Arranqué hacia el lugar que está a unas cinco cuadras de mi casa. Se trata del Gigante (que ahora está en sospechoso contubernio con Soriana) que se encuentra en Parque Delta. Esta plaza le ha venido a dar (más) en la madre a la intersección de Cuauhtémoc y Viaducto, y aunque este no es el punto, sí era el preludio de lo que vendría.
Entrar al Gigante se convirtió en una tarea maratónica, encontrar un carrito fue una misión imposible. Sin carrito y medio engentado de entrada, ya llevaba puntos extra para recordársela al que se me pusiera enfrente. Fui por esto, llevé aquello y entre lo que me cabía en las manos y lo que podía echar en una pequeña canastilla incómoda, logré juntar un pequeño arsenal que nos alcanzará hasta la tarde.
Me dirigí a las cajas. Ya sabía lo que encontraría pero no detuvo mi estrés en crecimiento. Filas enormes. Todos quieren hacer el super en domingo. Ni modo, a lo hecho pecho. Avanzamos a paso de tortuga. Una viejecita (la típica, ni más) ponía con una celeridad plutoniana sus enseres en la banda automática. Atrás de mí un tipo, que sólo llevaba una baguete, decidió que por sólo llevar una cosa no tenía que enfrentar al monstruo de las cajas. Se coló entre todos y llegó con la viejecita a la que sobornó con una sonrisa pueril y de mal gusto para que le pagara su pan. "Claro que sí mijito", pareció decir la viejita y el muy "listo" salió antes que todos. Por eso estamos como estamos, pensé.
Finalmente y después de leer casi todas las revistas manoseadas que se encuentran en el área de cajas y registrar todos los productos que fueron discriminados llegó mi turno. Dejé mis cosas en la banda y pasaron los objetos uno por uno. La cuenta fue exacta y pagué exacto. Entonces vi al señor que estaba poniendo mis artículos en las bolsas reciclables (son reciclables, pero ¿realmente las reciclan? porque creo que solitas no se reciclan). Notó que lo miraba y entonces me dijo con sorna en los labios (no sarna, sorna) "Cuando era joven, un chiquillo, chamaco", utilizó su dedo para mostrarme el tamaño de muñeco de pilas que tendría en aquellos años, "veía a mi hermano mayor siendo un cerillo. ¡Ah! Cómo quería ser un cerillo como mi hermano mayor, acomodando las cosas en las bolsas: esa era la verdad máxima, el modelo idóneo. ¡Cómo lo anhelé! ¡Cómo lo soñé! ¡Jugábamos a ser cerillos! Trabajé, me casé, puse un negocio, tuve familia y por supuesto, jamás volví a pensar en ser cerillo. Hace unos meses mis nueras me quitaron la casa, mi negocio quebró porque ya nadie lo atendía (yo no podía, ya no me da la vida para eso) y entonces mi sueño se cumplió. Sueña muchacho, sueña, pero sobre todo, ten cuidado con lo que sueñas, porque se puede volver realidad".
Creo que con esas palabras olvidé todo el estrés de la mañana y me fui a mi casa. Creo que voy a soñar cosas menos trágicas de hoy en adelante.
1 comentario:
Te digo, esto de ir al súper por la noche se está haciendo toda una filosofía, y lo que es peor: masiva!
Cariño, mejor no dejes para mañana en la noche lo que puedes comprar hoy! Te amo
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