, no lo cuido, pero tampoco lo maltrato- quizás porque siente que nuestra relación es demasiado pragmática: "tú eres un celular, tú sirves para hacer llamadas y mandar mensajitos" -por cierto, eso de los mensajitos es una chinga, y me está llevando a la ruina, deberíamos hacer algo como consumidores, y no, no hablo de hacer "el día de no usar el celular", se supone que tenemos cerebro, usémoslo para buscar una solución; si EKE pudo escaparse de la jaula quimérica una vez, porqué nosotros no podemos hacer algo. por lo pronto intentaré mandar menos mensajes- quizás mi celular desea una relación más fraterna, quizás le gustaría que yo le preguntar cómo le fue en el día, que nos sacaramos fotos utilizando la cámara de otro celular, que vieramos una película, que nos tomáramos un café, que fueramos una familia, y no sólo dejarlo encerrado en su sarcófago de piel sintética, al lado de mi cinturón, el cual, por cierto, ya debo de cambiar, si no, va a empezar a rayar coches.
No lo sé, puede ser cualquier cosa, pero lo cierto es que cada vez que quiero poner a mi celular sobre la repisa del librero de mi recámara, salta invariablemente al vacío. Si ustedes saben porqué lo hace, ¡diganmelo!
jueves, 10 de mayo de 2007
Cayendo como Eke
Hace unos momentos que acabo de subir. La emoción me impele a escribir esto en el blog, pero pues al grano, o más bien, como dijo el gran filósofo Wong Wao Lee, "empezar desde el principio, sino nunca acabamos". Me disponía a dar los últimos esbozos al último capítulo de mi primer tesis. Por cierto, el tema me parece que me ha resultado particularmente interesante, y cómo no, después de convivir con ella por cerca de medio año, es justo que me haya sentido de alguno forma, sin parafilias en mente, atraído por ella. Estaba un poco embotado, las ideas giraban en mi cerebro, pero no querían volcarse al mundo de afuera. Me parece que a todos nos da un poco de miedo lanzarnos hacia la realidad, pues aunque la vemos todos los días, la desconocemos. Algo así le sucedió a mis pensamientos, por lo que decidí encender un cigarrillo -el último, por suerte- y abrí la ventana de mi cuarto.
Me recargué en un pequeño descanso de alumino, el cual enmarca un pedazo de vidrio. Ahí estaba, fumando, lanzando bocanadas de humo y mirando cómo se distribuían uniformemente con el diáfano viento que soplaba con cierta fuerza. De pronto, escuche un leve chirrido. "Debe ser mi hermano quien está acabando de dar forma a su última creación para sus proyectos de diseño industrial". Pero el chirrido continuó y continuó y continuó. Entonces, sentí cómo caía. Mi cuarto está en el quinto piso, por lo que la altura es considerable. Me caí. El pedazo de aluminio cedió ante mi peso y no hubo nada más que evitara mi próximo choque con la máxima creación de la ingeniería romana: el concreto.
No me dio tiempo para pensar nada, no pasó por mi mente nada de lo que había vivido, creo que a mis recuerdos les dio tanto miedo que mejor se ocultaron en algún lugar. Muy listos. Sólo sentí el pedazo de vidrio rozándome la cabeza, lo cual hubiera sido fútil, pensando que de todos modos iba a chocar contra el suelo y la muerte por vidrio hubiera sido tan dolorosa como la muerte aplastado por mi propio peso multiplicado por la velocidad adquirida y el factor de la gravedad -nunca hay que olvidar el factor de la gravedad, es indispensable si quieres vivir en este planeta-.
Mientras sentía el viento golpear mi frío rostro, alcancé a ver un par de cables que surcaban el espacio. ¡Benditos cables de la ciudad de México! Alguna vez los maldije, por afear las feas calles de esta ciudad esperanzada como su pueblo, pero en esta ocasión bendigo a todos los electricistas mal hechos que han dejado miles de cables eléctricos sueltos por todos lados. Alcancé a aferrarme a uno de los cables y, si bien no detuvo del todo mi caida, por lo menos la amortiguó lo bastante como para caer a una velocidad menor y no morir. Sólo resulté quemado de las manos por la tremenda fricción que se ocasionó. Además, una vez que estuve en el suelo, con un pequeño ranazo acomodado en todo el cuerpo -a pesar de caer de pie, todo el impacto corrió a través de mis huesos, mis músculos y mi cabeza- sólo dije, "ay güey", y vomité. Creo que no es nada de que avergonzarse, después de haber caido desde un quinto piso.
Más adelante me di cuenta que había fantaseado con mi muerte cayendo por un quinto piso. Tal vez no ocurrió en la realidad, pero fue lo suficientemente real -mi mente hace que las cosas que pasan dentro de ella me parezca tremendamente verosímiles, quizás a muchos les pase lo mismo- como para tener perleada la frente, y sentir un leve tambaleo de mis piernas. No vomité, por suerte. Me alejé de la ventana y me dije a mí mismo, "desde lejitos se ve mejor el cielo". Regresé a mi tesis y pude pulir un poco más. Creo que los pensamientos que no querían salir, se vieron escarmentados por una orden de mi subconsciente -¿o inconsciente? ¿cuál es cuál?-.
Por cierto, mientras caía en la imaginación que se tradujo de alguna forma a la realidad, recordé lo que le ocurrió hoy a mi pobrecito amigo Eke. Resulta que salimos a festejar a mamá, y mientras todos se alistaban para lanzarnos a algún restaurante famoso del sur de la ciudad de México, yo decidí limpiar el hábitat de mi hámster. Por cierto, ya le compré otra jaulilla, que uso mientras le damos mantenimiento a la residencia oficial. Total, pasé a Eke a su residencia de descanso, y ahí estuvo jugueteando en un laberinto de maderitas que le compré. Limpié, trapeé, dejé nueva comida y todo estuvo listo. Ya iba a cambiar a Eke a su residencia oficial, pero como vi que estaba muy entretenido subiendo y bajando escaleritas, dije "hay que dejarlo un ratito más aquí. Ahorita q regrese, lo cambio". Cerré una ventanita que está hasta arriba de la jaulilla y nos fuimos.
Cuando regresé, fui a ver al temido Eke. No escuché nada. Temí lo peor. Pensé que había muerto y mientras buscaba entre los pedazos de aserrín, esperaba ver su cadaver peludito y blanco, con las patas tiesas y la mirada perdida en el horizonte, y una mueca de tristeza por no poder haber salido jamás de ese pedazo de tierra al que yo, egoístamente lo había conferido sin permiso alguno. Pero no. No lo encontré dentro de su jaula.
Entonces me di cuenta de la realidad. Recordé al pequeño Eke cuando recién había llegado a mi, después de que un hada me lo había encargado, tratando de escapar de su prisión de cristal -de plástico pues, no le compraría algo de cristal a este pinche roedor- que le daba la impresión de poder salir, pero sin poder hacerlo. Recuerdo haber pensado "seguramente un día voy a encontrar una pequeña puerta y una nota". El malvado Eke lo había conseguido. Logró escapar. ¿Cómo lo hizo? Sigue siendo un misterio para mí, pero se había escapado.
La jaula está sobre un descanso del librero que está en la sala de mi casa. Como verán, hay muchos libros en un librero -por lo menos así debe ser ¿no?- y me imaginé que se habría metido entre los libros. "Vale madres, ahora pa' encontrar al pinche ratoncito". Ahora bien, cabe destacar que este descanso del librero, está a una altura de un metro de la alfombra de la sala. Este es un dato muy importante, porque mientras lo buscábamos Omar y yo, escuchamos unos ruiditos que venían detrás del librero. Mi hermano se asomó y encontró a Eke hecho bolita en un rinconcito. El muy sinvergüenza se había lanzado desde una altura de un metro hasta un rincón.
Eke logró escapar, y yo tuve la fantasía de haberlo hecho. Quizás los dos nos sentimos igual, yo vomitando y el hecho un ovillo. Supongo que le dio miedo, como a todos. Todos queremos salir a la realidad, pero cuando estamos ahí, es demasiado desconocida para nosotros, aunque todo el tiempo la veamos...
