Cuando despierto, lo primero que viene a mi mente es que el día debe de ser tan reconfortante como lo fue mi sueño. Me estiro cual gato. Busco las gafas de aumento y trato de leer. Lo consigo por algunos minutos sólo para saber que tengo que bañarme, vestirme, desayunar y salir al trabajo. Lo hago. Entonces, el primer golpe me despeja y me hace ver que el sueño se esfuma poco a poco: el smog.
Camino al trabajo no veo otra cosa más que smog. Autos llenos de una sola persona (¿qué otra cosa podemos hacer?). Camiones viejos apestando el ambiente con humaredas visibles y millones de automovilistas apestándolo también pero con humaredas invisibles. Incluso hasta los ciclistas lo apestan, no me vayan a decir que su vaho y sus flatulencias no contaminan.
Un nuevo mazazo me despabila nuevamente. No estoy soñando. Faltan árboles. Por doquier árboles mal podados sin ramas y sólo con la mitad del tronco servible; ¡mejor córtenlos completos! (mejor no, no me vayan a hacer caso). Por doquier pedazos de banqueta con troncos arrebatados "porque levantó la banqueta y dañó la tubería". Pretextos. Humanos infames.
Finalmente llego al trabajo. Olor a basura quemada. Humo por todas partes. Mal humor de algunos. Estrés innecesario de otros. Algunos chascarrillos vuelven a hacerme pensar que lo del sueño no es tan mala idea. De pronto, y como si el destino quisiera decirme "los sueños se van volando", llegan las seis. Hay que regresar.
Vuelvo a despertar con una mujer u hombre (o bestia que creo puede contener ambos géneros) que piensan que las camionetas son armas blancas y que si los ves con una es lo mismo que si te encañonaran con una AK-47. En fin, hay que darles el paso o te lo arrebatan.
Finalmente llego a casa. Doy de comer un poco de croquetas al gato. Qué envidia. Sólo tienen que dormir, comer y evitar que algún perro o algún automóvil los desgracie. Parece pan comido esa vida. Después, enciendo el viejo radio. Escucho las noticias (terribles, siempre terribles) y prefiero sintonizar alguna estación con Vivaldi o de perdida algo de House ligerísimo. Abrimos una nueva botella de whiskey. Salud. Otra copa. Otra más. Un buen cigarro. Abrir el libro que leímos por la mañana: "Un mundo feliz" de Huxley.
Me sumerjo en un sueño en donde todos son felices sin importar qué. Entonces despierto y pienso que el día puede ser tan reconfortante como lo fue mi sueño...
Foto: Happy Face
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