viernes, 24 de febrero de 2012

Sueñan

13

Beyoncé siempre tuvo la conciencia tranquila. Sus ojos nunca perdieron el brillo y sus labios siempre estuvieron listos para una queja o para un beso. Recuerdo aún, horas después de que regresamos del médico (aquél que nos contó lo que a nadie le deberían adelantar jamás), mientras daba de comer a pequeño Bebé Guillermo Tipaso, que su mirada, perdida, buscaba algo en la obscuridad de la puerta. Aquella ocasión entré a la habitación, como siempre lo había hecho, dejando a Topo Gigo fuera, para que fuera cuidado por Zoraida.

"Tengo miedo". Beyoncé comenzó a tirar lágrimas que hacían surcos cada vez más hondos. "Sabes que no hay nadie". "Tengo miedo. Toma mi mano". "Está fría". La miré. Mi vida volteó a verme y su cara me hizo llorar. "No tengas miedo". "Tengo mucho miedo". "¿Qué podría pasar?". "¿Y si quedo en medio? Tengo miedo" y su mirada se quedaba en la nada. Me miraba pero no me miraba. Cuánto miedo había en sus ojos. La enfermedad comenzó a tomarla hace años y ahora sólo falta el final.

"¿Me vas a acompañar?". "Hasta la muerte". "¿Y más allá?". Ya no sabía si hablaba conmigo. Bebé Guillermo Tipaso soltó el pecho de Beyoncé y comenzó a llorar. No lo escuchó. "¿Cómo es? Dime". Entonces miró a la puerta. "¿Hay alguien ahí?". "Estoy cansada. Tengo miedo". "Beyoncé". "Hay un fantasma ahí". Me lo dijo con naturalidad. Me miró nuevamente. "No quiero dormir. Tengo miedo. Tengo miedo. Mucho, mucho miedo". Me abrazo y sus brazos de hielo me hirieron profundamente. Bebé Guillermo Tipaso cayó con tranquilidad en la cama. Lloraba. "No te vayas", alcancé a musitar y sus brazos se extendieron, se hicieron agua. Se estaba yendo. "Tengo mucho miedo. Quédate conmigo".

Esperamos horas. Ella miraba la puerta. El sueño la vencía. Se la llevaban. Sostenía a bebé Guillermo Tipaso con fuerza. No quería irse. Sabía que en cualquier momento ocurriría. ¿Quién la acompañaría? Yo podría hacerlo, pero tenía a bebé Guillermo Tipáso, sin contar la promesa de Zoraida y a Topo Gigo. "Adiós". Me dijo y el corazón se me estrujó. Nuestras cuerdas se rompieron. Las lágrimas acompañaron como coros su partida. "Caigo", me dijo y su boca esbozó una sonrisa dolorosa. "Lo veo. Sus ojos. Tengo miedo. ¿Me vas a cuidar? ¿Y si quedo a la mitad?¿Y si fui mala? Cuando muera... me esperarás. ¿Me esperarás?". Apretó a bebé Guillermo Tipaso. Él la acarició. "Adiós. La puerta se abre. Es algo que podría ser. Es. La cabeza rueda. Caigo. Ayúdame. Luz. Maravillas. Vértigo. Te amo".

Beyoncé miraba la puerta. Su mirada quedó fija. El cuarto tembló. No soltó a bebé Guillermo Tipaso. La cama se movió. Entramos a un torbellino. Era como caer por una cascada. Era como un avión cayendo a toda velocidad. Era un tornado. Era como ver una gran ola caer sobre ti. Era estar en la punta de la ola y ver cómo caerías sobre toda tu vida. Un torbellino. Un huracán. Beyoncé gritaba. Bebé Guilermo Tipaso lloraba. "¡Beyoncé!", le gritaba. Tormenta. Agua. Lluvia. Truenos. "¡Beyoncé!". Velocidad. Líneas. Terror. Miedo. Miedo. Miedo. "¡Beyoncé!". Caemos. Caemos. Caemos. Caemos. Aaaaaahhhh. Aaaaaaahh. Paz.

