Extraño a mi gato, Topo-gigo. Han pasado cinco días desde que se despidió de mí, a la mitad de la noche. Hoy regresé a la casa por la tarde y llevaba en las manos una bolsa con bolillos y medio kilo de jamón. Llamé instintivamente a Topo-gigo "chitu-chitu". Dejé un poco de jamón en su pequeño platito y después, cuando empecé a comer, recordé que ya no estaba conmigo. Salí al corredor y deposté los restos de jamón en la maceta en donde clandestinamente enterré a Topo-gigo. Regresé al departamento y me preparé para dormir. Estaba consiliando el sueño cuando la inquietud me invadió: ¿había cerrado correctamente la puerta? Sí. No. No sé. Me levanté y fui a echar doble candado. Será mejor dormir con la alarma activada. Finalmente dormí como bebé.
Al día siguiente, los gritos de doña Garota me despertaron. Después, golpes en la puerta (¿a caso no conoce que tengo timbre?). Desesperación. Más gritos y de más personas. Me despabilo. No leo, por obvias razones. Tomo la bata y me doy cuenta que está llena de boronas y pelo de gato (¿Topo-gigo? ¿volviste otra vez?). Mientras me acerco a la sala, los gritos y el bullicio me recuerdan mi primera y única visita a un estadio, que tras recorrer el túnel que te lleva a los asientos, sentía cómo el guirigay aumentaba exponencialmente. Llegué a la puerta. Quité los dos candados. Abrí. La alarma sonó y se encadenó con los sollozos de una niña, el griterío de doña Garota, el regaño de don Mafaldinho y el bullicio de la vieja loca del 2.
Corrí a desactivar la alarma. Doña Garota me seguía escupiendo culpas una y otra vez. "Doña Garota, no entiendo porqué tanto bullicio". Doña Garota volvió a escupir explicaciones adosadas con agresiones verbales. Sonó el teléfono que tomó el lugar de la alarma (creo que esta sinfonía de alguna forma me divertía y me hizo ver que el día pintaría muy diferente al resto). Contesté mientras a doña Garota le salían víboras, sapos y ajolotes de la boca.
"ADL alarmas, ¿se encuentra todo bien?", preguntó la voz de una señortia o muy bien adiestrada o muy llena de sustancias químicas naturales o artificiales, pues contestar de forma tan amable a las 6 de la madrugada sólo responde a cualquiera de estas dos explicaciones. "Todo bien señorita, sólo olvidé desconectar la alarma antes de salir por el periódico". Un sapo de doña Garota se posó unos segundos en mi mano. "Muy bien señor, ¿puede contestarme algunas preguntas?". "Claro que sí, dígame usted". "¿Cuál es el nombre del titular de la cuenta?". "Juan Pablo Lazo". "¿Qué parentezco tiene con el titular?". "Pues soy yo mismo". "Eso lo sé, señor, pero, ¿qué parentezco tiene con el titular?". No supe qué contestar y sólo atiné a balbucear, "soy yo, soy yo". "Muy bien, señor. Enviaremos a alguien para allá".
Dos salamandras de doña Garota se escurrieron entre mis cabellos. Volteé a verla con la mirada fría. La pregunta se repetía en mi cerebro, ¿cuál es tu parentezco contigo mismo? La mente se me congeló por fracciones cuánticas de segundo. Después, la sensación se derritió y salió expedida como un rayo a través de mis ojos. Miré a doña Garota fríamente. Ella se calló. Todos los sapos, víboras, ajolotes y salamandras se escondieron en su boca tan pronto que se agolparon y comenzaron a asfixiarla. "Tranquila, doña Garota, tranquila". Pareció mejorar. La verdad no lo sé. Mis ojos se enfocaron en la maceta del corredor.
Ahí estaban los restos de un par de ratas y la caja de Topo-gigo abierta, con la bolsa de basura y la parafernalia que utilicé para embalsamarlo convertida en rastrojos. Me acerqué a la escena del crimen. La niña sollozaba. Las ratas tenían restos de jamón en las mandíbulas. "Mi gatito", dijo la niña y volvió a lloriquear. "Mi gatito", había dicho la pequeña y comencé a ver pequeñas huellitas que se dirigían a mi departamento. Las seguí y la figura borrosa de Topo-gigo se formó en mis ojos. Ahí estaba, Topo-gigo, caminando y dando vuelta a la derecha, hacia mi habitación.
Corrí. Doña Garota se estaba incorporando. Llegué a mi recámara. Ahí había una pequeña rata, tributo de Topo-gigo, no cabía duda. Llegó doña Garota. "¡Salga de aquí!". No dijo más, sólo se fue. Cerró la puerta, lo escuché. Tomé la rata con las pinzas de mi cajón. Lo inspeccioné lentamente, con cuidado, miré y busqué. Me pareció ver un pequeño pelo de mi gato. Sí, sí, lo he visto, lo he visto, un pequeño pelo de mi gato. Riiing, riiiiiiing. El teléfono. Lo busqué. Iba a contestar. Regresé a ver a la pequeña rata. Ya no había pelo de gato. ¿Lo soñé? ¿Soñé todo? La rata, era un hecho, no era un sueño. Me despavilé. Tiré inconcientemente a la rata, un poco deprimido, quizás. Contesté. No sabía que esta llamada sería el previo de un viaje en una montaña rusa.
Foto: huellas
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