Cada vez que estoy con alguna persona, mucho mayor que yo, tanto en experiencia como en edad, para que me dé algunas lecciones sobre finanzas, empresas, negocios, contabilidad y demás cosas que sólo le importan a las personas vanas y superficiales, me doy cuenta de que por alguna extraña razón, todos concuerdan en un punto, muy interesante por cierto. El ejemplo que, invariablemente ponen (a pesar de que todas las circunstancias, los rayos, el destino, los números de fibonacci o al temor más oculto que ustedes puedan albergar en sus entrañas, y que un buen día saldrá para comérselos a pedacitos, como en una tertulia de mujeres añejas contando chismes inventados por sus seniles mentes... ajajajajajajajjajajajaJAJAJAJAJAJAJAJAJA) decía, el ejemplo que invariablemente ponen ese el de una de las empresas más famosas de todos los tiempos: patito sa de cv.
¿Por qué? Sé que viene de que algo es marca patito, o sea que está chafa. Pero, ¿de dónde sale? ¿Quién diablos estableció que algo patito es algo chafa? ¿Y por qué, si es chafa, prefieren denostarla antes que intentar rescatarla de los algoritmos del limbo y la indiferencia? Patito SA... ¿Qué diablos quiere decir eso? Si alguien sabe, por favor, dígamelo...
En fin, decía que he tomado algunos cursos de superación personal, y no precisamente de esos que te ayudan a ser optimista y saber que la cloaca en la que vives es la cloaca más hermosa de todas las cloacas del país. Hablo de superación en serio, negocios, bisne como dicen los valedores (me incluyo por supuesto). En fin, después de casi un mes en esta capacitación, sólo puedo decir una cosa: nosotros, los jóvenes que estamos por los 22 a 25 años, tenemos en nuestras manos algo que nadie más, ni siquiera nosotros en unos años, tendremos jamás de nuevo(a menos de que nuestro niño interno no muera asfixiado entre los escombros de nuestros fracasos); me refiero a los sueños. Somos fábricas de sueños, que podrán cristalizarse en burdas materializaciones o en nostálgicos recuerdos, pero que jamás volverán a ser como fueron. Así que, brindo por los sueños que nos despiertan ante lo que no es y quizás, jamás será...
(link de la foto)
jueves, 26 de junio de 2008
miércoles, 25 de junio de 2008
Buscando a Shoun
Podrá parecer inventado, pero sucedió. Mientras escuchaba las clases de contabilidad, mi celular recibió un mensaje de la Cosquita: "Shoun ha desaparecido. No lo he visto desde la mañana". Esperé a que llegara el descanso de medio tiempo que nos dan en la capacitación y en seguida me volqué al teléfono para comunicarme con ella. Lo confirmé, efectivamente el buen Shoun había desaparecido. Shoun, para los que no lo saben, es uno de los dos gatitos que Cosquita tuvo a bien adoptar de parte de Lichita y Conrado. No, nos son sus hijos directos, sino de su gata, y sí, son (o eran) hijos adoptivos. En fin, a este Shoun, apodado también el gordito, lo caracterizan varias cosas. No puede dejar de husmear la comida ajena, aunque ya haya saciado su hambre con croquetas; es bastante perezoso; suele no ser aventurero y tiene unos pelos muy coquetos que le salen de las orejitas.
En fin, ya dado el preámbulo, pasemos a lo barrido. Shoun desparació. La Cosquita dice que la última vez que los miró, estaba afuera de la puerta, junto a su hermano, Henma, echados como la costumbre lo indicaba. ¿Después? Ya no supimos. Ella se dedicó a vaciar su automóvil y antes de salir para hacer sus que haceres, miró que Henma subía del jardín. ¿Conclusión? El gordito seguro iba atrás de él. Regresó y cuál fue su sorpresa al ver a Henma pero no a Shoun. Primer indicio de que algo andaba mal, pues nunca estaban separados. Iniciaron las averiguaciones y, tras buscar exhaustivamente en el jardín, en la casita, y en los agujeros más recónditos, lograron encontrar harto polvo, pero nada de Shoun. El Stan, perro guardián, bonachón y amante de los gatos (como una delicia culinaria más que otra cosa) seguía con su mirada atenta y vigía hacia el jardín. ¿Era posible que todavía estuviera en el jardín y que el buen Tony y la buena Cosquita ni el buen Henman lo hubieran localizado? ¿Se lo habría almorzado el Stan? ¿Habría caído a alguna de las casas aledañas, cosa que, de ser cierta nos conduciría a la pregunta de si seguiría con vida? ¿Se habría dormido para siempre en un nido oculto y tenebroso? ¿O a caso, se habría salido por la puerta, movido por la curiosidad, sobrepasando su cobardía innata y cayendo en las redes de la confusión de un gatito que no rebasa los 4 meses?
Así inició uno de los operativos en busca de un gatito más grande de toda Bellavista. Cosquita me envió el volante que imprimí para después sacar copias (50 para ser exactos) y una cinta adhesiva que, dicho sea de paso, tenía el adhesivo más jodido que nada. En fin. Llegué a casa de la Cosquita e empezamos a pegar los letreros, algunos en las partes más externas de la privada (pues cabía la sospecha que, por augurios extraños, Shoun estuviera en manos de algún chiquillo vándalo, próximo a perder sus ojitos, sus patitas o cualquier extremidad, ya ven cómo son los niños de ahora) y el resto en todas y cada una de las casas de la privada. Recorrimos lugares insospechados, nos enfrentamos con perros ariscos, caminamos empinadas cuestas y, sonando un cascabel para ver si el buen Shoun aparecía, exploramos los rincones del lugar del crimen. Encontramos pocas señales y muchos gatos que no eran como el gordito.