Me recargué en un pequeño descanso de alumino, el cual enmarca un pedazo de vidrio. Ahí estaba, fumando, lanzando bocanadas de humo y mirando cómo se distribuían uniformemente con el diáfano viento que soplaba con cierta fuerza. De pronto, escuche un leve chirrido. "Debe ser mi hermano quien está acabando de dar forma a su última creación para sus proyectos de diseño industrial". Pero el chirrido continuó y continuó y continuó. Entonces, sentí cómo caía. Mi cuarto está en el quinto piso, por lo que la altura es considerable. Me caí. El pedazo de aluminio cedió ante mi peso y no hubo nada más que evitara mi próximo choque con la máxima creación de la ingeniería romana: el concreto.
No me dio tiempo para pensar nada, no pasó por mi mente nada de lo que había vivido, creo que a mis recuerdos les dio tanto miedo que mejor se ocultaron en algún lugar. Muy listos. Sólo sentí el pedazo de vidrio rozándome la cabeza, lo cual hubiera sido fútil, pensando que de todos modos iba a chocar contra el suelo y la muerte por vidrio hubiera sido tan dolorosa como la muerte aplastado por mi propio peso multiplicado por la velocidad adquirida y el factor de la gravedad -nunca hay que olvidar el factor de la gravedad, es indispensable si quieres vivir en este planeta-.
Mientras sentía el viento golpear mi frío rostro, alcancé a ver un par de cables que surcaban el espacio. ¡Benditos cables de la ciudad de México! Alguna vez los maldije, por afear las feas calles de esta ciudad esperanzada como su pueblo, pero en esta ocasión bendigo a todos los electricistas mal hechos que han dejado miles de cables eléctricos sueltos por todos lados. Alcancé a aferrarme a uno de los cables y, si bien no detuvo del todo mi caida, por lo menos la amortiguó lo bastante como para caer a una velocidad menor y no morir. Sólo resulté quemado de las manos por la tremenda fricción que se ocasionó. Además, una vez que estuve en el suelo, con un pequeño ranazo acomodado en todo el cuerpo -a pesar de caer de pie, todo el impacto corrió a través de mis huesos, mis músculos y mi cabeza- sólo dije, "ay güey", y vomité. Creo que no es nada de que avergonzarse, después de haber caido desde un quinto piso.
Más adelante me di cuenta que había fantaseado con mi muerte cayendo por un quinto piso. Tal vez no ocurrió en la realidad, pero fue lo suficientemente real -mi mente hace que las cosas que pasan dentro de ella me parezca tremendamente verosímiles, quizás a muchos les pase lo mismo- como para tener perleada la frente, y sentir un leve tambaleo de mis piernas. No vomité, por suerte. Me alejé de la ventana y me dije a mí mismo, "desde lejitos se ve mejor el cielo". Regresé a mi tesis y pude pulir un poco más. Creo que los pensamientos que no querían salir, se vieron escarmentados por una orden de mi subconsciente -¿o inconsciente? ¿cuál es cuál?-.
Por cierto, mientras caía en la imaginación que se tradujo de alguna forma a la realidad, recordé lo que le ocurrió hoy a mi pobrecito amigo Eke. Resulta que salimos a festejar a mamá, y mientras todos se alistaban para lanzarnos a algún restaurante famoso del sur de la ciudad de México, yo decidí limpiar el hábitat de mi hámster. Por cierto, ya le compré otra jaulilla, que uso mientras le damos mantenimiento a la residencia oficial. Total, pasé a Eke a su residencia de descanso, y ahí estuvo jugueteando en un laberinto de maderitas que le compré. Limpié, trapeé, dejé nueva comida y todo estuvo listo. Ya iba a cambiar a Eke a su residencia oficial, pero como vi que estaba muy entretenido subiendo y bajando escaleritas, dije "hay que dejarlo un ratito más aquí. Ahorita q regrese, lo cambio". Cerré una ventanita que está hasta arriba de la jaulilla y nos fuimos.
Cuando regresé, fui a ver al temido Eke. No escuché nada. Temí lo peor. Pensé que había muerto y mientras buscaba entre los pedazos de aserrín, esperaba ver su cadaver peludito y blanco, con las patas tiesas y la mirada perdida en el horizonte, y una mueca de tristeza por no poder haber salido jamás de ese pedazo de tierra al que yo, egoístamente lo había conferido sin permiso alguno. Pero no. No lo encontré dentro de su jaula.
Entonces me di cuenta de la realidad. Recordé al pequeño Eke cuando recién había llegado a mi, después de que un hada me lo había encargado, tratando de escapar de su prisión de cristal -de plástico pues, no le compraría algo de cristal a este pinche roedor- que le daba la impresión de poder salir, pero sin poder hacerlo. Recuerdo haber pensado "seguramente un día voy a encontrar una pequeña puerta y una nota". El malvado Eke lo había conseguido. Logró escapar. ¿Cómo lo hizo? Sigue siendo un misterio para mí, pero se había escapado.
La jaula está sobre un descanso del librero que está en la sala de mi casa. Como verán, hay muchos libros en un librero -por lo menos así debe ser ¿no?- y me imaginé que se habría metido entre los libros. "Vale madres, ahora pa' encontrar al pinche ratoncito". Ahora bien, cabe destacar que este descanso del librero, está a una altura de un metro de la alfombra de la sala. Este es un dato muy importante, porque mientras lo buscábamos Omar y yo, escuchamos unos ruiditos que venían detrás del librero. Mi hermano se asomó y encontró a Eke hecho bolita en un rinconcito. El muy sinvergüenza se había lanzado desde una altura de un metro hasta un rincón.
Eke logró escapar, y yo tuve la fantasía de haberlo hecho. Quizás los dos nos sentimos igual, yo vomitando y el hecho un ovillo. Supongo que le dio miedo, como a todos. Todos queremos salir a la realidad, pero cuando estamos ahí, es demasiado desconocida para nosotros, aunque todo el tiempo la veamos...
miércoles, 9 de mayo de 2007
lugo se encabrita
Yo estoy aqui y usted está allá. Más vale q los conformista de la eta no piensen que si pueden arrastra un abanico de cabilaciones absurdas deban de ordenar las transformaciones congenitas en un abrir y cerra de ojos cuanticos q solo acarrearian desabasto de posibilidades y la inintelectualidad de las vulgaridades subhumanas que piensan q piensan y solo transmiten su poder kinético a las obras regidas por el astro sol de la decadencia del perenne williams y que logran arrastrar una bacanal de nubes y de arquidioseiss lewisianas capaces de aprender a mover tumbos y disfrutar de la borrasca substanciosa de una y mil batllas de quilópteros empedernidos con una subasta de millones de glaucomas subdefindios...
¿muere una heroina?
Podría pensarse que lo que pasa entre el ejército mexicano y los machos, machos, machos narcotraficantes es una película muy gastada y cuyo final ya todos sabemos: por arriba, en la superficie, por encimita pues, ambos bandos se dan hasta con lo que no pueden; pero abajo, en lo obscurito, tras bambalinas, son uno mismo. Esto no me consta, ni digo que sea cierto. Hay muchos corruptos por todos lados, eso es cierto, pero hay muchos que sólo están ahí mandados, cumpliendo su deber y que tal vez tengan un poquito de ganas de lograr que el mundo mexicano sea un buen lugar para vivir. Eso tampoco me consta, pero como reza un viejo adagio, "hay de todo en la viña del señor (incluyendo sendos campos de marijuana, ¡cómo no!)".