Estática. Un lago hermoso. Tristeza profunda. Beyoncé no me escuchó y cerró la puerta al salir. Ahí estaba junto a mí, en la cama. Me di cuenta que mis manos sujetaban con fuerza las suyas. De sus manos sin fuerza jamás cayó bebé Guillermo Tipaso. Lo detuvo ante la tormenta, ante la gran ola que nos acababa de sacudir. Con dificultad liberé a bebé Guillermo Tipaso. Nos miramos. Lloramos desconsoladamente. Las lágrimas de silencio nos acompañaron por varias horas. Te extraño, Beyoncé. Te extraño mucho. Ahora yo tengo miedo. Beyoncé murió con los ojos cerrados.

La foto la tomé de este link.

martes, 14 de febrero de 2012

Amor de madre


*Rescatadas del portal Ficticia.com

Un niño pregunta asustado a su madre:
-¿Qué, no me quieres?
-Sí mi amor, te quiero demasiado.
-Entonces por qué me quieres matar.
-Porque te quiero.
Horas después unos hombres a caballo atacaron la pequeña villa. Mataron a todos. Torturaron a todos. Hogueras ardientes abrazaban a todos, menos al pequeño niño que yacía muerto en los brazos calcinados de su madre.

lunes, 13 de febrero de 2012

El mutilado


Mis padres me dijeron que era malo consumir drogas. Y tenían poca razón. A los ocho todos mis compañeros ya tenían epifanías producidas por la marihuana (NT: gracias a la legalización de las drogas y al interesantísimo nicho que representaba la niñez en aquel entonces, Sabritas decidió invertir en una fábrica de droga para niños), mientras mis padres me privaban de tal dicha. No los odié, sólo era cuestión de esperar pacientemente a que tuviera la edad de "hacer lo que me diera la gana", según sus términos.

Sin embargo, las ganas de volar ganaron. ¿Cómo hacerle? En primer lugar, mis padres habían logrado hacerme creer que las drogas eran terribles. En segundo, presencié la muerte de mi tía más querida a manos de sustancias altamente tóxicas, drogas duras. Aunque en su lecho me dijo (con una voz desencajada, pues las mejillas se le habían caído no sé si por las drogas o por la rehabilitación que nada pudo hacer para salvar su vida) que las drogas la habían liberado, yo no quería terminar con el esófago lacerado y el cuerpo hecho un hilacho. No obstante, era verdad lo que decía mi tía: las drogas habían liberado su alma, destrozando su prisión. Qué tonta, pensé entonces.

Me pregunté cómo alcanzar el éxtasis sin el éxtasis y en mi mente brotó una musiquilla que suena tal que así... Comencé con la música. Recuerdo haber pensado "Music is my favorite drug" y de hecho imprimí la frase en 200 camisetas que vendí a mis amigos. No puedo negar que mis trabajos entonces eran buenas en calidad y en cantidad. A los 12 años había pintado 125 cuadros, escrito 8 novelas y compuesto 4 sinfonías, nada mal para un novato. Pero por alguna razó´n no estaba satisfecho. Eran creaciones bellas pero inocentes, sin la fuerza que estaba atrapada en mí. Eran rasguños de la bestia que me descontrolaba todo el día y toda la noche. Porque, ¿qué es el arte sino la expresión de ese ser que tenemos atado con mil cadenas porque en cuanto lo soltáramos haría trizas nuestras neuronas?

Tengo que aceptar que las revistas médicas de mi padre fueron un fuerte basamento para la idea que brotó en mi cabeza. Pronto la bestia quedaría libre. Leí una serie de artículos que hablaban sobre los experimentos de los doctores Ronald D. Jacobson y Emerald Wineyar, de la Universidad de Doveyalt, al norte de Islandia. Sus trabajaron con ratas, chimpancés y humanos arrojaron interesantes datos sobre las heridas en el cuerpo. Según Jacobson y Wineyar (1972a, 1972b, 1975, 1978, 1983, 1988, 1990, 2001, 2002a, 2002b, 2002c, 2008, 2011, 2012) el cuerpo es capaz de soportar grandes cantidades de dolor en organismos cuyo gen KPF12 se encuentra en forma recesiva. Esto hace que el cerebro pueda ordenar la liberación de cinco veces más endorfinas y otras sustancias que ayudan a evitar el dolor. De esta forma, la parte afectada se encuentra "anestesiada".

