4
Definitivamente mi cabeza giró en repetidas ocasiones y estoy seguro que de no haber puesto mis manos sobre ella, ésta hubiera salido volando. Fui a un café, acá le llaman "Chichos", aunque me han dicho que en otros lugares se llama "Vips". Ahí la iba a ver, después de casi cinco años, justo ahí, donde había terminado todo, la iba a ver. Sin embargo, en esta ocasión más de una cosa ocupaba mi cabeza.
En primer lugar, ¿había soñado el incidente de Topo-gigo? y tan pronto empezaba a analizar las escenas en mi cabeza, venía sin preguntar la voz de aquella señorita repitiendo una y otra vez "¿cuál es su parentesco? ¿cuál es su parentesco?" ¡Diablos! Realmente me aturdía no saber ni siquiera qué parentesco guardaba conmigo mismo y encima, la llamada de mi ex número "n" me taladraba una y otra vez. ¿Qué querrá?
Me dieron uno de los asientos que están justo en la barra. Es buen lugar, pues no tienes que esperar a que te asignen los tan codiciados gabinetes o alguna mesa más o menos decente. Sin embargo, hay un inconveniente: estás justo en las entrañas del monstruo. Desde ahí puedes observar toda la presión, el gran chef gritando a sus pinches y cocineros (de hecho en ocasiones une sus nombres y les grita "pinches-cocineros" y eso provoca la confusión ¿a quién le habla?), las meseras discutiendo y desquitándose "que si cobraste dos Huevos Primavera", "que si te embolsaste la propina de la mesa dos", "que si están pidiendo pan en la mesa del que siempre grita, pero te estás haciendo la loca" y así, por el estilo. Lo único que no cambia es la sonrisa impertérrita del lavalozas.
Mi pensamiento se fundió con el trajín de meseras y garroteros, con los gritos del gran chef y el tintineo de vasos y platos. La lectura que por la mañanas hago es La Catedral del Mar. En ella se describe perfectamente la situación de la vida laboral en el siglo XIV: los gremios. De pronto, una especie de luz se coló a mis neuronas (pude sentir que muchas de ellas abrían los ojos, forzadas por el pequeño rayo, como quien despierta a un niño que tiene que ir temprano al colegio). Corrigiendo los errores que el sistema de gremios tenía, ¿no sería la mejor forma de procurar el empleo? De alguna forma, pensé, el colegio es una fábrica de desempleados, sobre todo si tomamos en cuenta que hay un extremo de la cadena que no crece al mismo paso que la población.
Si me es permitido, pensé, la gran bondad del gremio es que enseña al hombre desde que es niño a ser especialista y maestro en una rama que encaja perfectamente con la producción. Es decir, si trajéramos este sistema a la actualidad, los niños empezarían a aprender a ser oficiales financieros, aquellos que están encargados de conocer el flujo del dinero dentro de una empresa; o serían oficiales operativos u oficiales en ventas u oficiales en innovación etcétera, pero tendrían que elegir desde un principio alguna profesión u oficio que realmente tuviera cabida en la producción de tal forma que la el tipo de empleado no se creara a partir de la oferta educativa sino de lo que necesita el área productiva.
En otras palabras, hoy por hoy, lo que manda es el mercado en las instituciones educativas, de tal forma que si hay una gran demanda de jóvenes que quieren ser rockstars habrá muchas universidades que les darán la licenciatura de rockstar y cuando lleguen al campo laboral, los empleadores les dirán "qué crees, es muy interesante lo que haces, pero yo necesito albañiles" y ahí lo tienen un desempleado más o bien un empleado que no está satisfecho con su vida. Mi mente giraba en torno a profesionalizar los oficios, a que el chico de la impertérrita sonrisa, si se esforzaba, algún día sería un oficial lavaloza que sería el encargado de guardar los secretos de un buen lavaloza. Justo en ese momento ella llegó.
Mi sorpresa fue mayúscula. Mis pensamientos se desbarataron como cuando Topo-gigo tiraba mi torre de Jenga. Él también corrió a ocultarse entre mis recuerdos. De hecho, hasta la molesta voz de la señorita de la mañana (¿lo soñé también?) se interrumpió como quien jala del cable de la televisión cuando quiere pasar con su charola de comida (a mí me pasa seguido, no sé ustedes). Ahí estaba ella. Mi ex. Pero la sorpresa era buena. No era mi ex número "n". No. Aún mejor, era la ex a la que siempre amé. Aún ahora siento cómo me palpitó el corazón en ese día, y eso que hoy recuesta su cabeza en mi hombro, mientras escribo estas líneas.
4 comentarios:
Vaya, me ha encantado... me quedaré por acá leyendo mas, y mas.. te sigo, un beso.
Wow, que cuento bello. -Lola de Miamihttp://www.happinessinspiration.blogspot.com
a mi también me gustó!
te sigo, saludos!
Muy bueno! la foto es de mi blog,nos seguimos!
La lechiza - letra y música
www.julietacrivisqui.com.ar
Publicar un comentario