Lo que sí está para decir, "ay no ma...", es que ahora resulta que entre las filas de los narcos hay honor, hay pasión, hay personas que podrían ser catalogadas como verdaderos héroes, a pesar de que están defendiendo su estilo de vida. Es verdad, no todo es culpa de los narcos. Usted dirá, "cómo se te ocurre decir eso". Los narcos "envenenan" a nuestros hijos, nuestros hermanos, hermanas, padres, madres, abuelos, abuelas, tíos, perros, pericos, a pseudópodos con pezuñas y garrapatas chupándoles los cesos (el cerebro, no vayan a confundirse de lado). Los narcos son los malos. Eso es verdad. Pero también que no manchen aquellas personas que los consumen. Para que se muera una vaca hay que mataral entre dos, o por lo menos eso nos deja ver otro viejo y conocido adagio "tanto peca el mata la vaca, como el que le agarra la pata (y otras cosas si el que agarra es un campesino jarioso y calenturiento, o ¿a caso no hay de todo en la viña del señor?)".
Si ustedes, señores, señoras, compas y mantas, no compraran que el cigarrito de mota, que la piedra, que la heroína, que esto que aquello, quesque para disfrutar el momento, para evadirse, para ponerse high, para estar en onda, o para lo que su rechin... quiera, entonces no habría negocio y los narcos intentarían vender paletas de hielo o papitas enchiladas, que según hicimos la cuenta, les deja una cuantiosa suma de 15000 pesos al mes (o un poco más) por sólo estar paraditos allá afuera de las escuelas, esperando que unos niños (y chamacas con hoyos en los estómagos) los hagán más y más ricos, y aquí me acuerdo del episodio de los Simpson, cuando Marge le dice al tipo de los hot dogs en un funeral "¿usted no puede dejar de seguir a mi marido a todos lados?", y el señor le contesta "Señora, su marido está pagando la universidad de mis hijos". Y uno se pone a pensar, ¿para qué llevarlos a la Universidad gringa? ¿Para que los mate un coreano que pertenece a una nueva puesta en escena del gobierno del siempre atento y pacificador Bush (cfr. mi comentario sobre 300 en este mismo blog)? No, mejor paso.
Pero retomando los asuntos del narco. Ahora resulta que el ejército ya se enchiló porque los del narco se los embozcaron y ¡rájale! que les chingan a unos cuantos pelones. ¡Vale madres! Habrán dicho los jefes del ejército. Ahora sí nos los chingamos. Y vámonos, que se lanzan para Apatzingán y ahí se encuentran a una cuadrilla de narcos y ¡changos! que se los iban a chingar, previo a haberles avisado que si no soltaban sus armas iban a lanzar toda la artillería de piedras pomez y verduras podridas que habían recogido (nada que ver con la viejita de Zongolica, q.e.p.d.) en el pueblo, y que si no les pelaba el cicirisco (jo jo jo) entonces comenzarían a escupir y lanzar blasfemias contra sus mamacitas santas, con todo y que en un par de días sería el día de la progenitora.
Los otros muy ufanos sacaron sus AK-47 y sus bombas atómicas, y sus reactores de turbogel automatizado con hidrocarburo de pentosteno capaz de volar a Iraq con todo y sus 300 libertadores de un madrazo, y también sacaron un par de curitas por si les llegaba una que otra piedra del ejército mexicano. Y entonces madres, que se dan de madrazos, y ya que los del ejército les partieron su madre, entonces pasaron a inspeccionar qué habían dejado con vida.
Cuando entraron se dieron cuenta de que en la línea de fuego estaba Alejandra, una chava narcotraficante que se había pueseto al tú por el tú con los soldados. Lo que me parece estúpido es que ahora los medios empiezan a tomar este hecho, (que sea una mujer la que esté al mando de los narcos) como algo digno de alabanza. Me parece el colmo del feminismo: lo hace un hombre, entonces es terrible, pero si vemos a una mujer, a pesar de que esté haciendo estupideces de un hombre, entonces hay que alabarlo, finalmente hay una mujer que nos muestra que las mujeres sí pueden (claro que pueden, basta de recordarlo, sí pueden) y no sólo eso, el toque femenino regala un rasgo romántico a la causa.
"Pero igual que ella, sus cómplices nunca se rindieron. Sabían que no tenían escapatoria. Así que corrieron, dispararon y cuando el Ejército lanzó su artillería pesada, fueron alcanzados. Sus cuerpos, según las fotografías tomadas, estuvieron a punto de carbonizarse, pero quedaron con las armas entre las manos el Ejército lanzó su artillería pesada, fueron alcanzados. Sus cuerpos, según las fotografías tomadas, estuvieron a punto de carbonizarse, pero quedaron con las armas entre las manos". Ahora resulta que la mujer esta, la tal Alejandra, es la nueva cara de Leonidas, y sus secuaces son los 300. ¿Ya estuvo de estupidez no? De veras que entre narcos, gobierno, medios y gente, estamos como para que nuestras madrecitas lloren todo el día de mañana...
La foto la tomé de aquí.
Proyecto X
Hace algunas semanas, el gobierno federal lanzó una convocatoria para invitarnos a todos los ciudadanos para enviarles ideas de cómo mejorar al pequeño mundo en el que nacemos, crecemos, comemos, nos relacionamos (de cualquier forma en que ustedes se relacionen, quien sabe, hay cada persona con cada gusto que qué bárbaros), mentamos madres y finalmente, después de haber dado una lata de las de aquellas, nos morimos para ir a dar lata a otro lado, o aquí mismo, si es que nuestro espíritu es tan terco de pensar que sigue vivo, y tan masoquista por querer seguir en un lugar donde no le corresponde.
Dicha convocatoria fue lanzada y ¡zaz! que me dije, ¿por qué no esbozar un par de ideas? La verdad es que sí escribí y tómala barbón, que escribo y escribo y escribo. Después me llegó un mail donde un intelectual reconocido (cuyo nombre no recuerdo, merd!) hizo público su desencanto con esta forma de "tomarnos el pelo". Según sus palabras, que parafraseo con riesgo a más bien decir lo que yo pienso, este fue sólo un ejercicio para hacernos creer que realmente nos iban a hacer caso. Pa saber. Mientras que son ardillas o son renacuajos de liebres moradas del sur de China, comparto con ustedes, compatriotas blogianos (jo jo jo), mis ideas, un tanto piradas, pero total, como decía el muy sabio señor Buñuel "la imaginación es libre, el hombre no". Así que agarrense de donde puedan y si pueden, porque yo de que me arranco, me sigo...
PLAN DE GOYA (porque fue escrito en mi computadora en las tierras goyinas, las cuales, digan lo que digan los vecinos del lugar o la propia UP, me pertenece por derecho de antigüedad... a buevo chicharrón con pelo).
México es un país con un territorio enorme, en donde bien podrían caber muchos países europeos. La idea es la siguiente:
1) Dividir al país de acuerdo con los límites fijados en las 12 regiones militares.
2) Cada región se compondrá de un número determinado de Estados.
3) Cada región deberá desarrollar una ciudad capital, con varias ciudades principales, que podrían ser las capitales actuales de los estados. A su vez, se deben crear ciudades menores, tratando de reunir a los desperdigados pueblecitos que hay por todos lados en un lugar fijo.
4) Alentar el comercio regional, la política regional.
La idea de las regiones es la siguiente:
1) Fungen como pequeños países. Es decir, es como si México fuera Europa y la región 2 fuera España. Todos contribuyen a la unidad, pero tienen sus medios independientes.
2) Se alienta a los empresarios a invertir en más lugares, lo que posibilita crear más ciudades PREVIAMENTE PLANIFICADAS, y pensadas en un crecimiento.
3) Imitando a la Unión Económica Europea, las diferentes regiones pueden comerciar entre sí, con lo que se obtiene una opción diferente a vender sólo a los Estados Unidos. Esto fortalece las economías de las regiones y por lo tanto pueden vender al exterior con mayor facilidad, siempre sustentadas en la Unión Mexicana.
4) El estado deberá procurar caminos y comunicaciones para el buen funcionamiento de las regiones.
5) El problema de la distribución del agua se puede ir resolviendo, pues teniendo un número determinado de ciudades, se hará lo posible por mandar agua a los lugares específicos, y no a cualquier ranchería.
6) Las regiones pondrá en contacto a personas que tienen una cultura parecida.