Leí con avidez sobre el tema y consulté abundante literatura. Estaba más que feliz por el descubrimiento. Sólo hacía falta comprobar que efectivamente tuviera la característica genética señalada y la única forma de saberlo (dadas mis circunstancias de poco efectivo y la obvia falta de confianza con mis padres) era haciéndolo con mis propios medios. Recuerdo que esperé una noche en que mis padres salieron. Prometí que no haría nada indebido y mis padres se fueron con cierto resquemor por dejar solo en la casa a un chiquillo de quince años. Esperé con paciencia a que el auto doblara la esquina, desapareciendo.

Subí al ático y abrí el viejo estuche de operación de mi padre que días atrás había buscado con especial premura. Elegí un escalpelo con filo recubierto. Lo miré como quien mira la llave que lo sacará de una férrea prisión, como quizás el padre de Ícaro miró aquel para de alas. Tracé con impaciencia un surco sangriento. El filo hirió mi brazo. Una descarga de dolor. Una ola gigantesca golpeó mi conciencia, placer, descanso, luces, calor, suspiros, millones de endorfinas y de moléculas dormían el dolor, apagaban mi sed; chispas, ardor, truenos, poder.

Recuerdo aquella tarde como entre sueños. Escribí con desesperación; compuse como si la música se escapara de mis sesos; pinté como loco; era un loco derrochando talento. Las imágenes se venían a mi mente y tan pronto estaban ahí trataba de arrebatarlas y re presentarlas en pedazos de papel, en forma de esculturas, en retablos, en partituras. Lo había buscado por décadas y finalmente había llegado. El trance terminó y ahí estaba yo, tirado en medio de un charco de sudor, con montones de cuadros y hojas y música y arte. Mis padres sonrieron. Pensaron que era una actividad inofensiva. Al fin estaba lejos del poder de las drogas; de las malditas drogas.

Si con un simple corte había desbocado mi creatividad sin usar una gota de droga (!tomen eso artistas drogadictos!) ¿qué podía lograr con un poco más? Averiguarlo merecía desentrañar un monstruo. Recuerdo haber intentado re presentar un sueño. ¿Era posible? Ahora parecía tener los medios para lograrlo. Recuerdo que fue una semana de enero, la primera por el frío que hacía que mis huesos dolieran de por sí. Mis padres estaban tomando el té en la sala de estar. Yo no podía soportar más la tentación. Ese era el día para averiguar si este método me permitiría hacer que quien viera mi arte se sintiera dentro de un sueño, en donde todo tiene un desorden ordenado; en donde la libertad no posee más límites que la improvisación; en donde la confusión resulta perfectamente comprensible.

Aquel día tomé el maletín de mi padre, especialmente aquel escalpelo. Realicé con mucha ilusión un primer corte. La misma bocanada de energía (¿quién necesita las drogas ahora?). Pinté con fuerza y con tenacidad. Intenté atrapar al monstruo, pero al salir del trance, lo que miré no alcanzaba a ser lo que tenía en la mente. Quizás un corte más, uno pequeño bastaría. Y así, lo que empezó con un corte, continuó con otro y otro y otro. Al principio eran unos milímetros; luego, varios centímetros a lo largo y a lo profundo. ¿El resultado? Obras que en otro momento las hubiera considerado majestuosas y que hoy eran feos garabatos; palabras sin sabor; música hueca. La desesperación se apoderó de mí, ¿era a caso que el monstruo se escaparía? No. Las drogas no servirían; mutilar mi cuerpo, sí.

Comencé a entrar en un trance suicida. A penas notaba mis brazos y piernas sangrantes. Sólo escuché el golpe de la puerta y el grito de mis padres. Aterrorizados miraban mi cuerpo lleno de heridas vivas, rayones de sangre que hablaban y trataban de exteriorizar lo inefable. Recuerdo haber caído en la batalla. El monstruo se alejaba y mis ojos se cerraron. Desperté en una cama de hospital. Abrí los ojos y ahí estaba el monstruo. De mi mente había salido al cuarto de hospital. Era la gran oportunidad para tomarlo, matarlo y mostrarlo al mundo. Maldito sueño, no se me escaparía otra vez. Otros habrían inhalado algo. Yo sólo necesitaba herir mi cuerpo. Quise moverme pero mis padres habían mandado que me ataran con correas. Enloquecí de ira. Traté de zafarme con violencia y sentí un dolor agudo en mis muñecas. ¡Gracias, padres!