Lo debo confesar. Me invadió una gran tristeza. El buen Shoun es un gato que por alguna razón ha establecido una buena amistad conmigo. Perderlo era un golpe duro, sobre todo después de que Eke había emprendido la marcha sin retorno a penas una semana atrás. En fin, con un sentimiento más azul y gris que el cielo (que por cierto, se había aguantado las ganas de llorar, aunque, viendo la situación, comenzaba a soltar sus primeras lágrimas), me salí al balcón a intentar ver si, por algún rincón salía el perezoso Shoun, o por lo menos podía identificar su frío cuerpecillo. Cosqui me acompañó. Empezamos a platicar. Henma, achicopalado por la pérdida de su hermano, salió para sentirse menos solos. La plática se hizo una trenza cálida que envolvía nuestros corazones ante la inminente pérdida; entonces lo que todos sabemos que pasó. De entre las ramas de una enredadera salió la cabecita de un gato. "Miau", fue su palabra, y el Henma, la Cosqui y yo volteamos. Era el Shoun que se encontraba atorado entre las ramas.
Corrimos al jardín y lo rescatamos. El pobre tenía hambre y estaba más asustado que nada. A poco estuvo de estarse ahí por siempre. Ya más calmados, nos dimos cuenta de lo que había pasado. El Stan siempre tuvo la razón. Seguramente le madrugó al Shoun y éste, incapaz de hacer otra cosa, se trepó como loco a la enredadera y ahí estuvo hasta la tarde, cuando las tripas le ganaron a cualquier otra cosa. Ahí estaba el Stan, mirando la enredadera, esperando a que el buen Shoun bajara para volver a intentar su captura. Por suerte lo descubrimos a tiempo, antes de que el Stan lo cenara o de que sus patitas le fallar y cayera irremediablemente al suelo, partiéndose los ya de por sí partidos bigotes. Ahora estoy más contento, contento de que esta búsqueda tuvo un final feliz.
En fin, ya dado el preámbulo, pasemos a lo barrido. Shoun desparació. La Cosquita dice que la última vez que los miró, estaba afuera de la puerta, junto a su hermano, Henma, echados como la costumbre lo indicaba. ¿Después? Ya no supimos. Ella se dedicó a vaciar su automóvil y antes de salir para hacer sus que haceres, miró que Henma subía del jardín. ¿Conclusión? El gordito seguro iba atrás de él. Regresó y cuál fue su sorpresa al ver a Henma pero no a Shoun. Primer indicio de que algo andaba mal, pues nunca estaban separados. Iniciaron las averiguaciones y, tras buscar exhaustivamente en el jardín, en la casita, y en los agujeros más recónditos, lograron encontrar harto polvo, pero nada de Shoun. El Stan, perro guardián, bonachón y amante de los gatos (como una delicia culinaria más que otra cosa) seguía con su mirada atenta y vigía hacia el jardín. ¿Era posible que todavía estuviera en el jardín y que el buen Tony y la buena Cosquita ni el buen Henman lo hubieran localizado? ¿Se lo habría almorzado el Stan? ¿Habría caído a alguna de las casas aledañas, cosa que, de ser cierta nos conduciría a la pregunta de si seguiría con vida? ¿Se habría dormido para siempre en un nido oculto y tenebroso? ¿O a caso, se habría salido por la puerta, movido por la curiosidad, sobrepasando su cobardía innata y cayendo en las redes de la confusión de un gatito que no rebasa los 4 meses?
Así inició uno de los operativos en busca de un gatito más grande de toda Bellavista. Cosquita me envió el volante que imprimí para después sacar copias (50 para ser exactos) y una cinta adhesiva que, dicho sea de paso, tenía el adhesivo más jodido que nada. En fin. Llegué a casa de la Cosquita e empezamos a pegar los letreros, algunos en las partes más externas de la privada (pues cabía la sospecha que, por augurios extraños, Shoun estuviera en manos de algún chiquillo vándalo, próximo a perder sus ojitos, sus patitas o cualquier extremidad, ya ven cómo son los niños de ahora) y el resto en todas y cada una de las casas de la privada. Recorrimos lugares insospechados, nos enfrentamos con perros ariscos, caminamos empinadas cuestas y, sonando un cascabel para ver si el buen Shoun aparecía, exploramos los rincones del lugar del crimen. Encontramos pocas señales y muchos gatos que no eran como el gordito.
Lo debo confesar. Me invadió una gran tristeza. El buen Shoun es un gato que por alguna razón ha establecido una buena amistad conmigo. Perderlo era un golpe duro, sobre todo después de que Eke había emprendido la marcha sin retorno a penas una semana atrás. En fin, con un sentimiento más azul y gris que el cielo (que por cierto, se había aguantado las ganas de llorar, aunque, viendo la situación, comenzaba a soltar sus primeras lágrimas), me salí al balcón a intentar ver si, por algún rincón salía el perezoso Shoun, o por lo menos podía identificar su frío cuerpecillo. Cosqui me acompañó. Empezamos a platicar. Henma, achicopalado por la pérdida de su hermano, salió para sentirse menos solos. La plática se hizo una trenza cálida que envolvía nuestros corazones ante la inminente pérdida; entonces lo que todos sabemos que pasó. De entre las ramas de una enredadera salió la cabecita de un gato. "Miau", fue su palabra, y el Henma, la Cosqui y yo volteamos. Era el Shoun que se encontraba atorado entre las ramas.
