miércoles, 18 de enero de 2012

El sillón


Todo empezó por un anuncio en un craiglist.org. Thomas Argentina deseaba desde hacía años deshacerse de un sucio sillón que había sido utilizado primero por su hermano Tom cuando perdió todo su dinero por culpa de Madoff (¡maldito sea!, gritaba su hermano mientras consumía las tres millones de cajas de vodka que compró con el dinero que le quedó de la terrible estafa) y después por su perro Butcher que un día llegó, se comió a Tom y quedó tan empachado que no pudo más que dormitar por varios años sobre el sofá, acompañando a Thomas Argentina mientra veían todo tipo de programas en su laptop. Así que el sillón quedó vacante una vez que Butcher decidió moverse un poco y sufrió un infarto legendario.

¿Qué hacer con el sillón? El problema no era tanto el olor como los recuerdos, que hedían más. Fue entonces cuando a Thomas Argentina se le ocurrió la buenísima idea (en ese momento, como casi todas las ideas, le pareció excelente) de sacar el sillón, dejarlo en la acera, justo enfrente de su casa y anunciar en craiglist.org que regalaba su sillón a cualquier persona que lo quisiera. Más tarde pensó que no hubiera sido baladí incluir una nota pidiendo que se lo llevaran, pero en ese momento, parecía estar de más sugerir dicha acción. Así como así, subió en el sitio web la dichosa oferta y esperó pacientemente que alguien quisiera un sillón destrozado por la vida y gratuito.

Sucedió que un buen día (o uno malo, según como se vea) pasó por ahí un joven. Miró el sillón y pensó "es este". Thomas Argentina lo miró desde la ventana. Llevaba varios días mirando a escondidas y finalmente alguien se iba a llevar el sillón. Finalmente los hediondos recuerdos se irían. El tipo se sentó en él y se quedó ahí, observando la solitaria calle. "Quizás esté cansado y está tomando su tiempo para llevárselo", pensó preocupado Thomas Argentina. Decidió que sus pesadillas acababan y que ya era tiempo de ducharse (quizás era él y no sus recuerdos los que hedían, pues muchas veces la cuna de nuestros problemas somos nosotros, pero eso no lo sabía Thomas Argentina).

Estaba preparándose para salir por algo de comer cuando escuchó el sonido de alguien clavando afuera de su casa. No le dio mucha importancia. Tomó sus llaves y la sorpresa fue mayúscula cuando abrió la puerta de su casa para salir. El tipo no sólo no se había llevado el sillón; ahora construía con especial furor una pequeña cabaña alrededor del sillón. Thomas Argentina corrió hacia el tipo y le gritó que qué estaba haciendo. Aquel pareció no darse cuenta (o no quiso darse cuenta) de lo iracundo de Thomas Argentina. "¿Qué hacés, pelotudo? ¡La reconcha madre! Largáte con el sillón. No tenés derecho de construir. ¡Largate ya mismo!".

Al ver que no había reacción, corrió a su casa y llamó a la policía. La línea estaba muerta. Se asomó por la ventana y miró con incredulidad, estupor e ira que el tipo desconectaba su línea y la reconectaba a un teléfono que acababa de sacar de un sucio bolsón. "¡Esto es inaudito!" y corrió a la puerta. Cuando la abrió la escena le pareció terrible. No sólo ya había una casa de madera de por lo menos tres pisos; ahora el tipo (que ya ocupaba el frente de la casa de Thomas Argentina y parte de la solitaria calle) entraba con un perro. Thomas Argentina corrió hacia él pero éste alcanzó a cerrarle la puerta en las narices. "¡Hijo de la gran puta!" pensó y rodeó la casa para buscar alguna forma de entrar. Llegó a una ventana amplia desde donde miró al tipo con el perro en el sillón mirando televisión vía satélite (por supuesto, la antena era de la casa de Thomas Argentina).

Golpeó con vehemencia la ventana y el tipo sólo volteó para cerrar las cortinas. No pudo ver su cara, pero la del perro sí y su mirada burlona lo hizo ponerse rojo por la sangre que se le galopaba por toda su cabeza. Eso fue lo que le hizo perder toda proporción. "¡Sólo llévate el puto sillón de mierda! ¡El sillón! ¡Largáte con él hijo de mil putas!" y cosas por el estilo bramó y escupió sin ningún empacho. Poco a poco los vecinos comenzaron a salir de sus casas para ver el escándalo. A nadie sorprendía la pequeña cabaña en medio de la calle, pero a todos les parecía sumamente extraño que este tipo gritara con tanta rabia. Ese no podía ser Thomas Argentina, no. Él era un vecino decente que saludaba poco y siempre era muy considerado con todos. No, a este loco había que encerrarlo, ¡mira que estar gritoneándole a Thomas Argentina en su propia choza de madera!

Thomas Argentina no pudo convencer a los loqueros de que él era Thomas Argentina y que al que debían llevarse era al sillón. Después de mucho tiempo, mientras pensó todo lo que había pasado ese día (lo pensaba todos los días desde ese día), llegó a dos conclusiones: 1) nunca regalar nada y 2) bañarse más seguido (el alma, por supuesto), pues se dio cuenta que era él y no el sillón el que olía mal y no sólo eso, sino que no era su cuerpo el que apestaba sino su espíritu y su conciencia.

NOTA: la foto la encontré aquí.

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