jueves, 22 de mayo de 2008
Malas noticias
Heriberto Dondo, un joven de unos 30 años espera dentro del consultorio a que le den los resultados de un estudio médico al que se había sometido. Se le ve angustiado y con ese rostro que sólo la zozobra puede dibujar. Mientras tanto, el doctor está en un apartado del mismo consultorio, a solas leyendo los análisis del joven. Cuando abre el sobre sus ojos se hacen tan grandes como su sorpresa y el miedo le pinta la cara de blanco. Se abre la puerta que da al consultorio y entra el médico vestido con un traje de alta seguridad.
“Sr. Heriberto Dondo, temo informarle que usted padece de corpus corruptus”. Heriberto deja que su mirada sea elocuente. Anímicamente no puede ni siquiera llorar. Simplemente está en shock total. La voz del médico se vuelve un eco entre las sombras de la vida y él, Heriberto, es uno más de los infectados. “Voy a morir de corrupción”, se dijo finalmente y sale arrastrando su sombra que cada vez pesa más.
Las típicas fases por las que un enfermo transita son violadas por Heriberto. Sabe que está enfermo, no tuvo tiempo a negarse a ello, pero la soledad de encontrarse atrapado y sin salida lo vuelven un loco, un histérico que pierde la compostura. Se encuentra a un médico en el pasillo y lo toma de las solapas de la bata. “¡Estoy enfermo, doctor! Y usted no ha encontrado ninguna cura. Pero ayúdeme por favor”. El doctor se logra desprender de las contagiosas manos de Heriberto y, a trompicadas, se aleja de él.
“¡Ayúdenme!”, grita con obstinación, mientras el eco de su voz desaparece entre los oídos de todos. Se mira las manos y encuentra el primer signo del corpus corruptus, hay llagas purulentas. Sale corriendo del hospital, toca a alguien, “¡Ayúdame!”, éste lo avienta, pero lo ha tocado y es suficiente para estar infectado. Heriberto corre y deja una estela de gente infectada, a quien, por la emoción de Heriberto, la enfermedad la ataca con severidad y comienzan a descomponerse ipso facto.
Heriberto corre, como si corriendo pudiera huir de su destino. Poco a poco la bacteria le come los tejidos, los músculos y en poco tiempo y es un cadáver en putrefacción que a duras penas puede sostener la carrera. Se sostiene de un edificio, el cual, en el acto, empieza a deteriorarse y a mostrar su esqueleto, muriendo y destrozándose. Heriberto, o lo que queda de él, sigue su camino. Todos se apartan del enfermo. Se arrastra con dificultad, dejando atrás pedazos de piel descompuesta y algunos restos de baba pestilente. El rastro que deja es de muerte y corrupción.
Finalmente sus fuerzas están menguadas y se detiene. Unos zapatos se muestran ante él. Es un zapato de un blanco impecable. La mirada de Heriberto, con dificultad sube y ve al hombre increíblemente bien vestido, en un traje de lino hermoso. El hombre finalmente se digna a agacharse para hablar con Heriberto. “Misión cumplida señor Dondo”, le dice el misterioso hombre y le entrega una tarjeta. “ARGOS”, dice el blanco cartón. Heriberto mira la tarjeta y sus ojos se voltean al recuerdo.
Él quería, hacía mucho tiempo, ser la persona más poderosa del mundo. Aquella mañana, un señor, de blanco, se había presentado ante él y le dijo que había varias opciones. Le extendió varios sobres y, tras leer su contenido, Heriberto eligió el más rápido. “Habrá consecuencias”, le dijo en aquella ocasión el hombre de blanco. “No me importa”. Y así, por medio de actos corruptos, Heriberto logró ser el hombre más poderoso del mundo. Y ahora pagaba las consecuencias. Ahora tenía la terrible enfermedad del corpus corruptus, que deshace los miembros y los gangrena y se esparce como una maldita plaga.
“Ayúdame”, alcanza a gemir Heriberto. El hombre de blanco se detiene. Heriberto sonríe, parece que todo tiene solución. “Tiene razón, señor Dondo. Es lo menos que podemos hacer por usted”. Lo sujeta con cuidado de los sobacos y lo arrastra lentamente. Heriberto se siente nuevamente protegido, como hacía mucho tiempo no estaba, como cuando estaba entre los brazos de mamá. “Hasta aquí llegamos señor Dondo. Feliz viaje”. Entonces, el hombre de blanco lo levanta violentamente y lo lanza al vacío, en donde se encuentra millones de cuerpos putrefactos, afectados por el corpus corruptus, deshaciéndose lentamente, sufriendo terriblemente y olvidando inútilmente que estaban en una fosa que ellos mismos habían excavado.
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