Corrimos al jardín y lo rescatamos. El pobre tenía hambre y estaba más asustado que nada. A poco estuvo de estarse ahí por siempre. Ya más calmados, nos dimos cuenta de lo que había pasado. El Stan siempre tuvo la razón. Seguramente le madrugó al Shoun y éste, incapaz de hacer otra cosa, se trepó como loco a la enredadera y ahí estuvo hasta la tarde, cuando las tripas le ganaron a cualquier otra cosa. Ahí estaba el Stan, mirando la enredadera, esperando a que el buen Shoun bajara para volver a intentar su captura. Por suerte lo descubrimos a tiempo, antes de que el Stan lo cenara o de que sus patitas le fallar y cayera irremediablemente al suelo, partiéndose los ya de por sí partidos bigotes. Ahora estoy más contento, contento de que esta búsqueda tuvo un final feliz.
sábado, 21 de junio de 2008
¿Quién fue?
Ayer la cosa explotó. Miles salieron sacudidos por el miedo; por el miedo a ser señalados y las consecuencias que esto atraería. La fiesta era buena y como siempre, como siempre la música se convertía en sangre y licuaba los residuos tóxicos. No todos se la pasaban también, y viceversa. La chota estaba entre todos; hay quien indica que uno de ellos llevaba su medicina para hacer su agosto. Uno nunca termina por saber qué pasa en estas situaciones, puesto que mi trabajo termina cuando los demás inician las acciones. Yo sólo pongo las piezas en su lugar. Era de noche y entonces, sólo faltaba la chispa, pues el comburente y el combustible estaban ahí, listas para incendiar personas... nunca imaginé que mi estrategia rompiera mis más insospechadas ilusiones.
La voz de alarma cundió. Los remolinos ensartaron a los atemorizados peces. Los escapes eran angostos y pequeños, tan estrechos como la mente y la intuición de los protagonistas, que en su afán de olvidar su vida por colgarse unos cuantos tragos, terminaron inmortalizando su irresponsabilidad. Los policías catearon; el anfitrión voceó y los asistentes murieron. Todo como estaba en el plan. Pero llegaron los medios, esos medios de los que yo no me esperaba más que una nota en la sección sensacionalista. Y entonces la borrasca se incendió con flashes y con preguntones y con cámaras que robaban fotones a los que apenas respiraban. Por ahí uno de los camarógrafos no se decidía en el encuadre; tuve que sugerirle una buena toma para que, la historia tuviera más vivacidad. Hasta aquí pensé que mi obra había sido un hito, un parte aguas... no había más.
Pero entonces, la pregunta que haría de mi trabajo algo trascendente, quizás no para todo el mundo, pero si para el mundo de algunos cuantos: ¿de quién fue la culpa? Ahora los locutores de radio (amo a Julieta, siempre tan sagaz en sus comentarios; amo a los humanos, siempre listos para culparse unos a otros, confundidos en un mar de mentiras y falacias) lanzan la pregunta más con ganas de señalar que de indagar. ¿Fue el dueño del lugar quien, al informar sobre el operativo, el que causó la catástrofe (no pensaba que pudiera ser conocido como catástrofe, pero gracias a los medios y su hambre ahora mi travesura se transformó)? ¿Fue la policía que cometió irregularidades? ¿Quién tuvo la culpa de la muerte de los pobrecitos que estaban alcoholizándose?
Cualquiera de las respuestas llevará a un culpable que cargará con el martirio (y mi dicha) por un largo rato en la cabeza. Pero no se dan cuenta (y más me vale que no se den, a modo de poder seguir realizando cosas tan maravillosas) de que la culpa no fue ni de uno ni de otro. Los únicos culpables de lo que ocurrió ahí fueron los propios protagonistas. Ahí está lo delicioso de eso. Sus mentes huecas, llenas de preguntas, de miedos, de confusión, de ilusiones falsas, de quimeras, de fanatismos, de engaños, son lugares perfectos para que el susurro de mi voz se anide y los invite a la "diversión". Por que fueron ellos quienes decidieron ir a embriagarse, a pesar de sus edades. Nadie los llevó, ni siquiera yo, pues sólo lo sugerí. Fueron ellos quienes estaban cometiendo un acto indebido. Ergo, fueron ellos quienes cavaron su tumba.
Pero eso no lo comprenderán los hombres jamás, y eso me da caminos a mí para seguir divirtiéndome. Mientras no acepten sus culpas y las achaquen a alguien o a algo más, siempre seguirán cayendo con facilidad y la turbulencia seguirá alimentándome. Mientras sus críticas sean para denostar al otro en vez de cerrarme los caminos, yo seguiré danzando bajos sus escaleras de papel. Mientras su irresponsabilidad florezca, será el humus en donde pondré mis huevecillos y mis larvas saldrán para comerse sus esperanzas y sus sesos. Mientras los hombres sigan confundidos, dentro del laberinto de espejos que construí, donde su libertad se les presente deforme; mientras sus caminos sigan orientados hacia el error (dirigir las miradas a "Dios" es igual de erróneo que dirigirlas a un pedazo de cal; pues su mirada se centra, cuando deberían de expandirla) yo estaré ahí para "corregirlos". Mientras el trauma de su enana estatura los ciegue, yo les enseñaré mi grandeza.
