Hace unos días, un amigo llegó conmigo y me dijo en un tono bastante envidioso, "¿has visto? ahora todos tienen una cara de metro". Yo no pude evitar sorprenderme y, quizás, sonrojarme un poco. No siempre escuchas por terceras personas lo bien que haces tu trabajo, y cuando un amigo, con el que jamás platicaba proyecto alguno, me decía que "todos tienen una cara de guerra", era cosa para celebrar. Modestia aparte, debo confesar que soy un poco jactancioso, lo que algunos confunden con un espíritu falsamente egocéntrico.
En fin, antes de poder celebrar a gusto, tenía que verificar que efectivamente todos tuvieran esa cara de guerra de la que hablaba mi amigo. Por tal, me encaminé hacia el metro más cercano. Hacía cientos de años -en verdad eran cientos de años- que no pisaba un lugar así, desde aquél día lejano de 1863. Mi primera impresión fue estar en casa. Sentir el calor sofocante que se acrecentaba mientras descendías más y más. Después, vino la satisfacción total. Lo dicho por mi amigo no era más que la pura verdad. La gente que miraba a mi alrededor tenía la cara de guerra; una muralla alta y temible; una barrera para defender el poco espacio que le queda para ellos mismos; un rostro impertérrito e inescrutable; todos se volvieron una masa, un todo gris; no hay cabida para el flirteo, para la sonrisa, para intercambiar un gesto vivo. La cara de metro invadió a todos... bueno a casi todos. Sólo la compañía puede destruir esa cara de metro. Sólo estar con uno o varios conocidos puede hacer que cualquiera abandone rápidamente su cara de metro y se esconda, porque siempre se esconden, en la confianza y en las risas. Pero algún día su faz volverá a ser inexpresiva y yo volveré a triunfar sobre ellos, porque volverán a mostrar su cara de metro.
Muchos de mis compañeros, amigos entrañables, creyeron que no podría hacer infelices a los hombres. Yo me pongo mi máscara para ocultar la felicidad, haber ganado una apuesta así no es fácil y menos mantener un ritmo tan vertiginoso. La cara de metro ha triunfado y nadie se atreve a socializar, a mostrar su lado humano, no mientras estén en mis dominios, en lo que yo inventé. No ocultaré que mi secreto fue un intercambio: muévanse a donde quieran, pero regálenme su cara de metro. Son como muertos caminando, en una eterna introspección. Pocos logran esquivar mi gran veneno: la cara de metro. En fin, salí del subterráneo sonriente, radiante y renovado. Regresé con mi amigo y ahora sí, sin miedo a ufanarme le dije, "efectivamente lo conseguí". Todos deben ensayar su cara de metro para enfrentarse al extraño, para evitar que se burle de su delicadeza, de su fragilidad, para evitar que llegue más allá y termine por vulnerar, vulnerándose. Ustedes, ¿ya tienen su cara de metro? ¡Muéstrenme su cara de metro!
1 comentario:
la "cara de metro" empeora cada dia 28 del mes jajajajaj
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