jueves, 25 de junio de 2009

La Revolución que no cambió nada

Es fácil encontrar entre mucha gente la conciencia de estar listos para cualquier estallido social. Están listos para cubrir el patio de sus casas con sangre a favor de un mundo mejor, de un mundo impoluto. Son personas que creen estar preparadas, física, moral y espiritualmente para inmolar sus vidas a favor de sus próceres y que al pensar así dotan de significado a la sangre que ahora corre por sus venas y quien sabe, quizás hasta puedan aparecer en los billetes de cien o doscientos pesos de los que usaremos dentro de unos cien años.

La idea simplemente me eriza la piel y me hace pensar que no saben lo que dicen, que quizás piensen que con otra revolución van a liberarse de los pagos de tarjetas de crédito, van a poder llevar a sus hijos a restaurantes de lujo, van a poder costear los precios de las medicinas, podrán comprar automóviles nuevos y no de segunda mano, podrán vivir la vida que siempre han querido. Craso error es lo que yo puedo decir.

Ninguna de las revueltas armadas ha proporcionado a México un verdadero cambio social; han cambiado los dueños de las tierras, los que ostentan el poder ya no fueron los mismos: primero los españoles peninsulares (revuelta) después los criollos (revuelta) más tarde los mexicanos liberales (revuelta) conservadores (revuelta) liberales (revuelta) Maximiliano (revuelta) Juárez (revuelta) Díaz (revuelta) PRI…

¿Verdaderamente el pobre dejó de ser pobre? ¿Realmente la condición humana del mexicano mejoró debido a la guerra que provocó un cambio? Por que es claro que los avances médicos y tecnológicos no esperaban a que México estuviera o no en guerra, a que tuviera a un dictador o que fuera un presidente el que tirara de las riendas, a que asesinaran a uno o embelesaran a otro. El mundo siguió avanzando y más bien fue el país el que tuvo que correr nuevamente para alcanzarlo y no rezagarse demasiado.

Claramente uno de los grandes impulsores de la tecnología, del progreso lo llamaban ellos, fue Porfirio Díaz y su grupo de científicos; pero él no dio a los indios lo que había buscado años atrás con las revueltas de Hidalgo y a pesar del cambio y el progreso al que llegaron, las condiciones en las que vivían campesinos, mineros, seguían siendo iguales.

Con la llegada de la Revolución Mexicana de 1910, se rompieron las ataduras de la cadena de una presidencia que parecía eterna. En 1810 se utilizó la justificación de la independencia; en 1910 fue la democracia la que movilizó a la bola. Y pasó 1810 y pasó 1910 y la bola quedó siendo bola, salvo la bola de cuates que se hicieron de la presidencia o de la bola de listillos que se convirtieron en caciques, pero la bola, la bola lo que conocemos la bola, bola siguió.

Existe, sin embargo otra clase de personas que también están casadas con esta espeluznante salida “inteligente” a los problemas (llamemos problemas al hecho de que ellos, los que llaman a los vientos de guerra, no están en el lugar de los que quieren tirar) y llevan aún más lejos sus intenciones al vestir con misticismo y proféticos acordes sus agüeros, escudándose en lo que llaman muy pomposamente: la sociedad cíclica mexicana.

Su teoría es muy conocida por muchos y dice más o menos así: “Cuentan la leyenda que cada cien años el pueblo sometido por sus tlatoanis (nótese la obligada vinculación con las más hondas raíces prehispánicas) se levanta en armas para desangrar a los que le quitan el pan y se aprovechan de ellos”. Y ya, con eso ya es seguro que en el 2010 va a haber otra revuelta para quitar a los burgueses, a los empresarios que son ambiciosos (claro que se les escapa el insignificante detalle (el diablo se esconde en los detalles) de que ellos, los que acusan, si estuvieran en la misma circunstancia que los acusado, harían lo mismo) y sólo quieren que dejemos de comer, que nuestras familias perezcan: porque son malos. Nada más estúpido.

Una guerra no es la solución para alcanzar un cambio en la sociedad. Una guerra sólo cambiará las estafetas y pondrá en el lugar de los de ahora, a otros que pronto tirarán los ideales con los que se apoyaron para subir, y se dedicarán a hacer lo que cualquiera haría: asegurar la supervivencia propia y de su descendencia, de los suyos. Pronto pondrán a amigos en lugares claves, pues actúan de la manera más lógica, confiar sólo en los confiables, confiar en el amigo porque es amigo, porque es leal, no porque sea el más adecuado sino porque permitirá mi supervivencia en una simbiosis sin igual.

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