La voz de alarma cundió. Los remolinos ensartaron a los atemorizados peces. Los escapes eran angostos y pequeños, tan estrechos como la mente y la intuición de los protagonistas, que en su afán de olvidar su vida por colgarse unos cuantos tragos, terminaron inmortalizando su irresponsabilidad. Los policías catearon; el anfitrión voceó y los asistentes murieron. Todo como estaba en el plan. Pero llegaron los medios, esos medios de los que yo no me esperaba más que una nota en la sección sensacionalista. Y entonces la borrasca se incendió con flashes y con preguntones y con cámaras que robaban fotones a los que apenas respiraban. Por ahí uno de los camarógrafos no se decidía en el encuadre; tuve que sugerirle una buena toma para que, la historia tuviera más vivacidad. Hasta aquí pensé que mi obra había sido un hito, un parte aguas... no había más.
Pero entonces, la pregunta que haría de mi trabajo algo trascendente, quizás no para todo el mundo, pero si para el mundo de algunos cuantos: ¿de quién fue la culpa? Ahora los locutores de radio (amo a Julieta, siempre tan sagaz en sus comentarios; amo a los humanos, siempre listos para culparse unos a otros, confundidos en un mar de mentiras y falacias) lanzan la pregunta más con ganas de señalar que de indagar. ¿Fue el dueño del lugar quien, al informar sobre el operativo, el que causó la catástrofe (no pensaba que pudiera ser conocido como catástrofe, pero gracias a los medios y su hambre ahora mi travesura se transformó)? ¿Fue la policía que cometió irregularidades? ¿Quién tuvo la culpa de la muerte de los pobrecitos que estaban alcoholizándose?
Cualquiera de las respuestas llevará a un culpable que cargará con el martirio (y mi dicha) por un largo rato en la cabeza. Pero no se dan cuenta (y más me vale que no se den, a modo de poder seguir realizando cosas tan maravillosas) de que la culpa no fue ni de uno ni de otro. Los únicos culpables de lo que ocurrió ahí fueron los propios protagonistas. Ahí está lo delicioso de eso. Sus mentes huecas, llenas de preguntas, de miedos, de confusión, de ilusiones falsas, de quimeras, de fanatismos, de engaños, son lugares perfectos para que el susurro de mi voz se anide y los invite a la "diversión". Por que fueron ellos quienes decidieron ir a embriagarse, a pesar de sus edades. Nadie los llevó, ni siquiera yo, pues sólo lo sugerí. Fueron ellos quienes estaban cometiendo un acto indebido. Ergo, fueron ellos quienes cavaron su tumba.
Pero eso no lo comprenderán los hombres jamás, y eso me da caminos a mí para seguir divirtiéndome. Mientras no acepten sus culpas y las achaquen a alguien o a algo más, siempre seguirán cayendo con facilidad y la turbulencia seguirá alimentándome. Mientras sus críticas sean para denostar al otro en vez de cerrarme los caminos, yo seguiré danzando bajos sus escaleras de papel. Mientras su irresponsabilidad florezca, será el humus en donde pondré mis huevecillos y mis larvas saldrán para comerse sus esperanzas y sus sesos. Mientras los hombres sigan confundidos, dentro del laberinto de espejos que construí, donde su libertad se les presente deforme; mientras sus caminos sigan orientados hacia el error (dirigir las miradas a "Dios" es igual de erróneo que dirigirlas a un pedazo de cal; pues su mirada se centra, cuando deberían de expandirla) yo estaré ahí para "corregirlos". Mientras el trauma de su enana estatura los ciegue, yo les enseñaré mi grandeza.
jueves, 19 de junio de 2008
Cara de metro
Hace unos días, un amigo llegó conmigo y me dijo en un tono bastante envidioso, "¿has visto? ahora todos tienen una cara de metro". Yo no pude evitar sorprenderme y, quizás, sonrojarme un poco. No siempre escuchas por terceras personas lo bien que haces tu trabajo, y cuando un amigo, con el que jamás platicaba proyecto alguno, me decía que "todos tienen una cara de guerra", era cosa para celebrar. Modestia aparte, debo confesar que soy un poco jactancioso, lo que algunos confunden con un espíritu falsamente egocéntrico.
En fin, antes de poder celebrar a gusto, tenía que verificar que efectivamente todos tuvieran esa cara de guerra de la que hablaba mi amigo. Por tal, me encaminé hacia el metro más cercano. Hacía cientos de años -en verdad eran cientos de años- que no pisaba un lugar así, desde aquél día lejano de 1863. Mi primera impresión fue estar en casa. Sentir el calor sofocante que se acrecentaba mientras descendías más y más. Después, vino la satisfacción total. Lo dicho por mi amigo no era más que la pura verdad. La gente que miraba a mi alrededor tenía la cara de guerra; una muralla alta y temible; una barrera para defender el poco espacio que le queda para ellos mismos; un rostro impertérrito e inescrutable; todos se volvieron una masa, un todo gris; no hay cabida para el flirteo, para la sonrisa, para intercambiar un gesto vivo. La cara de metro invadió a todos... bueno a casi todos. Sólo la compañía puede destruir esa cara de metro. Sólo estar con uno o varios conocidos puede hacer que cualquiera abandone rápidamente su cara de metro y se esconda, porque siempre se esconden, en la confianza y en las risas. Pero algún día su faz volverá a ser inexpresiva y yo volveré a triunfar sobre ellos, porque volverán a mostrar su cara de metro.