7) Ayudará a mejorar la integración de los grupos indígenas.
La foto la tomé de aquí.
martes, 8 de mayo de 2007
300
El otro día decidí ir al cine. Digo el otro día como si fuera hace poco, pero realmente pasó hace mucho, por ahí de marzo del 2007. Iba a ir con Carolina, Borrego y Marce Marce a ver el estreno de una película muy esperada por muchos: 300. Realmente tenía ganas de que fuera muy buena y no como la película Conquistadores -una mala adaptación de Rambo, en la época cuando los vikingos exploraban las tierras de los indios de norteamérica.
Finalmente ocurrieron algunos imprevistos que me impidieron verla con Carolina, Borrego y Marce Marce, pero resultó que finalmente pude ir a verla con Augusto, Mel y Moris (Mauricio) Vite. Simplemente genial, fue mi primer crítica. Una par de días después vi nuevamente 300 en compañía de mi compañera del alma Carolina, y mi crítica fue simplemente estupenda, aunque ya empezaba a resentir las primeras escenas que se me hacían un poquito aburridas. Cinco días después, fuimos mi hermano y yo a verla. Genial, pero me aburrí al principio. Sin embargo, el resto de la película fue lo suficientemente bueno para que me volviera a gustar.
Los efectos visuales y la carga dramática de la historia son muy buenos. Un producto hollywoodense bien logrado, que nos muestra lo típico en cualquier historia épica aunado con la espectacularidad que caracteriza al cine clásico estadounidense. Sin embargo, mientras veía la película una y otra y otra vez, me saltó, me reafirmó y me convenció una idea que muchos de ustedes seguramente alcanzaron a ver, y si no, pues les cuento de una buena vez.
El discurso político que maneja la fermosísima reina de los Espartanos. ¡Me pareció realmente terrible! Para empezar regresó al choteadisimo y difamadísimo concepto de libertad que tanto pregona el impero gringo. Pero lo más interesante es ver cómo la reina, nuestra martir, la que dio su cuerpo por "salvar" a su esposo y a su reino, a su tierra, a sus mujeres, la que fue sobajada por la crueldad y la avaricia del malvado político que quiere QUE NO HAYA GUERRA, se presenta frente a todo un grupo de representates del pópulo, y les pide que, en nombre de la libertad, en nombre de sus hijos, en nombre las hamburguesas con catsup y en nombre de su madrecita santa, MANDEN MÁS EFECTIVOS PARA AYUDAR A SU GALLO.
Como diría el buen Dehesa: ¡PASUMA...! Ya le hacía falta en los Estados Unidos una nueva historia épica que le lavara el cerebro a los nada difícil de convencer ciudadanos americanos. Es genial, y regresamos a los albores de la propaganda. Utilizamos la hazaña de 300 soldados frente a un ejército que viene de ASIA, específicamente de PERSIA. Y se encuentran con una terrible noticia: la avaricia de sus políticos (no de todos, pero sí de algunos) los obliga a dejar las armas, para regalar el cuello al PERSA, para regalar su LIBERTAD.
Si no es suficientemente claro, hagamos la analogía más clara: 300 soldados al mando de Leónidas se enfrenta a un gran ejército, majestuoso pero bárbaro, sin educación guerrera, que viene de PERSIA. Ahora cambiemos el nombre de Leónidas por George Bush y el de PERSIA por Iraq. Los políticos vendidos son los que están contra la guerra, y los políticos cegados son los que son leales a la libertad que defiende Bush, pero que tienen una venda en los ojos.
Es increíble cómo vuelve a utilizar el viejo truco de la bala mágica. La usaron para descubrir al asesino de Kennedy y la usan a ahora para lavar el cerebro de los pobrecitos americanos, que viven en una ignorancia sorprendente, pero eso sí (algunos) con harta lana para pasearse por medio mundo enseñando su american way of life. ¡Chale! Y al americano que quiere salirse de ese juego del mal, lo agarran por los cojones y les dicen: Un pinche coreano se acaba de chingar a tres docenas de estudiantes, ¿cómo la ves? ¿Todavía crees que es necesario bajar las armas?. Y por si fuera poco, ahora el propio Bush ya vetó una ley en donde se pedía el regreso de las tropas. El engranaje empieza a mostrarnos hacia dónde va todo.
Acaba de salir otro insolente quien mató a un estudiante en su residencia. Quizá sea un hecho aisaldo, pero le sigue dando sabor al caldo. Hay que abrir más los ojos para ver hacia dónde se cae el barco, pues como lo dice LUGO (profesor memorable que tiene una visión tremebunda y al cual admiro demasiado) las pulgas deben salirse del perro americano. O nos movemos, o van a arrollar a nuestro dogo y entonces sí, ya nos cargó la reverenda...
La foto la tomé aquí.
La maquina maldita (conclusion)
La sensación de estar frente a la máquina y presionar los grandes botones donde se dilucidaban la gran variedad de bebidas calóricas, hiperdulces y con chispitas que encantan a chicos, medianos, grandes, ancianos, perros, gatos, rocas, avestruces, pandillas negras del sur de Manhattan, fantasmas terribles y viejas locas que todavía esperan a sus ancianos y corroídos maridos que alguna vez se fueron con la bola y perecieron víctimas de un balazo de Carranza, o de una terrible sífilis mal curada. Nadie puede negar la hipnósis que sugieren estas dichosas bebidas, y por supuesto, yo, un ser mortal, común, corriente, del vulgo, tampoco lo pude evitar.
Me posé frente a la dichosa máquina. Saboreé una cocacola bien fría, y ya estaba dando el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" que es el vocablo mágico que termina con la sed y con la economía del bolsillo, porque la chingadera costa siete mugrosos pesos. "Ni hablar", me dije, "pues sí, a lo hecho, pecho", me respondí, "saca la moneda", me contesté, "ya voy, ya voy, es que creo q no tengo cambio", "vales madre, te dije que no compraras las pinches bolsitas esas con chilito", "uta, ya me vas a regañar", "pues sí, si no te digo yo lo güey que eres entonces ¿quién?", "bájale de buevos, porque si no, no respondo", "¿Ah sí? ¿y qué me vas a hacer? ¿Me vas a dar un puñetazo en la cara?", muy cierto, no podía golpearme a mí mismo, "ok, ok, tú ganas", "así me gusta, que amachinen, chingá"...
Mi mano sacó de mi roído bolsillo siete morlacos, siete piecesitas de un metal dudoso que en ese momento, tan pronto cayeran una a una en los intestinos de la dichosa máquina, se transformarían por arte del gran mago Kotler, en una cocacola bien fría, y nuevamente el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" se hizo presente, me enchinó la piel y me impeló a arrojar la séptima moneda con una especial veneración, como si estuviera arrojando monedas a un receptáculo de algún santo de alguna iglesia. La máquina se había convertido en mi adorado pedazo de metal y plástico con una luz que prendía y apagaba por un corto circuito.
La moneda cayó. Eschuché con claridad los pequeños golpecitos secos que emitía conforme caía y pegaba en el conducto de aluminio. La máquina, la diosa refrescante, la musa que saciaría mi sed y mis necesidades adquiridas, se comunicó conmigo. Éxtasis experimenté. Una pantallita negra se iluminó con abundantes letritas rojas que me invitaban a presionar cualquier botón. ¡Cualquiera! La reina de la variedad me bendecía con la opción de escoger mi bebida. ¡Qué mágico! ¡Qué místico! Esto sí es democracia, lo demás... lo demás son mamadas...
Mis ojos se desilusionaron momentáneamente al ver el botón de la cocacola bien fría estaba apagado. ¡Demonios! ¡No había pensado en el pequeño detalle! Pero la máquina no puede ser tan mala -qué ingenuo, qué tonto y qué ingenuo- y por supuesto me mostró que había otros tres botones con cocacola bien fría encendidos. La esperanza calentó mis venas de nuevo. Presioné el botón. Nada. Lo volví a presionar. . Una vez más. .
