Para que se den una idea, cuando madre y padre salieron a dar un paseo (porque según ellos necesitaban tiempo solos, como pareja, me entienden ¿no?) yo me dediqué a mí mismo (¿a caso no nos dicen todo el tiempo en la televisión y en los libros y en la radio y en Internet y en los anuncios y la gente y todos que nos dediquemos a nosotros mismos? ¿que nos consintamos? Pues eso hice).
Era hermoso ver cómo tenía el control de todo. Todo me pertenecía. Finalmente entendí la palabra poder y no pude hacer otra cosa sino ejercerlo. Sin embargo, y ustedes lo entenderán perfectamente, llegó un momento en que lo que hacía no me saciaba y por más que intentaba consentirme, siempre quería más y más y más y cada vez mi saciedad duraba menos, menos y menos.
Cuando llamaron a la puerta salí de mi trance. Para entonces ya era muy tarde. La cisterna se había vaciado, las paredes y los cuartos estaban incendiados y no había posibilidad de revertirlo (hacerlo me costaría una fortuna) y lo que es peor, caí en cuenta de que no me importaba lo que tuvieran que decirme ni madre naturaleza ni padre tiempo.
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