Muchos de mis compañeros, amigos entrañables, creyeron que no podría hacer infelices a los hombres. Yo me pongo mi máscara para ocultar la felicidad, haber ganado una apuesta así no es fácil y menos mantener un ritmo tan vertiginoso. La cara de metro ha triunfado y nadie se atreve a socializar, a mostrar su lado humano, no mientras estén en mis dominios, en lo que yo inventé. No ocultaré que mi secreto fue un intercambio: muévanse a donde quieran, pero regálenme su cara de metro. Son como muertos caminando, en una eterna introspección. Pocos logran esquivar mi gran veneno: la cara de metro. En fin, salí del subterráneo sonriente, radiante y renovado. Regresé con mi amigo y ahora sí, sin miedo a ufanarme le dije, "efectivamente lo conseguí". Todos deben ensayar su cara de metro para enfrentarse al extraño, para evitar que se burle de su delicadeza, de su fragilidad, para evitar que llegue más allá y termine por vulnerar, vulnerándose. Ustedes, ¿ya tienen su cara de metro? ¡Muéstrenme su cara de metro!
En fin, antes de poder celebrar a gusto, tenía que verificar que efectivamente todos tuvieran esa cara de guerra de la que hablaba mi amigo. Por tal, me encaminé hacia el metro más cercano. Hacía cientos de años -en verdad eran cientos de años- que no pisaba un lugar así, desde aquél día lejano de 1863. Mi primera impresión fue estar en casa. Sentir el calor sofocante que se acrecentaba mientras descendías más y más. Después, vino la satisfacción total. Lo dicho por mi amigo no era más que la pura verdad. La gente que miraba a mi alrededor tenía la cara de guerra; una muralla alta y temible; una barrera para defender el poco espacio que le queda para ellos mismos; un rostro impertérrito e inescrutable; todos se volvieron una masa, un todo gris; no hay cabida para el flirteo, para la sonrisa, para intercambiar un gesto vivo. La cara de metro invadió a todos... bueno a casi todos. Sólo la compañía puede destruir esa cara de metro. Sólo estar con uno o varios conocidos puede hacer que cualquiera abandone rápidamente su cara de metro y se esconda, porque siempre se esconden, en la confianza y en las risas. Pero algún día su faz volverá a ser inexpresiva y yo volveré a triunfar sobre ellos, porque volverán a mostrar su cara de metro.
Muchos de mis compañeros, amigos entrañables, creyeron que no podría hacer infelices a los hombres. Yo me pongo mi máscara para ocultar la felicidad, haber ganado una apuesta así no es fácil y menos mantener un ritmo tan vertiginoso. La cara de metro ha triunfado y nadie se atreve a socializar, a mostrar su lado humano, no mientras estén en mis dominios, en lo que yo inventé. No ocultaré que mi secreto fue un intercambio: muévanse a donde quieran, pero regálenme su cara de metro. Son como muertos caminando, en una eterna introspección. Pocos logran esquivar mi gran veneno: la cara de metro. En fin, salí del subterráneo sonriente, radiante y renovado. Regresé con mi amigo y ahora sí, sin miedo a ufanarme le dije, "efectivamente lo conseguí". Todos deben ensayar su cara de metro para enfrentarse al extraño, para evitar que se burle de su delicadeza, de su fragilidad, para evitar que llegue más allá y termine por vulnerar, vulnerándose. Ustedes, ¿ya tienen su cara de metro? ¡Muéstrenme su cara de metro!
lunes, 16 de junio de 2008
Aprendiendo...
La tristeza está bien por unos momentos. Pero como te quita la energía, entonces es mejor que esos minutos sean muy pocos. Hoy el día contribuyó a que mi tristeza se alargara como lo dice la ecuación de Einstein, pero Internet me ayudó a despejarme y conectarme con los seres vivos a través de la virtualidad de su cuasirealidad. Así, yendo de aquí para allá, me topé con información sobre Megadeth e inmediatamente me clavé. Me declaro ignorante es muchos aspectos musicales, sobre todo en cuanto a corrientes y estilos, que por lo que vi esta tarde hay para aventar para arriba y no se acaban.
Hace unos días decidí aumentar esta cultura, este bagaje vago que me caracteriza y adquirí unas canciones de Pantera y ya entrados en detalles, me dije a mi mismo, intentemos algo de los antiguos: Iron Maiden. Y así inicié mi periplo en la intrincada red de sonidos y ritmos que tan sólo el hard rock me presentó. Y entonces me di cuenta de que, cada grupo tiene una historia detrás, un legado que le da forma a sus ritmos, que constituye su ideología musical y que le da vida a sus canciones. Pero regresando a lo que comenzaba, todo empezó con que anoté en el buscador "Megadeth".
Ahí me enteré que Megadeth fue fundada por un ex de Metallica, el buen Dave Mustaine. ¿Y de qué más me voy enterando? Que Megadeth, junto a la siempre heróica Metallica, Anthrax y Slayer, son las bandas representativas del Thrash Metal. ¿Y el Thrash Metal de dónde sale? El Thrash Metal (no confundirlo con trash metal) adquiere su característica de velocidad gracias al Speed Metal y su agresividad gracias al Power Metal, siendo éste más melódico y progresivo y además iniciado en Alemania. El Speed Metal, encuentra su característica más importante en (como lo dice el nombre) su velocidad. El Power Metal, que tiene la vertiente europea y la vertiente estadounidense, puede verse representada por, v. g. Queen, en sus años mozos, o bien los famosísimos de Iron Maiden o Helloween.
