martes, 7 de febrero de 2012

Soñamos

12

Tener un hijo ha sido un vendaval. La cabeza me gira (estoy seguro que la de Beyoncé también) y todo me confunde. Es como si la vida nos hubiera cambiado de vuelco. Estaba con bebé Guillermo Tipaso, cuidándolo afuera del consultorio del doctor de Beyoncé. Mirábamos revistas, aunque realmente yo lo miraba a él. Recordé que a penas el día anterior lo había soñado. Ya estaba grande, quizás dos o tres años y me miraba con la curiosidad con la que busca los reflejos y las sombras de donde provienen las voces que lo acompañan. Caminábamos por espesas matas en un campo lleno de flores y pasto muy verde con un cielo muy abierto con un aire muy frío en un día muy negro. Recuerdo que charlábamos sobre mariposas y simios y de hecho las calles empedradas y las banquetas me recordaron a la última moda de mi colonia: podar los árboles sólo dejando las ramas pelonas, sin capacidad de regenerarse. Alguna mujer me dijo que así lo había visto en Chicago. Claro que olvidó pensar que en Chicago era invierno y que era normal que los árboles no tuvieran hojas. Pero ella logró convencer a miles de ciudadanos de podar sus árboles, permitiendo que sólo un puñado mantuviera tres o cuatro hojas. Están condenados, pensé, y en seguida le dije a bebé Guillermo Tipaso (en ese momento a niño Guillermo Tipaso) "debes pensar en tu misión". "¿Misión?". "Así es, todos tenemos una misión en la vida. Unos no la descubren jamás, otros, lo hacen pero prefieren engañarse y pensar que su misión es otra. Sólo un puñado descubre su misión y tiene el valor de enfrentarla".

Se abrió la puerta de golpe y ahí estaba Beyoncé. El médico se acercó a nosotros. "No quiero saberlo", murmuró bebé Guillermo Tipaso, completamente consciente de lo que vendría. Tristeza nubló nuestros ojos. Habían descubierto en Beyoncé lo que nadie quiere encontrar jamás. "Será mejor empezar a construir los recuerdos que nos unirán por siempre". Asentí mientras dos lágrimas rodaron por mis mejillas y, cayendo al suelo, se mezclaron con el pantano que todavía sostenía nuestros pies. Fue una tarde fría, a pesar del sol que nos abrazaba haciéndonos derretirnos en sudor. Comimos en silencio y todo fue pesar. Beyoncé no soportó más. "Vamos a reír". "Creo que es lo mejor". Salimos con bebé Guillermo Tipaso y vistamos lugares a los que nunca más volveríamos. Nos acordamos del futuro y supimos que por fin, cuando todo era brillante, tendríamos que saltar un obstáculo más.

Cuando Beyoncé durmió, yo quise despertar. "No quiero. No quiero. No quiero". Cerré los ojos. "Calma. Ella estará bien", murmuró Zenaida. Ah, Zenaida. Ahí estaba, con sus ojitos redondos y acariciando a mi gato, al buen Topo Gigo, quien asintió mientras ronroneaba. Extraño los ojos de Beyoncé. Bebé Guillermo Tipaso la extraña aún más. Dudo que se haya formado aún un recuerdo sobre ella pero quién soy yo para saber qué pasa en la cabeza de este hijo mío. "Beyoncé; qué terrible es la vida ahora que no estás aquí". Parece que estamos en un sueño. Sí. Es eso. Bebé Guillermo Tipaso y yo estamos en un sueño. Soñamos y sólo tenemos que ser pacientes para que Beyoncé nos llame con una caricia o con un coscorrón. Todo estará bien. Mientras despertamos, bebé Guillermo Tipaso y yo nos acurrucamos y nos cantamos para calmar nuestra soledad. Te extraño, Beyoncé.

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