¡Qué ocurría! ¡Qué macabra broma era esa! Presioné con desesperación una y otra vez el desgraciado botón y nada se accionaba. Intenté con otro botón. No hubo respuesta. Probé con otro, y otro y otro y otro... la respuesta fue la misma. La máquina me traicionaba. ¡Maldita máquina! ¡En ti deposité mi confianza y ahora me das la espalda! Lo podría esperar de AMLO, de Felipe, incluso del incomprendido genio de Bush, pero ¿de ti? ¿de ti? ¿Qué hice mal? ¿A caso no seguí con demente fervor todas tus campañas comerciales? ¿A caso no celebré con júbilo y dicha la presentación de un nuevo producto? ¿No degusté con vehemencia tu sabor vainilla, y tu cocacola diet coke, que después cambiaste por cocacola light y finalmente me diste la dicha de poder ver el nacimiento de cocacola zero? ¿A caso no fui yo tu hijo más querido? ¿En qué fallé? ¿Qué salió mal?
Mis dedos agitados pulsaban una y otra vez los botones, pero la maldita máquina no cedía. Las luces del corredor que conectaba a la Universidad con el estacionamiento, comenzaron a apagarse, primero una, después otra. Lentamente la oscuridad iba ganando paso y mis nervios por encontrarme con alguna criatura descarnada me gritaron "¿Estás loco? ¡Deja esa maldita lata en paz!", "Todavía hay tiempo, todavía hay tiempo", contesté con desesperación, mientras el taca taca taca taca de los botones producía su eco fatal, inevitable. "¡Déjalo ya! ¿No los escuchas? ¿No los escuchas?", "No pasa nada, nada, nada. No me voy a ir sin llevarme mi lata" "Afuera podrás comprar más, miles, millones. Afuera podemos comprar un expendio de cocacolas, de todos tamaños, de todos colores. Afuera, aquí no, afuera" "¡Cállate! ¡Deja de decir estupideces! Mejor ayudame a sacar la maldita lata".
Entonces golpeé con furia a la máquina. Las luces se apagaban más y más, el corredor quedó aislado por la única luz que provenía del túnel del estacionamiento. Pateé por última vez a la máquina y entonces escuché que algo se deslizaba. ¡Era mi lata! No consiguió salir, pero claramente escuché que algo se había deslizado. "¿Lo escuchaste?", me pregunté. "Estás demente. Los nervios te traicionan. Alejate de aquí ahora que todavía es tiempo". Me ignoré. Estaba decidido a sacar esa lata a como de lugar. No por nada mi gesto más racional siempre ha sido mi taciturna testarudez.
Me inqué. "Corre. Corre. Corre. ¡CORRE! ¡YAAAAAAAA!", "No lo voy a hacer, casi lo logro". Había introducido mi mano por la avertura inferior, el portal del edén en donde aparecen como recién paridos los deliciosos brebajes que dan vida. Si el niño no quería salir, iba a obligarlo a abortar ahí mismo. "Yo me voy", "Pues vete, a ver si puedes vivir sin mí", me dije. Mis manos comenzaron a urgar en la abertura calida de la diosa desdichada, que no me permitía saborear la felicidad. Sentí un frío muy agradable. Logré tocar un par de engranes, o al menos eso parecía. El aceite de la máquina me permitía deslizarme con facilidad. Poco a poco me adentraba en ella. Finalmente la acaricié. Era una lata fría. La deliciosa presea era mía. ¡Mía!
Y entonces, la felicidad se convirtió en desconcierto. Mi mano seguía deslizándose hacia adentro. La máquina me absorbía. Cada vez veía cómo desaparecía más y más mi brazo. Quise sacarlo, pero era demasiado tarde. Entendí finalmente que desde el principio no era yo el que introducía la mano, era la máquina quien me invitaba a invadirla y ahora era suyo; ahora me devoraba. Mi cabeza entró con un poco de dificultad, pero como las ratas, una vez que entra la cabeza, entra lo demás. Mi pecho se succionó, mis extremidades se adecuaron al conducto traicionero que me arrastraban como el océano lo hace a quien lo reta. Pero yo no había retado a nadie, yo había lisonjeado a la máquina, a mi diosa.
Mi desconcierto se conviritió pronto en resignación. "¿Querías tu lata no? Ahí la tienes cabrón, ahora chíngatela", "¿Otra vez tú? ¿Pensé que te habías ido? ¿Qué te hizo cambiar de parecer?" Me pregunté. "¡No es gracioso!" Me contesté. "A mí me lo parece". Entonces, subí un poco mi cabeza y lo que miré me dejó perplejo. Una serie de cuerpos estaban arriba de mí, eran tres hasta lo que yo podía ver. "¿Hey, siguen con vida?" "Sí", me contestaron varias voces, algunas de mujer, otras de hombre, unas demasiado viejas, otras demasiado jóvenes. "¿También quisieron arrebatarle una coca?", "Yo sólo quería un refresco de manzana", "Yo quería una botella de agua", "Yo quería iri por mi hermano a la escuela, pero creo que no es por aquí".
Fantástico, no eran tres, eran como veinte las personas que estaban adentro atoradas. Ahora entiendo porqué diablos no salían las malditas latas. "¿Estarás contento?", me pregunté. "En parte", "¿Ah sí? ¿Cómo que en parte? Deberías estar consternado. Por tu culpa estaremos aquí encerrados para siempre". "Por una parte tengo mi coca en la mano. Eso me hace feliz. Pero no me la puedo tomar. Eso es una gran desdicha" "Bueno, por lo menos nos podemos divertir con los siguientes que quieran una lata de refresco. Por lo visto esta máquina está obstinada en traer a medio mundo aquí", "Mira, creo que alcanzo a ver a un mono por allá", "No seas imbécil, es sólo una bola de pelos", "a mi me parece un mono", "te voy a alucinar", "no, espera, es la cabellera de alguien..."
Me posé frente a la dichosa máquina. Saboreé una cocacola bien fría, y ya estaba dando el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" que es el vocablo mágico que termina con la sed y con la economía del bolsillo, porque la chingadera costa siete mugrosos pesos. "Ni hablar", me dije, "pues sí, a lo hecho, pecho", me respondí, "saca la moneda", me contesté, "ya voy, ya voy, es que creo q no tengo cambio", "vales madre, te dije que no compraras las pinches bolsitas esas con chilito", "uta, ya me vas a regañar", "pues sí, si no te digo yo lo güey que eres entonces ¿quién?", "bájale de buevos, porque si no, no respondo", "¿Ah sí? ¿y qué me vas a hacer? ¿Me vas a dar un puñetazo en la cara?", muy cierto, no podía golpearme a mí mismo, "ok, ok, tú ganas", "así me gusta, que amachinen, chingá"...
Mi mano sacó de mi roído bolsillo siete morlacos, siete piecesitas de un metal dudoso que en ese momento, tan pronto cayeran una a una en los intestinos de la dichosa máquina, se transformarían por arte del gran mago Kotler, en una cocacola bien fría, y nuevamente el victorioso y sugestivo "ahhhhhh" se hizo presente, me enchinó la piel y me impeló a arrojar la séptima moneda con una especial veneración, como si estuviera arrojando monedas a un receptáculo de algún santo de alguna iglesia. La máquina se había convertido en mi adorado pedazo de metal y plástico con una luz que prendía y apagaba por un corto circuito.
La moneda cayó. Eschuché con claridad los pequeños golpecitos secos que emitía conforme caía y pegaba en el conducto de aluminio. La máquina, la diosa refrescante, la musa que saciaría mi sed y mis necesidades adquiridas, se comunicó conmigo. Éxtasis experimenté. Una pantallita negra se iluminó con abundantes letritas rojas que me invitaban a presionar cualquier botón. ¡Cualquiera! La reina de la variedad me bendecía con la opción de escoger mi bebida. ¡Qué mágico! ¡Qué místico! Esto sí es democracia, lo demás... lo demás son mamadas...