Giré con fuerza bruta mis muñecas una y otra vez, sintiendo el duro cuero destrozar la carne, abriendo el camino para terminar con mi obsesión. Una, dos, tres, veinte, cien, mil veces; el dolor era tal que parecía suficiente. Pero mi mente me engañaba. Sentía chorros de sangre correr y aún así no era suficiente. Seguí girando las muñecas hasta que finalmente: el paraíso. Una corriente de electricidad hizo enmudecer al monstruo. Victoria, pensé. Libertad, sentí. Un torrente furioso me lanzó como un tigre ataca a su presa. Miré a mi presa y levanté los brazos para alcanzarla, pero mis muñones no eran suficientes. Éxtasis. Un pequeño estremecimiento me hizo voltear a ver mis muñones. Faltaban mis manos. Terror y de pronto, el miedo se convirtió en mi aliado. El gen lanzó una bomba atómica de sustancias. Tenía que alcanzar el sueño, sujetarlo y plasmarlo como fuera, como una canción o como un poema. No importaba.

Me abalancé sobre mi sueño y sentí un dolor punzante en mis tobillos. Era el mismo cuero de las muñecas. Y sabía qué hacer. Tallé como lo hice antes. Mientras aventaba mi sangre y miraba cómo poco a poco el monstruo parecía ceder. No era suficiente. Fue cuando sentí que mis pies se desprendían. Al fin era libre y con la suficiente carga como para alcanzar a mi presa. Me arrastré hacia él. Entoné un himno de valentía y honor. Ahora me sentía extasiado. ¿Cuándo una droga me iba a dar tanta felicidad? Y lancé con los pies, porque de las manos ya no podía, sangre y el monstruo se doblegaba más. Necesitaba más. ¡Una oreja! Más sangre para pintar paredes. ¡Otra oreja! Más sangre, más y más. Y de pronto, ante mis ojos, la luz. Mi sueño, ahí estaba. Había sometido y plasmado en el lugar aquel sueño, lleno de luz, lleno de olores, lleno de sonidos. Loco sería aquel que no mirara eso y no pensara en un sueño. Así es como debían re presentarse los sueños.

Mis padres entraron y estoy seguro que vieron el sueño. Su cara lo dijo todo. Les sonreí, aunque creo que me faltaban uno o dos dientes. "Miren, papás. No necesité drogas para llegar a ser el mejor artista del mundo de todos los tiempos. Miren, seguí su consejo y ahora soy feliz". Quise abrazarlos pero lloraba mi madre y mi padre intentaba ponerme de pie. Lo vi manchado con mi sangre. No entendía los llantos. No entendía la desesperación. "Padres, no use drogas, ¿porqué están enojados conmigo?" y poco a poco el frío se apoderó de mí. Caí y ahí estaba, frente a mi obra maestra. ¿Cuánto tiempo pude vivir sin conocer este secreto? No me hubiera importado dar la vida por conocerlo antes. "Madre, padre, no lloren que su hijo es feliz".

martes, 7 de febrero de 2012

Soñamos

12

Tener un hijo ha sido un vendaval. La cabeza me gira (estoy seguro que la de Beyoncé también) y todo me confunde. Es como si la vida nos hubiera cambiado de vuelco. Estaba con bebé Guillermo Tipaso, cuidándolo afuera del consultorio del doctor de Beyoncé. Mirábamos revistas, aunque realmente yo lo miraba a él. Recordé que a penas el día anterior lo había soñado. Ya estaba grande, quizás dos o tres años y me miraba con la curiosidad con la que busca los reflejos y las sombras de donde provienen las voces que lo acompañan. Caminábamos por espesas matas en un campo lleno de flores y pasto muy verde con un cielo muy abierto con un aire muy frío en un día muy negro. Recuerdo que charlábamos sobre mariposas y simios y de hecho las calles empedradas y las banquetas me recordaron a la última moda de mi colonia: podar los árboles sólo dejando las ramas pelonas, sin capacidad de regenerarse. Alguna mujer me dijo que así lo había visto en Chicago. Claro que olvidó pensar que en Chicago era invierno y que era normal que los árboles no tuvieran hojas. Pero ella logró convencer a miles de ciudadanos de podar sus árboles, permitiendo que sólo un puñado mantuviera tres o cuatro hojas. Están condenados, pensé, y en seguida le dije a bebé Guillermo Tipaso (en ese momento a niño Guillermo Tipaso) "debes pensar en tu misión". "¿Misión?". "Así es, todos tenemos una misión en la vida. Unos no la descubren jamás, otros, lo hacen pero prefieren engañarse y pensar que su misión es otra. Sólo un puñado descubre su misión y tiene el valor de enfrentarla".