En fin, como les contaba, el Speed Metal se origina a finales de los setenta y es una derivación del Heavy Metal en consonancia con la rapidez del Punk. El Punk surge como una derivación más cruda y, por decirlo así, más sencilla del Rock n Roll, en ocasiones descuidada, cosa que le daba su sabor a amateur, y que encuentra sus orígenes musicales en el Garage Rock. El Heavy Metal, por su parte, nace de la unión entre el Rock n Roll y el Hard Rock caracterizado por ritmos potentes logrados mediante la utilización de guitarras distorsionadas, baterías con doble bombo o doble pedal, y bajos pronunciados.
Una teoría dice que el Heavy Metal debe su nombre a William S. Burroughs quien en sus novelas desarrolla el concepto para referirse a las drogas activas. Otras, que un crítico de cine hablando sobre Hendrix, se refirió a él como "metal pesado cayendo desde el cielo". Este ritmo se empieza a gestar desde finales de 1968, y entre sus fuentes podemos destacar a los Beatles, quienes con su disco Revolutions, imprimen la distorsión en las guitarras. En fin, el Heavy Metal tiene sus raíces directas en el Rock n Roll y el Hard Rock. El Hard Rock se nutre del Rock n Roll y el Blues Rock, que es una combinación entre Rock n Roll y Blues, donde destacan las guitarras eléctricas y cuyos máximos representantes son The Jimmy Hendrix Experience o Creme.
En fin, el Rock n Roll, encuentra su abono con el rythm & blues, el country, el western y otros ritmos folklóricos de Estados Unidos. El rythm & blues, tiene una combinación de gospel, jazz y blues, que por su parte, tienen una historia mucho más antigua, pues podemos encontrar referencias desde mediados del siglo XIX, para el jazz y el blues, y hasta del siglo XVIII para el Gospel. Total que, en conclusión, el heavy metal y todas su derivaciones (incluyendo el metal extremo, ese que tiene como representantes al doom metal y otros, hasta el groove metal, el hair metal, el glam metal, y todos los metal que puedan existir), no existirían sin los negritos. ¿Segunda conclusión? La raza africana se apunta una estrellita más en la edificación de la humanidad como la conocemos; la raza africana no sólo, según los antropólogos, fueron la cuna de la civilización; ahora también podríamos decir que son la cuna del rock and roll, sus derivaciones y todos los millones de dólares que genera.
¿Tercera conclusión? Esto del Metal fue como seguir la línea hereditaria de los dioses griegos, en donde todos se acababan dando con todos. ¡Qué cosas aprende uno chingao!
Hace unos días decidí aumentar esta cultura, este bagaje vago que me caracteriza y adquirí unas canciones de Pantera y ya entrados en detalles, me dije a mi mismo, intentemos algo de los antiguos: Iron Maiden. Y así inicié mi periplo en la intrincada red de sonidos y ritmos que tan sólo el hard rock me presentó. Y entonces me di cuenta de que, cada grupo tiene una historia detrás, un legado que le da forma a sus ritmos, que constituye su ideología musical y que le da vida a sus canciones. Pero regresando a lo que comenzaba, todo empezó con que anoté en el buscador "Megadeth".
Ahí me enteré que Megadeth fue fundada por un ex de Metallica, el buen Dave Mustaine. ¿Y de qué más me voy enterando? Que Megadeth, junto a la siempre heróica Metallica, Anthrax y Slayer, son las bandas representativas del Thrash Metal. ¿Y el Thrash Metal de dónde sale? El Thrash Metal (no confundirlo con trash metal) adquiere su característica de velocidad gracias al Speed Metal y su agresividad gracias al Power Metal, siendo éste más melódico y progresivo y además iniciado en Alemania. El Speed Metal, encuentra su característica más importante en (como lo dice el nombre) su velocidad. El Power Metal, que tiene la vertiente europea y la vertiente estadounidense, puede verse representada por, v. g. Queen, en sus años mozos, o bien los famosísimos de Iron Maiden o Helloween.
En fin, como les contaba, el Speed Metal se origina a finales de los setenta y es una derivación del Heavy Metal en consonancia con la rapidez del Punk. El Punk surge como una derivación más cruda y, por decirlo así, más sencilla del Rock n Roll, en ocasiones descuidada, cosa que le daba su sabor a amateur, y que encuentra sus orígenes musicales en el Garage Rock. El Heavy Metal, por su parte, nace de la unión entre el Rock n Roll y el Hard Rock caracterizado por ritmos potentes logrados mediante la utilización de guitarras distorsionadas, baterías con doble bombo o doble pedal, y bajos pronunciados.
Una teoría dice que el Heavy Metal debe su nombre a William S. Burroughs quien en sus novelas desarrolla el concepto para referirse a las drogas activas. Otras, que un crítico de cine hablando sobre Hendrix, se refirió a él como "metal pesado cayendo desde el cielo". Este ritmo se empieza a gestar desde finales de 1968, y entre sus fuentes podemos destacar a los Beatles, quienes con su disco Revolutions, imprimen la distorsión en las guitarras. En fin, el Heavy Metal tiene sus raíces directas en el Rock n Roll y el Hard Rock. El Hard Rock se nutre del Rock n Roll y el Blues Rock, que es una combinación entre Rock n Roll y Blues, donde destacan las guitarras eléctricas y cuyos máximos representantes son The Jimmy Hendrix Experience o Creme.