Mis ojos se desilusionaron momentáneamente al ver el botón de la cocacola bien fría estaba apagado. ¡Demonios! ¡No había pensado en el pequeño detalle! Pero la máquina no puede ser tan mala -qué ingenuo, qué tonto y qué ingenuo- y por supuesto me mostró que había otros tres botones con cocacola bien fría encendidos. La esperanza calentó mis venas de nuevo. Presioné el botón. Nada. Lo volví a presionar. . Una vez más. .
¡Qué ocurría! ¡Qué macabra broma era esa! Presioné con desesperación una y otra vez el desgraciado botón y nada se accionaba. Intenté con otro botón. No hubo respuesta. Probé con otro, y otro y otro y otro... la respuesta fue la misma. La máquina me traicionaba. ¡Maldita máquina! ¡En ti deposité mi confianza y ahora me das la espalda! Lo podría esperar de AMLO, de Felipe, incluso del incomprendido genio de Bush, pero ¿de ti? ¿de ti? ¿Qué hice mal? ¿A caso no seguí con demente fervor todas tus campañas comerciales? ¿A caso no celebré con júbilo y dicha la presentación de un nuevo producto? ¿No degusté con vehemencia tu sabor vainilla, y tu cocacola diet coke, que después cambiaste por cocacola light y finalmente me diste la dicha de poder ver el nacimiento de cocacola zero? ¿A caso no fui yo tu hijo más querido? ¿En qué fallé? ¿Qué salió mal?
Mis dedos agitados pulsaban una y otra vez los botones, pero la maldita máquina no cedía. Las luces del corredor que conectaba a la Universidad con el estacionamiento, comenzaron a apagarse, primero una, después otra. Lentamente la oscuridad iba ganando paso y mis nervios por encontrarme con alguna criatura descarnada me gritaron "¿Estás loco? ¡Deja esa maldita lata en paz!", "Todavía hay tiempo, todavía hay tiempo", contesté con desesperación, mientras el taca taca taca taca de los botones producía su eco fatal, inevitable. "¡Déjalo ya! ¿No los escuchas? ¿No los escuchas?", "No pasa nada, nada, nada. No me voy a ir sin llevarme mi lata" "Afuera podrás comprar más, miles, millones. Afuera podemos comprar un expendio de cocacolas, de todos tamaños, de todos colores. Afuera, aquí no, afuera" "¡Cállate! ¡Deja de decir estupideces! Mejor ayudame a sacar la maldita lata".
Entonces golpeé con furia a la máquina. Las luces se apagaban más y más, el corredor quedó aislado por la única luz que provenía del túnel del estacionamiento. Pateé por última vez a la máquina y entonces escuché que algo se deslizaba. ¡Era mi lata! No consiguió salir, pero claramente escuché que algo se había deslizado. "¿Lo escuchaste?", me pregunté. "Estás demente. Los nervios te traicionan. Alejate de aquí ahora que todavía es tiempo". Me ignoré. Estaba decidido a sacar esa lata a como de lugar. No por nada mi gesto más racional siempre ha sido mi taciturna testarudez.
Me inqué. "Corre. Corre. Corre. ¡CORRE! ¡YAAAAAAAA!", "No lo voy a hacer, casi lo logro". Había introducido mi mano por la avertura inferior, el portal del edén en donde aparecen como recién paridos los deliciosos brebajes que dan vida. Si el niño no quería salir, iba a obligarlo a abortar ahí mismo. "Yo me voy", "Pues vete, a ver si puedes vivir sin mí", me dije. Mis manos comenzaron a urgar en la abertura calida de la diosa desdichada, que no me permitía saborear la felicidad. Sentí un frío muy agradable. Logré tocar un par de engranes, o al menos eso parecía. El aceite de la máquina me permitía deslizarme con facilidad. Poco a poco me adentraba en ella. Finalmente la acaricié. Era una lata fría. La deliciosa presea era mía. ¡Mía!
Y entonces, la felicidad se convirtió en desconcierto. Mi mano seguía deslizándose hacia adentro. La máquina me absorbía. Cada vez veía cómo desaparecía más y más mi brazo. Quise sacarlo, pero era demasiado tarde. Entendí finalmente que desde el principio no era yo el que introducía la mano, era la máquina quien me invitaba a invadirla y ahora era suyo; ahora me devoraba. Mi cabeza entró con un poco de dificultad, pero como las ratas, una vez que entra la cabeza, entra lo demás. Mi pecho se succionó, mis extremidades se adecuaron al conducto traicionero que me arrastraban como el océano lo hace a quien lo reta. Pero yo no había retado a nadie, yo había lisonjeado a la máquina, a mi diosa.
Mi desconcierto se conviritió pronto en resignación. "¿Querías tu lata no? Ahí la tienes cabrón, ahora chíngatela", "¿Otra vez tú? ¿Pensé que te habías ido? ¿Qué te hizo cambiar de parecer?" Me pregunté. "¡No es gracioso!" Me contesté. "A mí me lo parece". Entonces, subí un poco mi cabeza y lo que miré me dejó perplejo. Una serie de cuerpos estaban arriba de mí, eran tres hasta lo que yo podía ver. "¿Hey, siguen con vida?" "Sí", me contestaron varias voces, algunas de mujer, otras de hombre, unas demasiado viejas, otras demasiado jóvenes. "¿También quisieron arrebatarle una coca?", "Yo sólo quería un refresco de manzana", "Yo quería una botella de agua", "Yo quería iri por mi hermano a la escuela, pero creo que no es por aquí".
Fantástico, no eran tres, eran como veinte las personas que estaban adentro atoradas. Ahora entiendo porqué diablos no salían las malditas latas. "¿Estarás contento?", me pregunté. "En parte", "¿Ah sí? ¿Cómo que en parte? Deberías estar consternado. Por tu culpa estaremos aquí encerrados para siempre". "Por una parte tengo mi coca en la mano. Eso me hace feliz. Pero no me la puedo tomar. Eso es una gran desdicha" "Bueno, por lo menos nos podemos divertir con los siguientes que quieran una lata de refresco. Por lo visto esta máquina está obstinada en traer a medio mundo aquí", "Mira, creo que alcanzo a ver a un mono por allá", "No seas imbécil, es sólo una bola de pelos", "a mi me parece un mono", "te voy a alucinar", "no, espera, es la cabellera de alguien..."
lunes, 7 de mayo de 2007
La maquina maldita PRIMERA PARTE
Existen en la Universidad Panamericana viejos cuentos en donde se reproducen una y otra vez las vivencias de aquellos que han sido contactados por seres que siguen atrapados en una dimensión parareal, que ni son de aquí ni son de allá. Algo así como lo que les pasa a los "paisas" que se van del otro lado, que ni se sienten de allá, pero tampoco son de aquí. Lo mismo ocurre con estos fantasmas, pero sin carne ni tapujos burgueses que los hagan sentirse fuera de lugar, o más bien, que los hagan sentirse dentro del lugar.
Los fantasmas de la Universidad, como la monja, o los muertos que fueron utilizados para que la gran obra del estacionamiento no se cayera, son cosa habitual en la vida de quienes laboran por los pasillo y sobre todo de aquellos que tienen que pasar el tiempo justamente cuando los chamacos gandallas y las mujercitas pubertas han dejado su aulas para dirigirse a la cama, propia o ajena, y continuar las faenas que han dejado inconlusas -esto no pasa en la UP, esto ocurriría en la UNAM. los chamacos de la UP se van a sus casitas o en su defecto a algún cafecillo que tenga a bien acogerlos-.
En esos momentos en que el silencio se apodera del lugar y defiende su territorio con un leve silbido, atemorizante capaz de volver loco al que ya está a tres de convertirse en un loco declarado, es cuando estas ánimas y demás criaturillas voraces y sin escrúpulos encuentran el cobijo para estirar sus patitas y comenzar a andar sin que nadie los interrumpa.
Por considerar que cuando el sol cae y se levantan las sombras es el momento propicio para que cualquier cantidad de entes y demás cosas invisibles se apareen en fiestas de lúgubres cintillas a la luz de la claridad de la luna, decidí cerrar las persianas de mi ventana, pues me disgustaría demasiado ver a las pequeñas criaturillas, ebrias de soledad, reírse de mí y jugarme alguna broma de mal gusto.