Se abrió la puerta de golpe y ahí estaba Beyoncé. El médico se acercó a nosotros. "No quiero saberlo", murmuró bebé Guillermo Tipaso, completamente consciente de lo que vendría. Tristeza nubló nuestros ojos. Habían descubierto en Beyoncé lo que nadie quiere encontrar jamás. "Será mejor empezar a construir los recuerdos que nos unirán por siempre". Asentí mientras dos lágrimas rodaron por mis mejillas y, cayendo al suelo, se mezclaron con el pantano que todavía sostenía nuestros pies. Fue una tarde fría, a pesar del sol que nos abrazaba haciéndonos derretirnos en sudor. Comimos en silencio y todo fue pesar. Beyoncé no soportó más. "Vamos a reír". "Creo que es lo mejor". Salimos con bebé Guillermo Tipaso y vistamos lugares a los que nunca más volveríamos. Nos acordamos del futuro y supimos que por fin, cuando todo era brillante, tendríamos que saltar un obstáculo más.

Cuando Beyoncé durmió, yo quise despertar. "No quiero. No quiero. No quiero". Cerré los ojos. "Calma. Ella estará bien", murmuró Zenaida. Ah, Zenaida. Ahí estaba, con sus ojitos redondos y acariciando a mi gato, al buen Topo Gigo, quien asintió mientras ronroneaba. Extraño los ojos de Beyoncé. Bebé Guillermo Tipaso la extraña aún más. Dudo que se haya formado aún un recuerdo sobre ella pero quién soy yo para saber qué pasa en la cabeza de este hijo mío. "Beyoncé; qué terrible es la vida ahora que no estás aquí". Parece que estamos en un sueño. Sí. Es eso. Bebé Guillermo Tipaso y yo estamos en un sueño. Soñamos y sólo tenemos que ser pacientes para que Beyoncé nos llame con una caricia o con un coscorrón. Todo estará bien. Mientras despertamos, bebé Guillermo Tipaso y yo nos acurrucamos y nos cantamos para calmar nuestra soledad. Te extraño, Beyoncé.

domingo, 5 de febrero de 2012

Sueña


11

Bebé Guillermo Tipaso crece con rapidez. Ya lo decía yo, pronto podrá declamar y quizás dar un par de piruetas al mismo tiempo. Lo que me sorprendió verdaderamente fue lo que me contó Beyoncé. Hace a penas unos días que bebé Guillermo Tipaso está con nosotros y hemos constatado que hay algunas noches buenas, algunas malas y en ocasiones otras terribles. El viernes pasado acariciaba a Topo Gigo, mientras Beyoncé entraba en la habitación dirigiéndome la misma mueca de consentimiento y abnegación. "¿Cuándo dejarás de hacerlo?". "Me gusta hacerlo y a él también". Suspiró.

Beyoncé dejó a bebé Guillermo Tipaso en su cuna y se acostó junto a mí. El mes en que nació bebé Guillermo Tipaso ha sido uno muy frío. Dicen las noticias que los polos se han vuelto a congelar y que en muchos países del norte de Europa, los ríos se han petrificado, dejando de abastecer al mar. En nuestra casa, la escarcha se ha convertido en el nuevo pasto y tuve que comprar diecinueve calentadores para mantener la temperatura interior del cuarto a veintiséis grados. Procuramos que la temperatura no cambie, así que cuando Beyoncé me comentó por la mañana que la noche había sido particularmente fría, dude sobre la calidad de los calentadores. "Estoy asustada". Tomó aire. "Vi a una niña". El corazón le empezó a latir. "Se acercó al bebé". Esperó mi respuesta: nada. "Realmente me asusté. Se veía alegre pero me atemoricé...". "Por supuesto, era Zenaida", interrumpí. Me miró con indignación. "¡Era un fantasma!, yo la vi. Se veía angelical. Estaba contenta de ver a bebé Guillermo Tipaso. Pero era un fantasma". "Lo soñaste, Beyoncé, definitivamente fue un sueño".

