La voz de alarma cundió. Los remolinos ensartaron a los atemorizados peces. Los escapes eran angostos y pequeños, tan estrechos como la mente y la intuición de los protagonistas, que en su afán de olvidar su vida por colgarse unos cuantos tragos, terminaron inmortalizando su irresponsabilidad. Los policías catearon; el anfitrión voceó y los asistentes murieron. Todo como estaba en el plan. Pero llegaron los medios, esos medios de los que yo no me esperaba más que una nota en la sección sensacionalista. Y entonces la borrasca se incendió con flashes y con preguntones y con cámaras que robaban fotones a los que apenas respiraban. Por ahí uno de los camarógrafos no se decidía en el encuadre; tuve que sugerirle una buena toma para que, la historia tuviera más vivacidad. Hasta aquí pensé que mi obra había sido un hito, un parte aguas... no había más.

Pero entonces, la pregunta que haría de mi trabajo algo trascendente, quizás no para todo el mundo, pero si para el mundo de algunos cuantos: ¿de quién fue la culpa? Ahora los locutores de radio (amo a Julieta, siempre tan sagaz en sus comentarios; amo a los humanos, siempre listos para culparse unos a otros, confundidos en un mar de mentiras y falacias) lanzan la pregunta más con ganas de señalar que de indagar. ¿Fue el dueño del lugar quien, al informar sobre el operativo, el que causó la catástrofe (no pensaba que pudiera ser conocido como catástrofe, pero gracias a los medios y su hambre ahora mi travesura se transformó)? ¿Fue la policía que cometió irregularidades? ¿Quién tuvo la culpa de la muerte de los pobrecitos que estaban alcoholizándose?
Cualquiera de las respuestas llevará a un culpable que cargará con el martirio (y mi dicha) por un largo rato en la cabeza. Pero no se dan cuenta (y más me vale que no se den, a modo de poder seguir realizando cosas tan maravillosas) de que la culpa no fue ni de uno ni de otro. Los únicos culpables de lo que ocurrió ahí fueron los propios protagonistas. Ahí está lo delicioso de eso. Sus mentes huecas, llenas de preguntas, de miedos, de confusión, de ilusiones falsas, de quimeras, de fanatismos, de engaños, son lugares perfectos para que el susurro de mi voz se anide y los invite a la "diversión". Por que fueron ellos quienes decidieron ir a embriagarse, a pesar de sus edades. Nadie los llevó, ni siquiera yo, pues sólo lo sugerí. Fueron ellos quienes estaban cometiendo un acto indebido. Ergo, fueron ellos quienes cavaron su tumba.

1 comentario:
Hoy me llamó mi papá asustado: ¿todo bien Gorda?, sorprendida me dejó su pregunta y entonces me lo contó: que en ese lugar se habían reunido estudiantes de un CEBETyS (o algo así) para festejar su fin de curso... Triste, acabó en tragedia. Mientras sigan haciendo dobles pisos, más antros, más autos, más niñoss, más de todo en una pobre ciudad que se tambalea en la miseria y la corrupción: poco podrá hacerse.
un beso
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