La crónica que me refirieron las piernas me dejó eclipsado. Las ardillas, las que me habían llevado a las tierras goyinas, ahora habían sido despedazadas por su propia ignorancia. Las ratas se apoderarían poco a poco, o quizás muy rápido, de las cavernas intrínsecas de las entrañas de la tierra. Eso significaba que volver a ponerme en orden sería cuestión de supervivencia, pues de lo contrario, todas las ratas me almorzarían y bastante trabajo me había costado escapar del hambre suicida de las ardillas como para sucumbir al hambre instintivo de las ratas.
De modo que apuré a mis brazos para que se unieran con prontitud, pues poco a poco se escuchaban pasos en el sótano de las tierras goyinas, y mientras se hacían los enalces nerviosos que me reconectavan con las extremidades, comencé a vislumbrar instantes de memorias, toques de sensaciones, piezas de rompecabezas, pedazos de un cuadro inconcluso, olores, texturas, gritos, agua, ardor, odio y amor, ternura y aspereza. Los pequeños destellos empezaron a tener una forma en mi cerebro y pude ver lo que los brazos habían visto.
Cucarachas. Todas estaban nerviosas, condición muy diferente a su natural estado de alerta. Todas corrían sin motivo, pues en la obscuridad de las cavernas no podrían temer a nada. Y sin embargo temían. Los brazos se habían arrastrado, rompiendo en pequeños trozos las uñas en su afán irracional por sobrevivir y salir de los temibles submundos de las tierras goyinas. Entonces se encontraron con un cortejo fúnebre inexplicable y que paradójicamente explicaba mucho. Las cucarachas rendían honores mortuorios a un medio millón de las suyas. Había sido una terrible matanza y todas gemían y se comían entre ellas y robaban sus propias cosas en un caos intempestivo.
Las manos y los brazos se agitaban con movimientos discantes y temerosos, y sentían que los pocos cabellos restantes se les erizaban cuando las cucarachas se movían sobre ellos. Sabían que su muerte sería segura si no salían pronto de ese lugar infestado por la incertidumbre. "Las ratas, las ratas se acercan", pensaban los brazos y las manos se movían con mayor velocidad, asiendose de la tierra y triturando sin quererlo a muchas cucarachas que seguían en su baile apocalíptico. "las ratas están pisándonos" pensaban, pero entonces, una cucaracha que estaba sorda les abrió los ojos a los brazos y a las manos, mientras dejaba descansar a su cuerpo sobre la muñeca de la mano. Entonces empezó a llorar y a gritar y a enfurecerse.
"Nos traicionó, nos traicionó y se lanzó con vehemencia hacia afuera. ¡Hacia afuera! ¡Puedes creerlo! ¡Afuera! y sus actos se impregnaron en nuestra caverna y muchas quisieron imitarla y muchas otras quisimos impedirlo, pero fue inútil, ¡fue inútil! Corrían con una felicidad espantosa en sus miembros. El fin se acerca, el fin, el fin, pero no pudimos impedirlo. Lo intentamos, arrancamos las patas a algunas, les quitamos las alas y se las pusimos en los ojos pero fue inútil, muchas salieron y cuando salieron murieron. Los monstruos de afuera, los monstruos de dos patas las aplastaron, las destorzaron, y querían regresar pero era imposible. Si regresaban, los monstruos sabrían en donde vivimos y llegarían a matarnos. Malditos, con sus manos, y sus dedos y sus...".
Entonces la cucaracha se dio cuenta de que estaba paseano sobre dedos, sobre manos, sobre tantas cosas que sus ancestros les habían advertido y se los habían hecho saber con historias y con sacrificios. La cucaracha no pudo evitar su terror y quiso salir huyendo, pero en su carrera desenfrenada chocó contra otra y las dos se aplastaron como gotas de agua. Los brazos huyeron, se arrastraron y huyeron, escarbaron y lograron encontrar un agujero lo suficientemente grande y lo suficientemente blando para escapar por ahí. "Así que las cucarachas no temían de las ratas", pensaron los brazos. Pero de todas formas sabían que las ratas estaban cerca y que podían destrozarlos, porque seguían escuchando las pisadas en el sótano.
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