Yo terminaba mis faenas, a eso de las diez de la noche. Decidí que sería prudente acelerar el paso, pues mi automóvil había quedado resguardado en el temible estacionamiento que alberga cadáveres de personas que con sus almas sostienen los muros de concreto para evitar que más almas se unan a ellos.
Caminé por varios minutos al abrigo de una suave llovizna a través de las negras calles de Goya. El viento comenzaba a soplar más y más fuerte, por lo que fue prudente lanzarme con más velocidad para montar mi corcél de fierros plastificados hecho en méxico para una conocida marca japonesa. Mi pie se hundió en un charco tremebundo. Me cayeron algunas semillas llenas de espinas, maquiavélicos frutos de vida tirados por una especie de árbol que se siente encorajinado con la especie humana que los ha confinado a vivir, crecer, nacer y reproducirse, y por supuesto morir, atrapados por un cuadrado de concreto. Un coche pisó un bache y mojó mis pantalones, lo cual era bueno, pues ya no tenía pretexto para no lavarlos, además de que me sentí extrañamente orgulloso, porque el automóvil que pasó raudamente era un delorian A4 de aceleración múltiple y doble torniquete con spoilers a la hombrera y quemacocos incluido, no cualquier baratija.
A lo lejos, a unos diez o veinte metros alcancé a ver la puerta de la entrada de Rodin, y me sentí a salvo, pero ese sentimiento se esfumó y dio lugar a un súbito aumento de adrenalina cuando alcancé a divisar que los goznes se movían y crujían a la par de los truenos, y las grandes hojas de madera se cerraban para no volver a abrirse.
Corrí con fuerza y llegué en el momento justo en que el eco de las puertas cerradas se esparcía por el, ahora, ominoso lugar. Toqué con fuerza, esperando que el mozo de la puerta lograra escuchar mis golpes, adivinando que no habría caminado muy lejos. Efectivamente, unos diez o veinte segundos después, se abrió una pequeña ventanilla por donde se asomaron un par de ojos enmarcados en unas gafas de hierro.
"No puede pasar joven" me dijo una voz seca, profunda, lenta y sin vida. "No sea malo, no me tardé tanto. Déjeme pasar, se lo imploro", contesté mientras trataba de deshacer con la voz el nudo en la garganta que se me había formado, en parte por la temible visión que se materializaba ante mis ojos, y en parte por que el canijo frío ya estaba apretando con fuerza y hacía que mis músculos se enfríaran y en un intento por mantenerse calientes, se apretujaron tanto que sentía mi garganta cerrada como mente de pseudointelectual de izquierda, que le va a los pumas, que cree en Maradona resusitado y que piensa que la UNAM es el santuario elejido por los dioses para mantener a la raza cósmica fumando hierbas avejentadas y revolcándose entre los mismos de la subespecie, mientras pregonan que no hay más dios que AMLO -o el que esté en turno- ni mejor vida que una buena botella de chela, de preferencia Indio -hay que estar con la raza indígena aunque sea así- litro y cuarto, leyendo una incompleta biografía del che guevara y haciendo la despensa con las pejetarjetas para los pobrecitos ancianitos.
"Le dije que es imposible atravezar esta puerta", me volvió a rebatir la añeja voz que cada vez se oía más seca y cuya modulación lenta y exigua me hacía tragar saliva para no salir despavorido del lugar. "No sea así, ándele, déjeme pasar". "Es imposible...", "pero, pero, pero, agente de seguridad -por suerte recordé que no les gusta ser llamados polis, pues consideran a esa raza algo asqueroso y digno de las cloacas- no ve que se me ha hecho tarde". "Lo siento, no tengo las llaves, si no, con mucho gusto le abriría". Me hubiera dicho eso desde el principio.
Corrí desesperadamente hasta la entrada del casco antiguo, donde por suerte aún podía pasar. Entré aliviado y me dirigí hacia el túnel que conecta la Universidad con el estacionamiento. Pero antes de entrar al umbral, logré divisar una máquina de refrescos, y decidí que sería prudente lanzar una moneda para obtener a cambio una sabrosa lata de líquido efervescente, sabor registrado si fuera posible.
(Continuará...)
Los fantasmas de la Universidad, como la monja, o los muertos que fueron utilizados para que la gran obra del estacionamiento no se cayera, son cosa habitual en la vida de quienes laboran por los pasillo y sobre todo de aquellos que tienen que pasar el tiempo justamente cuando los chamacos gandallas y las mujercitas pubertas han dejado su aulas para dirigirse a la cama, propia o ajena, y continuar las faenas que han dejado inconlusas -esto no pasa en la UP, esto ocurriría en la UNAM. los chamacos de la UP se van a sus casitas o en su defecto a algún cafecillo que tenga a bien acogerlos-.
En esos momentos en que el silencio se apodera del lugar y defiende su territorio con un leve silbido, atemorizante capaz de volver loco al que ya está a tres de convertirse en un loco declarado, es cuando estas ánimas y demás criaturillas voraces y sin escrúpulos encuentran el cobijo para estirar sus patitas y comenzar a andar sin que nadie los interrumpa.
Por considerar que cuando el sol cae y se levantan las sombras es el momento propicio para que cualquier cantidad de entes y demás cosas invisibles se apareen en fiestas de lúgubres cintillas a la luz de la claridad de la luna, decidí cerrar las persianas de mi ventana, pues me disgustaría demasiado ver a las pequeñas criaturillas, ebrias de soledad, reírse de mí y jugarme alguna broma de mal gusto.
Yo terminaba mis faenas, a eso de las diez de la noche. Decidí que sería prudente acelerar el paso, pues mi automóvil había quedado resguardado en el temible estacionamiento que alberga cadáveres de personas que con sus almas sostienen los muros de concreto para evitar que más almas se unan a ellos.
Caminé por varios minutos al abrigo de una suave llovizna a través de las negras calles de Goya. El viento comenzaba a soplar más y más fuerte, por lo que fue prudente lanzarme con más velocidad para montar mi corcél de fierros plastificados hecho en méxico para una conocida marca japonesa. Mi pie se hundió en un charco tremebundo. Me cayeron algunas semillas llenas de espinas, maquiavélicos frutos de vida tirados por una especie de árbol que se siente encorajinado con la especie humana que los ha confinado a vivir, crecer, nacer y reproducirse, y por supuesto morir, atrapados por un cuadrado de concreto. Un coche pisó un bache y mojó mis pantalones, lo cual era bueno, pues ya no tenía pretexto para no lavarlos, además de que me sentí extrañamente orgulloso, porque el automóvil que pasó raudamente era un delorian A4 de aceleración múltiple y doble torniquete con spoilers a la hombrera y quemacocos incluido, no cualquier baratija.
A lo lejos, a unos diez o veinte metros alcancé a ver la puerta de la entrada de Rodin, y me sentí a salvo, pero ese sentimiento se esfumó y dio lugar a un súbito aumento de adrenalina cuando alcancé a divisar que los goznes se movían y crujían a la par de los truenos, y las grandes hojas de madera se cerraban para no volver a abrirse.
Corrí con fuerza y llegué en el momento justo en que el eco de las puertas cerradas se esparcía por el, ahora, ominoso lugar. Toqué con fuerza, esperando que el mozo de la puerta lograra escuchar mis golpes, adivinando que no habría caminado muy lejos. Efectivamente, unos diez o veinte segundos después, se abrió una pequeña ventanilla por donde se asomaron un par de ojos enmarcados en unas gafas de hierro.
