lunes, 30 de enero de 2012

El nombre de Dios


Llevaba ya doce días en su laboratorio. Después de encontrar varios fragmentos ocultos de escritos de John Dee y de leer al revés (difícil fue encontrar este detalle) varios legajos de Aristóteles, Da Vinci, Leibniz, Newton y Einstein la luz parecía aproximarse a pasos agigantados. Los números son el lenguaje de Dios, estaba seguro, así que iba por el camino correcto.

Era un simple cálculo lo que lo alejaba de conocer el nombre de Dios. Ahí estuvo, siempre ante sus ojos y ahora, gracias a la supercomputadora, podría saber en cuestión de días cuál era ese dichoso nombre. Si aparecía, podría descansar finalmente y llamarlo para que curara todos sus males (¿los del mundo para qué?). Si no aparecía, descansaría también al saber que Dios no existe.

Los primeros días fueron muy emocionantes y fue fácil no dormir. Pero ya iban doce y el cerebro comenzaba a reclamar descanso. No quería dormir. Quería estar despierto para ver el nombre de Dios escrito en la ya kilométrica hoja. Miles de número aparecían y aparecían y aparecían. Por un momento (el día séptimo) creyó encontrar el patrón de pi. Fue sólo una ilusión, pues cuando quiso comprobarlo se dio cuenta que los números siempre eran diferentes (o no era así).

La máquina se detuvo por unos segundos. Parecía que había acabado. ¿Había acabado? Su cerebro se exalto. Todo indicaba que el nombre de Dios estaba frente a sus ojos. La felicidad le ahogó el cerebro y cayó fulminado.

No tuvo tiempo ni cabeza de saber que el papel se había acabado, que la máquina seguía produciendo números y que efectivamente, todo ese tiempo había estado viendo el nombre de Dios que se pronuncia en una palabra eterna.





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