Fue cuando recordé que aquella particular noche, bebé Guillermo Tipaso lloró mucho, mucho, mucho. Evidentemente Zenaida había ido a visitarnos, pero es claro que ella no podía haber lastimado a bebé Guillermo Tipaso. "Era un fantasma", me espetó Beyoncé, "me estás irritando bastante". Ahora, Beyoncé había visto un fantasma, que por supuesto había confundido con Zenaida. Estas noches con bebé Guillermo Tipaso han sido caóticas. Dormimos poco y estamos alerta. Es fácil que Beyoncé haya confundido a Zenaida con un fantasma. Hay veces en que entreabro los ojos y también veo miles de figuritas alrededor de bebé Guillermo Tipaso y después, en la vigilia, caigo en la cuenta de que son los reflejos de las estrellas con las que sueña mi hijo.

El día de hoy, el sueño de Beyoncé la llevó a comprar varias medallas, las cuales colgó por toda la casa. Zenaida está junto a mí y me pregunta constantemente el porqué del enojo de Beyoncé. "Tienes que entender que es nuestro hijo y muchas veces a los papás no nos gusta que nuestros bebés lloren". Zenaida entonces se hizo un ovillo junto a Topo Gigo. "¿No crees que exageras? Si tan sólo hablaras con Zenaida sería más...". "¡Zenaida! ¡Zenaida! ¡Zenaida! ¿No tienes otra cosa que decir, otra cosa, otras cosa?". "Pero, Beyoncé, Zenaida...". "Deja tus fantasmas ya. Estamos hablando de nuestro hijo". "Pero, Beyoncé, fue un sueño, todo fue un sueño, no había fantasma, fue un sueño". "¿Sueños? En sueños vives. Ya debes despertar". Y salió corriendo, azotando la puerta.

Regresó dos horas más tarde. No volví a tocar el tema del fantasma. A veces, definitivamente siento una presencia juguetona. Quizás la niña. Pero entonces veo a Zenaida sentada junto a bebé Guillermo Tipaso y acariciando a Topo Gigo. Hoy hablaré con Beyoncé. No me gusta su apariencia demacrada. Es cierto que estos días nos han desgastado mucho, pero siento que hay algo más en sus ojos. Por lo pronto, se ve más tranquila, pues las medallas han hecho que Zenaida no se acerque más a bebé Guillermo Tipaso, quien, por cierto ha dormido como un bebé. Zenaida llora mucho y en ocasiones despierta a Beyoncé, quien se sobresalta y mira para todos lados en la gélida habitación, buscando entre las sombras la cara de la niña, pero al parecer no la ve. Entonces, esperando a que Beyoncé vuelva a acostarse, me encamino con Zenaida y la consuelo. Eso hice esta noche y lo que me dijo me dio un vuelco en el corazón. "Es tiempo que te despidas. Pronto vas a despertar". No sé qué quiso decir, pero definitivamente me dio mucho miedo. No quiero despertar.

sábado, 4 de febrero de 2012

Sueñas


10

Bebé Guillermo Tipaso nació un 11 de enero. Recuerdo que era un día frío pero muy bonito, con el cielo azul, azul; un cielo que se distinguió del resto de los de enero, como un zafiro entre piedritas de carbón. Beyoncé me marcó para decirme que no me preocupara, pues ya estaba en el hospital a punto de dar a luz. No me preocupé. Simplemente tomé mis cosas y salí con paso decidido ante la mirada estupefacta de mis jefes, quienes segundos después continuaron con sus aburridas cuentas. Recuerdo que días antes había tenido una tremenda gripe. Estuve tirado por lo menos dos, con temperaturas de 40 o 45 grados. De hecho, imaginé que moriría derretido antes de poder ver los ojos de mi hijo. Zenaida me cuidó muy bien al igual que Beyoncé, a quien pedí con un dolor en el corazón que no se me acercara mucho pues estaba embarazada. Topo Gigo, mi fiel gato, también ayudó, aunque a ciencia cierta dudo que me ayudara el que estuviera echado a mis pies pues la temperatura no cesaba. Le dije a Zoraida, "quita a Topo Gigo", y sólo meneó la cabeza, "tío, estás alucinando" y después miró a Topo Gigo haciendo un pacto tácito.