"No puede pasar joven" me dijo una voz seca, profunda, lenta y sin vida. "No sea malo, no me tardé tanto. Déjeme pasar, se lo imploro", contesté mientras trataba de deshacer con la voz el nudo en la garganta que se me había formado, en parte por la temible visión que se materializaba ante mis ojos, y en parte por que el canijo frío ya estaba apretando con fuerza y hacía que mis músculos se enfríaran y en un intento por mantenerse calientes, se apretujaron tanto que sentía mi garganta cerrada como mente de pseudointelectual de izquierda, que le va a los pumas, que cree en Maradona resusitado y que piensa que la UNAM es el santuario elejido por los dioses para mantener a la raza cósmica fumando hierbas avejentadas y revolcándose entre los mismos de la subespecie, mientras pregonan que no hay más dios que AMLO -o el que esté en turno- ni mejor vida que una buena botella de chela, de preferencia Indio -hay que estar con la raza indígena aunque sea así- litro y cuarto, leyendo una incompleta biografía del che guevara y haciendo la despensa con las pejetarjetas para los pobrecitos ancianitos.
"Le dije que es imposible atravezar esta puerta", me volvió a rebatir la añeja voz que cada vez se oía más seca y cuya modulación lenta y exigua me hacía tragar saliva para no salir despavorido del lugar. "No sea así, ándele, déjeme pasar". "Es imposible...", "pero, pero, pero, agente de seguridad -por suerte recordé que no les gusta ser llamados polis, pues consideran a esa raza algo asqueroso y digno de las cloacas- no ve que se me ha hecho tarde". "Lo siento, no tengo las llaves, si no, con mucho gusto le abriría". Me hubiera dicho eso desde el principio.
Corrí desesperadamente hasta la entrada del casco antiguo, donde por suerte aún podía pasar. Entré aliviado y me dirigí hacia el túnel que conecta la Universidad con el estacionamiento. Pero antes de entrar al umbral, logré divisar una máquina de refrescos, y decidí que sería prudente lanzar una moneda para obtener a cambio una sabrosa lata de líquido efervescente, sabor registrado si fuera posible.
(Continuará...)
el beso y la estrella
Un beso sedujo a una estrella y galopó incesante hasta que consiguió regocijar en un tálamo de luna y miel de verde amaranto y una tremontoria lubricidad la inclinación de los subterfujios recientes que se traslaparon encarnándose en la mente viril y sin soslayo de un jóven nauseabundo que intentaba cristalizar el destello de la chispa en dos cerúleos roces de fugaces sensaciones, inefables e invertebradas que se esparcían a la luz del rocío y que concluían y coludían sus alveolos tenaces en un entramado de vibraciones electrizantes y de una soledad remotamente tamizada por los sueros de la vida y la galaxia.
Un beso le dijo a una estrella "rocémonos en la insistencia de aquél hombre que busca en el calor de lo indestructible y en el tibio amanecer de los labios la recóndita oportunidad de ser perenne en un ápice arrancado al tiempo con los colores de las cerezas y la acidez de las guayabas, aquellas que lograron el contubernio eterno de la explosión cósmica, ancestral, inclaudicable, expandible y soñadora de un par de ojos que se escuchan y un par de brazos que se purifican en la suave emanciapción de lo que es todo y lo que es nada para quedar engarzados en la luz matinal de la noche y de los sortilejios".
Un beso besó a una estrella y la explosión de caricias rodearon el sueño de la noche y calleron anhelantes los disparatese de las tormentas que vuelan como un torbellino y se inclinan hacia los caireles de la tierra y se revuelcan en la visión insaciada de dos trémulos galopes que comienzan su debenir en un río salado y férreo, colorado como la tierra y caliente como el sol que llena los corpúsculos más ávidos y que al unirse los unos con los otros dan forma a la pétrea gracia dando vida a la carne que se junta con las nueces y en un suave bamboleo de vibraciones y de agua turbia y templada logran la hinchazón del vientre y el regocijo del caudillo, quien arrellanado en la silla del bloqueo instantáneo, conquista el músculo y se hace de la razón y del sentimiento que peleaban insesantes en los vendabales de la pasión y de la terquedad.
Un beso muere junto a una estrella sintiendo que el corazón arde de felicidad y de fantasías pues se han deseado y se han vivido como la tolbanera de los destellos surrealistas que buscan el encono más allá de la metáfisica y se han encontrado con el deseo de un hombre y el deseo de una mujer que trabaron en sus distancias una cercanía exacta y perfecta una vulnearción recíproca que se detalló en la batalla omnisciente y de talante luctuoso, hiriendo la perenne yaga y brotando en borbotones de cerveza, cal y vino y mostrando más músculos y más carne en la espera ansiosa y temida por la llegada del nuevo haz de luz que se confundirá con las olas remanentes de un casco perpetuo.
Un beso renace y una estrella lo busca con serenidad intacta, disolviendo los pellejos y arrancando las nociones de la temporalidad innata que taladra los huesos y busca por siempre en la oblicuidad de las catapultas los rescoldos de la sangre anegada que se entreteje con la negrura de la tierra y con el bozo de la mujer perdida que tiembla ante el reflejo del león cimbrado y extenuado ante las adversidades de la montaña que labra el pastor y que espera ver en los retoños de las alegrías los colmos y las desesperaciones que le hicieron ver un día, en el alba, frente al sol que se perpetuaba por un día más, el espectáculo andino, la bacanal de los alpees y la repetición que siempre estará frente los ojos obnubilados, atónitos que siempre mostrarán a un beso seduciendo a una estrella.
Un beso le dijo a una estrella "rocémonos en la insistencia de aquél hombre que busca en el calor de lo indestructible y en el tibio amanecer de los labios la recóndita oportunidad de ser perenne en un ápice arrancado al tiempo con los colores de las cerezas y la acidez de las guayabas, aquellas que lograron el contubernio eterno de la explosión cósmica, ancestral, inclaudicable, expandible y soñadora de un par de ojos que se escuchan y un par de brazos que se purifican en la suave emanciapción de lo que es todo y lo que es nada para quedar engarzados en la luz matinal de la noche y de los sortilejios".
Un beso besó a una estrella y la explosión de caricias rodearon el sueño de la noche y calleron anhelantes los disparatese de las tormentas que vuelan como un torbellino y se inclinan hacia los caireles de la tierra y se revuelcan en la visión insaciada de dos trémulos galopes que comienzan su debenir en un río salado y férreo, colorado como la tierra y caliente como el sol que llena los corpúsculos más ávidos y que al unirse los unos con los otros dan forma a la pétrea gracia dando vida a la carne que se junta con las nueces y en un suave bamboleo de vibraciones y de agua turbia y templada logran la hinchazón del vientre y el regocijo del caudillo, quien arrellanado en la silla del bloqueo instantáneo, conquista el músculo y se hace de la razón y del sentimiento que peleaban insesantes en los vendabales de la pasión y de la terquedad.
Un beso muere junto a una estrella sintiendo que el corazón arde de felicidad y de fantasías pues se han deseado y se han vivido como la tolbanera de los destellos surrealistas que buscan el encono más allá de la metáfisica y se han encontrado con el deseo de un hombre y el deseo de una mujer que trabaron en sus distancias una cercanía exacta y perfecta una vulnearción recíproca que se detalló en la batalla omnisciente y de talante luctuoso, hiriendo la perenne yaga y brotando en borbotones de cerveza, cal y vino y mostrando más músculos y más carne en la espera ansiosa y temida por la llegada del nuevo haz de luz que se confundirá con las olas remanentes de un casco perpetuo.
Un beso renace y una estrella lo busca con serenidad intacta, disolviendo los pellejos y arrancando las nociones de la temporalidad innata que taladra los huesos y busca por siempre en la oblicuidad de las catapultas los rescoldos de la sangre anegada que se entreteje con la negrura de la tierra y con el bozo de la mujer perdida que tiembla ante el reflejo del león cimbrado y extenuado ante las adversidades de la montaña que labra el pastor y que espera ver en los retoños de las alegrías los colmos y las desesperaciones que le hicieron ver un día, en el alba, frente al sol que se perpetuaba por un día más, el espectáculo andino, la bacanal de los alpees y la repetición que siempre estará frente los ojos obnubilados, atónitos que siempre mostrarán a un beso seduciendo a una estrella.
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