jueves, 29 de marzo de 2012

Cadáveres de hadas

Escribir un cuento para mí es doloroso. Las ideas surgen como burbujas en una caldera: en el fondo se crean y luego suben, escurridizas y rápidas hasta la superficie, en donde se rompen en miles de luces y sonidos incomprensibles para mí. Me quedan entonces dos salidas: o las miro revolotear, nacer, crecer y extinguirse en la inmensidad de mi mente o salir a su caza. Si hago lo primero, me perpetuo viéndolas, imaginándolas, saboreándolas, escuchándolas y gozándolas. Pero luego, un intenso deseo por tenerlas entre las manos y plasmarlas me invade y me desespera. Entonces me esfuerzo por hacer lo segundo. Entonces me preparo y busco una burbuja y la voy viendo y la voy memorizando hasta que de pronto, puedo entenderla y vivirla, pero ¡cruel destino! al plasmarla, la vuelvo a ver y no la reconozco; no vuelvo a sentir lo que sentí; no vuelvo a vivir lo que viví y es así como la sensación de desesperación e impotencia me derrumba y vuelvo a ser un espectador de mi propia mente.

He pasado varios años mirando muchas historias pasar. Nacen en cualquier momento. Cualquier circunstancia o cualquier situación es suficiente para hacer hervir mis neuronas y provocar esa sinapsis creadora. Sé que se escucha mal. Está mal que lo diga, pero lo diré: en mi cerebro "ebullen" ideas y es terrible. Es terrible porque al alcanzar la realidad, nunca son lo que eran y entonces las críticas propias y ajenas me deprimen. Justo el día de ayer intenté alcanzar una. Era de color rojo, lo recuerdo y su sensación era brillante, como un baño de agua caliente por la tarde. Y cuando busqué las palabras para describirla, se escurrió y no alcancé a plasmarla y ahora sólo escribo el aborto. Eso es lo peor, creo, ver a tantas burbujas morir. También lo peor es sentir esa sensación de olvido, pues las que no pude alcanzar se que quedan en obscuros rincones de mi cerebro, de donde difícilmente puedo volver a sacarlas. Colecciono cadáveres. Son cadáveres de hadas los que cuelgo en estas páginas y al verlas sólo recuerdo la impotencia y la tristeza por verlas ahí, yertas, y no vivas, nuevamente en el océano de mi mente.

Hoy pensé en dejar libres a todas las burbujas. No creí que era justo dejarlas ahí. Eso pensé por la mañana. Ahora, por la tarde, pienso que si vuelo mi cabeza (creo que Kurt lo pensó así, y sus burbujas quedaron embarradas, pero muertas) las burbujas tendrán una pequeña oportunidad de estar en la realidad. Una pequeña oportunidad de vivir. ¿Pero quién soy yo para decidir si quieren vivir o no? ¿Quién soy yo para saber si donde están viven y son felices? ¿Quién soy yo para decidir dejarlas escapar y pensar que la lo que para mí es la libertad no lo es para ellas? Y ahora que lo pienso, ¿quién soy yo para pensar que la libertad está aquí en la realidad, cuando no es más que una jaula más grande, con horizontes interminables?

Finalmente no me sentí con los tamaños para hacerlo y ahora estoy aquí, con un café en la mano que derrite mi estómago y un cigarro en los labios, que llenan de cáncer mis labios, escribiendo en una libreta destartalada, garabateando signos, colgando cadáveres. Cuando cierre esta libreta estoy seguro que nadie jamás se enterará de este cementerio. Y quizás sea lo mejor. Nadie quiere ver cadáveres y nadie cree en las hadas.

Imagen tomada de aquí.

1 comentario:

Julia dijo...

A mí me has hecho soñar despierta con hadas y me ha dado pena que no intentes con un poco más de fuerza atraparlas antes de que se desvanezcan...
Suerte y continúa intentándolo, merece la pena.