domingo, 10 de abril de 2011

Soñar... otra vez

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Como todas las mañanas, me preparé para ir al trabajo. Accioné el motor del automóvil que rechinó como lo hacen mis huesos. A mi edad, mi auto ya me alcanzó en la ancianidad. Recordé, de repente, el sueño fugaz de niños felices interrumpidos por el maullido de Topo-gigo, mi gato. Eran las cuatro de la madrugada y el gato se las ingenió para colarse en las habitaciones interiores del departamento; ahora quería salir.

No le hice caso, pero un nuevo maullido me hizo incorporarme torpemente. No atiné a encender la luz. Busqué con mis ojos ajustándose a la obscuridad. "Chitu-chitu". Nada, no había rastros de Topo-gigo. "Chitu-chitu". Nada. Entré al servicio; busqué en la tina; aproveché y oriné, no en la tina, obviamente, sí en el mingitorio que por la tarde instaló doña Eusebia (olvidé que no estaba conectado a la tubería y aquello fue un desastre); subí las escaleras, las bajé; abrí la puerta que conduce a la sala. Nada. Ni rastro de Topo-gigo.

Volví a dormir. Desperté. Busqué los lentes de aumento. Encendí la lamparita de noche y me puse a leer. Recordé que tenía que ir a trabajar. Entré al cuarto de baño y me encontré con el desastre nocturno. A limpiar. Tardé veinte minutos más. Tarde. Accioné el motor y entonces el recuerdo de Topo-gigo, mi gato. Un sobresalto me hizo bajarme del automóvil rápidamente. Busqué al minino (mi amigo). Ahí estaba, en su gatera, hecho un ovillo. Pasé la mano por su pelaje. Topo-gigo estaba duro. No ronroneó. No abrió sus ojitos para mirarme indiferente y regalarme un largo bostezo antes de volver a dormir.

Lo entendí en ese momento. Topo-gigo se vino a despedir de mí por la noche; me dijo, "deja un poco a tu pueblo feliz, que yo ya me voy". Me hubiera gustado que me ronroneara una vez más. Vete, Topo-gigo, al cielo de los gatitos. Creo que esta idea me ayudó a esquivar con tenacidad los golpes que por la mañana me despiertan de mi sueño feliz, ya lo saben: el smog, los árboles talados, el estrés de la oficina... Gracias, Topo-gigo.

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