En fin, el Rock n Roll, encuentra su abono con el rythm & blues, el country, el western y otros ritmos folklóricos de Estados Unidos. El rythm & blues, tiene una combinación de gospel, jazz y blues, que por su parte, tienen una historia mucho más antigua, pues podemos encontrar referencias desde mediados del siglo XIX, para el jazz y el blues, y hasta del siglo XVIII para el Gospel. Total que, en conclusión, el heavy metal y todas su derivaciones (incluyendo el metal extremo, ese que tiene como representantes al doom metal y otros, hasta el groove metal, el hair metal, el glam metal, y todos los metal que puedan existir), no existirían sin los negritos. ¿Segunda conclusión? La raza africana se apunta una estrellita más en la edificación de la humanidad como la conocemos; la raza africana no sólo, según los antropólogos, fueron la cuna de la civilización; ahora también podríamos decir que son la cuna del rock and roll, sus derivaciones y todos los millones de dólares que genera.
¿Tercera conclusión? Esto del Metal fue como seguir la línea hereditaria de los dioses griegos, en donde todos se acababan dando con todos. ¡Qué cosas aprende uno chingao!
Lo logró...
Eke llegó a mi vida como una pequeña hada que se aparece así como así. Después descubrí que sólo tenía de hámster la figura, porque sus modos, sus andanzas y hasta sus enseñanzas (observando se aprende mucho) me dijeron que no era hámster por dentro. Por algunos momentos de mi vida pude llegar a pensar que, de haber sido hámster, hubiera sido Eke. Siempre inquieto, de fácil despertar, tragón, con ganas de rascar el suelo de plástico para ver si por ahí podía ver el mundo. Engordó, enflacó y le adquirí un Uki que le hizo compañía, aunque, para Eke, no fue suficiente, pues Uki tiene más de hámster que lo que alguna vez tuvo Eke.
Recuerdo que le compré, muy tarde tal vez, una bola de esas de plástico, con la cual pudo encontrar al mundo de mi departamento, y pudo escabullirse más allá de lo que jamás hubiera podido imaginar. Finalmente, ayer cuando fui a checarlo como todas las noches, para ver si quería dar otro paseo en bola, me di cuenta de que su plato de comida estaba intacto. Cosa rara, y lo primero que pensé fue: se escapó. Mi intuición no estuvo lejos de la realidad. Lo busqué someramente, y después exhaustivamente. Agité su cajita para ver si el movimiento lo hacía salir. No hubo respuesta. Entonces quise ver si efectivamente la cajita estaba vacía o sólo era el sueño demasiado pesado de un hámster que ya tenía sus años hamsterianos.
La incliné poco a poco de modo que pudiera ver el interior. Mi primer intento indicó que estaba vacía. Tenía que seguir investigando. Elevé un poco más la cajita y otro poquito y otro poquito y otro poquito y entonces, abajo de la caja, en posición de querer rascar el subsuelo, apareció Eke. ¿Estaba dormido? ¿Estaba en un debraye perpetuo? No lo sé, sólo me di cuenta de que estaba inmóvil. Mi hámster, mi Eke, estaba inmóvil; creo que se durmió en uno de sus intentos por salir de la jaula de plástico. Por fin consiguió ser libre. Por fin se fue de viaje a conocer tantas cosas, a saciar esa curiosidad digna de cualquier ser que se quiera llamar vivo (ni modo, en esta contemplación las plantas que no son curiosas se convierten en macetas). Por fin consiguió salir de su mundito.
Adiós Eke. Aprendí mucho de ti. A ver si un día, en muchos años, regresas a contarme todo lo que viste. Te quiero. Lo último que dejó fue esta nota, eso me da esperanzas...
Recuerdo que le compré, muy tarde tal vez, una bola de esas de plástico, con la cual pudo encontrar al mundo de mi departamento, y pudo escabullirse más allá de lo que jamás hubiera podido imaginar. Finalmente, ayer cuando fui a checarlo como todas las noches, para ver si quería dar otro paseo en bola, me di cuenta de que su plato de comida estaba intacto. Cosa rara, y lo primero que pensé fue: se escapó. Mi intuición no estuvo lejos de la realidad. Lo busqué someramente, y después exhaustivamente. Agité su cajita para ver si el movimiento lo hacía salir. No hubo respuesta. Entonces quise ver si efectivamente la cajita estaba vacía o sólo era el sueño demasiado pesado de un hámster que ya tenía sus años hamsterianos.
La incliné poco a poco de modo que pudiera ver el interior. Mi primer intento indicó que estaba vacía. Tenía que seguir investigando. Elevé un poco más la cajita y otro poquito y otro poquito y otro poquito y entonces, abajo de la caja, en posición de querer rascar el subsuelo, apareció Eke. ¿Estaba dormido? ¿Estaba en un debraye perpetuo? No lo sé, sólo me di cuenta de que estaba inmóvil. Mi hámster, mi Eke, estaba inmóvil; creo que se durmió en uno de sus intentos por salir de la jaula de plástico. Por fin consiguió ser libre. Por fin se fue de viaje a conocer tantas cosas, a saciar esa curiosidad digna de cualquier ser que se quiera llamar vivo (ni modo, en esta contemplación las plantas que no son curiosas se convierten en macetas). Por fin consiguió salir de su mundito.
