El sábado que acaba de pasar consumió su tarde en un corralón. Así fue, nosotros tuvimos que esperar a que el sistema de la secretaría de seguridad pública (así, con letras minúsculas) pudiera enviar los datos de las cinco personas que reclamábamos la devolución de nuestro automóvil. Puedo decir que por suerte, no nos desesperamos demasiado, pues ya tengo experiencia al estar en los corralones. En fin, ahí estuvimos y pude sacar un par de conclusiones bastante acertadas, no sé ustedes qué piensen.
La primera es que, estadísticamente, cuatro de las cinco personas que estábamos ahí, eran mujeres. Es decir, en su mayoría son las mujeres a las que se agarran de bajada y les chingan el coche para llevárselos al corralón. Es decir, no se saben estacionar. Yo, y hago la pertinente aclaración, estaba ahí para rescatar al auto de mi Amá, no crean que estacioné mal el coche.
La segunda es que, querámoslo o no, los polis son los que menos culpa tienen al momento de aplicar una infracción. Somos nosotros quienes nos ponemos de pechito. Ellos sólo, y tal vez ese sea su error, hacen valer el código de tránsito. Es decir, difícilmente un policía te va a infraccionar si no has cometido falta. ¡Caramba! Es pura lógica y sentido común. Vale más irse por un güey que la haya cagado a querer inventarle algo a alguien. Es decir, si los polis "hacen de las suyas" es porque lo merecemos.
Todo esto no quita esto que me encontré en El Universal y que también está para pensarse. Es de una columna de Ricardo Alemán.
Algo grave está ocurriendo en el gobierno de Marcelo Ebrard. Y es que mientras que una buena parte de “la gente” parece preocupada por la aparente o real privatización petrolera, los capitalinos ya somos víctimas de una insultante modalidad de privatización.
Sí, resulta que el jefe de Gobierno decidió privatizar una de las expresiones más emblemáticas de la corrupción cotidiana; entregó a empresas privadas el servicio de grúas que arrastran a corralones a los automóviles mal estacionados. De esa manera se pretendió acabar con los corruptos y míticos “gruyeros” que hacían de las suyas en las calles de toda la ciudad capital. Pero en realidad lo que ocurrió es que se dio paso a otra forma, más agresiva y grosera, de esa misma corrupción.
Es decir, que a los genios que rodean al jefe de Gobierno y al propio Ebrard se les ocurrió la brillante idea de privatizar a los “gruyeros” mediante el reparto equitativo del botín.
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