Ese día, el día en que bebé Guillermo Tipaso nació, la gripe se me cortó de un golpe. De pronto ya no sentí el malestar que me acompañó todo el día. Tomé mi bicicleta y después de dieciseis baches y dos cráteres (hoy en día, los baches y los cráteres de la ciudad son importantes para medir distancias y dar indicaciones, de hecho, el gobierno de la ciudad ya ha dedicado horas de sus asambleístas para dar nombres a los baches más memorables, y vaya que hay competencia) llegué al hospital. Ahí estaba yo, esperando, envuelto en una capa negra, con un bufandón gris y una gorra de "Cementos Tlaxcala". Pasé entre los cuartos y todos me miraban y me felicitaban con los ojos. Todos sabían que ese día había nacido el niño más hermoso del mundo. De hecho, cuentan que las 20:20 fue el horario reservado para que ningún otro niño o niña naciera en el mundo. Eso yo no lo creo, pero así lo indican varios biógrafos de bebé Guillermo Tipaso.

Recuerdo muy bien su carita. Me miró y nos volvimos confidentes inseparables, miembros de una cofradía exclusiva a la que sólo tenía acceso Beyoncé y en donde de vez en vez se escabullía Topo Gigo, tal y como lo hacía en mis sueños y en mi vigilia. Recuerdo haber pensado que el mundo se había detenido y que había visto crecer a bebé Guillermó Tipaso. Sólo su llanto rompió el encanto y Beyoncé me apuró para que lo acercara al seno materno. Nunca había visto a un bebé comer tanto. Comió por horas. Había veces que dormía y seguía comiendo. Pronto, creció lo suficiente para salir caminando del hospital, pero el protocolo del nosocomio nos lo impedía y tuvimos que salir con un bebé de 53 centímetros y 3 kilos cargando, ¿se había visto algo similar en algún lado? A la edad de 50 centímetros y 2900 gramos, hay bebés que ya saltan vallas y rompen marcas mundiales y en mi país me pedían que saliera con mi bebé cargándolo. Sólo lo hicimos para evitar multas por omisiones. Yo simplemente no quería que esto fuera un sueño y que fuera a despertar en cualquier momento.

Por instantes me recordé a la edad de diez años. Mi abuela materna había muerto. Recuerdo que veía instantes, como si todo se hubiera detenido y el motor de la vida intentara recuperar su constante caminar y mi mente se lo impidiera. Recuerdo negros y colores de cirios. Recuero a mi abuela en el centro, en un gabinete de cedro preciosísimo. "No te gustaría que tu viejita se fuera en esta tumba", pregunto una tía, y mi abuelo, demasiado aturdido, no pudo decir que no, aunque a mi abuela realmente no le importara viajar dentro de un árbol muerto. Recuerdo haber pensado que era un sueño. "Esto es un sueño, sólo tengo que despertar". Y pasó un día y otro y otro más y nunca desperté, por lo que llegué a temer que no había sido un sueño y a la distancia comenzaba a dudar si quería mantener mi deseo de despertar, pues había vivido ya muchas cosas bellas. El día de hoy es uno de esos momentos que no quisieran que desaparecieran mientras abro los ojos en mi cama mientras mi madre me sugiere que me despierte para ir al colegio. Hoy naciste, bebé Guillermo Tipaso y el mundo no volverá a ser igual.

Topo Gigo se acurrucó en mis rodillas mientras veía a Beyoncé, con su incansable sonrisa, dar pecho a bebé Guillermo Tipaso, después de estar, los dos, exhaustos y deseosos de que llegara un nuevo día para ver crecer a nuestro hijo. Parece que Zenaida lo está disfrutando por igual. No quiero despertar, no quiero despertar...

Foto tomada por: Carolina Cázares-Montañez