Adiós Eke. Aprendí mucho de ti. A ver si un día, en muchos años, regresas a contarme todo lo que viste. Te quiero. Lo último que dejó fue esta nota, eso me da esperanzas...
lunes, 2 de junio de 2008
Conclusionismo y el mal de la hormiga
Este par de semanas se han convertido en una verdadera agonía y resurrección, pausadas e intermitentes, en donde el futuro aparece y se desvanece con igual soltura. Pero como bien dicen los optimistas, no hay mal que dure cien años ni nadie que los aguante. Así que, esperanzado en que la bonanza llegará y dejaré de arruinar mis desayunos con pan tostado y miel seca pensando en lo que será pero nunca fue, decidí olvidar mi desdicha. Fue gracias a ese cabeceo mental por el que, de una manera casi mágica, de hecho completamente serendipítica, establecí que muchos de nosotros sufrimos por dos razones, hasta el momento, psicológicamente intratables. Bueno eso es lo que yo digo, seguramente alguien con conocimientos más profundos sobre la psiquiatría y la psicología podrá encuadrar fácilmente los males que a continuación anoto para los que quieran saber un poco más.
No me explayaré demasiado, de hecho trataré de no salirme demasiado por la tangente. El primer mal del que me percaté es del conocido por mí mismo como el conclusionismo. Es terrible. Aleja a las personas de la realidad y distorsiona los hechos acarreando sentimientos de culpa, que victimizan al que lo sufre y termina por ahorcarlo entre hilos de seda. ¿Pero de qué se trata en sí el conclusionismo? Básicamente sacar conclusiones a partir de retazos de hechos. Podemos observar que Francisco no me habla. Me acerco a él y por un desliz noto que evade mi mirada. ¿Conclusión? Seguramente está enfadado conmigo y por eso evita entablar conversación conmigo. ¿Siguiente paso? Entra una paranoia lenta y decidida se vuelca sobre nuestras mentes, exprime nuestros corazones y en ocasiones exageradas puede hacernos perder el apetito, el sueño y hasta las ganas de seguir siendo. Pero si nos ponemos a pensar fríamente, ¿realmente Francisco no me habló por que está enojado conmigo? Pueden ser miles de razones, pero el conclusionismo me obliga a pensar en los peores escenarios. Este mal tiene variantes a la inversa. Podemos concluir algo bueno y ser realmente malo. ¿La cura? Ir al grano y hablar con quien se tenga que hablar, despejar dudas y arreglar cosa.
El segundo mal del que me percaté en estos últimos días lo he denominado como el Mal de la Hormiga. Es sencillo y creo que a cualquiera le ha pasado. No hay edades, no hay géneros, no hay niveles culturales. Es de esas cosas que sólo le pasan a los seres humanos, a los seres que, por gracia o por desdicha, tienen el poder de controlar sus vidas, sus impulsos y sus destinos. El Mal de la Hormiga consiste en perder la línea por causa de algún detalle aparentemente insignificante. Pero como dicen por ahí, el diablo se oculta en los detalles y son esos detalles los que te obligan a pensar que todo se acaba, que el mundo implota y que el camino que habías elegido, ese camino que se veía tan prometedor, no es más que una línea de zarzas y piedras ardientes. Una pequeña hoja cae y la hormiga no sabe hacia dónde seguir. Así pasa cuando el Mal de la Hormiga cae entre los hombres. Un nombre, un telefonazo, una nueva idea y el mundo que se había edificado se desvanece.
Estos dos males acontecen todo el tiempo y si no estamos preparados, podemos ser los siguientes en descender en el torbellino de la infamia y del inodoro.
No me explayaré demasiado, de hecho trataré de no salirme demasiado por la tangente. El primer mal del que me percaté es del conocido por mí mismo como el conclusionismo. Es terrible. Aleja a las personas de la realidad y distorsiona los hechos acarreando sentimientos de culpa, que victimizan al que lo sufre y termina por ahorcarlo entre hilos de seda. ¿Pero de qué se trata en sí el conclusionismo? Básicamente sacar conclusiones a partir de retazos de hechos. Podemos observar que Francisco no me habla. Me acerco a él y por un desliz noto que evade mi mirada. ¿Conclusión? Seguramente está enfadado conmigo y por eso evita entablar conversación conmigo. ¿Siguiente paso? Entra una paranoia lenta y decidida se vuelca sobre nuestras mentes, exprime nuestros corazones y en ocasiones exageradas puede hacernos perder el apetito, el sueño y hasta las ganas de seguir siendo. Pero si nos ponemos a pensar fríamente, ¿realmente Francisco no me habló por que está enojado conmigo? Pueden ser miles de razones, pero el conclusionismo me obliga a pensar en los peores escenarios. Este mal tiene variantes a la inversa. Podemos concluir algo bueno y ser realmente malo. ¿La cura? Ir al grano y hablar con quien se tenga que hablar, despejar dudas y arreglar cosa.
El segundo mal del que me percaté en estos últimos días lo he denominado como el Mal de la Hormiga. Es sencillo y creo que a cualquiera le ha pasado. No hay edades, no hay géneros, no hay niveles culturales. Es de esas cosas que sólo le pasan a los seres humanos, a los seres que, por gracia o por desdicha, tienen el poder de controlar sus vidas, sus impulsos y sus destinos. El Mal de la Hormiga consiste en perder la línea por causa de algún detalle aparentemente insignificante. Pero como dicen por ahí, el diablo se oculta en los detalles y son esos detalles los que te obligan a pensar que todo se acaba, que el mundo implota y que el camino que habías elegido, ese camino que se veía tan prometedor, no es más que una línea de zarzas y piedras ardientes. Una pequeña hoja cae y la hormiga no sabe hacia dónde seguir. Así pasa cuando el Mal de la Hormiga cae entre los hombres. Un nombre, un telefonazo, una nueva idea y el mundo que se había edificado se desvanece.
Estos dos males acontecen todo el tiempo y si no estamos preparados, podemos ser los siguientes en descender en el torbellino de la infamia y del inodoro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)